Confianza: los tres juicios que la sostienen

Imagínate que la confianza es como un puente colgante entre dos personas.

Pero no es un puente que se construye de golpe ni con materiales improvisados; se arma poco a poco, con cada palabra, cada gesto, cada promesa cumplida. Al principio solo puedes unir dos orillas que están cercanas, con materiales básicos que soportan poco peso. Pero, a medida que la confianza crece, se van añadiendo pilares, cables… y ese puente se puede hacer más largo y resistente.

Ahora, imagínate qué pasa cuando uno de los cables se corta: el puente tambalea. Y si se cortan varios, pues adiós, al abismo.

La confianza depende de tres juicios

En el mundo del coaching, y más concretamente en el coaching ontológico, cuando hablamos de confianza hablamos de tres juicios distintos, tres condiciones que se tienen que cumplir para que la confianza exista.

Es decir, que la confianza no es un sentimiento etéreo que aparece por arte de magia, sino que se basa en tres juicios fundamentales: sinceridad, competencia y confiabilidad. Cada vez que decides confiar en alguien, consciente o inconscientemente, estás evaluando estas tres dimensiones.

1. Juicio de sinceridad

¿Recuerdas la historia de Pedro y el lobo?

Pues lo mismo.

Al principio, los habitantes del pueblo creían en la sinceridad de Pedro cuando los alertaba del ataque del lobo. Pero, tras varias experiencias fallidas, dejaron de creer en él. A partir de entonces, como creo que no dice la verdad, simplemente no hago caso a lo que me pueda decir.

Aquí te preguntas: ¿Esta persona dice la verdad? ¿Lo que expresa con palabras está alineado con lo que realmente piensa y siente? No se trata solo de que no mienta descaradamente, sino de que no diga cosas solo por quedar bien o por evitar conflictos.

La sinceridad es la base, porque si sospechas que alguien te está vendiendo humo, el puente ni siquiera empieza a construirse. Es fácil detectar cuando alguien no es sincero a largo plazo, porque sus acciones y palabras empiezan a chocar. Un jefe que promete incentivos que nunca llegan, una amistad que se dice incondicional pero nunca está cuando la necesitas, o un político que hace promesas imposibles de cumplir.

2. Juicio de competencia

Vale, has decidido que la otra persona es sincera cuando habla de sus intenciones.

Ahora bien, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Aquí de lo que se trata es de evaluar algo más pragmático: por mucha voluntad que ponga… ¿esta persona tiene las habilidades y/o la capacidad de cumplir lo que ofrece? ¿Puede hacer lo que dice que hará?

No basta con las buenas intenciones; también necesitas saber que esa persona tiene la capacidad real de cumplir lo que promete. Puedes confiar en un amigo para que te guarde un secreto, pero quizá no para que te opere del corazón (a menos que sea cirujano, claro).

Evaluamos la competencia todo el tiempo, aunque no lo notemos: cuando escogemos un médico, cuando contratamos a alguien, incluso cuando pedimos consejo. Y no solo en términos de habilidades técnicas, sino también en la capacidad de tomar decisiones adecuadas. Una persona competente no solo sabe, sino que también demuestra que puede actuar con eficacia.

3. Juicio de confiabilidad

Éste es el más sutil, pero no por ello menos importante.

Porque no solo importa que la persona sea sincera y competente, sino que además cumpla lo que promete con consistencia. Puedo creer que eres sincero, puedo creer que tienes las capacidades… pero si a la hora de la verdad no cumples el resultado es el mismo. Si te dice que llegará a las ocho y siempre llega tarde, aunque sea sincero y capaz, su confiabilidad se resquebraja.

La confianza, en este sentido, no se trata de perfección, sino de previsibilidad: saber qué esperar del otro. ¿Es alguien que cumple lo que dice, que respeta los acuerdos y que no te deja colgado en el momento crucial?

E incluso en caso de incumplimiento (que, a veces, sucede): ¿cómo se comporta? ¿se hace cargo de su incumplimiento, de las consecuencias que tiene?

La confiabilidad está íntimamente ligada a la responsabilidad, y una vez que se pierde, es difícil de recuperar.

¿Cómo se construye la confianza?

Cuando te acercas a alguien desconocido es cuando comienza a jugarse el partido de la confianza.

Es verdad que hay personas de naturaleza más confiada que otras, pero en todo caso todos empezamos con un nivel de confianza determinado en la otra persona.

Y, a partir de ahí, la ponemos a prueba con un compromiso adecuado al nivel de confianza que le tenemos. Algo tan sencillo como ver si esta persona me llama cuando dijo que me iba a llamar, si me envía el documento que le pedí en tiempo y forma, si se presenta cuando dijo que se iba a presentar.

Si ese compromiso se cumple, nuestra confianza se refuerza y entonces estamos dispuestos a atrevernos un poquito más. Vas subiendo el nivel, y viendo a ver qué pasa. Es como cuando te metes en el mar poco a poco, primero los pies, luego los tobillos, luego las rodillas… y solo cuando estás cómodo dando esos pasos acabas metiendo la cabeza.

Volviendo a la metáfora del puente, la confianza se construye con pequeñas acciones repetidas en el tiempo. No basta con un gran acto heroico, sino con una acumulación de gestos coherentes. La clave está en la consistencia: prometer poco y cumplir siempre, en lugar de prometer mucho y fallar. La confianza es un trabajo constante y requiere presencia, compromiso y honestidad.

