Cuando allá por 1996 el Atlético consiguió su «doblete» se produjo, probablemente, mi pico de pasión por el fútbol. Mis amigos del Colegio Mayor seguramente todavía me recuerdan encogido en el sofá («mi» sofá) de la sala temiendo cualquier desgracia, arrancándome pelos de la patilla o gritando goles desencajado por la ventana.
Pero eso fue hace mucho tiempo, y el fútbol apenas me interesa ya.
Pero claro, llega un Mundial y no te puedes abstraer del todo. Hasta me vi el partido de España contra Marruecos. El que supuso la eliminación de España en los penalties.
Aunque, la verdad, la eliminación se produjo bastante antes.
Es muy interesante el concepto de «one-trick pony», o «caballito de un solo truco». Según la definición del diccionario de Oxford, es «aquel que solo es bueno haciendo una cosa o trabajando en un área determinada».
España jugaba a una cosa, y una sola. Si enfrente se pone Costa Rica… ¡les metemos 7! Si enfrente se pone Marruecos… no somos capaces de hacer un gol. Si Japón nos remonta, no somos capaces de arreglar el partido.
Los mismos jugadores, haciendo lo mismo… aunque era evidente que no funcionaba.
One-trick ponys con camiseta roja (o azul).
Nadie puede negar los beneficios de hacer una cosa bien. Lo malo es que dependes de que el contexto se alinee para que eso que haces bien te funcione. Porque si el contexto cambia, y tú no tienes la capacidad de adaptarte… acabas eliminado.
Porque no todos los días son Costa Rica.
Hay que cultivar la versatilidad, la habilidad para reconocer cuándo tu receta no funciona y para aplicar soluciones distintas a contextos distintos. Vivir con «mentalidad de crecimiento» para entender que siempre puedes evolucionar y añadir nuevas herramientas a tu bolsa de trucos.
Porque cada herramienta que añades es una situación distinta más en la que puedes sobrevivir.
No vale decir eso de «yo es que soy así, y con esta idea muero».
Porque efectivamente, con esa idea mueres.
PD.- Esta idea de que «cuantas más habilidades tienes y más desarrolladas están, más fácil es tener suerte» es la base de mi libro Skillopment
Hace un año quedé a comer con mis amigos en Salamanca.
Después de un rico arroz, y un par de copas de sobremesa, pasamos por delante de un conocido local. En la puerta, una relaciones públicas trataba de captar clientes. «Chicos» (dijo con extrema generosidad para con ese grupo de cuarentones), «ahora empieza un concierto, ¿os animáis?».
Y para allá que fuimos. Bueno, técnicamente fui yo muy emocionado, y mis amigos entraron a regañadientes.
La cosa es que disfruté mucho del concierto.
A lo largo de estos meses he ido varias veces a escuchar de nuevo a esta banda. ¡Hasta un día me dejaron cantar una canción!
El caso es que investigando un poco sobre ellos, a través de su Instagram y del de sus componentes, vi que el guitarrista daba clases. Y yo lo de tocar la guitarra lo tengo ahí como espinita clavada. Así que me puse en contacto con él y hace un par de semanas empezamos a dar clases.
En estas dos semanas he vuelto a recordar lo que es enfrentarse a un reto de aprendizaje. Esa sensación de que «todo es difícil» (y es verdad, todo es difícil hasta que se vuelve fácil… pero hay que trabajar). Esa frustración cuando las cosas no te salen, incluso cuando vas muy despacio. Ese ser consciente de todo lo que no estás haciendo bien a la vez. Esas molestias derivadas de corregir la postura de la mano (porque nunca te habías fijado, o nunca te habían dicho, que la ponías mal).
Y también esa sensación tan gratificante cuando las cosas van saliendo. Esos momentos «eureka» cuando descubres la lógica interna de lo que estás haciendo. Ese subidón cuando te das cuenta de que ahora haces con cierta soltura lo que dos semanas antes veías casi imposible.
Hay una viñeta que me encanta, en la que un tipo le dice a otro que está tocando el piano: «Tienes que dejarlo, no eres bueno».
A lo que el otro responde: «Si lo dejo, nunca seré bueno».
En esas estamos.
PD.- En mi libro «Skillopment» tienes una colección de reflexiones sobre el aprendizaje que quizás te interesen.
¿Con un nombre complicado? Sí. Pero luego el sistema no es tan complicado, ya lo verás.
No es para cualquiera, porque tiene su miga, pero te será muy útil si te dedicas al aprendizaje sobre cualquier tema (pero aprendizaje de verdad, del que es guiado por la curiosidad y por ir más allá de «hacer un examen»), o en general a la investigación, y también a la publicación de contenidos (como base para recoger, ordenar y combinar tus ideas).
Zettelkasten es más sencillo de lo que parece
La primera vez que me hablaron del método Zettelkasten, se me hizo un poco bola.
Lo primero, por el nombre. Que a mí, la verdad, me intimidaba un poco.
Pero luego aprendí que «zettelkasten» es la palabra alemana para el «archivador» de notas (uno de esos muebles con cajones profundos en el que poder almacenar cientos de notas). En español es «archivador», en inglés «slip-box» y en alemán «zettelkasten».
Ya intimida menos.
Lo segundo porque, en los primeros vídeos y artículos que leí sobre el tema, se insistía mucho en cosas que, para mí, no tienen tanta relevancia: como por ejemplo el sistema de numeración de las notas.
Todo surge porque la gente empieza a explicar el sistema hablando de Niklas Luhmann, un sociólogo alemán del siglo XX, que utilizaba este sistema de tomar notas modulares y relacionadas entre sí. Y claro, en su época la única manera de hacerlo era con notitas en papel que había que guardar en un archivador. Y a las que había que dar una numeración para poder mantenerlas ordenadas y poder encontrarlas después.
El sistema de nomenclatura ideado por Luhmann es ingenioso, sí, pero en realidad a nosotros no nos aporta nada. Porque podemos guardar nuestras notas en el ordenador, donde existen formas mucho más eficientes de encontrar una nota (por ejemplo con búsquedas, con etiquetas…).
Así que, si le quitas esa complejidad aparente, el método Zettelkasten tiene en realidad dos principios básicos fáciles de aplicar.
