VDCTV007 – El downshifting de Alvy

Bueno, pues aquí una nueva entrega del videoblog de Vida de un Consultor. En esta ocasión, el protagonista es una persona muy reconocida en este mundillo de los blogs. Se trata de Álvaro Ibañez, más conocido como Alvy, uno de los autores de Microsiervos que es probablemente el blog más relevante del mundo en castellano. Sin embargo, en esta ocasión no era Microsiervos ni el blogging ni los geeks (temas que suelen ser habituales en otras intervenciones públicas de las que tienen con frecuencia) los que quería comentar con él, sino otro aspecto de su vida que, sin ser nada secreto, suele pasar bastante desapercibido.
Y es que Alvy tiene una carrera profesional más que interesante. Después de haber vivido una época en el mundo corporativo formando parte de algunos de los proyectos más relevantes de la época puntocom, decidió tomar «la pastilla roja» y renfocar su trayectoria por otros derroteros más alejados de las servidumbres del mundo corporativo, dando prioridad a otros aspectos en su desarrollo profesional y personal y formando junto con Nacho Palou la empresa Internality, de la que hacían una declaración de intenciones bastante clarificadora:

En Internality tenemos los horarios que queremos. Somos nuestros propios jefes, decidimos cómo y cuándo hacer cada trabajo… en definitiva, hacemos lo que nos apetece, nos pasamos el día buceando en Internet, aprendiendo y nos divertimos trabajando. Tanto que hemos recuperado esa extraña sensación de poder decir «qué bien, ¡por fin es lunes!» e incluso la de querer llegar más temprano a la oficina para ponernos a trabajar cuanto antes. Lo cual yo diría que es algo muy bueno y por lo que nos consideramos muy afortunados.

Quienes seguís mi trayectoria en los últimos meses entenderéis el por qué un planteamiento de este estilo llamaba mi atención. Mi idea era charlar con Alvy sobre qué fue lo que les llevó por estos derroteros, qué esperaban encontrar y de qué querían huir, cómo fue el proceso… y también qué valoración hacen, con el paso del tiempo, de su apuesta: si era oro todo lo que relucía, si echan de menos cosas del mundo más corporativo…
Y ése es el contenido de la charla que he intentado extractar en el video. Soy consciente de que ni el sonido ni la iluminación son perfectos (desde aquí gracias especialmente a los jardineros que podaban el seto a base de sierra mecánica), pero creo que son suficientes como para permitir centrarse en el fondo de la conversación. Desde aquí, nada más que agradecer a Alvy su tiempo y su disposición para hablar de todo esto.

El fracaso en gestionar a los que trabajan bien

Leo esto en twitter:

¿¿¿Por qué cuándo alguien hace su trabajo «muy bien» van y se empeñan en darle otro puesto???

Probablemente se trate de uno de los más importantes temas por resolver en el ámbito del desarrollo profesional: la incapacidad de gestionar adecuadamente a los que hacen bien su trabajo. Porque normalmente, a quien está en esta situación, se le trata de recompensar, con dinero y prestigio. El problema suele venir derivado en que la forma más habitual de dar ese dinero y ese prestigio es «ascendiendo» a la persona a un puesto de más responsabilidad. Puesto que suele llevar aparejado un cambio en las tareas a realizar, y también en las capacidades y habilidades necesarias para desarrollarlo bien. El resultado en la mayoría de las ocasiones, como bien sabemos, es nefasto: un buen profesional deja de aportar lo que tan bien estaba aportando en su puesto anterior (eso que pierde la empresa) y a cambio gastamos más dinero para mantenerle en una posición en la que ni sus resultados son tan positivos para la empresa y en la que encima le provocamos un alto grado de ansiedad y de frustración. A nivel general, el ya consabido Principio de Peter, nefasto en la medida en que empeora el desempeño global de las personas. En vez de tener a las personas puestas en donde mejor se sienten y donde más aportan, nos empeñamos en ponerlas en sitios peores y encima gastando más dinero en el proceso.
¿Quién tiene la culpa? Posiblemente desde el mundo de la organización no se haya trabajado lo suficiente en la definición de alternativas más imaginativas (la consabida «doble carrera»). Pero creo que hay otro factor subyacente, que es más cultural, y que afecta también a los propios profesionales que se ven en esa tesitura. Y es que todos tenemos muy metido en la sesera eso de que si no asciendes es que no estás progresando profesionalmente. Nosotros mismos somos los que percibimos como un «fracaso» el no ascender, como una falta de reconocimiento a nuestro buen hacer. Puede que obtengamos dinero (pero no demasiado: la «gran pasta» va por otros lados), pero no percibimos el prestigio (que con demasiada frecuencia sólo se asocia al «ser jefe»). Tampoco convivimos demasiado bien con la idea de que otra persona más joven, o que no sabe tanto como nosotros, sea nuestro jefe (por mucho que para ser «jefe» quizás no necesite tener nuestros conocimientos, sino más bien una serie de habilidades distintas).
Hay aquí un enorme reto. ¿Cómo dar dinero y prestigio suficientes a quienes hacen bien su trabajo sin necesidad (si ellos no quieren y sobre todo si carecen del perfil adecuado) de «ascenderles»? ¿Cómo hacer convivir esta situación con la tradicional percepción de «el jefe tiene que ganar más que su equipo» o «el jefe tiene que ser mayor que su equipo», o la de «sólo si eres jefe es que estás triunfando»?