El lenguaje juega un papel crucial en esta construcción. Hacemos promesas, ofrecemos explicaciones y manifestamos compromisos. Cada vez que cumples una promesa, refuerzas el puente; cada vez que fallas, lo debilitas.

Pero ojo, no se trata solo de cumplir, sino de cómo gestionas los incumplimientos. Si avisas con tiempo, si explicas las razones, si ofreces alternativas, la confianza puede mantenerse a pesar del tropiezo. Muchas veces, el problema no es fallar, sino cómo manejas la situación después de haber fallado. La humildad y la responsabilidad son claves para reconstruir la confianza cuando se ha visto comprometida.

¿Y cuando se rompe?

En esa construcción de la confianza llega un momento en el que, quizás, algo falle. Pillas a la otra persona en una mentira o una incoherencia, y entonces tu juicio de sinceridad se tambalea. Ves que hay algo que no puede resolver, y entonces tu juicio de competencia se agrieta. Falta a un compromiso, o lo resuelve de cualquier manera, y entonces tu juicio de responsabilidad empieza a cuestionarse.

Es como que te saltan las alarmas, y a partir de ahí empiezas a estar con la mosca detrás de la oreja.

Aquí viene la parte dolorosa. Cuando la confianza se quiebra, el puente no se derrumba de golpe, pero empieza a crujir. La decepción aparece cuando alguien que creíamos sincero nos miente, cuando alguien que creíamos competente falla en lo esencial, o cuando alguien que considerábamos confiable deja de serlo. Y recuperar la confianza perdida es un proceso arduo, porque ya no se trata solo de construir, sino de reparar.

¿Se puede reconstruir? Sí, pero no con palabras vacías. Requiere transparencia, tiempo y un esfuerzo consciente por parte de quien la ha roto. Es como volver a tensar los cables del puente, pero esta vez con la sospecha de que podrían ceder de nuevo. La persona que ha roto la confianza debe estar dispuesta a demostrar con hechos que es capaz de cambiar. Esto significa disculparse sinceramente, asumir la responsabilidad de sus acciones y trabajar para recuperar la credibilidad perdida.

Además, cuando la confianza se rompe en relaciones personales, entran en juego las emociones. No solo es cuestión de evaluar hechos objetivos, sino también de gestionar el dolor, la frustración y la decepción. Es posible que, a pesar de los esfuerzos, algunas relaciones no puedan recuperarse del todo. Y en esos casos, es válido aceptar que algunas conexiones simplemente se han agotado.

La confianza en la vida cotidiana

La confianza es el pegamento de las relaciones humanas. En el trabajo, en la amistad, en el amor. Y, como todo, es un equilibrio delicado entre expectativa y realidad. Si alguien te falla una vez, puedes darle otra oportunidad. Si lo hace varias veces, quizá sea momento de aceptar que ese puente ya no se sostiene.

Porque, al final del día, confiar es un acto de valentía. Y como todo lo valioso, merece ser cuidado. No se trata de confiar ciegamente en todo el mundo ni de vivir desconfiando de todos, sino de encontrar ese punto medio donde puedas construir puentes sólidos con las personas que realmente lo merecen. Y si alguna vez te traicionan, recuerda que puedes volver a construir, pero también puedes aprender a elegir mejor en quién depositas tu confianza.

Los cinco niveles de compromiso: una guía para coaches y mentores

¿Alguna vez has tratado de ayudar a alguien y no tenías claro si estaba realmente comprometido o sólo curiosísimamente interesado? El compromiso tiene matices, niveles que varían según la persona y el momento. Si eres mentor, coach o amigo consejero, entender estos niveles puede ser un cambio de juego.

¿Cuáles son los cinco niveles del compromiso?

Nivel 1: El curioso casual

Es alguien que se acerca por curiosidad, pero sin ninguna intención seria. Hace preguntas genéricas y se va rápido.

Cómo actuar: No inviertas demasiado. Ofrécele un punto de entrada sencillo y accesible.

Nivel 2: El entusiasta temporal

Este parece motivado, pero esa energía inicial tiende a esfumarse al primer obstáculo. Lo has visto: se inscriben en algo y desaparecen.

Cómo actuar: Ayúdales a clarificar sus objetivos y a crear un plan simple que puedan seguir.

Nivel 3: El comprometido condicionado

Él estará a tope, siempre y cuando no haya muchas dificultades. Pero si algo sale mal, es posible que se retire.

Cómo actuar: Enséñales a gestionar frustraciones y a enfocarse en el largo plazo.

Nivel 4: El buscador resiliente

Aquí tienes a alguien serio. Ya han lidiado con retos y siguen en pie. Quieren aprender y crecer.

Cómo actuar: Refuerza su autonómia y ofréceles desafíos.

Nivel 5: El transformador genuino

Este nivel es el sueño de cualquier mentor. Son modelos a seguir, comprometidos de por vida con el cambio.

Cómo actuar: Éstimulales a liderar y conecta con otros agentes de cambio.

Cómo identificar cada nivel y adaptar tu aproximación

Fíjate en su actitud. La acción habla más fuerte que las palabras. Ajusta tu manera de acompañar según lo que veas, sin forzar.