Las claves del método Zettelkasten
La base del método Zettelkasten son dos ideas básicas:
Tomar notas modulares
Tradicionalmente (yo el primero) tomamos notas de manera agrupada. Por ejemplo, vamos a una conferencia y tenemos «las notas de la conferencia». O leemos un libro y tenemos «las notas del libro».
Y eso está bien, como punto de partida.
Lo que nos propone el método Zettelkasten es que luego tenemos que digerir esas notas, y crear notas individuales. Y, en cada una de esas notas, una idea nada más.
«¡Pero entonces tendré un montón de notas!»
Sí, justo ésa es la idea.
Relacionar notas entre sí
Una vez que tenemos una nota modular, en la que solo hay una idea, llega el momento clave: cuando relacionamos esa nota con otras que ya tenemos (u otras que queremos crear). Esto es lo que hacía Luhmann a mano (escribiendo en cada nota el código de las notas con las que se relacionaba), y que nosotros podemos hacer mucho más fácilmente con las herramientas de software (como Obsidian o Notion) mediante enlaces.
¿Qué criterio seguimos para enlazar notas? Cualquiera que a nuestro cerebro le parezca bien. Porque ésa es la gracia: que nuestro cerebro, de manera natural, relaciona ideas de manera muy libre. Puedes estar escuchando la letra de una canción, y eso te recuerda un concepto, y eso te recuerda una historia, y esa historia a su vez te recuerda otro concepto, y eso a su vez enlaza con otros dos temas…
Pues si a tu cerebro se le enciende la chispa de que esa nota se relaciona con otra, tú las enlazas.
¿Y qué conseguimos con esto?
Pues una red de ideas interconectadas entre sí, de forma no jerárquica. De esta manera, en cualquier momento podemos acudir a nuestro Zettelkasten, escoger una nota… y empezar a tirar del hilo de ideas relacionadas. Porque si esa relación existe es porque en su momento a su cerebro le pareció bien, y eso te puede llevar a descubrir nuevas conexiones, a recordar cosas que habías olvidado, a explorar ideas que faltan por detallar…
Ventajas y desventajas del método Zettelkasten
Desde mi punto de vista, después de un timpo usando el método, tiene sus ventajas y sus desventajas.
Creo que tiene una potencia muy grande para recoger, de una forma muy parecida a como lo hace nuestro cerebro, todas las ideas que pasan por nuestra cabeza y (muy importante) la relación entre ellas.
Y, al tener todo eso registrado, podemos acudir a ellas como a un «segundo cerebro» para fomentar nuestra creatividad, para recordar, para seguir pensando en temas que habíamos dejado a la mitad…
En el lado de las desventajas, diría que la principal es que hay que dedicarle tiempo. Por ejemplo, estás leyendo un libro y te das cuenta de que te empiezan a surgir un montón de ideas que tienes que recoger, y cada una se relaciona con otras dos o tres… el proceso de recogida y relación de notas es más lento (no en vano estás haciendo una «copia de seguridad» de tus pensamientos).
Además, el formato de notas relacionadas entre sí puede dar la sensación de ser «caótica» y, para quienes tenemos una mentalidad más cuadriculada, nos da cierta ansiedad. Pero, cuando lo piensas bien, te das cuenta de que es como funciona tu cerebro… así que empiezas a confiar más en el sistema y a sentir menos «apego» por el orden.
Por eso, como decía al principio, creo que es un método que merece la pena seguir si luego le vas a dar alguna utilidad, en forma de soporte para tus investigaciones o para la creación de tus contenidos.
Si es así, entonces creo que es una herramienta fantástica.
Si quieres profundizar en las ideas de Zettelkasten un recurso interesante es este libro sobre cómo tomar notas inteligentes.
Ayer tenía una conversación con una persona, y entre las cosas que estábamos hablando se me ocurrió sugerirle un libro.
– «Gracias, Raúl, me lo anoto… ¿pero sabes qué pasa? Que este año 2020 me he propuesto leer dos libros, y ya los tengo elegidos».
– «¿Dos libros? ¿Nada más?»
– «Sí. Es que he decidido que merece más la pena leerlos con calma, reflexionar sobre lo que voy leyendo, y ver cómo puedo aplicarlos… y para eso necesito tiempo».
¡¡¡Ole, ole y ole!!! Me pareció un plan excelente. Y es que, frente a la idea de que hay que «leer mucho», yo también soy más partidario de que «menos es más». Que realmente un libro bien leído, exprimido, digerido… y puesto en acción tiene mucho más impacto que 20 o 50 leídos a la carrera.
Creo que en este mundo de exceso de contenidos es fácil volverse loco. Y tener una falsa «sensación de eficacia» por el hecho de que «consumes muchos contenidos». Pero a la hora de la verdad… ¿en qué se traduce todo eso que lees, que ves, que escuchas?
Me gusta el concepto de destilacción, la idea de extraer «la chicha» de cualquier cosa que leas, de reflexionarla, de interiorizarla… y sobre todo, de ponerla en práctica. De hacer que algo cambie gracias a ella.
Que no es nada que no dijera ya Séneca…
«Pero fíjate en otra cosa: y es que leer muchos autores y toda clase de libros tiene algo de errante e inestable. Conviene que te centres y te alimentes sólo de algunos, si de ellos quieres sacar algo que permanezca fielmente en tu alma. El que está en todas partes no está en ninguna. Los que se pasan la vida residiendo en tierras extrañas son recibidos siempre como huéspedes y no como amigos, y lo mismo le ocurre necesariamente al que, en vez de consagrarse al trato con uno solo a fondo, los lee a todos deprisa y corriendo.
El alimento no aprovecha, no lo asimila el cuerpo, si es arrojado tan pronto como se toma; nada impide tanto sanar como el cambiar frecuentemente de remedio; no llega a cicatrizar la herida en la que constantemente se aplican curas; no adquiere fuerza el retoño que a menudo se transplanta; no hay nada que sea tan eficaz que, solo de pasada, ya surta efecto. La multitud de libros distrae; por consiguiente, como no puedes leer tantos libros como tengas, te ha de bastar tener los que leas.»
Y tú, si tuvieras que leer sólo dos libros este año, para sacarles todo el jugo… ¿cuáles serían, y por qué?
