Un fracaso que me hace feliz

«Bueno, pues a ver qué tal funciona».

Respiré hondo, y le di a enviar. Ya no había vuelta atrás (es lo que tienen las newsletters, que no hay Ctrl+Z).

Esta escena se produjo hace algunas semanas, cuando mandé el mail en el que hablaba de «La rueda de la vida». Pero no hablaba solo en general, sino que ofrecía mis servicios para un «Programa de Acompañamiento»: unas sesiones 1 a 1 para hacer el ejercicio de evaluación vital con esa herramienta (hablo de este email).

Vamos, que estaba vendiendo (¡dios mío, ha dicho «vender»!).

Nunca he sido un flipado (al menos no en esto), y no esperaba de repente vender centenares de sesiones.

Pero sí quizás un puñado de ellas.

Al menos recibir un par de correos pidiendo más información.

¿Pero sabes cuántas peticiones me llegaron?

C-E-R-O.

La nada más absoluta.

Y te voy a contar una cosa: de alguna manera, eso me hace feliz.

«Pues Raúl, no es un resultado como para sacar pecho», dirás.

Ya, ya.

Pero déjame que me explique.

Verás, tenía la idea de sacar ese producto desde hace meses, más bien años. Pero siempre lo retrasaba, una y otra vez.

Me ponía mil excusas, pero la puñetera realidad es que sólo había una razón: el miedo.

El miedo a lanzar algo, y que no funcionara. El miedo a no despertar interés, a recibir un golpe de realidad, un mensaje de «lo que ofreces no lo quiere comprar nadie».

El miedo a que pasara justo lo que ha pasado.

Y estoy feliz por dos motivos: el primero es que, en primera instancia, conseguí (¡por fin!) vencer al miedo y lanzar ese email a pesar de tenerlo ahí taladrándome el cerebro.

No solo eso, sino que sucedió el peor de los escenarios que yo imaginaba… y eso me ha permitido comprobar que «no pasa nada». ¿Esto era todo lo que me detenía? ¡Menuda chorrada!

De este «fracaso» saco dos conclusiones:

  • Una: el planteamiento que hice no ha tenido éxito. Ahora puedo investigar por qué (por cierto, si tú tienes algún feedback al respecto… ¡soy todo oídos!), puedo darle una vuelta, puedo cambiar el enfoque… Pero lo importante es que si no lo hubiera lanzado todo seguiría en mi cabeza, sin contraste con la realidad. ¡Y ahí no me permite aprender nada!
  • Dos: el miedo que tanto tiempo me frenó no estaba justificado. Incluso produciéndose «la peor de las consecuencias», no es para tanto. Es algo que me voy a recordar una y otra vez en el futuro, para reírme un poco más de mis miedos y para dar más pasos hacia adelante. Porque la mayor parte de las veces, incluso si sale mal… estaré bien.

PD1.- Justo estos días estoy leyendo el libro «El método«, de Barry Mitchels y Phil Stutz donde, precisamente en el primer capítulo, se habla del miedo. Phil Stutz es, por cierto, el protagonista del documental «Stutz» que ha realizado el actor Jonah Hill (que por ahí gusta mucho, aunque a mí me ha resultado un poco meh).

PD2.- Otra cosa que me daba un poco de miedo: enviar este email. «¿Qué pensará la gente de mí?» «¿Qué imagen estaré dando al contar mi fracaso?». Pues mira, miedo, lo voy a enviar igualmente :).

PD3.- A lo mejor, con este enfoque, empiezo a hacer más cosas diferentes… también con la newsletter. Pero todavía le tengo que dar una vuelta.

Reflexiones sobre mi newsletter

Desde hace un par de años vengo enviando, de forma habitual, un correo (semanal) a mi base de suscriptores. Este formato de newsletter ha «sustituído» en gran medida al blog, o le ha abierto un canal complementario, o lo que sea.

Al final son todo formas diferentes de expresarme, y de lanzar «mensajes en una botella».

El otro día me pasó una cosa.

Cuando envié mi newsletter más reciente, una persona se dio de baja.

No pasa nada, es algo que sucede de manera habitual. Y está bien.

Lo que pasa es que dejó un comentario: «Esperaba algo mejor», dijo.

Y ahí mi ego se resintió un poquito. Sentí la tentación de ponerme en contacto con él, agarrarle de la solapa, y decirle «no me abandones, ¿cómo puedo ser mejor para ti?».

Es curioso observarse cuando la cabeza te lleva por sitios así.

El caso es que después, pensándolo mejor, me di cuenta de que estaba poniendo el foco en el sitio equivocado. Que esa persona que se marchaba porque «esperaba algo mejor» no era tan importante. Y que los verdaderamente importantes no son los que se van dando un portazo, si no los que están día tras día, semana tras semana, a tu lado.

Así que pensé que tenía más sentido preguntarles a ellos.

Por eso envié un correo a un «grupo selecto» de suscriptores: aproximadamente un tercio del total, personas que llevan ya tiempo conmigo y que semana tras semana abren mis correos y leen las cosas que mando.

El objetivo era doble: por un lado agradecer, y por otro indagar: ¿qué te gusta de esta newsletter, qué te aporta, para qué te sirve? Y si pudieras hacer algo para mejorarla… ¿qué sería?

He recibido un buen puñado de respuestas, muy cercanas y cariñosas, que me han hecho reflexionar bastante.

Aquí algunas ideas:

  • De lo que más se repite: que «hace pensar». Que son pequeñas píldoras que remueven algo (obviamente no siempre, pero sí con frecuencia).
  • Me gusta mucho que se perciba y valore la honestidad en lo que escribo, y es algo que se repite bastante. Para mí es un valor fundamental, y me agrada que se transmita así.
  • También gusta el estilo: sencillo, cotidiano… muchas veces partiendo de una anécdota para llegar a una conclusión.
  • El «factor sorpresa», en dos sentidos: por un lado, porque las reflexiones que suelo plantear no son «las habituales», y eso genera un efecto refrescante en muchas personas. Y por otro lado, porque yo mismo debo ser bastante variable… y eso genera el efecto de «a ver por dónde sale Raúl hoy». Esto último me ha hecho gracia :D.
  • Hay una cierta «división de opiniones» respecto a los contenidos personales. Hay quienes los aprecian (como forma de establecer vínculo, compartir vulnerabilidad, etc.) mientras que a otros les «chirrían» un poco más y prefieren un poco más de distancia.
  • También hay variabilidad en cuanto a una parte del estilo: hay quienes gustan más de enlaces y sugerencias, y otros que valoran más las «ideas sencillas y al grano». Supongo que es algo que se puede equilibrar.

Al final, después de este ejercicio, recordé algo que escribí hace ya muchos años, y que sigue plenamente vigente:

«Estos días estoy dejando de seguir a algunas personas en twitter. Una pequeña limpieza de contenidos que han dejado de interesarme. Una de ellas lo ha visto (gracias a qwitter, una herramienta que sirve precisamente cuando un follower deja de seguirte) y se ha puesto en contacto conmigo para saber si había algún problema…

¿Problema? No, ninguno. Simplemente, por el motivo que sea (que es MI motivo) lo que cuentas ha dejado de interesarme tanto como para dedicarle parte de mi atención y prefiero dedicársela a otras cosas.

Que alguien deje de seguirte no significa ni que le caigas mal, ni que tenga ninguna animadversión, ni que no le parezcas un buen tipo… Y perder un follower tampoco debería hacerte dudar sobre si lo que cuentas en tu twitter es interesante o no: cuenta lo que quieras que para eso es tuyo, habrá a quien le guste y habrá a quien no (no se puede gustar a todos), y ya está.

Pero nadie debería pedirme cuentas de lo que leo o dejo de leer, de a quién sigo o a quién no. Si lo hace, se arriesga a que le conteste lo que hay: leo lo que me interesa, sigo a quien me interesa, y lo que tú cuentas ya no entra en esa definición. ¿Puede resultar hiriente? Quiero creer que no, pero si alguien se lo puede llegar a tomar a mal… mejor que no pregunte.

Yo tengo muy claro que cada uno somos los dueños de nuestra atención, la empleamos como mejor nos parece y no tenemos que dar explicaciones a nadie por ello

Pues eso. Que de lo que se trata es de hacer lo que a uno le apetezca. Y, de manera natural, la gente afín se quedará (durante el tiempo que quiera, mientras le resulte útil o apetecible), y los que no encajen, o se cansen, o se aburran… se irán.

Y está bien así.

Hay otro factor sobre el que también he estado reflexionando, y tiene que ver con el carácter «marketiniano» de la newsletter. Es decir, «en teoría» aparte de ser un mero canal de expresión también me gustaría que sirviese como vía para vender(me). Que los suscriptores pudieran pasar, en algún momento, a ser «clientes».