El tránsito entre niveles: catalizadores y barreras

Tu papel aquí es facilitar el salto entre niveles. Ayuda con herramientas y guía, pero respeta su ritmo. Porque, al final, el cambio genuino siempre viene de dentro.

La paradoja del acompañamiento: Cuando ayudar significa no empujar

Imagina esto: tienes un amigo que está atascado en un tema importante. Decides echarle una mano, darle consejos, incluso le haces parte del trabajo. Y, de repente, no sólo no mejora, sino que parece que todo se desinfla. Te quedas pensando, «¿qué he hecho mal?». Pues bien, quizás tu ayuda, en lugar de empujarle hacia adelante, le haya frenado.

El mito del mentor salvador

Nos encanta la idea del mentor que resuelve problemas y guía como un faro en la oscuridad. Pero este mito tiene una trampa: si haces demasiado, robas a la otra persona la oportunidad de crecer. No se trata de salvar; se trata de acompañar.

La responsabilidad compartida en los procesos de desarrollo

Ayudar a alguien no significa cargar con toda la responsabilidad. Es como un baile: cada uno tiene que moverse al ritmo adecuado. Si el acompañado no pone de su parte, tu esfuerzo será en vano. Recuerda, ellos tienen que querer caminar.

Señales de que alguien está (o no) listo para ser acompañado

A veces, la persona que quieres ayudar no está lista. ¿Cómo saberlo? Observa si hay apertura, si realmente escuchan y actúan en consecuencia. Si sólo buscan excusas o esperas mágicas, puede que no sea el momento.

El arte de soltar: cuándo y cómo dar un paso atrás

A veces, la mejor ayuda es retirarte. Esto no significa abandonar, sino dar espacio para que la otra persona tome sus propias decisiones. Confía en el proceso y acepta que no todo está en tus manos.

Estrategias para un acompañamiento efectivo y sostenible

¿Cómo acompañar mejor?

  • Escucha antes de actuar.
  • Haz preguntas, no afirmaciones.
  • Celebra cada avance, por pequeño que sea.

No se trata de empujarles cuesta arriba, sino de caminar junto a ellos hasta que encuentren su propio ritmo.

Del querer al hacer: por qué la motivación no es suficiente

A lo mejor te ha pasado. Te levantas un día con una energía tremenda, listo para comerte el mundo, para ponerte de lleno con eso que llevas posponiendo meses. Pero claro, al cabo de unas horas, o al día siguiente, esa chispa desaparece. Y vuelves a las mismas. La motivación puede ser un buen punto de partida, pero si te fías solo de ella, ¡mala idea! Hoy vamos a hablar de por qué la motivación no basta y de qué hacer para no quedarte atascado.

La falacia de la motivación como motor único

Parece un buen plan, ¿no? Te inspiras, te motivas y listo: a por todas. Pero la motivación es caprichosa, va y viene según el día, el humor o incluso la cantidad de café que llevas en el cuerpo. Si dependes de ella para lograr algo importante, el camino se te hará cuesta arriba.

Piensa en cuántas veces empezaste con todo el ánimo del mundo una dieta, un proyecto, un curso… y lo dejaste a la mitad. Yo he estado ahí, y puede que tú también. Esto no es culpa de falta de ganas, sino de no tener una estructura que respalde esas ganas.

Los tres pilares del cambio real: urgencia, compromiso y acción

Para no depender solo de la motivación, hay que construir sobre tres pilares:

  1. Urgencia: Ese empujón que te hace pensar: «Esto tiene que pasar ahora». Puede venir de una situación extrema, o simplemente de marcarte un deadline realista.
  2. Compromiso: Aquello que decides hacer pase lo que pase. Aunque haga frío, aunque estés cansado. Es tu contrato contigo mismo.
  3. Acción: Porque, al final, sin moverte, sin dar ese primer paso, todo se queda en palabras bonitas.

El papel del discomfort en el proceso de transformación

Aquí viene lo incómodo, literal. El cambio significa enfrentarte a algo que no conoces o que no dominas. Y sí, da pereza, molesta, pero es parte del proceso. Ese sentimiento de «esto es difícil» es la señal de que estás avanzando. Abraza ese “ay”, porque después de eso está el progreso.

Cómo crear sistemas que superen la dependencia de la motivación

No puedes fiarte solo de tu estado de ánimo. Necesitas algo más fiable: un sistema que trabaje por ti. ¿Ejemplos? Poner alarmas, dejar todo preparado la noche anterior o programar un hueco fijo en tu calendario para trabajar en ese proyecto.

Tu sistema debe ser tu red de seguridad. Algo que funcione incluso los días en que no tengas ganas de nada.

Herramientas prácticas para pasar de la intención a la acción

Toma nota:

  • Divide tus metas en cosas tan pequeñas que no den pereza. Si quieres salir a correr, empieza con caminar 10 minutos.
  • Usa la regla de los dos minutos. Si puedes hacer algo ahora en menos de dos minutos, hazlo.
  • Ponte una recompensa. Algo que te haga ilusión una vez cumplas lo que te has propuesto.

Porque al final, se trata de dar pasitos, y esos pasitos, sumados, hacen una maratón.

De profesionales, redes sociales, marca personal y networking

Hace ya un tiempo publiqué un carrusel de imágenes en Instagram con algunos consejos e ideas para utilizar las redes sociales desde un punto de vista profesional. Estaba dirigido a personas como tú, que desempeñan un rol profesional y buscan cómo encajar en el entorno de las redes sociales más allá de lo personal o los hobbies.