¿Tienes costumbre de tomar notas cuando consumes contenidos? Quizás estás viendo un vídeo en youtube, leyendo un libro, asistiendo a una charla, siguiendo un curso online… o quizás leyendo un post en internet, como éste. Al final, dedicamos muchas horas de nuestra vida a exponernos a nuevos conocimientos y fuentes de información. Y en el momento, a medida que lo procesamos, parece que todo tiene sentido. Lo entendemos y nos parece evidente que lo recordaremos pasado un tiempo. Pero tras unos días, incluso unas horas… ¿cuántas de esas cosas que nos parecían tan claras nos lo siguen pareciendo? ¿Cuántas hemos, directamente, olvidado? Y si lo hemos olvidado… ¿de qué ha servido?
Lo cierto es que tomar notas es una de las claves del aprendizaje eficaz, pero hay que hacerlo bien. Éstos son los errores más habituales que cometemos al tomar notas:
No tomar notas: vale, es una pequeña trampa. Pero es sorprendente la cantidad de personas que se pasan la vida consumiendo contenidos sin tomar notas. Puede que a ti también te pase. ¿Y por qué es un error? Primero porque el mero hecho de tomar notas nos involucra de una forma mucho más activa en la comprensión de lo que estamos leyendo/escuchando. Focaliza nuestra atención. Y por si fuera poco, las notas resultantes se convierten en una herramienta muy interesante. Nos sirven de referencia futura, base para el recuerdo, la relación y la acción.
Tomar notas literales: hay veces que nos esforzamos en que nuestras notas sean una transcripción casi literal de lo que leemos/escuchamos. Y eso inhabilita en gran medida el poder de la herramienta. Cuando estamos transcribiendo nos convertimos en máquinas de «registrar palabras», sin que medie un esfuerzo de compresión, filtrado, priorización, relación… de la información que estamos recibiendo. Así que en realidad estamos trasladando a un momento posterior esa labor (si es que llegamos a hacerla), perdiendo un tiempo precioso.
No dejar espacio: quizás por una mala concepción del «aprovechamiento del espacio», podemos tender a abigarrar nuestras notas. Márgenes estrechos, poca separación entre párrafos y entre líneas… El problema es que, por un lado, conseguimos un resultado denso y visualmente poco atractivo. Y eso tiene impacto a la hora de trabajar con nuestras notas (¿a quién le apetece enfrentarse a una página de texto pequeño y apretado, sin estructura aparente, sin espacio para respirar?). Y por otro, estamos quedándonos sin margen de maniobra para completar, añadir información o elementos gráficos… en un momento posterior.
No procesar las notas: como en algunos sistemas electorales, las notas requieren de una «segunda vuelta». No es suficiente con el trabajo que hacemos en el momento de consumir el contenido (si bien no es lo mismo leer un libro que asistir a una charla). Es bueno volver sobre ellas para revisarlas, completarlas, resaltar las ideas clave, identificar elementos accionables (¿hay información en la que quiera profundizar? ¿hay cosas concretas que puedo aplicar? )… En definitiva, se trata a la vez de hacer un segundo ejercicio de incorporación del conocimiento, y a la vez de pulir la nota de cara a su utilidad futura.
No añadir elementos gráficos: el texto es importante, pero no es la única forma en la que nuestros cerebros procesan la información. De hecho, las imágenes pueden incorporar mucha información de forma directa, y añadir estructura a nuestras notas. Diagramas, separadores, llamadas de atención, dibujos metafóricos… sin necesidad de irse al extremo del sketchnoting, añadir elementos visuales a nuestras notas las enriquece y las hace más útiles.
Abusar de destacados, subrayados y colores: recordando el viejo aforismo, «cuando todo es importante, nada es importante». La misión del subrayado (o de cualquier elemento visual asimilable) es destacar las ideas principales. Por propia definición, tienen que ser una proporción pequeña del total del contenido. El objetivo es poder procesar la información de forma rápida, y si destacamos casi todo no estaremos cumpliendo con nuestro objetivo.
No archivar las notas: tomamos notas, las procesamos… ¿y luego qué? ¿Dónde acaban? Papeles sueltos, cuadernos amontonados, archivos desperdigados en nuestro disco duro… Sí, han cumplido parte de su misión, pero en el medio y largo plazo las notas tienen también una función. Si no somos capaces de tenerlas ordenadas y accesibles perderemos esa parte de su poder. Tampoco hace falta un sistema complejo de archivo: basta con que, en formato físico o digital, seamos capaces de recuperarlas y trabajar con ellas.
No trabajar con las notas: una vez elaboradas y procesadas, las notas siguen teniendo una función. La primera, es que nos sirven para consolidar el conocimiento a través de la repetición espaciada; es decir, se trata de integrar una rutina de «repaso de notas» a lo largo del tiempo de forma que seamos capaces de trasladar esa información a nuestra memoria a largo plazo. Pero además, si las hemos procesado adecuadamente, las notas son la base para fases posteriores del proceso de aprendizaje, como la relación de conceptos, la identificación de acciones prácticas que se deriven de ese conocimiento o de áreas en las que profundizar a futuro.
El aprendizaje eficaz tiene dos componentes importantes: uno, que nos permita incorporar conocimientos y desarrollar habilidades de forma sólida y utilizable a largo plazo. Y dos, que se haga de la manera más eficiente posible, sacando el máximo partido del tiempo y esfuerzo que dediquemos. Para ambos objetivos, tomar notas es un elemento clave.
¿Tienes la sensación de que te cuesta aprender? ¿Echas de menos la etapa de estudiante, cuando parece que aprender era más fácil?
Yo siempre fui un buen estudiante. En el colegio las cosas (menos la “educación física”, ¡ouch!) se me dieron bien sin demasiado esfuerzo. Terminé el instituto con matrícula de honor. En la Universidad no fue tan bien (¡hasta llegué a suspender dos o tres asignaturas!), pero acabé “Licenciado con Sobresaliente”. Otras cosas igual no tanto, pero estudiar se me daba bien (“¡Empollón!” – sí, soy culpable, deténganme).
