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Los beneficios de la especialización

Mirando hacia atrás…

En breve se cumplirán 25 años desde que empecé mi carrera profesional.

25 años, se dice pronto, manda narices.

Llevo un tiempo bastante reflexivo («¿cuándo no, Raúl?», dirán algunos). Con sensación de estancamiento, bastante parecida a la de hace unos años (supongo que eso mismo es la definición de estancamiento). Pensar en mi futuro profesional (que, aunque por mí me iría a una cabañita en el bosque, siento que tendré que plantearme por otros 20-25 años más) es inevitable que me haga pensar en mi pasado.

Y en el que, probablemente, es el gran error de mi carrera.

La inquietud por el debate especialista/generalista me viene de lejos. Ya en los albores de este blog hablaba de que la especialización es para los insectos, del orgullo generalista, de que «cómo se presentaría Leonardo«, cómo me sentía una nube de tags, y a la vez de las dificultades para destacar como generalista, o lo bien que funciona la especialización de cara al mercado.

En fin, creo que es uno de los grandes temas recurrentes sobre los que llevo reflexionando durante casi toda la vida, y en el que chocan dos intuiciones.

Orgullo generalista

Por un lado, siento que mi naturaleza es generalista.

Lo cierto es que no he conseguido, a lo largo de mis ya casi 50 años de vida, encontrar ese «algo» que me haga sentir una pasión permanente e irrefrenable. No he tenido una vocación, una actividad o un área de conocimiento en el que sintiese que «podía instalarme».

Nada me ha interesado lo suficiente como para dedicar esas 10.000 horas de las que hablaba Malcolm Gladwell que son necesarias para ser un experto; al contrario, me siento más cerca del «picaflor» que disfruta tocando superficialmente distintos temas por breves periodos de tiempo. Mi curiosidad se satisface rápido (en las primeras etapas de la curva de aprendizaje – las 20 horas de Josh Kaufman), y luego busca otra cosa diferente a la que prestar atención.

Océano infinito del conocimiento.

Me falta la capacidad de «centrarme», de elegir un campo y profundizar en él más y más ,de cerrar los ojos a las posibles alternativas, de «apretar los dientes» y perseverar más y más hasta alcanzar ese nivel de experto/maestría, de repetir una y otra vez los mismos mensajes sin aburrirme.

Ejemplos te podría dar muchos: la fotografía, la magia con cartas, el aprendizaje, hacer nudos, la formación, las herramientas de RRHH, la programación, la psicología, el desarrollo personal, el coaching, los negocios online, el dibujo, la guitarra, la meditación, el diseño…

Soy un aprendiz de mucho y maestro de nada.

Y eso tiene sus satisfaciones, no te voy a engañar. Sin duda es más divertido. Y te da una perspectiva mayor del mundo. Incluso, teóricamente, te podría dar cierta ventaja competitiva al encontrar relaciones entre distintas temáticas y poder aplicar esa visión amplia a la resolución de problemas.

Pero también tiene sus desventajas.

El mundo compra especialización

Hay una corriente que defiende a los generalistas/multipotenciales, pero la realidad es tozuda.

Si tú, como cliente, vas a comprar un producto o servicio… buscas al experto.

Si tú, como empleador, vas a contratar a alguien… buscas al que tiene experiencia previa en el puesto, en el sector y en el tamaño de empresa.

Buscas al que se ha enfrentado ya cien veces al problema que tú te tienes. Al que domina los matices que a ti se te escapan. Al que es capaz de hacerlo rápido y barato porque ya lo ha hecho antes.

Especializarte en algo ayuda a que «el mercado» (los potenciales clientes / empleadores) te encuentren, identifiquen, te reconozcan, te compren.

Y te ayuda también a ti a buscar clientes (aquellos que tienen el problema que tú sabes resolver), y descartar a otros.

Te ayuda a elaborar tu propuesta de negocio, tus acciones de marketing, lo que pones en tu web.

Te ayuda a destilar tu comunicación.

Te ayuda a elegir qué conocimientos seguir cultivando, qué libros leer, a qué eventos acudir, qué formaciones hacer.

Especializarte, en definitiva, te da un plan que seguir.

Y te genera más ingresos.

También tiene sus riesgos (¿y si aquello en lo que te has especializado deja de ser relevante?), y sus lados negativos (qué aburrido estar hablando siempre de lo mismo). Todo tiene siempre una cara A y una cara B.

Pero ajá.

¿El gran error de mi carrera?

Decía, al inicio del post, que estoy por cumplir 25 años de trayectoria. Y que, mirando atrás, creo que soy capaz de identificar el gran error de mi carrera: no ser un especialista.

Porque resulta que, tras 25 años… ¿qué soy? ¿cómo me presento al mundo? ¿En qué temática/sector puedo decir que soy un experto? ¿A qué he dedicado el número suficiente de horas como para poder «competir»?

Sí, seguro que soy una excelente compañía para una sobremesa. Que puedo hablar un poquito de esto y un poquito de aquello, y tener opiniones mínimamente fundadas sobre distintos temas. Que incluso, en un entorno profesional, puedo ser muy útil porque sirvo «para un roto y para un descosido».

Pero, a la hora de la verdad, el mercado no me reconoce. No soy capaz de decir «me dedico a esto, soluciono este tipo de problemas para este tipo de clientes, y lo hago mejor que nadie porque llevo años profundizando en ello».

Creo que lo he hecho al revés de lo que debería.

Mis primeros 25 años deberían haberse centrado en cultivar una especialización, en sacarle rendimiento económico para, una vez llegada a la «mediana edad» y con la vida más o menos resuelta, abrir la mente a otras inquietudes.

Pero siempre fui un adelantado a mi edad biológica, y mis «crisis de identidad» me llegaron muy pronto. O quizás es que no dediqué el tiempo suficiente a buscar un área donde realmente me pudiese interesar (o le viera sentido) especializarme, y me vi metido en un mundo que no era para mí, y mi salida fue la dispersión.

O quizás vengo genéticamente averso a la especialización.

Lo cierto es que me encuentro a estas alturas de la vida con la sensación de haberme equivocado, de estar lejos de tener la vida resuelta, y lejos de tener un plan.

El mejor momento para plantar este árbol

Dicen que el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años, y el segundo mejor momento es ahora. Quizás haya llegado el momento de plantar ese árbol (aunque estoy convencido de que esta sensación ya la he tenido antes, y aquí estamos).

Y, a la vez, siento que esa decisión es una derrota para mi espíritu generalista, esa identidad a la que me aferro con uñas y dientes.

Cada vez que pienso en especializarme en algo, mis entrañas lo rechazan: «qué pereza», «qué aburrimiento», «¿realmente aporto algo?», «es que no me interesa», «ése no soy yo».

Pero, a la vez (como decía más arriba) la realidad es tozuda.