Seguramente, si viniese a auditarme algún «experto», me diría que no lo estoy haciendo muy bien :D. Quizás hago mal por no tener un «buyer persona», y debería tener más el objetivo de la venta en mente, y buscar sus «necesidades ocultas», y eso me haría machacar más determinados contenidos y evitar otros, y fijarme en tasas de conversión, y blablabla…

Pero me voy dejando de pelear con eso.

Porque sigo otras newsletter que van de ese palo, y no me gustan: no puedo evitar la sensación del «vendedor de seguros» que finge ser tu amigo para endosarte, en cuanto puede, un seguro de vida.

Al final, lo que a mí me gusta es generar conexión con las personas que me leen. Ésa es su característica común: les gustan los temas que toco, les gusta la forma en que lo hago, aprecian a la persona que hay detrás. Creo que es algo que, para lo que yo hago (coaching, consultoría, formación) es esencial: no te lanzas en brazos del primer fulano que se te pone enfrente, necesitas confianza.

Y luego alguna de esas personas que me lee estará, además, en una posición en la que pueda acabar siendo cliente: porque le surge la necesidad y tiene el dinero, porque se mueve en un entorno corporativo con presupuesto disponible, o porque conoce a alguien así. Y entonces se acordará de mí, y hablaremos.

Mientras tanto, no pasa nada; seguimos cultivando la relación. Sin presión, sin prisa, sin un objetivo finalista. De persona a persona, no de proveedor a potencial cliente.

Me gusta que me guste escribir en mi newsletter. Creo que es lo que lo hace sostenible y satisfactorio. Del otro lado hay cada vez más gente con la que estoy convencido que disfrutaría de tomar un café largo hablando de mil cosas. Esas personas, a su vez, ven en mí a alguien cercano, sensato, de confianza.

Y eso es un fin en sí mismo, no hace falta que sea un medio para nada más.

Inside Jokes: resumen y aprendizajes

Atraído por la comedia

Desde hace tiempo me siento atraído por el mundo de la comedia y, para ser más específico, con el stand-up (o «los monólogo» que diría Broncano). Aparte de que me resulta en general divertido de ver (¡hay gente muy ingeniosa!) me llama mucho la atención el proceso que siguen los cómicos. Porque parece que simplemente son «gente divertida» que agarra un micrófono y se pone a hablar y a hacer chistes… pero hay mucho más que eso.

Escribir humor es a la vez un arte y un oficio, y además implica todo un viaje desde una idea a la que se le va dando forma, que evoluciona, que se prueba y se cambia (a veces con detalles imperceptibles, pero que marcan la diferencia entre el silencio incómodo y la carcajada).

Y además es un ejemplo de autogestión. Porque eso de salir a un escenario sin más cobertura que un micrófono… uf, hay que tener mucha valentía, y mucha fuerza para vencer la inseguridad, y mucha resiliencia para aguantar cuando las cosas no salen tan bien como te gustarían (que suele ser con frecuencia).

Inside Jokes, una miniserie documental

Por eso, cuando descubrí una miniserie llamada «Inside Jokes» sobre «lo que hay detrás de los cómicos», me lancé a por ella. La serie sigue a un grupo de cómicos en su proceso de selección para la sección «New Faces» de un famoso festival de comedia en Canadá. Es una gran oportunidad, porque supone una puesta de largo ante gran parte de la industria (la que luego les contrata para grandes especiales en las cadenas de streaming, las que les ponen en contacto con estudios para películas y series…). O sea, «la gran oportunidad». Pero, como dice la biblia, «muchos son los llamados pero pocos los elegidos».

La serie recorre las semanas previas a la selección, y finalmente (para los escogidos) el momento de la verdad.

Ideas y aprendizajes de Inside Jokes

Y aquí van algunas ideas que me han resonado después de verla al completo:

  • La pasión de esta gente por hacer comedia. Para la inmensa mayoría es un «hobby» (es decir, se ganan la vida con otra cosa) al que le dedican horas y horas, mucho esfuerzo y sacrificio… pero hay algo dentro de ellos que les lleva a seguir y seguir.
  • Vinculado con lo anterior, la persistencia. Alguno de los aspirantes es la octava o novena vez que se presenta al proceso de selección, después de haber sido rechazados en años anteriores. Eso no les quita el empeño, y siguen intentándolo.
  • La obsesión por conseguir «stage time». Es decir, cuantas más actuaciones mejor. Y no por «hacer dinero» (la mayor parte del tiempo no cobran), sino por poder pulir y repulir su material. Practicar, practicar y practicar, una y otra vez, exponerse al público y sus reacciones…
  • La repetición. Una cosa que me fascina es que, en sus actuaciones, repiten una y otra vez su material. Y sin embargo consiguen hacerlo fresco, como si lo estuvieran casi improvisando en el momento. Es una habilidad que me parece impresionante (¡y que no les aburra me parece todavía más impresionante!).
  • La forma de trabajar el material, desde la idea inicial a la final, con múltiples evoluciones, pequeños retoques, descartes… son como orfebres trabajando con mimo y detalle una pieza de alta joyería. Y, sin embargo, desde fuera parece que «esto podría hacerlo mi primo».
  • La gestión de los nervios, la inseguridad, la angustia... esos momentos previos a la salida al escenario, las caras de concentración, las distintas estrategias que cada uno utiliza para llevarlo lo mejor posible… y la sensación de que, por muchas horas de vuelo que tengan, eso sigue ahí.
  • Lo que en el argot llaman «booming«, es decir, los días en los que el material no fluye, el público no entra a las bromas, y los cómicos quedan encima del escenario teniendo que remar contracorriente. Es algo tan impredecible, y a la vez inevitable de vez en cuando (hasta el mejor escriba tiene un borrón). El ver cómo gestionan esos días también es una lección interesante.
  • El glamour vs. el backstage. Un cómico de éxito puede parecer que tiene una vida estupenda, siempre en el escenario, aplaudido por cientos de personas… pero detrás hay alguien que se pasa el día viajando de acá para allá, muchas veces en soledad. Y eso por no hablar de la cantidad de sitios inmundos donde habrá tenido que actuar en su camino.
  • La competitividad de ese mundillo (o de cualquier otro, en realidad). Todos podemos tener la imagen de algunos cómicos de renombre. ¿Pero cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos de los que llegaron al festival no han tenido continuidad? ¿Cuántos no llegaron ni a presentarse?
  • Y, en paralelo con la competitividad, la camaradería. Es verdad que unos triunfan y otros no, pero a la vez se pueden dar soporte unos a otros. Gestionar esa dualidad tiene su mérito.
  • Hay un tema interesante que tiene que ver con «encontrar tu propia voz». Es decir, utilizar la comedia no como un «artesano» (que lo mismo hace chistes de una cosa que de otra) sino como un «artista», alguien que utiliza ese vehículo para explorarse a sí mismo y para compartir su realidad, su forma de ver el mundo… con otros.
  • La importancia de «ser memorable». Cuando hay cómicos por centenares hay que buscar la forma de diferenciarse. Puede ser el tono de tus chistes, la forma de hablar, tu aspecto físico… pero claramente de todos los que vi hay algunos que recuerdo más, y otros que se quedan en el olvido.

En definitiva, un documental entretenido y que da para pensar en unas cuantas cosas.

Pausa y duelo

Cuenta Tara Brach, en su libro Aceptación Radical, la historia de los primeros vuelos militares que, allá por los años 50, buscaban batir records de altitud. Enfrentados a condiciones desconocidas los pilotos intentaban aplicar su entrenamiento para controlar los aviones… con catastróficos resultados. Hasta que un día Chuck Yeager, en medio de las turbulencias, sufrió un golpe y se desmayó. 

Y claro, desmayado no puedes controlar un avión.

¿Qué sucedió? 

Que el avión inició un peligroso descenso… hasta altitudes donde las maniobras aprendidas por los pilotos sí servían. Chuck Yeager se despertó a tiempo, recuperó el control de la aeronave, y consiguió regresar.

Y en el proceso aprendió algo importante: a veces lo mejor es dejar de intentar controlar las cosas y dejar que pase lo que tenga que pasar. Porque nuestros intentos de control no solo no ayudan, sino que pueden incluso entorpecer.

Tara Brach utiliza esta historia para ilustrar la importancia de «la pausa»: momentos (o etapas) en las que dejamos de pelearnos con el mundo, intenando controlarlo, y dejamos que las cosas fluyan.

Si sigues habitualmente esta newsletter quizás hayas notado algo: en las últimas semanas no te ha llegado.