Luego empecé a trabajar. Y ahí la cosa cambió. No es que no haya aprendido nada, claro; pero sobre todo aprendes “sobre la marcha”, a medida que te vas enfrentando a responsabilidades y desafíos. Aprender “como lo hacías en el colegio” es más difícil, cuesta mucho más trabajo. Es complicado poner en marcha procesos de “aprendizaje sistematizado”, y acabas teniendo la sensación de que te dispersas con facilidad, que vas picoteando de aquí y de allá, que eres incapaz de concentrarte durante el tiempo necesario, que vas a salto de mata… y al final tus esfuerzos no dan los resultados apetecidos. Sí, algo aprendes, claro; pero de forma poco eficaz. ¿Por qué?
Aprender cuando eres estudiante
Lo cierto es que, aunque no nos demos cuenta, cuando eres estudiante estás inmerso en una dinámica que juega a tu favor en muchos frentes:
Estás sometido a una sistemática y a unas rutinas: hay que ir a clase, hay unos horarios, hay que hacer ejercicios y deberes, hay que presentar trabajos, hay exámenes… hay alguien que va marcando el paso, y tú sigues el ritmo.
El aprendizaje (o su ausencia) tiene consecuencias directas: si no aprendes hay una mala nota, un examen suspendido, una charla en familia, la sensación de fracaso. También hay consecuencias positivas, claro; la satisfacción de una buena nota, la palmadita en la espalda, la posibilidad de acceder a una beca o a determinados estudios…
No hay otras prioridades en colisión: vale, sí, a todo el mundo le apetece más dedicarse a estar con sus amigos y a disfrutar de tiempo libre. Pero a la hora de la verdad (en términos generales; ya sé que hay gente que trabaja para poder pagarse los estudios, o que estudia mientras tiene cargas familiares) tu mayor responsabilidad como estudiante es… estudiar.
Le dedicas horas: al final, incluso si tienes tendencia a “saltarte clases” o a vaguear, hay un importante número de horas a la semana que dedicas a escuchar, leer, estudiar, practicar…
No estás solo: estás rodeado de decenas de otros estudiantes que están en la misma dinámica que tú. Y aunque también puedan ser fuentes de distracción (“¿una pocha?”, “¿una cerveza rápida y nos volvemos?”)… al final todos tienen clases, todos tienen deberes, todos tienen exámenes, y es más fácil “ir con la corriente”.
Hay unos planes de estudios: por mucho que los critiquemos, y por mejorables que puedan ser, al final están ahí. Hay alguien que se ha ocupado de definir qué conocimientos tiene sentido aprender, cómo se relacionan unos con otros, qué materiales le dan soporte, qué actividades y ejercicios conviene realizar, qué bibliografía interesa investigar…
Aprender cuando trabajas
La realidad es que, una vez estás en el mundo laboral, toda aquella dinámica que antes jugaba a tu favor desaparece, y de hecho se ve sustituida por muchos elementos de fricción que juegan en tu contra:
No hay sistemática ni rutina: tu rutina tiene que ver con “ser productivo”en tu trabajo, con llevar el día a día familiar y con distraerte, y no hay ni rastro de sistemáticas exógenas orientadas a tu aprendizaje. Eso es una inversión a largo plazo que depende de ti (y de nadie más) poner en marcha.
No hay consecuencias directas: ¿qué sucede si no aprendes algo esta semana? En realidad, nada; tu vida sigue. ¿Si no aprendes algo en un mes? Lo mismo. ¿En un año? Pues en realidad tampoco… hasta que un día las consecuencias aparecen de golpe. Porque por supuesto que hay consecuencias si dejas de aprender: pero son más difusas, indirectas y a largo plazo… y ésas suelen tener menos poder incentivador.
Hay otras prioridades en colisión: tienes unas responsabilidades profesionales, unas responsabilidades familiares, la presión por pagar las facturas… ya no es una cuestión de ocio o de pasarlo bien; hay otras cosas “serias” que no puedes ignorar y que compiten por tu atención y tu tiempo.
No le dedicas horas: como consecuencia de lo anterior (hay otras prioridades, y no hay un sistema que te lleve), el número de horas que dedicas a aprender y desarrollarte es mucho menor. E inconstante. Básicamente cuando puedes, y eso si llegado el momento te apetece; que no suele apetecerte.
Estás solo: alrededor de ti la gente está pensando en otras cosas, no en aprender. ¿Que no puedes salir de fin de semana porque estás estudiando? ¿Que no sigues la serie de moda porque dedicas tu tiempo a formarte? Eres el raro, el que va nadando contra corriente. Y eso no ayuda.
El plan de estudios lo defines tú: salvo que estés yendo a algunas clases, o siguiendo algún plan formativo, lo cierto es que tú te lo guisas y tú te lo comes. A la responsabilidad de “estudiar” le tienes que añadir la de “diseñar tu aprendizaje”, filtrar, priorizar, crear ejercicios. Y lo normal es que no tengas esa habilidad desarrollada.
Los adultos aprendemos de forma diferente: llegados a la edad adulta, nuestras circunstancias (experiencia, roles, expectativas, etc…) no son las mismas que cuando somos niños. Por lo tanto, necesitamos adaptar nuestra forma de aprender a esta nueva realidad. La andragogía plantea una serie de ideas para adaptar el aprendizaje a los adultos.
¡Con razón tenemos la sensación de que “ahora nos cuesta más”! Y es que son muchos los factores que, sin darnos cuenta, antes jugaban a nuestro favor y ahora lo hacen en nuestra contra. ¿Podemos hacer algo para cambiar las condiciones y transformarlas en más favorables?
Recupera la dinámica del buen estudiante
Me temo que, salvo muy contadas excepciones, no será posible replicar todas las condiciones de las que disfrutabas cuando eras estudiante. Aun así, sí hay algunas cosas que puedes hacer para, aunque sea en parte, volver a activar alguna de esas palancas para favorecer el aprendizaje “como cuando eras estudiante”:
Sigue un método y/o busca un maestro: valoro mucho el autoaprendizaje, pero creo que un maestro y/o un método siempre nos van a facilitar mucho el camino. Sobre la base de la experiencia habrán hecho un filtrado de contenidos, habrán diseñado un itinerario, incluirán ejercicios relevantes… subirnos en ese tren hará que podamos centrarnos más en aprender, y menos en “diseñar el aprendizaje”. Si uno de nuestros problemas es el tiempo, dediquémoslo a lo fundamental.
