Estoy leyendo «Mañana todavía«, una recopilación de relatos sobre distopías o sociedades alternativas. Uno de los relatos es «Instrucciones para cambiar el mundo», de Félix J. Palma. En él, se describe un mundo parecido al nuestro, pero en el que la gente en su día a día hace cosas muy raras, absurdas; salen a la calle en pijama y se ponen traje para dormir, cogen el autobús media hora para dar un rodeo en vez de cruzar la calle a pie, se sientan en las mesas en vez de en las sillas, toman caldo caliente en verano, participan en una guerra en la que está prohibido disparar al enemigo… La chicha del relato está en que de repente aparece una transgresora que cuestiona todo este tipo de actuaciones, una revolucionaria en ciernes..
En fin, la historia se resuelve más o menos rápido. La lees con distancia, porque al fin y al cabo se trata de comportamientos ridículos, absurdos a todas luces, «menuda tontería». Y sin embargo me hizo pensar. ¿Cuántos comportamientos de los que tenemos nosotros, en la vida real, en esta sociedad en la que vivimos… son igualmente absurdos y ridículos? ¿Cuántos serían valorados, si alguien los expusiese al criterio de alguien extraño, como «una chorrada propia de un escritor fantasioso»?
Y entonces miras alrededor, con el ojo un poquito crítico, y un escalofrío te recorre la espalda. Uf. Nada, nada, mejor dejémonos llevar por la corriente; al fin y al cabo, lo absurdo es solo cosa de los libros.
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