Cosas de la pausa.

Según la escala de estrés de Holmes y Rahe un divorcio es el segundo evento vital más estresante, solo por detrás de la muerte de la pareja. 

Y es que, por muy bien que lo quieras llevar, y por muy civilizado y sereno que lo afrontes, divorciarse implica muchos reajustes: logísticos, emocionales, relacionales, económicos, identitarios. 

Implica, sobre todo, gestionar una pérdida.

Un duelo.

Elizabeth Kübler-Ross habla de cinco etapas del duelo: la negación, el enfado, la negociación, la depresión y la aceptación. Pero, aunque resulte útil hablar de «etapas», lo cierto es que no es un proceso lineal. Las etapas se mezclan unas con otras, a veces en el curso del mismo día. Por semanas parece que estás más cerca de la aceptación, y luego algún evento te vuelve a echar para atrás, y te encuentras dando tumbos por el enfado o la tristeza.

Un cacao que, salvando las distancias, se parece a las condiciones desconocidas que enfrentaban los pilotos de los años 50 cuando se elevaban miles de metros sobre el suelo. Un cacao en el que, a lo mejor, una pausa es lo mejor que puedes hacer.

Te confieso que, desde la autoconsciencia, es curioso verse metido en esas turbulencias. Ir identificando las emociones y las sensaciones, y asociándolas a las distintas etapas.

La parte buena es que sabes que es un proceso y que, en algún momento, las turbulencias cesarán y volverás a alcanzar cierta estabilidad.

La parte mala es que ser consciente del proceso no te libra de vivirlo con toda la intensidad.

Esta newsletter tiene también una parte buena y una mala.

La buena es que es «de autor», muy personal y muy honesta. Aquí no hay refritos, ni «publicar por publicar», ni asepsia. Todo nace de la reflexión personal y de las ganas de compartir.

La mala es que es «de autor», muy personal y muy honesta. Y eso implica que el contenido de la newsletter (incluso su propia existencia) va ligada al momento vital de quien la escribe, a sus inquietudes e intereses en cada momento. Y eso a veces hace que las temáticas no sean tan «estables», o tan ceñidas a la promesa inicial, o tan «estrictamente profesionales» como a lo mejor alguien podría esperar.

Si me llevas leyendo un tiempo esto es algo de lo que ya te habrás dado cuenta. Y como sigues por aquí puedo concluir que no te disgusta del todo. Gracias por eso 🙂

Lo digo porque básicamente eso va a seguir siendo así: no concibo esta newsletter de otra forma.

¿Y a partir de aquí qué?

Pues como suele suceder en la vida… lo iremos descubriendo, yo el primero :).

La hostia de Will Smith

Hoy quiero hablarte de la h*stia de Will Smith a Chris Rock (o el sopapo, o el soplamocos, o la bofetada a mano abierta, ¡placa, placa!).

Y es que no siempre un tipo gana el Oscar al mejor actor protagonista y al mejor actor de «reparto» la misma noche (este chiste lo vi en internet, me pareció glosioso).

Dirás, no sin razón, que «a buenas horas mangas verdes». Que este tema ya está muy pasado (tres semanas ya!), y que ya se ha dicho todo lo que había que decir al respecto.

Que si el machismo tóxico, que si la violencia, que si los límites del humor, que si los traumas pasados, que si la alopecifobia…

Puede ser.

Pero a mí me sigue dando vueltas una idea.

Porque verás, a mí Will Smith siempre me ha caído bien. Ya no es solo la nostalgia del Príncipe de Bel Air. Es que a lo largo de los años el tipo ha mostrado una imagen cercana, siempre a favor del show business. Y además tiene por ahí un montón de entrevistas y vídeos donde hace reflexiones bastante interesantes a nivel de desarrollo personal.

Y entonces va, se levanta, y le arrea un guantazo a Chris Rock.

No me jodas, Will.

Ya no me puedes caer bien.

¿O sí?

Resulta que nuestro cerebro es un vago. Si puede, prefiere entender el mundo en términos duales: bueno/malo, amigo/enemigo, blanco/negro, a favor/en contra.

Etiquetas que le agilicen el trabajo de pensar.

«Déjate de matices, y dime si A o B».

Y cuando se produce un hecho que desafía esa dualidad… sufre.

Es lo que llamamos disonancia cognitiva (hablé de ello hace un tiempo aquí), y el cerebro la suele resolver a martillazos: en este caso, o «Will Smith ya no nos cae bien, y en realidad nunca nos cayó bien» o «en realidad esa torta se la tenía merecida Chris Rock» / «el pobre Will Smith tenía un trauma de infancia» / «estaría nervioso»… (porque Will Smith nos tiene que seguir cayendo bien y de alguna manera hay que casar su comportamiento con eso).

Y así el cerebro vuelve a su dualidad y se queda tranquilo.

Si te fijas, gran parte del debate posterior fue en este sentido.

Pero… ¿y si todo fuese más complejo?

Ya Robert Louis Stevenson exploraba esta idea con el Doctor Jekyll y Mister Hyde.

Walt Whitman iba más allá, y decía que «contenemos multitudes».

¿Y si Will Smith no es ni bueno ni malo?

¿Y si es complejo, caótico, multifacético, cambiante, contradictorio?

¿Y si es, simplemente, humano?

«Por eso las historias nos gustan; nos dan la claridad y simplicidad de la que nuestras vidas carecen».

Ésta es una cita de la novela «El nombre del viento», de Patrick Rothfuss. Y me gusta porque refleja esa idea: que las etiquetas y simplificaciones, por mucho que le gusten a nuestro cerebro, difícilmente representan la realidad. 

Así que si te descubres cayendo en ese pensamiento dual… piénsatelo dos veces.

PD.- Will Smith me sigue cayendo bien Y me parece completamente fuera de lugar lo que hizo. Mi cerebro sufre al escribir estas dos frases juntas… pero que se fastidie. 

Por qué no funcionan los procesos

Un hombre guarda un pesado maletín en la caja fuerte de la habitación del hotel.

Su compañera le dice: «Eso incumple el protocolo, hay que llevarlo encima en todo momento.»

A lo que él responde: «Esa norma la dictó un burócrata que no ha llevado uno en su vida. Qué se metan el protocolo por el c**o, que carguen con uno de estos y verán qué gracia.»

Esta escena tiene lugar en el segundo capítulo de la serie «The Umbrella Academy», y no pude por menos que apuntar el diálogo. Porque justo (casualidad) venía a ilustrar un tema en el que andaba pensando.

Umbrella Academy season 2: Will Hazel and Cha-Cha return?

Procesos, protocolos, procedimientos

Escribía David en twitter, hace unos días: «No debería ser tan difícil hacer protocolos, no debería ser tan difícil analizar basándose en datos, no debería ser tan difícil reducir el factor fallo humano.»

Y ciertamente, «no debería ser tan difícil». Diseñar una serie de instrucciones claras que cualquiera puede seguir: «primero hay que hacer esto, luego esto, y luego aquello», «si se dan estas circunstancias entonces hay que actuar así, y si no asao», «este archivo se guarda aquí, este otro se destruye, asunto arreglado».

4 pasos para elaborar un manual de procedimientos | Grandes Pymes

Esa es la gracia de los procedimientos: que alguien se sienta, piensa y analiza cuál es la mejor forma de hacer las cosas. Y luego da esas instrucciones a los demás, para que lo ejecuten tal cual se ha diseñado. Así nos aseguramos que todos lo hacemos siempre igual, sin importar si ese día estoy yo o estás tú. Consistencia y eficiencia.

Parece lógico. Y de hecho es lo que muchas empresas intentan. Pero te habrás fijado que no siempre funcionan…

Procedimientos diseñados por burócratas

La escena que describía al inicio del artículo refleja uno de los problemas a la hora de aplicar procedimientos.

«Esto lo diseñó un burócrata que no tiene ni idea». Y entonces pone sobre el papel cosas que aparentemente son sencillas, lógicas, coherentes… pero que cuando se llevan a la vida real no hay dios que las ponga en práctica.

The bureaucrat and bureaucracy revisited

Hace tiempo participé en una formación en la que se les explicaba a unos repartidores cómo tenían que actuar para promocionar un nuevo servicio que estaba en venta. Un guión perfectamente diseñado, con apoyo de una app para el móvil en la que tenían que apuntar unos datos. Al explicárselo, se me reían en la cara: «Jajaja, pero si la mayoría de las veces tengo que dejar el camión parado en medio de la calle y hacer el reparto corriendo, ¿me voy a entretener a charlar con el cliente?»… «Jajaja, pero si la mayoría de la zona donde hago el reparto no tiene cobertura de datos, ¿cómo voy a usar la app?».