Crea rutinas: acostúmbrate a tomar notas de determinada manera, lleva un archivo con todo lo que aprendas, haz revisiones frecuentes, haz una planificación semanal. Se trata de hacer hueco en nuestra vida a esos hábitos, de forma que no tengamos que plantearnos cada día “si lo vamos a hacer”, si no que simplemente los automaticemos y los hagamos.
Busca un hueco, aunque sea pequeño: de acuerdo, tenemos trabajo. Y tenemos familia. Y en general no vamos a renunciar a ninguna de esas cosas por aprender. Pero… ¿hay otras cosas que hagamos a las que sí podamos renunciar? Busquemos un hueco en nuestro día a día para dedicarlo a aprender (si realmente es importante para nosotros) y defendámoslo; se trata de sumar horas de forma constante, aunque sea poco a poco.
Establece consecuencias: comprométete con alguien a hacer algo relacionado con tu aprendizaje (¿dar una charla? ¿escribir un libro? ¿presentarte a una certificación?). Se trata de transformar esas consecuencias difusas, indirectas y a largo plazo… en cosas mucho más concretas y con un plazo definido.
Rodéate de gente que aprenda: bien sea de forma presencial, bien sea a través de tus relaciones online, busca un colectivo que esté inmerso en procesos de aprendizaje y acércate a él. La interacción con ellos hará que entres en una dinámica de refuerzo positivo. Y resultará más fácil dar continuidad a tus esfuerzos si ves que otros también lo hacen y no eres “el bicho raro”.
En definitiva, se trata de poner en marcha cambios ambientales y de hábitos que, sin necesidad de hacer un “ejercicio de voluntad” en el día a día, nos lleven hacia donde queremos ir, en vez de dejar que la inercia nos siga arrastrando. Difícilmente vamos a poder replicar nuestra “vida de estudiante” pero intentaremos, al menos, que se le parezca lo más posible.
¿Cuántas veces te ha pasado? Vas a un evento, asistes a una conferencia, lees un artículo o un libro… te parece muy interesante, pero resulta que al cabo de unas horas apenas recuerdas alguna idea. En cuanto pasen unos días, lo habrás olvidado casi todo. En cuanto pasen unos meses, ni siquiera recordarás que pasó por tu mente.
Siempre he defendido que consumimos muchos contenidos, pero los aprovechamos poco. Una de mis obsesiones es hacer que aprovechemos mejor el tiempo que dedicamos a aprender. Que le saquemos más partido.
Esta plantilla te permite resumir, en una única hoja, los aspectos esenciales del contenido que consumes. Pero no solo eso: te pone a trabajar antes de consumir el contenido (para que pienses en “para qué” lo estás haciendo), y después (para que se transforme en algo útil).
¿Vas a asistir a una conferencia? Puedes usar la plantilla. ¿Vas a leer un artículo? Puedes usar la plantilla. ¿Vas a ver un vídeo en Youtube? Puedes usar la plantilla. ¿Vas a leer un libro? Puedes usar la plantilla. En definitiva, puedes usarlo para cualquier contenido que vayas a consumir.
Qué encontrarás en la plantilla
La plantilla está dividida en cuatro módulos:
Datos: éste no tiene mucho truco. Título, autor… a mí me gusta incluir la fecha en la que estoy trabajando con ese contenido, y también el contexto (p.j. “conferencia en el evento de tecnología al que fui en Madrid”, o “vídeo de Youtube que encontré buscando” o “artículo que recomendó fulanito en twitter”. Me ayuda a recordar cuándo y por qué lo usé.
Antes de empezar: aquí empieza el trabajo. Rescato las ideas de la técnica KWL para preguntarme “qué sé” sobre el tema, y “qué quiero saber”. Y también me hago una pregunta crítica: ¿qué espero encontrar en este contenido? Lo ideal sería que, siempre que vayamos a una conferencia, veamos un vídeo, leamos un libro… lo hagamos con un objetivo en mente, con unas expectativas, con una intención. Si no, corremos el riesgo de pasarnos el día saltando de contenido en contenido, sin rumbo, por el mero hecho de entretenernos. Y eso no es eficaz.
Contenidos: el meollo de la cuestión. Se trata de recoger las ideas principales del contenido. No hay mucho espacio, así que tendremos que hacer un esfuerzo en condensar y quedarnos con lo esencial. Y después hacer el ejercicio de resumen supremo: explicar en un párrafo, con nuestras propias palabras, de qué va el contenido.
Qué me llevo: hemos terminado el contenido, ¿y ahora qué? Pues toca ver qué es lo que nos ha aportado. Qué ideas han resonado más en nosotros, qué ha cambiado en nuestra forma de ver el tema, qué hemos aprendido. Puede suceder que la respuesta sea “nada; me he entretenido, pero me he quedado igual que estaba”. No pasa nada, simplemente es una señal para que la próxima vez busquemos mejor… Dentro de este apartado hay un espacio para las “acciones”. Y es que un buen contenido nos impulsará a hacer cosas: quizás profundizar en algún aspecto, quizás poner en práctica algo de lo que hemos aprendido, quizás compartir algo con alguien, quizás buscar un nuevo contenido… ¡acción! Recuerda que las ideas están muy bien, pero que hay que “hacer cosas”.
En resumen
Resumiendo (valga la redundancia): la plantilla para resumir contenidos te permite trabajar un contenido desde antes de consumirlo, condensar sus ideas principales y valorar qué te ha aportado y cómo lo vas a aplicar. Y así exprimirlo al máximo.¡Descarga ahora!
Desde hace tiempo vengo utilizando, tanto en talleres que facilito como en mi propio autoaprendizaje, una técnica que me parece muy interesante: KWL
Qué es la técnica KWL
La técnica KWL consiste en provocar tres reflexiones cuando abordamos un impacto de aprendizaje; puede ser un curso como en este caso, pero es perfectamente aplicable a la lectura de un libro, asistir a una conferencia…
Dos de estas reflexiones se producen antes de realizar la actividad, y la última se produce al finalizar. Se puede articular en un mural (si por ejemplo estamos en el entorno de una clase colectiva), o en un folio (si buscamos un trabajo individual), y en general en el formato que se nos ocurra. Porque lo importante es el fondo, no la forma.
La “K” de Know… ¿qué sé?