La publicación tuvo cierta difusión y llegó a diversas personas, entre ellas, Julio Muñiz. Julio es un mexicano que reside en Miami y conduce el podcast Inconfundiblemente, con numerosos episodios dedicados a entrevistar a personas interesantes y a analizar temas de desarrollo personal y profesional.

Julio me propuso tener una conversación y, unos días después, encontramos un momento para charlar. Tuvimos una plática muy interesante sobre muchos temas, pero principalmente sobre redes sociales, marca personal, networking y el valor que las redes pueden aportar a un profesional, así como cómo deberíamos manejarnos en ese entorno.

Aquí te dejo la charla completa y, a continuación, un pequeño resumen de las ideas que se trataron en ella.


Hasta cierto punto, no sé si coincides conmigo en esto, pero creo que la tecnología se ha convertido en un lenguaje. Hay que aprenderlo porque, de lo contrario, te vuelves un analfabeto y es imposible desenvolverse profesionalmente sin dominarlo. Y creo que lo mismo sucede con las redes sociales: tienen su propio lenguaje. No sé si compartes esta visión sobre la sensibilidad necesaria para aprenderlas, entender sus límites y lo que está permitido o no. Hablando de redes, me gustaría saber tu opinión.Desde tu punto de vista, ¿cómo se diferencia el uso personal del profesional en las redes sociales? ¿Dónde está la línea divisoria?

Yo diría que es un continuo, desde el uso totalmente personal con un alias inventado, probablemente irreproducible en un currículum, hasta el uso estrictamente profesional, donde las personas solo hablan de su libro, curso o servicios, y nada más. Creo que el término medio es virtuoso. No podemos ser ciegos al hecho de que otras personas, como compañeros de trabajo o clientes, pueden ver lo que publicamos. No deberíamos subir fotos de fiestas o borracheras todos los fines de semana, hay que tener cuidado. Por otro lado, si solo hacemos un uso profesional, nos convertimos en robots que a nadie le interesa. Hay que moverse en un terreno intermedio, como en la vida real: nos relacionamos sabiendo que tenemos un rol profesional que cuidar y que si surge una oportunidad de negocio, la aprovecharemos, pero sin olvidar nuestra faceta personal. En ese equilibrio es donde creo que está la clave, siempre respetando las preferencias personales de cada uno.

Ahora, Raúl, lo pones difícil porque hablas del sentido común, pero muchas veces vemos cosas que nos hacen pensar: ¿cómo pudo decir o hacer eso? Si esto es lo que regula la interacción, ¿cómo podemos darle más orientación a la gente? ¿Qué deberíamos decirles que está bien o cómo manejarse mejor?

Desde mi punto de vista, si eres un profesional en las redes, deberías dejar claro, aunque sea de vez en cuando, a qué te dedicas y qué puedes hacer por los demás. No se trata de estar pregonándolo todo el tiempo, pero sí que quien acceda a tu perfil sepa quién eres y qué haces. También es importante compartir contenido de valor relacionado con tu área: lecturas interesantes, consejos útiles, cosas que puedan demostrar tu experiencia. No tienes que hacerlo todo el tiempo, pero sí de vez en cuando. Evita conflictos, discusiones políticas y temas que no abordarías en público. No te crees un personaje que no eres; sé genuino, sin hacer locuras ni decir barbaridades. La idea es que quien te vea en redes y luego te conozca, diga: “Sí, eres tal y como te imaginaba”.

Esto tiene que ver con lo que mencionabas: si no, te conviertes en un robot. ¿Crees que todo el mundo es consciente de que las redes sociales pueden ser herramientas útiles, además de distracción y entretenimiento?

No todo el mundo lo tiene claro.

Como decías, a veces no es cuestión de estar comunicando constantemente lo que haces, pero sí dejarlo caer de vez en cuando en otro contexto. Ahora dime, ¿es posible tener éxito profesional sin utilizar redes sociales?

Por supuesto, tengo muchos amigos que no están en redes y tienen trabajos y vidas personales increíbles. No creo que haya que subirse a la moda de las redes si no es algo natural para ti. Como con las páginas web en su momento, no todas las empresas necesitan estar en redes. Si eres de los que están cómodos en ellas, quizá tenga sentido incluir tu faceta profesional, pero no necesariamente debes hacerlo si va en contra de tu naturaleza.

Por otro lado, muchos profesionales de recursos humanos utilizan redes para reclutar. Tal vez no sean indispensables, pero pueden ser una herramienta útil. Entonces, ¿se necesita especialización o es cuestión de sentido común?

Yo creo que es cuestión de fluir. Si tienes habilidades específicas como escribir bien o crear buenos videos, tienes una ventaja. Pero lo más importante es ser genuino y tener algo interesante que aportar. No se trata de parecer perfecto, sino de ser auténtico. El éxito en redes no está en parecer el mejor, sino en ser diferente y conectar con tu audiencia. Ser genuino es más importante que ser bueno. Donald Trump, por ejemplo, ganó por ser diferente. No hablemos de política, pero era una opción distinta, y la gente se identificó con eso.

Ser distinto tiene que estar conectado con algo más, no basta con serlo. Hay que saber a quién gustar. Si intentas no molestar a nadie, no destacarás. En redes, si no conectas emocionalmente con nadie, estás haciendo una inversión fallida. Hay que tomar partido y aceptar que no puedes gustarle a todo el mundo.