Diseñar un buen proceso requiere mucho tiempo. No es algo que un «burócrata» (o un consultor, ejem) pueda hacer en un ratito, encerrado consigo mismo en su despacho. Hay que conocer muy bien las circunstancias reales en las que ese protocolo se va a aplicar, hay que incorporar a las personas que lo van a poner en práctica, hay que hacer pilotos y refinar…

En fin, que es un curro.

Procedimientos para robots

Muchas veces lees un procedimiento y piensas: «si esto fuese un programa informático, seguro que funcionaría».

Pero es que si incluso los ordenadores a veces hacen cosas raras cuando tienen que seguir instrucciones… ¡imagínate las personas! A las personas nos cuesta ceñirnos a los procedimientos. Es aburrido, rutinario.

Humanlike Robots and Your Brain Creepy Feeling

Nos gusta aplicar nuestro criterio. «Este paso me lo salto, que no es necesario», «yo creo que mejor hacerlo así», «en este caso hay que hacer una excepción», «para qué voy a seguir todos los pasos si yo ya sé».

Por no hablar de sesgos, estados de ánimo, distintas capacidades… no hay protocolo capaz de adaptarse a eso.

El nivel de detalle de los protocolos

Sucede con los protocolos una cosa curiosa: si quieres cubrir todas las eventualidades, te toca hacer un protocolo con infinitos detalles y matices. Tan largo, tan detallado… que no hay forma humana de tenerlo en la cabeza. Y por lo tanto, aunque en el papel esté perfecto, en la realidad no es aplicable.

Man Makes Ridiculously Complicated Chart To Find Out Who Owns His ...

Y al contrario, si lo dejas «de alto nivel»… encontrarás que no se cubren todas las posibles circunstancias… y por lo tanto el protocolo no te sirve para regular al 100% la forma de actuar.

Protocolos para todo

Hay empresas donde se toman muy en serio eso de los procesos y los protocolos. Cada vez que alguien da una instrucción, lo hace así. ¿Resultado? Empresas que se juntan con decenas y cientos de protocolos.

El primer problema de esa sobreabundancia es que, muchas veces, esos protocolos no son coherentes entre sí. «Si aplicase al 100% todas las normas, mi trabajo sería imposible». Normas que se contradicen, dedicaciones de tiempo imposibles… consecuencia, las personas acaban tirando «por la calle de enmedio»: hacen lo que buenamente pueden, plenamente conscientes de que están violando alguno de los procedimientos.

ShareThis Startet sein WordPress Plugin neu! | ShareThis

Hay un concepto que me encanta, y es el de la «huelga de celo»: cuando las personas de una empresa se conjuran para respetar y seguir escrupulosamente todos los procedimientos. Las organizaciones no tardan en reventar.

Y un segundo problema de la sobreabundancia de procesos: es muy difícil, por no decir imposible, que una persona tenga en mente todos y cada uno de los procedimientos que le afectan en su día a día. Simplemente tenemos una capacidad limitada.

Protocolos sin controles y seguimiento

Quienes diseñan procesos y procedimientos pueden llegar a tener una sensación curiosa: «ya está, ya diseñé el procedimiento perfecto. ¡Hágase!». Un poco al estilo del Génesis, «hágase la luz y la luz se hizo».

Pero, para que un protocolo acabe de verdad interiorizado en una organización, hay muchos pedales que dar. Diseñar el proceso es la parte sencilla. Hacer que se cumpla es lo difícil.

  • En primer lugar, hay que dedicar mucho tiempo a formar a las personas. No vale enviar un mail con «aquí tenéis el protocolo, aplicadlo». Hay que acompañarlas durante mucho tiempo, asegurando que repiten una y otra vez la forma correcta de hacer las cosas. Que interiorizan, que automatizan. Solo cuando has hecho una cosa de determinada manera decenas de veces puedes tener cierta seguridad de que lo seguirás haciendo así en el futuro.
  • Dentro de los procedimientos también conviene incorporar elementos que obliguen a que las cosas se hagan de determinada manera. Por ejemplo, en mi coche se puede configurar la conexión con el teléfono móvil… pero solo si el coche está con el motor apagado. Eso impide la tentación de que quiera configurarlo mientras voy conduciendo. No es solo que haya una instrucción de «no configure el móvil mientras conduce», es que introduzco los mecanismos para que no pueda hacerlo.
  • Los procedimientos hay que seguirlos durante mucho tiempo, estableciendo mecanismos de control. ¿Se están respetando? ¿Están cumpliendo sus objetivos? Pueden establecerse cuadros de mando, auditorías, mistery shoppings… no vale solo con esperar que las cosas se respeten sin más, hay que asegurarse de que es así.
  • ¿Y si no se cumplen? Debería haber consecuencias. De nada vale marcar un protocolo si luego resulta que, cuando no se cumple… no pasa nada. O lo que es peor, pasa o no pasa en función del día que tenga el jefe ¿Qué mensaje se transmite? Pues que el protocolo da igual. Que es papel mojado. Así que sí, tiene que haber una «policía del protocolo» que se encargue de que se cumple, y de castigar cuando no sea así. Si no, mejor no tenerlos.

La consecuencia de todo esto te la puedes imaginar: hace falta tiempo y hacen falta recursos. Y en eso fallan muchas organizaciones: quieren tener procedimientos, pero no quieren asumir el coste derivado de ponerlos en marcha y hacer que se cumplan. Con lo cual acaban en un «quiero y no puedo» bastante absurdo.

Cambios de protocolos

«Actualización del protocolo». Lees el mensaje y échate a temblar. ¿Cuántas de las cosas que hasta ahora venías haciendo tienes que empezar a hacer de forma distinta? Y eso cada pocos meses.

Claro, esto no sería problema si estuviésemos hablando de un programa informático. Cambio las instrucciones, y el ordenador responde sin problemas. Pero las personas no somos robots. Nos acostumbramos a hacer las cosas de una determinada manera, y nos cuesta cambiar el paso. Y más si esos cambios se producen constantemente. «No, eso que esto ya no se hace así, se hace asá», «es que ese pequeño detalle ahora es de otra manera». Para volverse locos.

Pero lo contrario también es cierto: protocolos que no se actualizan nunca. A pesar de que las circunstancias hayan cambiado, a pesar de que ya se haya avisado que no están siendo eficaces, a pesar de que hayamos propuesto formas mejores de hacer las cosas. Entonces, ¿de qué sirven? De nada. Y las personas acaban ignorándolos.

Entonces, ¿procesos sí o no?

Los procesos y procedimientos son, aparentemente, una buena idea. Instrucciones homogéneas para que todos hagamos las cosas bien, y todos de la misma manera.

Pero, como hemos visto, hay muchos factores a tener en cuenta a la hora de diseñar procedimientos y hacer que funcionen. Hay que dedicarles tiempo y recursos, y ser muy coherentes con ellos.

O sea, que si te pones, te pones.

Si no, acaban generando más daño que beneficio.

Reconstruir la web desde cero

Historia de dos negligencias

Nunca piensas que vas a necesitar una copia de seguridad… hasta que la necesitas. Y no la tienes.

El 7 de mayo de 2020, mi web dejó de funcionar. «Se habrá caído el servidor». Paciencia. No es la primera vez. Pendiente de lo que diga la compañía a través de twitter… un «problema no identificado con el centro de datos»… su propia web también está caída…

Haces una búsqueda. Aparece la noticia de que el CEO de la empresa lleva meses metido en juicios por fraude y se ha declarado en bancarrota. La mosca detrás de la oreja. ¿Qué está pasando? Crece la inquietud. No puedo acceder a mi web. No puedo recuperar los datos. No puedo hacer, básicamente, nada con ella. Y empieza a formarse un pensamiento… «¿Y si…?»

«Pero tendrás una copia de seguridad en tu ordenador, ¿no?». Ehem. ¿Sabes esas cosas que sabes que deberías hacer pero no las haces? ¿Como por ejemplo tener una copia de seguridad más o menos reciente de tu web? Pues eso. Aquí no hay más responsable que el que suscribe, y no cabe echar balones fuera.

Finalmente aparece un comunicado de la empresa. Que llevan tiempo con dificultades financieras. Que, básicamente, llevaban tiempo sin pagar al centro de datos. Y que el centro de datos ha decidido cortar el servicio, y que no han podido hacer nada. Que intentarán recuperar los datos, pero que puede ser algo que lleve semanas… y que tampoco lo garantizan.