La primera reflexión tiene que ver con lo que “ya sé”. Cuando nos disponemos a hacer un curso sobre un tema, o leer un libro, o lo que sea… es raro que vengamos con la mente “a estrenar”. Seguramente, de una forma más o menos consciente, tenemos una serie de conocimientos previos que vienen al caso. ¿Cuáles son esos conocimientos? ¿Qué “sé”?
Dedicar unos minutos a explorar en nuestra mochila, a ver qué traemos, cumple un doble objetivo. Por un lado, nos sirve para refrescar ese conocimiento previo y traerlo a nuestra mente consciente. Ese conocimiento es sobre el que se va a construir nuestro aprendizaje (recordemos que aprender en el fondo es conectar cosas nuevas con cosas que ya sabemos). Y además nos pone en situación, es un precalentamiento que nos va a hacer mucho más receptivos a los contenidos que vamos a consumir.
La “W” de Wonder… ¿qué me pregunto?
He visto referida la “W” también a What o a Want… pero francamente, Wonder me parece un verbo fantástico que tiene un cierto matiz de ensoñación, de inquietud intrínseca. El caso es que partiendo de lo que ya sé… ¿Qué quiero saber? ¿Qué inquietud hay dentro de mí? ¿Qué me llama la atención? ¿Qué es lo que quiero explorar?
Esta reflexión tiene un carácter aspiracional, y nos conecta con los “agujeros” que hay en nuestro conocimiento, con aquello que realmente nos motiva al aprendizaje. Nos activa el radar, y nos hará consumir el contenido (curso, libro, charla… lo que sea) con un objetivo consciente, de forma mucho más intencional. Igual que al perro de rastreo se le da a oler una muestra de lo que tiene que buscar, a nuestro cerebro le viene bien tener una idea de qué está buscando.
La “L” de Learnt… ¿qué he aprendido?
Ya está. Ya ha terminado el curso, ya me he leído el libro, ya he escuchado la charla, ya finalizó el vídeo… ¿Y bien? ¿Qué me ha aportado? ¿Qué he aprendido?
Esta reflexión de cierre contribuye a identificar y consolidar el aprendizaje. Puede que nos haya servido para refrescar y matizar cosas de las que ya sabíamos. Puede que nos haya dado una perspectiva diferente que nos ayude a ver las cosas de otra manera. Puede habernos dado respuestas a algunas de las inquietudes que planteábamos en la reflexión del “Wonder”. Puede incluso que nos haya abierto unas puertas a nuevo conocimiento que no esperábamos.
En todo caso, es importante hacer un trabajo de procesado de todo ese nuevo aprendizaje, con el fin de relacionarlo con lo que ya sabíamos y de consolidarlo de cara al futuro.
Lo interesante, además, es que esta fase de cierre tiene un componente de continuidad. Efectivamente, cuando hemos aprendido cosas (“L”)… lo que sé (“K”) resulta que ha cambiado. Y seguramente lo que me pregunto (“W”) también. Por lo tanto, estamos en una situación diferente y la siguiente vez que abordemos un contenido lo haremos desde esa nueva situación.
KWL, conectando el pasado y el futuro
Quizás lo que más relevante me parezca de la técnica KWL es esa capacidad de poner de manifiesto la continuidad del proceso de aprendizaje. Un evento concreto (curso, libro, vídeo, etc…) no empieza y termina en sí mismo. Es una baldosa más en nuestro camino del aprendizaje. Las reflexiones del KWL nos ayudan a conectarlo con lo anterior, y a proyectarlo en el futuro.
KWL, personalizando el aprendizaje
Lo digo con frecuencia: todo aprendizaje es autoaprendizaje. Cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, venimos de sitios distintos, con experiencias diferentes, tenemos formas de ser distintas, tenemos cada uno nuestras inquietudes… una de las claves de la andragogía es precisamente el reconocimiento de esas diferencias, y la necesidad de habilitar espacios para que se personalice el aprendizaje.
La técnica KWL permite precisamente eso: cada individuo explicita en las reflexiones iniciales su punto de partida y sus inquietudes (personales e intransferibles), y en la fase de cierre lo aprendido que, necesariamente, será distinto para cada uno.
En resumen…
Esta técnica es enormemente sencilla, pero a la vez muy potente en la media en que cumple varios objetivos:
Nos ayuda a poner foco en el consumo de contenidos.
Nos pone en un modo mucho más intencional.
Nos ayuda a conectar lo que aprendemos con lo que ya sabemos.
Nos ayuda a personalizar la experiencia de aprendizaje.
Y en definitiva, nos permite incrementar el aprovechamiento de ese tiempo que estamos dedicando a aprender.
Antes que nada, no temas. No pretendo escribir un sesudo artículo lleno de palabrejas raras al estilo de los textos académicos. De hecho, intentaré que “andragogía” sea la única… Mi objetivo hoy es explicar de manera sencilla qué es la andragogía, y qué aporta de cara a la forma en que tú organizas tu propio aprendizaje, o diseñas el aprendizaje de otros en tus cursos o actividades de formación.
Andragogía es un término de origen griego, formado como combinación de “hombre” y “guía”, y se refiere a la educación de adultos. Se utiliza en contraposición a la pedagogía, que sería la educación de niños.
¿Y por qué es relevante esta distinción? Porque los adultos no somos como los niños. Sí, ya, una obviedad, pero… ¿cuántas veces vemos, o sufrimos (o peor aún, hacemos sufrir) experiencias formativas que siguen los mismos patrones que si estuviésemos en un aula de primaria?
Los adultos no somos niños
Insisto, parece una obviedad: los adultos no somos niños. Así que la andragogía tendrá que tener matices diferentes respecto a la pedagogía. Pero… ¿en qué nos diferenciamos? No está de más repasar en qué aspectos somos diferentes los adultos de los niños, y el impacto que tiene eso en nuestra forma de aprender (y por lo tanto de organizar el aprendizaje):
Somos de nuestro padre y de nuestra madre: que cada uno tenemos nuestro carácter y nuestra personalidad es algo que queda patente desde muy niños. Pues a eso sumémosle años de experiencias, buenas y malas. Distintos orígenes, distintas relaciones, distintos entornos. ¿El resultado? Pues eso, cada uno con nuestras “cadaunadas”.