Como dijo Bill Cosby (aunque ya no se le mencione mucho): “No se puede agradar a todo el mundo”. Así que es mejor gustar bien a quienes te siguen. Un profesional debe ser genuino, mostrar sus rarezas, porque es lo que te hará único y te permitirá conectar con personas afines.

¿Y qué opinas del networking en redes sociales? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas?

Las oportunidades son enormes porque puedes relacionarte con personas que de otro modo no conocerías. Sin embargo, no todo contacto en redes es networking. Es como decía Seth Godin: tener miles de amigos en redes no es networking. Un contacto valioso es alguien que moverá un dedo por ti si se lo pides, o por quien tú lo harías. De esos hay pocos.

Lo mismo sucede en la vida real: conoces a mucha gente, pero al final solo conectas con una o dos personas. Creo que pasa igual en redes.

He encontrado a muchos invitados para el programa en redes sociales. Si eres genuino y transparente, la gente suele estar dispuesta a compartir. Pero no pensemos que redes sociales per se es networking. El networking es otra cosa, más profunda.

Hablando de marca personal, ¿cómo se relaciona con las redes sociales? ¿Es malo compartir fotos de fiestas, por ejemplo?

La marca personal es el rastro que dejamos, consciente o inconscientemente. Cuando publicas en redes, tienes un poco más de control sobre lo que muestras, a diferencia de una foto tuya borracho en una discoteca. Cada publicación construye tu marca personal. No hay que obsesionarse con una imagen perfecta. Si eres un borracho, no te vendas como un lector voraz. Sé tú mismo, pero sin exagerar. No intentes dar una imagen que no eres, porque cuando te conozcan, se darán cuenta.

Las redes deben mostrar cómo eres para que, cuando alguien te conozca, diga: “Eres como te imaginaba”.

El tiempo es valioso. Si tuvieras que resumir en tres puntos clave el manejo profesional de redes, ¿cuáles serían?

Primero, define tu objetivo en redes: ¿quieres información, clientes o generar relaciones?

Segundo, publica contenido de valor, no siempre tiene que ser algo grande, pero que aporte algo.

Tercero, interactúa, comenta en otras cuentas, participa en debates, siempre buscando añadir valor y crear relaciones.

Por último, no busques la viralidad por la viralidad. A veces es mejor que te vea menos gente, pero la adecuada. No te obsesiones con la visibilidad, concéntrate en hacer cosas con sentido y valor.

Los beneficios de la especialización

Mirando hacia atrás…

En breve se cumplirán 25 años desde que empecé mi carrera profesional.

25 años, se dice pronto, manda narices.

Llevo un tiempo bastante reflexivo («¿cuándo no, Raúl?», dirán algunos). Con sensación de estancamiento, bastante parecida a la de hace unos años (supongo que eso mismo es la definición de estancamiento). Pensar en mi futuro profesional (que, aunque por mí me iría a una cabañita en el bosque, siento que tendré que plantearme por otros 20-25 años más) es inevitable que me haga pensar en mi pasado.

Y en el que, probablemente, es el gran error de mi carrera.

La inquietud por el debate especialista/generalista me viene de lejos. Ya en los albores de este blog hablaba de que la especialización es para los insectos, del orgullo generalista, de que «cómo se presentaría Leonardo«, cómo me sentía una nube de tags, y a la vez de las dificultades para destacar como generalista, o lo bien que funciona la especialización de cara al mercado.

En fin, creo que es uno de los grandes temas recurrentes sobre los que llevo reflexionando durante casi toda la vida, y en el que chocan dos intuiciones.

Orgullo generalista

Por un lado, siento que mi naturaleza es generalista.

Lo cierto es que no he conseguido, a lo largo de mis ya casi 50 años de vida, encontrar ese «algo» que me haga sentir una pasión permanente e irrefrenable. No he tenido una vocación, una actividad o un área de conocimiento en el que sintiese que «podía instalarme».

Nada me ha interesado lo suficiente como para dedicar esas 10.000 horas de las que hablaba Malcolm Gladwell que son necesarias para ser un experto; al contrario, me siento más cerca del «picaflor» que disfruta tocando superficialmente distintos temas por breves periodos de tiempo. Mi curiosidad se satisface rápido (en las primeras etapas de la curva de aprendizaje – las 20 horas de Josh Kaufman), y luego busca otra cosa diferente a la que prestar atención.

Océano infinito del conocimiento.

Me falta la capacidad de «centrarme», de elegir un campo y profundizar en él más y más ,de cerrar los ojos a las posibles alternativas, de «apretar los dientes» y perseverar más y más hasta alcanzar ese nivel de experto/maestría, de repetir una y otra vez los mismos mensajes sin aburrirme.

Ejemplos te podría dar muchos: la fotografía, la magia con cartas, el aprendizaje, hacer nudos, la formación, las herramientas de RRHH, la programación, la psicología, el desarrollo personal, el coaching, los negocios online, el dibujo, la guitarra, la meditación, el diseño…

Soy un aprendiz de mucho y maestro de nada.

Y eso tiene sus satisfaciones, no te voy a engañar. Sin duda es más divertido. Y te da una perspectiva mayor del mundo. Incluso, teóricamente, te podría dar cierta ventaja competitiva al encontrar relaciones entre distintas temáticas y poder aplicar esa visión amplia a la resolución de problemas.