Adiós a 15 años de contenidos

Empecé mi blog en diciembre de 2004. Son más de 15 años de generar contenidos. Casi 2000 artículos escritos. Que no diré que todos fueran brillantes… pero había algunos que estaban realmente bien. Todo ello, desaparecido como si Thanos hubiese chasqueado los dedos. Desvanecido. Puf.

Estoy bien.

No, en serio, estoy bien.

O sea, el impacto «real» es bastante relativo. Sí, tenía una cierta cantidad de visitas recurrentes a la web, algunas páginas posicionadas en Google… pero nada del otro mundo. Nunca hice dinero con la web, no dependo de ella para nada. La mayoría de los artículos (incluso de los buenos) estaban enterrados en los archivos y no les caía ni una triste visita.

Pero claro, son 15 años de publicar cosas. En estos 15 años el blog se convirtió en un compañero, un testigo de mis circunstancias y de mis pensamientos. Y ahora ese compañero ya no está. Y un poquito de duelo va a tocar hacer.

Lo que es la vida, un día antes había publicado en twitter una minireflexión sobre mi «patrimonio digital»: lo satisfactorio que resultaba tener todo eso generado, y cómo cada dos por tres surgía la oportunidad de pasarle a alguien un enlace. «Mira, escribí sobre el tema hace un tiempo». Ahora me seguiré acordando de todas esas cosas que escribí… pero no podré buscar el enlace.

Adios patrimonio. El señor me lo dio, el señor me lo quitó.

Tocará renacer, ¿no?

Mirándolo por el lado positivo, la mayor parte de lo que el blog me aportó sigue conmigo. Las reflexiones, las ideas que se han ido consolidando con los años. La rutina de pensar. Las personas a las que he tenido oportunidad de conocer. La mucha o poca reputación que me haya traído. Mi capacidad para generar nuevas ideas (o para reescribirlas, si hace falta) está intacta, y si me apuras más afilada después de todo este tiempo.

Como una noche de San Juan adelantada, esta circunstancia me ha puesto en la tesitura de «quemar todas mis posesiones» y empezar de nuevo, limpio. De la nada.

Y eso es lo que va a pasar. Empezaré a crear de nuevo. A darle quizás más sentido, más estructura, más foco. A reforzar la idea de generar contenidos prácticos, útiles, coherentes. ¿Quién sabe? Quizás esto haya sido lo mejor que me podía pasar.

Ah, y también empezaré a hacer copias de seguridad. Espero.

PD.- Cabe la posibilidad de que acabe recuperando el contenido. Si es así, será bienvenido, y me servirá para recuperar aquello que merezca la pena. ¿Y si no? La vida sigue. Siempre sigue.

(Actualización 11-mayo: con la ayuda de una buena amiga, seguidora del blog desde hace años, he conseguido recuperar gran parte de los contenidos desde 2012 en adelante. Veré de qué manera puedo ir resubiendo lo más interesante a la web… me siento muy agradecido de contar con seguidores así <3)

(Actualización 16-mayo: mi ex-hosting consiguió, contra todo pronóstico, que el centro de datos nos permitiese acceder a nuestros datos durante 48 horas. Aproveché para entrar y hacer mi copia de seguridad. Aun así, creo que no haré una resubida masiva… sino que aprovecharé para ir filtrando y subiendo contenidos a medida que vayan siendo oportunos y útiles. ¡Gracias por vuestro interés!

14 ideas para sobrevivir al confinamiento sin perder la cabeza

Cosas del confinamiento

¿Cómo lo llevas? No sé desde dónde me lees, ni cuál es tu situación concreta. Aquí en España llevamos 4 semanas de «estado de alarma». En lo personal, para mí son cuatro semanas encerrado en casa con mi mujer y mis dos hijos. Con algo de trabajo, pero lógicamente impactado por la caída/cambio de prioridades de mis clientes.

Afortunadamente estamos bien de salud, tanto nosotros como nuestra familia cercana, y eso ayuda a tener perspectiva. Aun así, no es fácil esto del confinamiento. Y hay momentos, y días, donde se hace cuesta arriba.

Leía hoy un artículo interesante sobre la experiencia de astronautas y otros científicos que experimentan periodos largos de aislamiento. En él se detallan algunos síntomas que quizás te resulten familiares: depresión, ansiedad, irritabilidad, trastornos del sueño, apatía, aburrimiento, falta de motivación, inercia mental, comer de forma compulsiva, emociones negativas, tendencia al conflicto… 

Y si le sumamos la incertidumbre respecto al futuro… en fin, menudo cóctel.

Te confieso que en cierta medida me ha aliviado leer que eso es «normal». Porque sí, yo voy pasando por algunos de esos estados, y los voy gestionando lo mejor que puedo. Que a veces es mejor, y a veces peor. ¡Pero hay que seguir remando!

¿Y qué podemos hacer al respecto?

Sabiendo que «esto es lo que hay», y que quizás vaya a durar más de lo que nos gustaría, he recopilado algunas ideas que pueden ayudarte a gestionar mejor esta situación:

  • Acepta cómo te sientes: bastante tienes con «sentirte mal», como para encima «sentirte mal por sentirte mal». Reconoce y acepta tus sensaciones, no luches contra ellas. Son normales, eres un ser humano. Con estas cartas tenemos que jugar.
  • No te compares: las redes sociales ya son de normal una fuente de frustraciones (todo ese «postureo» de viajes, fiestas, comidas, actividades interesantes, selfis perfectos…). Pues también está el «postureo de confinamiento»: los que hacen ejercicio, los que consumen mucha cultura, los que se divierten horrores con sus hijos, los que hacen manualidades increíbles, los que son superproductivos, los que gestionan fenomenal sus emociones, los positivos y buenrollistas… ¿y tú qué? ¿no llegas a la altura? Quítale peso a eso… es una comparativa falsa que no te lleva a ningún sitio.
  • Comunica cómo te sientes: a las personas con las que convives, a las personas con las que trabajas… es duro (a mí me pasa) sentirse mal e insistir en «ponerse la careta» y fingir que todo va estupendamente. Poner las cartas sobre la mesa por un lado alivia, y por otro lado ayuda a que los demás ajusten su comportamiento. Porque simplemente hay momentos en los que «no está el horno para bollos».
  • Limita el consumo de información: si te pasas el día viendo noticias e informes, y hablando con otros del coronavirus, y del impacto social, y del económico, y leyendo dramas humanos… ¿qué crees que va a pasar con tu mente? ¿y qué crees que vas a transmitir tú a los demás? Somos botijos, y si nos nutrimos de otras cosas más positivas estaremos mejor y ayudaremos a los demás a estar mejor.
  • Agárrate a una rutina: en tiempos de incertidumbre, tener una rutina a la que agarrarnos nos da estabilidad. Aunque sea los horarios de las comidas, el rato que dedicas a leer, el rato de juego en familia… la rutina da estructura a nuestros días, y nos permite sentir que hay cosas «ciertas».
  • Haz tareas concretas y tangibles: un poco por lo mismo que lo anterior. Realizar una tarea concreta nos ayuda a tener sensación de control en un entorno «incontrolable». Puede ser alguna tarea casera (curiosamente a mí me ayuda planchar), algo de bricolaje (ya he limpiado un par de desagües), manualidades, cambiar los muebles de sitio (he girado el escritorio :D), cocinar… en fin, cosas que te hagan sentir eso que los psicólogos llaman el «locus de control interno».
  • Medita: no sé si tendrás mucha o poca práctica en meditar. Pero en estas circunstancias te puede ayudar. Sentarte un rato, en silencio, a observar tus pensamientos y tus emociones… reconocerlos… aceptarlos… y dejarlos ir (hace no mucho escribí un artículo de meditación para principiantes, por si te sirve de ayuda.
  • Lleva un diario: de forma parecida a la meditación, llevar un diario es una forma de descargar lo que llevamos en la cabeza y de ganar claridad. No tienen que ser rollos largo y sesudos (o sí, lo que te salga), el mero hecho de sentarte a reflexionar de manera consciente es lo que te ayuda. Si la cabeza se te alborota, escribe.
  • Reserva un espacio/tiempo para ti: obviamente solo si vives el confinamiento en compañía… encontrar esos momentos de aislamiento (aunque solo sea ponerse unos auriculares y estar a tu bola, con un cartel real o imaginario de «no molestar») puede aliviar mucho eso que llaman la «saturación convivencial».
  • Haz ejercicio: no te voy a mentir, no es mi fuerte. Ni tengo bici estática, ni hago rutinas llenas de burpees y flexiones, ni contorsiones de yoga. Pero incluso yo siento la necesidad de caminar alante y atrás por el pasillo (escuchar un podcast ayuda a que no sea tan aburrido), hacer unos estiramientos o subir y bajar algún tramo de escaleras. Mover el cuerpo, en definitiva.
  • Mantén los lazos sociales: incluso yo, que soy de natural «ermitaño», siento que me viene bien tener mis ratitos de interacción. No me verás jugar al bingo con los vecinos (¡introvertidos al poder!), pero una charlita agradable con amigos recupera el espíritu (y más si evitamos «el monotema»).
  • Ríete: sí, también hay momentos para la risa, ¿cómo no? Haz un poco el tonto, cuenta chistes, mira memes por internet… sí, hasta del coronavirus te puedes reír. Dicen que el humor es una de las formas más útiles de digerir las inquietudes… pues toca reírse, y mucho.
  • Ponte al sol: yo tengo menos suerte que otros (nada de casa con jardín), y más que otros (tengo una terraza hermosa). Pero en la medida en que puedas (aunque sea asomarse un rato a la ventana) es bueno que te dé el sol, y el aire fresco. Ya que no podemos pasear por el campo (¡ay, mis viñas, cuánto las echo de menos!), al menos que podamos respirar y sintetizar vitamina D.
  • Celebra y agradece: es fácil caer en la frustración («estoy hasta el gorro, ¿cuánto va a durar esto?»). Pero cada día tenemos oportunidades para agradecer. Esos minutos de calma, esos ratos de risas, esa conversación… ¡ese bajar la basura! Ponle foco a las cosas que puedes agradecer y celebrar, que eso te sienta fenomenal.

