El pasado fin de semana tuve un momento “bricomanía”. Estaba mi mujer preparando el típico vestido para la función fin de curso con la máquina de coser, cuando me dice “mira a ver si puedes ayudarme, anda”. Un hilo se había quedado pillado en alguna parte del mecanismo, y no éramos capaces de sacarlo simplemente tirando de él. Había que “operar”.
Pasé un rato sacando un par de tornillos de difícil acceso. Otro rato intentando ver cómo desmontar las siguientes piezas. El caso es que pude sacar el hilo… pero claro, llegó el momento de volver a montar. “Esperate que esto no encaja bien ahí”, “¿pero cómo narices estaba esta pieza antes?”. Y luego la odisea de los dichosos tornillitos, que si no intenté meter veinte veces (y venga a caerse el tornillo, “y ahora dónde coño ha ido a parar”) no lo intenté ninguna.
Al cabo de unos cuantos esfuerzos (y maldiciones por lo bajini, y un par de borderías tipo “niño, quita de aquí, ¿no ves que estoy haciendo cosas?”), conseguí poner todo en su sitio. No sobraban piezas. ¡Y la máquina funcionaba!
Volví a mis cosas, rumiando para mis adentros. ¿Me sentía mal, por lo torpe que había sido para resolver algo tan “evidente”? ¿O me sentía bien porque, al fin y al cabo, lo había resuelto?
Es curioso. Ahí estaba yo (más concretamente mi mente) diciéndome dos cosas contradictorias. Una me hacía sentir bien, otra mal. ¿A cuál iba a hacerle caso? Pues como dijo alguien en twitter, “si una te hace sentir bien y otra mal, y puedes elegir…”. Y claro que podía elegir. Yo (y nadie más) era quien podía poner el foco en una o en otra. Yo podía elegir, ante un mismo hecho objetivo, si sentirme bien o sentirme mal.
Me recordó a la historia india de los dos lobos que luchan en tu interior. Ante la pregunta de “cuál de los dos ganará”, la respuesta es “aquel al que tú alimentes”. Ganará aquel pensamiento (y por lo tanto el sentimiento derivado) al que le queramos poner foco. Y sí, digo “queramos”, porque es una elección. Muchas veces no evidente (porque nuestra mente funciona “en automático” y no tenemos costumbre ni de observarla ni de intervenir en sus procesos), ni sencilla (porque la mente tiene sus propios trucos enrevesados). Pero con práctica y esfuerzo, podemos aprender a dirigir nuestros pensamientos a aquello que nos haga sentir mejor. Incluso e n situaciones dramáticas podemos hacer un encuadre positivo.
De todo lo que nos pasa, de todo lo que nos dicen, y especialmente de todo lo que nos contamos a nosotros mismos… podemos elegir con qué nos quedamos. Hagamoslo bien.