Pero también tiene sus desventajas.

El mundo compra especialización

Hay una corriente que defiende a los generalistas/multipotenciales, pero la realidad es tozuda.

Si tú, como cliente, vas a comprar un producto o servicio… buscas al experto.

Si tú, como empleador, vas a contratar a alguien… buscas al que tiene experiencia previa en el puesto, en el sector y en el tamaño de empresa.

Buscas al que se ha enfrentado ya cien veces al problema que tú te tienes. Al que domina los matices que a ti se te escapan. Al que es capaz de hacerlo rápido y barato porque ya lo ha hecho antes.

Especializarte en algo ayuda a que «el mercado» (los potenciales clientes / empleadores) te encuentren, identifiquen, te reconozcan, te compren.

Y te ayuda también a ti a buscar clientes (aquellos que tienen el problema que tú sabes resolver), y descartar a otros.

Te ayuda a elaborar tu propuesta de negocio, tus acciones de marketing, lo que pones en tu web.

Te ayuda a destilar tu comunicación.

Te ayuda a elegir qué conocimientos seguir cultivando, qué libros leer, a qué eventos acudir, qué formaciones hacer.

Especializarte, en definitiva, te da un plan que seguir.

Y te genera más ingresos.

También tiene sus riesgos (¿y si aquello en lo que te has especializado deja de ser relevante?), y sus lados negativos (qué aburrido estar hablando siempre de lo mismo). Todo tiene siempre una cara A y una cara B.

Pero ajá.

¿El gran error de mi carrera?

Decía, al inicio del post, que estoy por cumplir 25 años de trayectoria. Y que, mirando atrás, creo que soy capaz de identificar el gran error de mi carrera: no ser un especialista.

Porque resulta que, tras 25 años… ¿qué soy? ¿cómo me presento al mundo? ¿En qué temática/sector puedo decir que soy un experto? ¿A qué he dedicado el número suficiente de horas como para poder «competir»?

Sí, seguro que soy una excelente compañía para una sobremesa. Que puedo hablar un poquito de esto y un poquito de aquello, y tener opiniones mínimamente fundadas sobre distintos temas. Que incluso, en un entorno profesional, puedo ser muy útil porque sirvo «para un roto y para un descosido».

Pero, a la hora de la verdad, el mercado no me reconoce. No soy capaz de decir «me dedico a esto, soluciono este tipo de problemas para este tipo de clientes, y lo hago mejor que nadie porque llevo años profundizando en ello».

Creo que lo he hecho al revés de lo que debería.

Mis primeros 25 años deberían haberse centrado en cultivar una especialización, en sacarle rendimiento económico para, una vez llegada a la «mediana edad» y con la vida más o menos resuelta, abrir la mente a otras inquietudes.

Pero siempre fui un adelantado a mi edad biológica, y mis «crisis de identidad» me llegaron muy pronto. O quizás es que no dediqué el tiempo suficiente a buscar un área donde realmente me pudiese interesar (o le viera sentido) especializarme, y me vi metido en un mundo que no era para mí, y mi salida fue la dispersión.

O quizás vengo genéticamente averso a la especialización.

Lo cierto es que me encuentro a estas alturas de la vida con la sensación de haberme equivocado, de estar lejos de tener la vida resuelta, y lejos de tener un plan.

El mejor momento para plantar este árbol

Dicen que el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años, y el segundo mejor momento es ahora. Quizás haya llegado el momento de plantar ese árbol (aunque estoy convencido de que esta sensación ya la he tenido antes, y aquí estamos).

Y, a la vez, siento que esa decisión es una derrota para mi espíritu generalista, esa identidad a la que me aferro con uñas y dientes.

Cada vez que pienso en especializarme en algo, mis entrañas lo rechazan: «qué pereza», «qué aburrimiento», «¿realmente aporto algo?», «es que no me interesa», «ése no soy yo».

Pero, a la vez (como decía más arriba) la realidad es tozuda.

Cómo transmitir una idea

¿Qué es una idea pegajosa?

Tienes una idea. Una buena idea. Y quieres que los demás la entiendan, la recuerden y a ser posible la compartan. Pero… ¿qué es lo que hace que unas ideas cuajen y otras no?

En el libro “Made to Stick”, sus autores usan el concepto de “ideas pegajosas” para referirse a las ideas que logran ese objetivo. Y plantean que no es fruto de la casualidad, ni de que alguien tenga un determinado talento o “arte”, sino que existen una serie de recetas para hacer que tus ideas se entiendan, se recuerden y se propaguen.

En este empeño debemos luchar contra un enemigo poderoso: la maldición del conocimiento. La maldición del conocimiento es esa tendencia a dar por hecho que todos saben lo que nosotros sabemos, y que por lo tanto nos entienden con facilidad… cuando normalmente no es así.