Acumulamos un montón de experiencias: fruto de los años vividos, de las situaciones a las que nos hemos visto sometidos… tenemos un importante equipaje. Algo que puede ser muy útil (a la hora de construir sobre ello nuestros nuevos aprendizajes), y también suponer una barrera en forma de vicios, prejuicios, malos hábitos, frustraciones, malos recuerdos o incluso éxitos pasados… No en vano dicen que desaprender un primer paso fundamental para poder aprender.
Toleramos mal la asimetría: a estas alturas de la vida, todos hemos tenido nuestra cuota de responsabilidades y de experiencias, situaciones en las que hemos “estado al mando” y en las que, en definitiva, hemos ejercido de adultos. Eso de que venga “un listo” a “enseñarnos” como si fuéramos niños, a decirnos lo que tenemos que hacer, a “adoctrinarnos”… lo llevamos mal. Sí, puede que esa persona sepa algunas cosas, pero yo también puedo enseñarle una o dos.
Sabemos cómo somos: llevamos años conviviendo con nosotros mismos, y nos conocemos bastante bien. Tenemos nuestra opinión respecto a cómo funcionamos, lo que se nos da bien y lo que se nos da mal. Solemos ser bastante autónomos en muchas áreas de nuestra vida. Queremos voz y voto en cómo se desarrolla nuestro proceso de aprendizaje, en las actividades que realizamos, en cómo las afrontamos. Se aceptan sugerencias, pero no imposiciones.
Aprendemos porque queremos: no estamos obligados a este proceso de aprendizaje. Estamos aquí porque hemos querido, y seguiremos aquí mientras queramos. En el momento en que no sea así… adiós muy buenas. El factor de motivación es fundamental.
Somos utilitaristas: normalmente queremos aprender porque hay problemas concretos que queremos resolver. Se nos da mal el aprendizaje “teórico” o el aprendizaje “preventivo”. Si no me sirve para resolver el problema que me aqueja, voy a perder el interés.
Tenemos otras responsabilidades: trabajo, familia, ocio, preocupaciones… no tenemos mil horas a nuestra disposición para dedicarlos a este aprendizaje, y nuestra flexibilidad es limitada. O me lo pones fácil, o no vamos a llegar muy lejos.
Algunas claves de la andragogía para facilitar el aprendizaje de los adultos
Si los adultos no somos como los niños… ¿cómo podemos diseñar nuestras experiencias de aprendizaje, tanto para nosotros mismos como para otros? ¿Qué nos puede aportar la andragogía?
Dejar que se individualicen los objetivos: podemos tener en mente un “objetivo general”, pero cada persona va a ponerlo en términos de sus propias necesidades, sus experiencias, su forma de ser… Es importante dejar un espacio y un tiempo, de forma expresa, a hacer que cada uno haga su reflexión y personalice sus objetivos. En mi guía para diseñar un plan de autoaprendizaje eficaz ésta reflexión ocupa un papel fundamental.
Investigar los problemas: ¿cuáles son los “dolores” que la persona intenta curar a través del aprendizaje? Nada de generalidades, cuanto más concreto mejor. Si está dispuesto/a a dedicar tiempo, energía, dinero… al aprendizaje, es para algo. Hay que entender bien ese “para qué” para poder enfocar la actividad a resolverlo. Porque es a eso a lo que ha venido.
Volcar hacia la práctica: cuanto más aplicable sea lo que se haga, mejor. Si puede terminar la clase, o el vídeo, o lo que sea… e irse directamente a ponerlo en práctica en su contexto, mejor. Primero porque eso reforzará su aprendizaje, y segundo porque le da sentido y mantiene su motivación.
Explicar cada paso: los adultos somos seres “más racionales”. Nos viene bien entender “por qué” y “para qué” hacemos cada cosa. Hacer simplemente porque otro nos lo dice no nos hace sentir cómodos. Por eso es importante explicar cada actividad, cada contenido… para que las personas puedan hacerse una composición de lugar.
Basarse en las experiencias pasadas: aprovechemos el equipaje que trae cada uno. ¿Cuáles son sus experiencias concretas? ¿Qué hizo, en qué contexto, qué pasó? ¿En qué acertó, en qué se equivocó, cómo podría hacerlo de forma distinta? Todo lo que sea construir sobre la experiencia concreta es un paso de gigante para personalizar y consolidar los aprendizajes.
Hacer partícipes en el diseño: ¿qué os ha parecido la actividad de hoy? ¿qué haríais de forma distinta? ¿cómo se os ocurre que podemos practicar esto? ¿por dónde os gustaría enfocar la próxima sesión? Hacer que las personas participen en el desarrollo de las actividades de aprendizaje les da un sentido de propiedad, de adaptación a sus necesidades, de motivación… sin el que es más fácil que se desconecten.
Dar opciones: sabiendo que cada persona es distinta, ¿por qué no dar opciones? Si hay alguien que prefiere leer, que lea. Si hay alguien que prefiere ver vídeos, que los vea. Si hay alguien que prefiere hacer más ejercicios, que los haga. Si hay alguien que prefiere empezar por una cosa en vez de por otra, que empiece. Pretender llevar a un colectivo a un ritmo uniforme, y con café para todos, es una pésima idea.
Facilitar la autoevaluación: igual que es cada persona quien establece sus objetivos de aprendizaje, también es quien tiene que determinar si ese objetivo se está cumpliendo o no. La labor del facilitador es dar a la persona la oportunidad de hacerse preguntas y acompañarle en la exploración de qué está funcionando y quién no, siempre desde su propia perspectiva.
Relacionarse de igual a igual: aquí no hay tarima y pupitres. No hay atril. No hay docente y dicentes. En el mejor de los casos hay un facilitador del aprendizaje que se tiene que situar al mismo nivel que el resto del grupo. Que participa como un igual en las conversaciones, que comparte sus experiencias, que no tiene miedo a equivocarse, a que le cuestionen, a dar la razón. Alguien que reconoce que comparte aprendizaje con gente que también tiene mucho que enseñar.
Utilizar el espacio: la relación horizontal tiene su traslación también al espacio físico (o virtual, en su caso). Un espacio que facilite la interacción, que elimine las barreras, que refleje la igualdad en el status, que sea flexible.
