Hace unas semanas tuve la ocasión de compartir un rato en el grado LEINN que se desarrolla en las instalaciones de Teamlabs en Madrid. Estuve invitado por Thibaut Deleval aprovechando que uno de los grupos a los que tutorizaba iba a discutir las ideas de Skillopment. Fue una experiencia muy enriquecedora e ilusionante para mí, ver cómo las ideas que había plasmado en el libro resonaban en chavales de una forma tan concreta.
Curiosamente, parte de la conversación giró también entorno a lo difícil que es autogestionarse en un entorno de incertidumbre. El modelo que plantea en LEINN tiene mucho de innovador: frente al modelo de formación más tradicional, se fomenta mucho el trabajo práctico (de hecho los chavales tienen que poner en marcha su propio proyecto empresarial, y de su funcionamiento depende en parte su evaluación), la responsabilidad del alumno a la hora de dirigir su propio aprendizaje («no hay profesores, si no entrenadores») y la reflexión y el intercambio de ideas. En este contexto, los chicos y chicas expresaban algunas inquietudes que me resultaron muy familiares, porque son muy parecidas a las que enfrentamos a lo largo de nuestra carrera profesional: cierta sensación de abrumación ante la multiplicidad de opciones, incertidumbre respecto a si se está haciendo lo correcto, presión por tener que atender a varias responsabilidades a la vez… alguno, en algún momento, llegaba a plantear que quizás echaban de menos un poco más de estructura, de dirección; un «programa académico» más tradicional donde poder sentirse más cómodos.
Obviamente, la idea del grado LEINN es precisamente ésa: frente al modelo académico tradicional (todavía muy basado en un enfoque muy dirigido, con un «programa académico» perfectamente definido y donde la exigencia se produce con grados de incertidumbre limitados) contribuir a la formación de los alumnos en un entorno mucho más parecido al «mundo real», con su incomodidad y su incertidumbre, que ayuden a «templar» el carácter y a desarrollar una serie de habilidades útiles y aplicables a lo largo de toda una carrera profesional. Claro que en el proceso surgen dudas, porque no pueden aferrarse a la (falsa) sensación de seguridad que ofrece el sistema tradicional.
Curiosamente, charlando después de la sesión, me contaba Thibaut que esas dudas también se generaban en las familias. Incluso siendo personas que habían aceptado voluntariamente esta opción para la educación de sus hijos, de vez en cuando les entraba el vértigo: ¿y si nos hemos equivocado? ¿y si al apostar por lo nuevo hemos cometido un error? ¿y si hubiese sido mejor ir a lo conocido? Me decía Thibaut que no siempre era fácil resolver esas dudas. Al fin y al cabo, se trata de un programa con relativamente poco recorrido, en una institución relativamente nueva, al que además se hace evolucionar continuamente. No hay una «probada trayectoria» que se pueda poner encima de la mesa para tranquilizar a los inquietos; y de hecho es difícil si no imposible dar garantías. Es lo que tienen la innovación, la experimentación y los enfoques pioneros.
Obviamente entiendo las dudas. Si yo mismo las vivo en mi día a día. Yo también hecho de menos de vez en cuando un poquito menos de incertidumbre; lo que pasa es que tengo la duda (razonable, creo) de que ese nivel de certidumbre exista, o que las recetas tradicionales sean capaces de aportarla. Hay una seguridad percibida (lo mismo en los «programas académicos tradicionales» que en el «empleo para toda la vida») que no es real, pero que a veces desearía que lo fuera.
Lo que me pregunto es cuántos de esos alumnos, o esos padres, mostrarían la misma inquietud ante la educación más tradicional. ¿Cuestionarían el programa académico? ¿Se preguntarían si ese programa, tan aparentemente sólido y armado, está preparando a sus hijos para el futuro? ¿Analizarían el porcentaje de éxito de dicha educación, medida en términos de satisfacción, de adaptación al mundo profesional, incluso de éxito a la hora de encontrar trabajo? Algo me dice que seguramente no. Que hacer «lo que todo el mundo hace», que entregarse a instituciones y modelos que funcionaron hace 50 años, que confiar en «lo que dicen los académicos»… tranquiliza las conciencias. Que parece que el riesgo solo lo corre el que apuesta por hacer algo diferente. Pero en realidad, cualquier decisión (incluida la de seguir el camino más tradicional, aunque no parezca una decisión porque «es lo normal») es una apuesta, con su consiguiente riesgo.
Cierro con esta viñeta, una de mis favoritas, sobre los miedos respecto a la innovación:
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Sí, todo una experiencia diferente la de LEINN. Esa incertidumbre provoca una constante necesidad de resolver lo que venga, sea lo que sea. Supongo que no es mala actitud. Claro que las dudas tienen que surgir, sí o sí, porque todos necesitamos nuestras dosis de seguridad, aunque sea fabulada. Yo ahora estoy tutorizando tres proyectos fin de grado de Leinners, dos chicos y una chica. ¿Qué encuentro? Que, pese a todo, cuando tienen que volcar su experiencia en el proyecto que están desarrollando (sea propio u otro en el que se han enrolado) los miedos siguen presentes. Otra cuestión es que esta gente se pone las pilas y, como sea, tiran hacia delante. No es mala actitud, no 😉
Sospecho que parte del «problema» viene porque en este contexto es más difícil medir los avances. Es decir, en un programa tradicional tienes tus asignaturas, tus exámenes, y vas «aprobando». Eso te puede servir para tener la sensación (ficticia) de que tu aprendizaje está siendo «certificado», validado. Mientras tanto en ese otro entorno difuso seguramente tus habilidades se desarrollan de forma mucho más real, pero careces de elementos de validación externos lo cual te provoca más inseguridad.
La sensación que yo tuve hablando con los chicos y chicas es que el nivel de madurez de sus intervenciones e inquietudes con 19 años era muy notable; pero que ellos parecían no darse cuenta.
Pues a las evaluaciones se les da muchísima importancia en este sistema. Son míticas las sesiones maratonianas donde hay análisis 360 grados, con coaches y chavales enfrascados en dar y recibir feedback adecuado.
Otra cosa es la evaluación en «conocimientos» clásicos. Esa me temo que pasa un poco a mejor vida. Yo, por ejemplo, en un taller que hago con ellos evalúo a partir de una actividad pero tengo darle una vuelta para ver cómo incorporo otros métodos complementarios.