¿Se te ocurren ideas que añadir a esta lista? ¡Déjamelas en los comentarios! Y si crees que este artículo puede ser útil para alguien más, no dudes en hacérselo llegar. ¡Ánimo, y a seguir!

Recomendaciones de verano para desconectar, evadirse y reflexionar

Entramos de lleno en el verano y, al menos en España, lo vivimos con calor (con lo que a mí me gusta el fresquito…) y con la perspectiva generalizada de tomar unos días de descanso. Las vacaciones de verano son un clásico.

He de confesar que empiezo a escribir este post con notable ilusión. Hace unos días me planteé que podía estar bien tener una perspectiva de cómo aprovechan otras personas sus vacaciones para desconectar, para evadirse y/o para reflexionar un poco. Y para ello se me ocurrió pedir ayuda a los suscriptores del blog, y también a los seguidores de twitter.

Éste siempre es un movimiento un poco arriesgado, porque en tu cabeza siempre está el runrún de «¿y si no contesta nadie?» Pero por probar nada se pierde, ¿verdad? Y lo cierto es que la respuesta ha sido entrañable, por la variedad y por la calidez.

Así que quiero empezar dando las gracias a Lourdes López Bravo, Alberto Mallo, Jaime Buelta, Enrique Bullido, Enrique Gonzalo, Luis Alberto Santos, Mª Ángeles Juliá, Jorge Alastuey, Rodrigo Vasconcellos, Noemí Carro, Pablo Romanos, Thibaut Deleval, Mar Castelló, Bea Jiménez, Daniel «psicólogo de provincias», JJ Merelo, Antonio de Ancos, Juan Luis Hortelano, Patricia Millán… por sus respuestas, y por su generosidad en compartirlas. Entre todos nos ofrecen un mosaico muy variado de opciones con las que podemos sentirnos identificados, o que pueden estimular nuestra curiosidad y servirnos de ejemplo.

Por cierto, algunas de las contribuciones han sido en formato audio, y con ellas he montado un episodio del podcast «Diarios de un knowmad». ¡Nada mejor que oír a cada uno expresarse con sus propias palabras!

Y si estás leyendo esto, y te apetece contribuir… ¡los comentarios son todos tuyos!

¿Qué actividades realizas para desconectar?

Ésta era mi primera curiosidad. ¿Qué es lo que hacen los demás para tener sensación de «desconexión», para recargar pilas físicas y mentales?

  • Empezando por la propia importancia de desconectar, literalmente.
    • Como dice Maria Ángeles, procura «dejar el móvil, ordenador y televisión a un lado. Creo que estamos hiperconectados  y más cuando trabajamos, la tecnología forma parte de nuestro día a día, y nos consume mucha energía. Pasar de ella por unos días me ayuda a conectar mejor conmigo misma y con los demás».
    • Lourdes también incide en la importancia de poder disfrutar «teniendo el móvil lejos o en modo avión, planificando cuántas veces al día lo vas a mirar y en qué momentos, para así estar tranquila por tenerlo desconectado el resto del tiempo».
    • Noemí, cuando va a su casa del pueblo, también se desentiende del móvil «según entro, y no lo vuelvo a coger hasta que me voy».
    • Aunque, como apunta Juan Luis, la desconexión no tiene por qué ser total: «El mero hecho de estar en formato vacaciones, cambiar de hábitos, levantarte a otra hora, pasear por sitios distintos… ya me ayuda a desconectar bastante, y no es un problema seguir atento a las cosas de trabajo si hace falta».
    • Y de hecho, como dice Alberto, «para mí desconectar es la oportunidad de conectar».
  • Cambiar de entorno es otro factor clave de desconexión
    • Bea lo deja claro, necesita «alejarse del asfalto y entrar en contacto con la naturaleza».
    • A Enrique, por ejemplo, le atrapa el mar: «sentarme a mirar el mar, olerlo, notar la brisa, pasear cerca de él…»
    • A Lourdes le gusta complementarlo con las puestas de sol, «ya sea disfrutando del último baño del día o bien sentada en un chiringuito con una cerveza bien fría».
    • Noemí aprovecha la montaña de León para «ir al pantano al que puedo ir a pasear, tomar el sol…»
    • Lo mismo que Enrique, que se pirra por pasear «en un entorno diferente al habitual, ya sea la playa o la montaña» y eso hace que «el chip mental cambie y esté preparado para nuevas ideas».
    • La montaña es clave para Mar: «Subir a la montaña y contemplar un paisaje. Cuando hacemos excursiones o caminatas, lo más maravilloso del mundo es cuando estás arriba y ves lo pequeño que es todo. Lo inmenso que es el mundo. Me ayuda a poner las cosas en su sitio y a quitarle importancia  lo que no la tiene. Y… si has subido en bici… bajar y sentir el viento en la cara… y el olor a pinos… es total».
    • Y viajar, siempre viajar: «Ver otra gente, otras costumbres, otros tipos de vida, te ayuda a salir de tu mini mundo y querer dar más tiempo a lo que realmente importa».
    • Pero no hace falta irse lejos, sino simplemente cambiar la mirada. Patricia se propone «redescubrir la ciudad», a través de visitas guiadas, visitas a museos menos conocidos, recorrer barrios menos habituales… y así «sorprendernos de lo que tenemos en casa y ver la amplitud de nuestra ciudad».
  • Hay quien aprovecha este espacio «entre cursos» para dedicar tiempo a cosas que no son estrictamente ocio, pero para las que no hay tanto tiempo en el día a día:
    • Jaime, por ejemplo, se dedica a «experimentar» con cosas cercanas a su trabajo (es programador) como explorar un nuevo lenguaje, una herramienta distinta… «más en plan juguetear».
    • Luis Alberto aprovecha para «hacer balance anual, ya que en verano hay más tiempo y desconexión», y sobre todo plantearse «qué hacer de cara al nuevo curso».
  • Las relaciones sociales son otro elemento clave:
    • Mar indica que «estar con mi familia y mis amigos, sin hora, me encanta. Disfruto muchísimo de charlar, andar, ver cosas, viajar, lo que sea juntos. Es la felicidad por excelencia también».
    • Enrique, en sus paseos, disfruta de poder charlar «con personas con las que no tengo tanto trato de manera habitual» que le aportan «nuevos puntos de vista».
    • Lo mismo le pasa a Pablo, que aprovecha a «ver amigos a los que no veo en el resto del año»
    • Dentro de estas relaciones están, por supuesto, los niños: «pasar el tiempo con ellos en la piscina», como dice Alberto, o en en centro social donde acude Jorge. Es momento también para compartir juegos, como hace DRoss, aunque con un matiz: «Me encanta observar sus estrategias para aprender y ganarme. Soy psicólogo. Y aunque suene mal utilizo a mis hijos como conejos de cobaya. Ellos se divierten y yo aprendo esa manera fresca de mirar las experiencias»
  • La actividad física, más intensa o más moderada, también forma parte del menú de descanso:
    • Los paseos, como ya hemos visto, son práctica habitual para Enrique, para Noemí… y para Pablo, que se lleva a su perro de compañía.
    • Alberto se apunta al deporte («cualquier tipo»).
    • Mar disfruta nadando («Nadar a braza a ritmo medio… podría estar también horas. Me salgo del agua porque me empiezo a arrugar jajajaja. En fin, además de ayudarme a desconectar, es mi momento estrella de inspiración. Me ayuda a pensar, reflexionar y conectar conmigo misma.»), haciendo excursiones o incluso bailando («no sé quién comenzó esto del baile pero realmente hay sentimientos que solamente puedes expresar bailando»).
    • Thibaut se apunta a «jugar al golf».
  • La música, y la creatividad en general, también es un elemento importante para algunas personas
    • DRosso dedica tiempo a tocar la guitarra, y próximamente un ukelele «para hacer versiones y componer canciones nuevas (aunque quizás haya que llamar descomponer canciones porque cojo Satisfaction de los Stone y les cambio la letra por temas divertidos)»
    • Mar también conecta con la música, que «no solamente me hace desconectar, me transporta a otro mundo. Me encanta escucharla sola pero me encanta también compartirla.  Mi hijo a veces viene corriendo para compartir uno de sus cascos conmigo, porque ha encontrado una canción o pieza fantástica y es lo que más feliz me puede hacer del mundo»
    • Thibaut disfruta de la fotografía y sus «paseos de streetphotographer»
  • Por supuesto hay oportunidad para el ocio puro, como la lectura (como Antonio, que lee «todo lo que no puede leer durante el año», Lourdes y sus «siestas veraniegas en la hamaca con un buen libro cerca», JJ y sus «libros que se puedan mojar porque los libros gordos no se pueden llevar a la playa ni a la piscina» o Mar y su capacidad para estar «hora y media en la hamaca con los brazos estirados sosteniendo un libro sin cambiar de postura»), las series (aunque, como dice Rodrigo, «el tema de la conexión a internet en vacaciones suele ser complicado») o los relajantes documentales sobre naturaleza marina de Jorge.
  • Y luego, claro, es verano. Y es una oportunidad para el «dolce far niente». Como Daniel, que en un reciente viaje a Jaén compró un olivo bonsai y cuyo plan es «verlo creer en mi patio mientras duermo la siesta.»