Adaptarse al ritmo de vida: sabemos que las personas tienen sus trabajos, sus familias, sus mil y una responsabilidades. Ya no están en el colegio. El tiempo/energía/atención que pueden dedicar al aprendizaje es limitado. Cualquier propuesta de actividad, ejercicios, prácticas, trabajos de grupo, lecturas, lo que sea… debe tener en cuenta esta realidad, y ponerlo fácil. Cosas que puedan hacerse en “ratos muertos”, que no exijan grandes periodos de tiempo continuados, que vayan “al grano”, que puedan gestionar con flexibilidad, que puedan integrar en su día a día…
He subido un vídeo a mi canal de youtube hablando sobre la andragogía y cómo sus conclusiones nos pueden ayudar a preparar mejor los procesos de aprendizaje de adultos.
Llegados a este punto, podríamos argumentar que muchos de estos criterios son perfectamente aplicables al aprendizaje de jóvenes y niños, y de hecho tiene más que ver con un enfoque del aprendizaje más centrado en el “aprendiz” que en la edad. Lo que es seguro es que, para los adultos, no son una opción.
¿Alguna vez te preguntas para qué sirve redactar bien? ¿Merece la pena el esfuerzo que hay que realizar?
Mmm…
Me di cuenta de que el objetivo de redactar era dar cuerpo a ideas endebles, disimular razonamientos superficiales y eliminar cualquier atisbo de claridad. Con un poco de práctica, tu redacción puede llegar a convertirse en una densa e impenetrable bruma.
Hay demasiadas veces en que uno lee textos y siente ganas de darle la razón a Calvin. Parece que hay gente que utiliza la redacción para hacer los textos más difíciles de leer. Cuando en realidad, el objetivo es el contrario: redactar bien sirve para transmitir ideas de la forma más clara posible.
Primero lo primero: escribe correctamente
Imagina que llama a tu puerta un tipo andrajoso, sin afeitar. Le huele el aliento, toda su ropa está llena de lamparones, su pelo está sucio y descuidado. «Hola, buenos días, soy vendedor de seguros, ¿me dedica unos minutos de su tiempo?». Piensa en tu reacción. Apuesto a que, directamente, le dices que se marche. Y oye, puede que sea un fantástico vendedor, y que su cartera de productos sea inmejorable en el mercado. Pero la impresión que deja su aspecto lo condiciona todo: no le vas a dar la oportunidad de demostrarlo.
Faltas de ortografía. Errores gramaticales. Frases mal construidas. Todos éstos son factores que, directamente, inhabilitan nuestros textos. Da igual lo que tengamos que decir, dan igual lo buenas que sean nuestras ideas… el lector no se va a molestar en procesarlas. Va a prejuzgar el texto por su aspecto, y no va a ir más allá.
«Pero qué más da, si al final se me entiende». No, no da igual, por mucho que te empeñes. Si pretendes que valoren tus textos por su contenido, tendrás que esforzarte al menos en llegar a un mínimo de corrección.
Cuidando las formas
Escribir correctamente es necesario… pero no suficiente. Por ejemplo: esta frase está bien. Esta frase no tiene fallos. Esta frase está bien escrita. Esta frase es correcta. ¿A que no puedes encontrar errores en esta frase? Porque esta frase está bien. Esta frase no tiene fallos. Esta frase está bien escrita.
¿Ves? Si analizas el párrafo anterior, no encontrarás (¡espero!) ningún error. Frases bien construidas, respetando la ortografía y la gramática. Sujeto, verbo, predicado. Y sin embargo… es un párrafo que cuesta leer, ¿a que sí?
Aquí entramos en un terreno más sutil, en el que «redactar bien» empieza a ser una cuestión más de opinión que de «reglas». Sin embargo, todos tenemos una sensibilidad que hace que algunos textos nos resulten más agradables que otros. A la hora de escribir, se trata de encontrar ese tono, esa forma, que resulte satisfactoria. Un equilibrio entre lo demasiado simple y lo demasiado rebuscado. Utilizar la misma palabra una y otra vez puede ser un problema, pero también puede serlo utilizar sinónimos rarísimos que sólo se entienden acudiendo a un diccionario. Frases demasiado cortas pueden ser insuficientes, pero frases demasiado largas pueden ser difíciles de leer. Etc.
Es importante siempre tener en cuenta a quién nos dirigimos, y el contexto en el que lo hacemos. No es lo mismo dirigirse a unos niños de primaria, que a tu grupo de amigos, que al consejo de administración de tu empresa. No es lo mismo escribir un whatsapp que una tesis doctoral. Ser capaces de adaptar nuestra redacción al público objetivo y al contexto es fundamental.
En todo caso, suele ser interesante utilizar el principio de economía del lenguaje: cuantas menos palabras, mejor. Cuantas más sencillas, mejor. El objetivo es transmitir unas ideas: cuanto más fácil se lo pongamos al lector, mejor.
La importancia del fondo
Si el objetivo de redactar bien es transmitir unas ideas, tenemos que trabajar esas ideas. La forma del texto es sólo un vehículo. De nada sirve elaborar muchas frases muy bien escritas si después de leerlas la otra persona no ha conseguido entender lo que queríamos decirle.
Así que, antes de escribir ninguna palabra, tenemos que plantearnos: ¿qué queremos conseguir? ¿cuál es el resultado que perseguimos? ¿qué información tiene la otra persona, qué información le falta? ¿qué argumentos podemos utilizar? Se trata de construir un andamio argumental, donde unas ideas dan soporte a las siguientes, hasta llegar a la conclusión deseada. Sólo entonces tiene sentido empezar a redactar frases: cuando tenemos claro lo que queremos decir.
Redactar cada vez mejor
Como casi todo, redactar es una habilidad. Y como tal, se puede desarrollar. Hay verdaderos expertos en redactar bien. Orfebres del lenguaje, que trabajan los textos una y otra vez hasta conseguir un nivel de sutileza casi inapreciable, pero que sin embargo es muy efectivo. Palabras escogidas con mimo para persuadir, para transmitir matices, para dar fluidez y musicalidad a los textos…
Ese camino siempre está abierto si quieres profundizar en él. Pero para muchos de nosotros es suficiente lograr un nivel que nos permita conseguir unos textos aseados que comuniquen bien.