Cómo conseguir que tus ideas se peguen

En el libro se plantean hasta seis elementos que contribuyen a conseguir ideas pegajosas:

  • Lo simple: porque si cuentas tres cosas, el mensaje se diluye. Hay que elegir la historia que quieres contar, y ceñirte a ella.
  • Lo inesperado: porque el cerebro filtra y no presta atención a lo que le suena “lo normal”. Así que hay que capturar su atención haciendo algo diferente.
  • Lo concreto: porque la abstracción es el lujo de los expertos, y hay que bajar las cosas a la tierra para que “el común de los mortales” nos entienda.
  • Lo creíble: porque las ideas necesitan un respaldo (de una autoridad, de personas en quienes confiemos, de estadísticas, de la propia experiencia…)
  • Lo emocional: porque, si queremos generar acción, necesitamos provocar emoción.
  • Lo contado en forma de historia: porque las historias son como un simulador para el cerebro; no es como vivirlo en realidad, pero es la segunda mejor opción.

Simple. Unexpected. Concrete. Credible. Emotional. Stories = SUCCESs

Resumen gráfico de “Ideas que pegan”

Resumí las ideas del libro en este “sketchnote” (algo que debería hacer más)… y hay que reconocerles a los autores del libro su habilidad “predicando con el ejemplo”, porque han conseguido que sus ideas “se me peguen”.

¡Ah, y también hice un vídeo!

Cómo preparar un curso de formación para que salga bien

La obsesión por el contenido

¿Alguna vez te “ha tocado” dar una formación, o preparar una clase? ¿Qué hiciste? Yo reconozco que durante mucho tiempo, en esas circunstancias, lo que más me preocupaba era “generar contenido”: ¿qué voy a contar? ¿cuántas slides de powerpoint puedo preparar? ¿para cuánto tiempo tengo material? ¿resultará suficiente?

Esa obsesión (con mucho de “defensiva”: ¡que no me pillen en un renuncio! ¡necesito tenerlo todo bajo control! ¡que me dé tiempo a explicar el temario!) me llevaba a preparar formaciones aparentemente sólidas pero que luego, a la hora de la verdad… meh. Sí, yo también he “perpetrado” formaciones aburridas e ineficaces. Y cómo me arrepiento…

Si aprendes a aprender, aprendes a enseñar

Como sabréis los más habituales, llevo ya un tiempo dándole vueltas al concepto de aprendizaje eficaz. Y eso tiene, claro, un reflejo en otra área muy relevante: aprender a enseñar.

Es curioso porque me he ido dando cuenta, a lo largo de mis años de experiencia, de lo mal que se suele enseñar, tanto en el ámbito académico como en el corporativo. Y eso es, sencillamente, porque muchas veces nos faltan las herramientas y conocimientos adecuados para facilitar el aprendizaje. En otros, por falta de tiempo o interés. Al final, por el motivo que sea, sufrimos horas y horas de formaciones aburridas e ineficaces.

Un cambio de perspectiva

Necesité entender cómo funciona el aprendizaje para darme cuenta de que tenía que cambiar mi manera de enfocar la formación. A partir de ahí fui introduciendo cambios. Modificando la perspectiva y el foco. Y haciendo las cosas de manera diferente.

En este vídeo he intentado condensar algunas ideas esenciales sobre ese cambio de perspectiva. Creo que quizás puedan ayudar a quienes, como yo en el pasado, todavía no han hecho el “cambio de perspectiva”. No es un camino fácil, porque implica dejar atrás una concepción muy arraigada, y dar un cierto “salto al vacío”. Pero cuando ves los resultados… ya no hay vuelta atrás.

¿Cuáles son algunas de las claves de las que hablo en el vídeo?

  • Asumir que en una formación el foco no esta en ti, sino en los otros. No eres tú el que enseña, son los otros los que aprenden.
  • Conocer a tus alumnos, y enterarte de qué saben y qué quieren aprender (aquí hago referencia a la técnica KWL de la que ya hablé en el pasado).
  • Trabajar en la zona de desarrollo proximal: suficientemente alejado de lo que saben para que sea un reto, pero suficientemente cerca como para que puedan llegar a aprenderlo.
  • Definir objetivos de aprendizaje concretos, y ajustar los contenidos a esos objetivos.
  • Conocer el intervalo de atención real de tus alumnos, y crear bloques de trabajo que se ajusten a ello.
  • Introducir suficientes estímulos y herramientas diferentes para mantener la atención y promover el aprendizaje eficaz.
  • En general, cuanto menos hables tú, mejor.
  • Practicar y repasar para que el aprendizaje se asiente.

En el vídeo hablo de este libro, Training from the back of the room, que leí recientemente y que me parece un resumen muy interesante de esta manera de ver la formación y que además aporta un buen montón de ideas para hacer formaciones más entretenidas.

Y si te interesa el tema, una fuente siempre interesante es el blog de Juanda SobradoLearning Legendario. En su día le entrevisté para el podcast, por si quieres ir abriendo boca.

Qué significa reinvención profesional para tus emociones

Cuando el escenario cambia

Hace unos días recordaba un documental llamado «Del podio al olvido«. En él, varios deportistas de élite contaban su experiencia tras retirarse de la alta competición. Y salía un factor común: lo que cuesta adaptarse a la nueva situación. Tú imagínate que te pasas básicamente toda tu vida siguiendo unas rutinas y desarrollando unas habilidades que te dan el éxito. Y de un día para otro, paf, te cambia la situación. Y tus rutinas y tus habilidades dejan de ser útiles.

«Reinvéntate«. Por supuesto. El consejo está claro. Y cualquiera lo entiende. «Piensa en a qué te quieres dedicar, mira a ver qué habilidades te faltan, y desarróllalas». ¡Pues claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

El problema es que eso se dice muy fácil… pero hacerlo es más difícil.