Leer para evadirse

Siempre que llegan estas fechas yo mismo cargo mi ebook de libros «de evasión», que me permitan desconectar un poquito. Y siempre busco nuevas ideas que me inspiren. Así que eso fue otra de las cosas que pregunté; ya tengo ideas para los próximos 10 veranos :D.

  • D Rosso nos plantea un montón de ideas: filosofía de evasión, ensayo de evasión, «Ser y tiempo» de Heidegger, «Las palabras y las cosas» de Foucault, Derrida, las «Meditaciones» de Marco Aurelio (este es chulo porque lo puedes leer por cualquier página y encuentras algo), un poco de existencialismo… o libros infantiles (Los diarios de Greg, Robótica, Astrofísica para niños (lectura a dos manos con mi hijo el mayor, 10 años)
  • Mar: «me enganchan los libros que te hacen sentir cosas. No tienen porqué se grandes de la literatura. Por ejemplo, ahora estoy leyendo “El sanador de caballos”, para mí es un libro sencillo sin grandes pretensiones pero en el que se describen los sentimientos de las personas de una forma que me engancha y me hace desconectar totalmente. Otros como por ejemplo “Seda”, sencillo y delicioso también. Pero también me han enganchado los libros de moda en su día, como por ejemplo “La verdad sobre el caso de Harry Quebert”, también sin grandes pretensiones pero que te transporta que es lo que me gusta de los libros. Libros que tengo para leer este verano: Lluvia fina, Matadero cinco de Kurt Vonnegut, La ley del menor de Ian McEwan.
  • María Ángeles: «Como lectura de ocio recomendaría El Orfebre de Ramon Campos, fácil, rápida, sin pretensiones. Deja un buen sabor de boca, con ganas de más pero sin que te quite el sueño. «
  • Rodrigo: «Para desconectar lo mejor novela (bélica, policiaca, espías…), cualquiera de Frederick Forsyth, John le Carré, Ken Follett… las que te enganchan desde la primera página.»
  • Lourdes: «El maestro del Prado (Javier Sierra). Eat, pray, love (Elisabeth Gilbert). Yo, Julia de Santiago Posteguillo. Tú no matarás de Julia Navarro y Las hijas del Capitán de Maria Dueñas. Mirando mis registros estas son las ganadoras del año! «
  • Alberto: «10% happier (Dan Harris) como forma de acercarse a la meditación desde un sitio nada místico, y Open (Agassi) porque resulta muy interesante ver la parte de atrás de una historia de supuesto éxito donde se habla, sobre todo, de fracasos».
  • Jaime: «Vuelvo a leerme comics de humor que tengo por aquí perdidos en casa: Astérix, Mortadelo… me sigo riendo como el primer día, me siguen pareciendo maravillosos y sobre todo me olvido de todo cuando los leo».
  • Noemí: «Grandes Esperanzas, de Dickens; se justo se cumplen diez años desde que lo leí la primera vez y me apetece mucho recuperarla»
  • Enrique: «Cualquier libro de Henning Mankell, y en concreto alguno de la serie protagonizada por el inspector Wallander. Creo que el primero es «Asesinos sin rostro«, no es una simple novela policiaca, es algo más, y creo que es una buena lectura para el verano»
  • Enrique: «Me gustaría recomendar uno de mis libros favoritos, Alta Fidelidad de Nick Hornby, os hará terminar con una gran sonrisa y con la sensación de haber disfrutado un tiempo maravilloso».
  • Patricia: «Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de David Foster Wallace; la revista Rolling Stone le mandó a cubrir un crucero de siete días a todo tren, y a él le pareció la experiencia más horrorosa de su vida»
  • Jorge: «Yes We Football, un libro con las reglas básicas, historia, anécdotas… sobre fútbol americano, un deporte que me interesa, que es muy complejo y muy desconocido en España, pero que es posiblemente el que más ingresos genera en el mundo».
  • Pablo: «La guerra interminable, de Joe Hadelman»
  • Thibaut: «The boys in the boat«, de Daniel James Brown
  • Juan Luis: «Novela de ficción, divertida, poco profunda… lo mismo me leo La Catedral del Mar, que algo de Ruiz Zafón o de Gómez Jurado, como por ejemplo Reina Roja«.
  • JJ: «Me gusta leer cosas de ciencia ficción y también novela negra, Connelly, tipo novela serie B, crimen, crimen escandinavo…»
  • Antonio: «me he enganchado a los libros de Juan Gómez Jurado, y los estoy leyendo de atrás hacia adelante: Reina Roja, Cicatriz, El Paciente… y todavía me queda alguno pendiente por ahí».
  • Bea: «novela negra; esos libros que te enganchan y que tienes que leer capítulo tras capítulo aunque sean las tantas y sepas que al día siguiente te va a costar horrores levantarte. Por ejemplo, la saga de Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva».

Leer para reflexionar

Porque no todo es evadirse. También éstas son fechas apropiadas para dar un paso atrás y leer cosas que te ayuden a reflexionar, a enfocar algunos aspectos de tu día a día de forma diferente, a desarrollar alguna habilidad… así que también he planteado esta cuestión, y éstas son las respuestas recibidas:

