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¿Podemos vivir en beta permanente?

Todo se inició esta mañana. Leía un post de Amalio Rey donde repasaba su 2014 y en el que, entre otras cosas, mencionaba que «Como conclusión quiero pensar que mi “año de transición” se ha multiplicado por dos, convirtiéndose en el bienio 2013-14».
A esto le planteaba yo en twitter que quizás estemos llamados a la «transición permanente» y él contestaba que «Una «transición permanente» no hay quien la aguante; lo del «Beta permamente» es una locura».
Antes que nada, para los que no estéis familiarizados con el término, «beta» es una forma de referirse a una de las fases de desarrollo de un software, en concreto al momento en el que lanzas una versión «de pruebas» que permite recoger feedback y hacer modificaciones. Cuando hablamos de «beta permanente» nos referimos a ese estatus en el que no llega a haber «productos terminados» ni «versiones definitivas» (que son las vigentes mientras se desarrolla la siguiente evolución) sino que de forma continua se estarán introduciendo evoluciones y cambios.
Llevado a las personas, estaríamos hablando de dos situaciones diferentes: una (un poco la que yo vislumbraba en Amalio), en la que la persona aspira a distintas etapas de «estabilidad» separadas por momentos de «transición». Y otra (que es la que veo yo) en la que esa «estabilidad» no existe, en la que los cambios y las adaptaciones son el pan nuestro de cada día.
La pregunta es… ¿es posible elegir? Nuestro mundo y sus circunstancias cambian todos los días. A veces cambios más grandes, a veces más pequeños. Pero no deja de fluir. Las «etapas de estabilidad» (tanto en lo profesional como en lo personal) creo que son una ilusión. No son reales. Podemos pretender que estamos viviendo una etapa estable, pero lo cierto es que estamos negando la realidad, acumulando una tensión creciente entre la permanencia fingida y la impermanencia real. Hasta que la tensión es demasiado fuerte, se rompen los diques y se produce un desborde que arrasa con el status anterior. Son esas fases de «transición», o de «crisis», en la que el mundo que creíamos sólido se derrumba bajo nuestros pies.
La alternativa es fluir uno mismo con lo que fluye alrededor. Be water, my friend. Es mucho más incómodo en el día a día, claro (ese cuestionamiento permanente de si estaré haciendo lo correcto, de si voy bien, de si estoy adaptándome correctamente a todo lo que sucede, de cuáles son las alternativas… puede ser agotador). Pero creo que por otro lado evita esas «grandes catarsis» que se producen cuando cae el escenario «tipo Mátrix» que nos montamos.
Evidentemente no es fácil. Creo (sin soporte científico que conozca) que nuestros cerebros tienden a la estabilidad, a buscar una cierta seguridad. Probablemente, si nos dejamos llevar por la inercia, nos encontraríamos que en muchas áreas de nuestra vida el cerebro considera que «no hay de qué preocuparse, circulen, no hay nada que ver». Y hasta que no nos dan una bofetada, no entramos en modo adaptación. Pero quizás para entonces sea demasiado tarde.

5 comentarios en “¿Podemos vivir en beta permanente?”

  1. Estoy de acuerdo contigo, Raúl. La estabilidad es una ilusión – creo que cada vez más – y genera tensiones, ya que no es sostenible. Por consiguiente, me parece fundamental desarrollar la competencia «adaptabilidad permanente», que es otra forma de llamar al «beta permanente»

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  2. Es curioso el tema de las «betas»
    Originalmente, era un término que se usaba en videojuegos. «alpha» era la fase en la que el juego se podía jugar, pero era todavía de consumo interno de los desarrolladores (tenía muchos errores, típicamente colgaba fácilmente)… «beta» era la fase en la que se consideraba suficientemente estable como para que QA (los probadores) lo utilizasen.
    Cuando ya era suficientemente bueno/estable como para sacarlo al público, pues se sacaba…
    Claro, esto es de la época en la que los juegos (y el software en general) tenía que estar casi perfecto para venderlo, porque no había parches, etc…
    A día de hoy el hecho de poder actualizar el software en cuestión de horas hace que los productos sean mucho más inestables/cambiantes (esp. al principio), pero también mucho más dinámicos, el coste de las pruebas es menor, etc…
    En general, ese «cambio permanente» creo que es positivo, pero sin duda trae importantes desafíos. Creo que los seres humanos necesitamos en cierta manera ese momento de calma psicológica (aunque no lo sea tanto real) hasta dar «un cambio cualitativo», que siempre da una cierta sensación de crisis o revolución.
    No creo que sea posible vivir siempre «en movimiento», sin reposar nunca. Aunque eso no quiere decir que no se avance o no se esté preparado para los cambios. Lo malo es presuponer que ya está todo hecho y que es una circunstancia permanente, y no un «alto en el camino»

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  3. Yo apostaría por un sentido «crítico» del término. Nunca lo usaría como referencia absoluta. Tenemos el peligro de caer en gatopardismo: cambiar por cambiar… y en el fondo todo sigue igual. La resistencia al cambio, sí, repito, la resistencia al cambio es también positiva. No es tanto el cambio por el cambio sino «lo que se cambia».

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