El factor emocional de la reinvención profesional

Normalmente, cuando uno se encuentra en esta situación, no es por gusto. Es el deportista al que le llega el momento de retirarse. Es el profesional al que le afecta un cambio tecnológico que le hace obsoleto. Es un despido después de décadas en una misma empresa. El contexto que te gustaba, donde estabas agusto, donde te sentías eficaz… desaparece. Como Adán y Eva expulsados del paraíso.

El sentimiento de pérdida es enorme. Y, como ante cualquier pérdida, las personas necesitamos pasar un duelo. Un proceso por el cual atravesamos distintas sensaciones con mayor o menor intensidad. Mezcladas. De ida y vuelta. Negación, ira, desmotivación, incertidumbre, desconfianza, desesperanza…

Mientras atraviesas ese proceso, de poco te sirven las soluciones «de libro». Ya sé que tengo que identificar las habilidades que necesito. Ya sé que tengo que desarrollarlas. Pero me siento fatal, no tengo fuerzas, ¿no lo entiendes? ¡Dame tiempo! ¡No es fácil!

Igual que eso de desarrollar habilidades… ¡como si fuera tan sencillo! ¿Tú sabes lo difícil que es, a mi edad, ponerme a aprender cosas nuevas? ¿Lo desagradable que es sentirme torpe e inútil? ¿La frustración que genera no saber hacer las cosas, cuando llevo décadas acostumbrado a hacerlas bien? ¿Levantarme cada día sabiendo que voy a fallar?

Lamentablemente, en el mundo profesional muchas veces parece que no hay sitio para las emociones. Que hay que venir «llorado de casa». Que somos máquinas que respondemos perfectamente a las órdenes que nos damos. Y todavía nos sorprende cuando las cosas no suceden como esperábamos…

Atravesar el desierto

Si te encuentras en esta situación… ánimo. Paso a paso. Estás viviendo un proceso que es natural, y necesario. Acepta que vas a pasar por esas fases de desesperanza, de frustración, de pérdida. No es un sitio agradable en el que estar, pero es la forma en la que los seres humanos nos adaptamos a los cambios. Si todo sale bien, en algún momento saldrás de ahí y llegarás a una fase de aceptación en la que te encontrarás mejor.

No le añadas al malestar propio del duelo ese fustigarse porque «no debería sentirme así». No hagas caso a quien te diga que esto es solo cuestión de hacer A, B y C, y que si no lo haces es porque no quieres. Acepta tu propio proceso, y confía en que ya culminará.

Y mientras tanto, ve haciendo lo que puedas. Algunos ejercicios de reflexión pueden ayudarte a hacer esa digestión emocional más fácil. Hacer acciones pequeñitas puede ir construyendo tu autoconfianza, y así ir contribuyendo a tu reconstrucción. Paso a paso.

Añadir información al contenido que compartes

Compartir contenidos interesantes

Hay algo que está pasando (y a mí estos días de confinamiento me está pasando con especial relevancia) y es que muchas veces hay gente que te comparte artículos interesantes que ha leído, un informe de no sé qué consultora, una charla interesante que ha visto no sé dónde… y simplemente te mandan un mensaje: por whatsapp, por correo electrónico…


«Échale un vistazo a esto que me ha resultado muy interesante»

Y claro, tú vas a hacer clic en el enlace y ves un documento de 80 páginas, una charla de una hora… contenidos que te exigen un montón de tiempo entrar a verlos sin saber realmente hasta qué punto te va a resultar interesante o no.

Por eso creo que sería interesante adoptar un par de buenas prácticas a la hora de compartir contenidos.

Añade un resumen ejecutivo

El primero: añade un resumen ejecutivo. Esboza en una frase o en un párrafo cortito cuáles son las ideas principales (y si me apuras la idea principal) que tú extraes de ese contenido.

¿Por qué? Por dos motivos: primero porque a mí me das contexto para saber si me merece la pena dedicar el tiempo que voy a tener que dedicar a consumir ese contenido. Y si por lo que se ha decidido no hacerlo pues al menos me puedo llevar una perlita de valor en forma de tu resumen. Si ya has dedicado una hora a leerte un documento no te cuesta nada dedicarle dos minutos a escribir tu conclusión relevante y compartirla con los demás.

Dale un toque personal

Y la segunda recomendación es que aproveches ese compartir ese documento para añadirle un toque personal. Y ese toque personal puede ser qué es lo que te ha aportado ese contenido a ti, por qué te ha resultado interesante, cómo lo estás aplicando… O también pensar en mí, decir «oye, he pensado que esto te puede resultar interesante para tu proyecto x o para cómo estás enfocando tu actividad comercial o cómo estás enfocando tu negocio o porque me dijiste en su día que estabas metido en este proyecto y he pensado que te puede resultar interesante».

Piensa que al compartir esa información estás teniendo una interacción, y es una excusa perfecta para para reforzar el nexo de vinculación personal que tenemos entre los dos. Y a lo mejor yo no acabo viendo el contenido, pero me quedo con la impresión de te conozco un poquito más a ti y/o que eres alguien que se preocupa por mí y me tiene en cuenta.

Así que nada, si quieres compartir contenidos adelante. Pero hazlo con un poquito de cabeza, porque los demás no tenemos tiempo para leer todo lo que nos sugerimos, y necesitamos criterios para decidir a qué le prestamos atención.