Hace un año quedé a comer con mis amigos en Salamanca.
Después de un rico arroz, y un par de copas de sobremesa, pasamos por delante de un conocido local. En la puerta, una relaciones públicas trataba de captar clientes. «Chicos» (dijo con extrema generosidad para con ese grupo de cuarentones), «ahora empieza un concierto, ¿os animáis?».
Y para allá que fuimos. Bueno, técnicamente fui yo muy emocionado, y mis amigos entraron a regañadientes.
La cosa es que disfruté mucho del concierto.
A lo largo de estos meses he ido varias veces a escuchar de nuevo a esta banda. ¡Hasta un día me dejaron cantar una canción!
El caso es que investigando un poco sobre ellos, a través de su Instagram y del de sus componentes, vi que el guitarrista daba clases. Y yo lo de tocar la guitarra lo tengo ahí como espinita clavada. Así que me puse en contacto con él y hace un par de semanas empezamos a dar clases.
En estas dos semanas he vuelto a recordar lo que es enfrentarse a un reto de aprendizaje. Esa sensación de que «todo es difícil» (y es verdad, todo es difícil hasta que se vuelve fácil… pero hay que trabajar). Esa frustración cuando las cosas no te salen, incluso cuando vas muy despacio. Ese ser consciente de todo lo que no estás haciendo bien a la vez. Esas molestias derivadas de corregir la postura de la mano (porque nunca te habías fijado, o nunca te habían dicho, que la ponías mal).
Y también esa sensación tan gratificante cuando las cosas van saliendo. Esos momentos «eureka» cuando descubres la lógica interna de lo que estás haciendo. Ese subidón cuando te das cuenta de que ahora haces con cierta soltura lo que dos semanas antes veías casi imposible.
Hay una viñeta que me encanta, en la que un tipo le dice a otro que está tocando el piano: «Tienes que dejarlo, no eres bueno».
A lo que el otro responde: «Si lo dejo, nunca seré bueno».
En esas estamos.
PD.- En mi libro «Skillopment» tienes una colección de reflexiones sobre el aprendizaje que quizás te interesen.