VCDTV006 – Lotfi El-Ghandouri y el despido interior

Éste es un video que grabé hace unas cuantas semanas y que he tardado un poco más de lo deseable en procesar. Es una entrevista con Lotfi El-ghandouri, autor del libro «El Despido Interior» (podéis ver un dossier de la editorial -pdf-, o una entrevista radiofónica). Ya os he hablado del libro anteriormente, la idea con este video es que Lotfi nos cuente en sus propias palabras el concepto del despido interior.

Por sus hechos los conoceréis

Me gusta mucho esta frase del Evangelio. La asocio con la creación de una reputación a través de los hechos, y no de las palabras. Una reputación buena… o mala. Y es que aquello de la mona vestida de seda, mona se queda también viene al caso.
El otro día charlaba con una persona que me preguntó, así a bocajarro, qué pensaba de Fulanito. La primera reacción, como persona prudente que soy, fué de responder diplomáticamente (uno nunca sabe de qué pié cojea tu interlocutor y mejor no ser demasiado contundente en ningún sentido): «hombre, pues regulín». «¿Pirata sería la palabra adecuada?», me contestó (él parece menos diplomático 🙂 ). Y lo cierto es que yo no lo hubiera definido mejor.
A Fulanito estas cosas deberían hacerle reflexionar. Si dos personas distintas llegan a esa misma conclusión por vías separadas, igual es que no estás haciendo las cosas bien. Lo de que «si una persona te dice que te pareces a un camello no le hagas caso, pero si te lo dicen dos personas mírate en un espejo». Y ganarse una reputación generalizada de «pirata» (o de cualquier otra cosa negativa) en un mundo que cada vez es más pequeño… donde la información está a tiro de click… sin duda es un problema.

Enchufes en el suelo

EnchufeEntiendo la lógica de los enchufes en el suelo: para los que montan las oficinas es sencillo, hacen la instalación por el falso suelo, montan unos cajetines por aquí y otros por allá… y se olvidan para siempre. Esta disposición facilita además los procesos de mudanza y otros cambios de las oficinas: uno mueve mesas, estanterías… y total, los enchufes están en el suelo y no hay que moverlos.
Pero… ¿nadie piensa en los usuarios de los enchufes? Todavía si se trata de equipos fijos, que se enchufan una vez y no se desenchufan en años, vale. Pero los que tenemos que ir de acá para allá con nuestros portátiles… cada vez que hay que enchufar (una vez al día, al menos) toca agacharse debajo de las mesas hasta llegar al cajetín más próximo. Y para desenchufar, tres cuartas de lo mismo. Por no hablar del cargador del móvil, del cargador de la PDA, del cargador del MP3…
Recuerdo que así era en la flamante Torre Picasso. Los chicos con nuestros trajes arrastrándonos por el suelo, las chicas tan monas ellas con lo mismo… ¡Con lo fácil y cómodo que es tener una ristra de enchufes a la altura del escritorio! Fácil y cómodo para los que los tenemos que usar, claro… pero bueno, supongo que esa no era una prioridad, no siendo que un día hubiese que llamar a un electricista para montar enchufes… que eso sí que cuesta dinero y no decenas de consultores arrastrados por los suelos día sí y día también.
Un día una compañera estaba culo en pompa debajo de la mesa enchufando su portátil… y no se le ocurre otra cosa que decir «si queréis enchufar algo, aprovechad ahora». En fin, si estuviésemos en Estados Unidos o la chica hubiese sido un poco idiota las risas y comentarios de los allí presentes hubiesen sido motivo de encarcelamiento por acoso… pero hubo suerte.
En fin, una de las modificaciones que he hecho en mi despacho es ponerme una base de enchufes pegada en la pared a la altura de la mano. Enchufar y desenchufar cualquier cosa se ha vuelto una tarea de lo más sencilla. Muy recomendable, de verdad.

En mi trabajo me sacan de quicio

Asombrado me quedo de lo que cuenta Alejandro… que su empresa (la Administración) ofrece un curso que se llama, ojo al dato, «Ya nadie me saca de quicio». Su reflexión es enormemente precisa respecto a la indudable realidad de que siempre hay gente a la que, por ostes o por mostes, no soportamos (y viceversa, nosotros podemos ser los «no soportados»), las dificultades que eso genera en el funcionamiento de una organización y cómo en una empresa «normal» donde hay más movimiento eso puede ser un problema puntual pero en la administración, donde la fluidez es escasa, puede convertirse en problemas enquistados durante decenios.

En resumen, que puede ser que te vayas a pasar el resto de tu vida viendo a esa persona que te saca de quicio. Y lo que en una organización ágil es problema de meses, en la Administración es cosa de hasta que te jubiles, tú o el contrario.

