Hace unos meses reflexionaba sobre la inquietud que me provocaba, como padre, el sistema educativo en el que mis hijos están inmersos. Y me preguntaba en voz alta sobre alternativas, y sobre el miedo que me daba tomar decisiones al respecto.
Aquella inquietud no ha ido a menos; casi diría que al contrario. El caso es que un día, comentando en grupo algunas ideas al respecto, alguien dijo: «todo eso está muy bien, pero tienes que pensar en los niños; cualquier decisión que tomes les va a afectar y a marcar para el futuro». Lo cual es rigurosamente cierto. Lo curioso es que ese argumento, que se ponía encima de la mesa como alerta, obviaba un elemento importante. Y es que es perfectamente aplicable a cualquier decisión… incluyendo la de dejar a los niños a cargo del sistema. Algo que no parecía ser relevante a nuestro interlocutor.
Es decir, «ojocuidao con lo que haces que vas a marcar el futuro de los niños»… como si hacer «lo normal» no fuese a marcarlos. Y ahí es donde encaja mi reflexión. Porque es verdad que parece que, si haces «lo normal», no pasa nada. Que el riesgo lo asumes si haces algo «anormal». Pero es mentira. Estás asumiendo un riesgo siempre, tanto si haces «lo normal» como «lo anormal». Todo va a tener consecuencias, algunas positivas, otras negativas. Y con esa visión en mente, creo que es razonable valorar todas las alternativas en igualdad de condiciones, por mucho que la «presión social» haga que parezca que «lo normal» es «lo correcto» y que las alternativas con una locura. Porque mientras tanto, España lidera las estadísticas de abandono escolar temprano, el desempleo juvenil supera el 50%, y los estudios (pdf) hablan de incertidumbre, decepción y desconocimiento.
Pues si esto es el resultado de «lo normal»… a lo mejor resulta sensato ir por un camino diferente.
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Totalmente de acuerdo. El problema es que es un tema muy sensible y es fácil quedarse en la parálisis por análisis.
Claro, es que miras alternativas y unas suenan bien pero no sabes si después serán como parecen o si suenan bien igual que suenan bien las dietas milagro. Y otras alternativas se pasan de místicas y suenan a meter a los críos en una secta.
Y el tema es que tanto las que suenan bien como las que suenan raro, suenan bien o raro en función de los filtros y la mochila personal de cada uno. Total que al final, por miedo a equivocarse uno se decide por el error cuyas consecuencias ya conoce. Y por lo tanto, perpetúa lo que quisiera evitar a toda costa.
Es jodido este tema, eh? 🙂
Has leído «por fin, libres»? Creo que en español sólo lo venden en Ojo de Agua, si te interesa te paso el enlace. Está interesante para abrir los ojos, tener una perspectiva más amplia de otras opciones y quitarse miedos.
Somos aversos al riesgo. Y si somos padres, todavía más aversos al riesgo.
La cuestión es que no creo que midamos bien los riesgos de las distintas opciones: pensamos que la opción tradicional «no tiene riesgo», «solo se puede ganar», como se decía hace no mucho de la inversión en vivienda. Como señala Raúl en su último párrafo, el riesgo es gigantesco dentro del sistema: 30% no acaba estudios secundarios, los que acaban tienen pocas y malas posibilidades laborales, y hay alta probabilidad de acoso escolar.
La cuestión es que seguir la pauta normal nos proporciona una falsa sensación de seguridad: si nos equivocamos nos equivocamos con todo el rebaño, y eso parece menos equivocación.
Eso sí, luego no esperemos tener hijos creativos, únicos, originales y con grandes ideas o con vidas interesantes.