  • D Rosso: «Siempre recomiendo libros sobre «cómo contar historias». Por ejemplo: «Houston, we have a narrative«. Un libro sobre como contar historias para la difusión científica, cómo transformar el lenguaje atemporal típico de las ciencias positivas en una historia con personajes, tramas, desenlaces…»
  • Mar: «Me impactó mucho, “El viaje de Luis” de José Manuel Gil. En realidad libros que cuenten experiencias reales de personas admirables son los que me hacen reflexionar.»
  • María Ángeles: «Productividad Personal de José Miguel Bolívar (un tema pendiente), Optitud de Iosu Lazcoz (una buena visión sobre las ventas para el que le toque) e indudablemente Aprendiendo de los mejores, de Francisco Alcaide.»
  • Rodrigo: «Para reflexionar y tomar perspectiva cualquier biografía, incluso cualquier libro tipo autoayuda puede ayudar a sacar alguna idea o consejo.»
  • Lourdes: «Sapiens (Yuval Noah Harari), Un mundo feliz (Adolf Huxley), El hombre en busca de sentido (Víktor Frankl), Ichigo Ichie de Francisco Miralles. Tengo más pero estos 4 me han hecho evolucionar.»
  • Alberto: «Tao Te Ching» (del que hablamos ampliamente en un capítulo anterior del podcast)
  • Jaime: «Últimamente he estado mirando bastantes cosas de historia. Según vas mirando más cosas empiezas a conectar muchos más puntos».
  • Luis Alberto: «Mucha lectura de introspección, de desarrollo personal… y si decido involucrarme en nuevos proyectos alguna lectura relacionada con ellos».
  • Noemí: «Essentialism, de Greg Mckeown, en el que hace una reflexión sobre cómo buscar menos con más calidad de manera disciplinada, y tengo muchas ganas de ver cómo desarrolla el método en el que la idea fundamental es reflexionar para poder eliminar el ruido».
  • Enrique: «Me quedo con Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom. Es un libro bastante breve que descubrí hace tres años y que desde entonces releo al principio de verano en lo que se ha convertido en una pequeña tradición veraniega para mí».
  • Enrique: «Las Meditaciones de Marco Aurelio, porque explica de una manera concreta, muy directa y en un lenguaje cercano cuales fueron las ideas y principios de la filosofía estoica, que para mí fue un antes y un después en mi forma de ver la vida».
  • Patricia: «The art of working remotely, de Scott Dawson; es un interés personal en mejorar ese aspecto de trabajar desde casa, en el que ahora estoy metida al 100%, y en el que realmente cojeo mucho».
  • Jorge: «Small data, de Martin Lindstrom; en esta época en la que tanto se habla del big data, y los datos en bruto… se enfoca justo en lo contrario, en la importancia de ir a los sitios, hablar con la gente, investigar… y hace reflexionar bastante».
  • Pablo: «El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl»
  • Thibaut: «¿Qué sentido tiene ser cristiano?, de Timothy RadCliffe
  • Juan Luis: «llevo una etapa en la que no me llama leer tanto en este sentido como en épocas anteriores: aun así uno que me ha gustado recientemente es Never split the difference, de Chris Voss, un antiguo agente del FBI experto en negociaciones de secuestros y que te da pistas sobre cómo negociar aplicables a cualquier aspecto de tu vida».
  • JJ: «me gusta leer de vez en cuando cosas de matemáticas, porque soy una persona bastante inútil con las matemáticas y debería haber aprendido más. Me gusta leer sobre historia de las matemáticas, teorema de Fermat, historia de la criptografía, me he comprado el libro de Strogatz…»
  • Antonio: «tengo un libro que ha demostrado que funciona: es Procrastinación, de Piers Steels, que lleva dos años esperando a ser leído en mi mesilla de noche; y también me gustaría repasar Superpoderes del éxito para gente normal, del Mago More, que recoge una serie de ideas muy interesantes. Como mago y como humorista no me hacía demasiada gracia, pero como conferenciante me parece brillante».
  • Bea: «La meta, de Eli Goldratt ; es un libro de management pero en formato novela donde el protagonista se encuentra ante un reto profesional y te cuenta cómo se enfrenta a él, cómo lo resuelve y cómo toma perspectiva para poder afrontarlo. Me encanta porque me ayuda a en el día a día profesional».

Guau. Menudo montón de ideas…

De nuevo, gracias a todos y todas por vuestras contribuciones. Ha sido un gustazo hacer esta labor de recopilación, y leeros/escucharos hablar con pasión de vuestros hábitos, de vuestras lecturas, de vuestras inquietudes… Quien quiera inspiración, aquí va a poder encontrar una buena dosis.

¡Feliz verano a todos!

Pedir factura Airbnb

Esta semana, preparando papeles para el IVA del segundo trimestre, estoy enfrentándome a una situación nueva: las facturas de un alojamiento en Airbnb.

Me gusta Airbnb como plataforma. La he usado antes varias veces, casi siempre por ocio. Esta vez lo usé para un viaje de trabajo: a veces es posible encontrar apartamentos completos por un precio muy competitivo (mejor que un hotel), y puede resultar más conveniente.

El caso es que, a la hora de pedir factura, empiezan los problemas…

El problema de las facturas en Airbnb

La situación es la siguiente. Cuando tú haces una reserva a través de Airbnb, en realidad estás pagando dos cosas:

  • Un servicio a Airbnb (por la plataforma, la gestión del pago… es lo que ellos llaman la «tarifa de servicio). Este servicio genera una factura (a la que se puede acceder a través de la web) con su IVA correspondiente… todo en orden (bueno, es una entidad irlandesa… lo cual también hay que tenerlo en cuenta a la hora de declarar el IVA, pero es un tema menor).
  • Un pago al «anfitrión» (la persona o empresa que alquila su casa). Aquí lo que hace Airbnb es de puro intermediario: toma tu dinero, y se lo transfiere al anfitrión. Pero (y aquí está el problema) Airbnb se desentiende de los aspectos legales de ese pago. Desde luego, no emite factura: simplemente te dice «eso ya queda entre el anfitrión y el huesped, yo lo único que he hecho es pasar el dinero de uno a otro».

Lo que sucede es que, en muchas ocasiones, los anfitriones no están por la labor de hacer las cosas como deberían. Algunos porque no saben (y creen que lo están haciendo bien… y te dicen que «la factura se puede descargar en Airbnb» o «es cosa de Airbnb», cuando no es cierto) y otros plenamente conscientes (porque reciben el dinero «en negro» y así no declaran esos ingresos).

El caso es que te puedes encontrar con que nadie te emite la factura por esa estancia.

El impacto de no tener factura de Airbnb

¿Qué sucede entonces? Lo ilustraré con mi ejemplo… en esta estancia reciente en Madrid, yo pagué 120,24€, como consta en el «recibo» que genera Airbnb (no confundir con «factura»).

De esos 120,24 euros hay una parte (lo correspondiente a los 16,24€ de la «tarifa de servicio» de Airbnb) que tiene respaldo de factura (que se puede descargar directamente desde la propia web).

Pero el grueso del gasto (los 104€ correspondiente a la estancia) no. Si hubiese una factura, que tendría que emitir el anfitrión, sería algo parecido a: Servicios (104) + 0% IVA (0*) = TOTAL 104€

(*) Aplicando un 0% de IVA puesto, como me indicaban en los comentarios, el servicio de puro alojamiento es una actividad exenta de IVA en España, de acuerdo al Art. 20.1. 23º de la Ley de IVA

¿Qué implicaciones tiene, por tanto, no disponer de esa factura?

  • A efectos de IVA, no hay IVA soportado que poder deducirse… así que la diferencia entre tener y no tener factura no existe.
  • A efectos de IRPF, con una factura yo podría deducirme ese gasto. Y por lo tanto, ahorrarme los impuestos asociados. Si suponemos un marginal del 25% del IRPF… eso implica 26 euros.

¿Y si comparamos con un hotel?

¿Qué implicaciones tendría esto en comparación con un servicio de hotel por el mismo importe, en el que la factura sería algo así como Servicios (94,54) + 10% IVA (9,45) = TOTAL 104€?

  • A la hora de presentar mi declaración trimestral de IVA, yo debería tener un «IVA soportado» que poder deducirme y, por lo tanto, un menor pago a Hacienda. Pero como no lo tengo, esos 9,45 euros «me los como».
  • A la hora de presentar mi declaración de IRPF, éste es un gasto que yo podría deducirme pero, al no tener factura, no puedo hacerlo. Por lo tanto, tendré que pagar impuestos sobre esa cantidad que, factura mediante, podría haberme ahorrado. Pongamos un marginal del 25% de IRPF… eso significa que estoy pagando 23,6 euros más de impuestos de lo que me correspondería (los que podría haberme ahorrado si deduzco esos 94,54€).

Frente a la alternativa de haber estado en un establecimiento (hotel, hostal) que emita facturas con normalidad, resulta que estoy asumiendo un sobre coste de 33 euros. Así que, lo que parecía una opción ventajosa económicamente ya lo es un poco menos… y el coste real del servicio no es 120,24 sino 153,24 (un 27,5% más).

¿Y qué puedo hacer?

Lo ideal sería poder saber, con antelación, si el anfitrión emite factura. Si es así, ningún problema. Aunque algo me dice que, si haces esa pregunta a priori, muchos no sabrán (y otros cuantos no querrán) responderla…

La opción de solicitar factura a posteriori al anfitrión se va a encontrar con un problema similar, con la desventaja de que tú el gasto ya lo has hecho. Si finalmente se aviene a emitir una factura, en teoría debería ser por el importe que tú ya has pagado por la estancia (es decir, que el IVA esté ya incluido), aunque es posible que solicite que el IVA se pague aparte… lo cual te obligaría a hacer un pago adicional por fuera de la plataforma.

En caso de que se niegue a hacer factura… reclamar a Airbnb no surte ningún efecto. Ellos se lavan las manos, dicen que «no es cosa suya». Lo que puede quedar es presentar alguna reclamación en las autoridades de consumo… si tienes ganas de meterte en líos.