Ese siempre ha sido uno de los aspectos que me han dado verdadero pánico de convertirme en funcionario público o de trabajar en una de esas grandes empresas «funcionarizadas». A mí donde esté la agilidad y sobre todo la libertad para en un momento determinado cambiar de aires…

Es solo un momentito

Real como la vida misma:

Yo recuerdo haber sufrido a un jefe que cada vez que intentabas hablar con él no solo cogía todas las llamadas que le pasaban por el fijo y las del móvil, sino que al hacer amago de salir del despacho te hacía gestos para que te quedaras. Al final, una cuestión que se podía haber resuelto en 10 minutos me llevaba más de una hora. ¿Realmente el mejor uso que se podía hacer de mi tiempo era permanecer en el despacho del jefe hojeando revistas?

Borja Prieto

Entrevista de trabajo con dificultades

Lo siento, me ha hecho gracia. Entronca con el sentido del humor que me gusta, y que a mi mujer le gusta tan poco. Faemino y Cansado, Monty Python, los Chanantes (en breve Muchachada Nuí)… y ese tipo de cosas. Las entrevistas de trabajo no suelen ser así… pero algunas no dejan de ser surrealistas. No hace mucho leí (pero ahora no sé dónde… aunque espera, que se me ilumina la bombilla) una de entrevistas de trabajo absurdas que no son como en el video pero casi…
¿Alguna experiencia en entrevistas de trabajo parecidas?
(Ay, perdón, vía El Pito Doble)

La importancia de llevar traje

TrajesEl sábado pasado me puse un traje después de casi 12 meses de no tener nada que ver con ellos. El motivo: una boda. Después de 7 años en el mundo de la consultoría «al estilo Arturo», donde el traje era una obligación corporativa (a excepción de los dos o tres días al año en que se autorizaba, por motivos extraordinarios, vestir de business casual… que era como otro uniforme, pero de dockers y camisa), el pasar al mundo «de internet» supuso un cambio radical en ese sentido, y trajes y corbatas se quedaron purgando sus penas en el armario.
Durante una época, llevar traje me parecía importante. Tenía un amigo que trabajaba en una puntocom en la que no solo no llevaban traje, sino que hacían de ello un símbolo. Y es que en el mundo pre-burbuja llevar traje era de desfasados y anticuados, de la «vieja economía», mientras que los de la nueva economía eran unos enrollados. Y yo, que estaba en la «vieja economía», seguía defendiendo que la apariencia era importante…
Con el tiempo fui suavizando mis posturas, hasta el punto de llegar a donde he llegado: el traje almacenado durante meses y meses.
Sin embargo, el otro día sucedió una anécdota que demuestra que llevar traje o no llevarlo no es indiferente. A las 6 de la mañana, un autobús nos dejaba por la zona de Orense (en Madrid, ya sabéis lo que hay por allí: locales «pijos» en TorreEuropa y locales «latinos» en los bajos de Azca) desde la finca de El Escorial donde se celebró el convite. Toca coger un taxi. Dos amigos y yo (que vamos para la misma zona) nos disponemos a buscar uno… y en esta esquina un grupillo de «malotes» (camisetas deportivas, pantalones caidos, medallas, gorra… rollo latin king) y «malotas» (rollo perreo). Y en aquella esquina otro. Evidentemente, están esperando sus taxis. Por Orense baja uno, que tiene que pasar por todos esos grupos antes de llegar a nosotros. «Vamonos hacia Castellana, que igual tenemos más suerte», les digo a mis amigos.
Y segun vamos andando, observo como el taxi sigue bajando Orense, ignora a los grupos que le hacían señas, tuerce por General Perón y se para a nuestra altura. Sin ni siquiera haberle hecho un gesto. Abrimos las puertas, nos subimos… y a casa. ¿El motivo? 100% seguro a que el tipo prefirió subir a tres tíos con traje que a nadie del otro grupo.
¿Las apariencias definen a la persona? No, en absoluto. «El hábito no hace al monje». Nosotros, con nuestro traje, podríamos haber sido unos gañanes del quince, haber sido unos borrachos indecentes que le hubiésemos dejado el taxi hecho un desastre o salir corriendo para no pagar. Los de las gorras podían ser perfectamente unos chicos que saludasen educadamente, diesen conversación agradable y pagasen religiosamente al llegar al destino. Sin embargo, las apariencias sí sirven para que los observadores externos se hagan una idea previa y, aunque «las apariencias engañan», ninguno podemos evitar formarnos una primera impresión a partir de las mismas.
Y esa primera impresión está a buen seguro formada no por casualidad, sino por la experiencia previa que uno haya tenido y que permite adjudicarle un significado a determinadas apariencias. «Gorras y pantalones caídos malo, traje bueno». ¿Injusto? Probablemente. Pero así funcionamos.
Y en el mundo laboral, las apariencias también influyen, y mucho. Quizás no sea un debate de traje-no traje. Pero que es importante cuidar las apariencias… seguro.