Entornos de roce para que un desconocido acabe siendo tu amigo

El pasado miércoles estuve viendo el fútbol con unos amigos, pasando un buen rato. Lo cual tiene mérito a estas alturas, teniendo en cuenta que nos conocemos desde hace más de media vida; en concreto desde el inicio del curso del 94, cuando llegamos a Bilbao para iniciar la etapa universitaria. Por aquel entonces éramos auténticos desconocidos, a los que el azar había asignado a un mismo piso del Colegio Mayor. Todavía recuerdo nuestro primer encuentro, cuando ellos (que sí se conocían entre sí; venían del mismo colegio en Logroño) aparecieron en el piso por la noche, después de haber estado «escaqueándose» todo el día de la presión de los veteranos.
Obviamente no nos hicimos amigos en ese mismo momento. Fue algo gradual, poco a poco, a base de «mareos» compartidos, cenas, pochas, pelis, farras, partiditas al Civil… primero en grupos grandes, luego en grupos más pequeños… Un largo camino en el que otros fueron cayendo, un proceso a lo largo del cual se van identificando y fortaleciendo afinidades, y donde se produce una especie de «selección natural» que hace que acabes siendo amigo de unos y no de otros.
¿Y por qué cuento esto? Resulta que a raíz de mi «historia de dos tuiteros» del otro día surgió una conversación interesante sobre «el ámbito privado» y «el ámbito público», y la transición que hacen las relaciones desde el uno hasta el otro. De acuerdo a este enfoque, tendríamos el «ámbito público» en el que todos aparecemos como desconocidos, y nos comportamos con pulcritud exquisita, ciñéndonos a nuestro «personaje». No decimos nada que pueda parecer ni remotamente inapropiado, ni dejamos apenas que nuestra personalidad aflore. Aplicado a internet, sería el uso de twitter que yo veía el otro día con malos ojos; cero riesgos, que las redes las carga el diablo. Y por otro lado tendríamos el «ámbito privado», donde ya somos colegas y podemos comportarnos tal y como somos sin peligro, sabiendo que eso no va a salir de allí. Chistes, chorradas, comentarios inapropiados, charlas a «calzón quitao»… todo tiene cabida, al fin y al cabo ya somos amigos; alguien mencionaba «los grupos de Whatsapp» como representación.
Por supuesto que estoy de acuerdo en esta categorización. Hay un espacio para la interacción con desconocidos, y hay un espacio para la interacción con amigos. La cuestión es que para mí no es algo binario (o estás en un entorno o estás en otro), si no que son más bien los dos extremos de un continuo; todos iniciamos las relaciones como desconocidos, y lo interesante es ver cómo esas relaciones van progresando hacia la amistad.
Esto es algo que cada uno puede validar con su propia experiencia. Las amistades del colegio… ¿cómo se forjan? A base de horas y horas de pupitre compartido, de juegos en el patio, de paseos de ida y de vuelta. Las amistades del trabajo, lo mismo; proyectos compartidos, horas de pradera y de máquina de café, viajes… En definitiva, se trata de entornos «de roce», donde todo el mundo empieza «tieso como un palo» y poco a poco va relajándose, dejando traslucir su personalidad, juntándose con los afines y alejándose de los que no lo son, tomando iniciativas y viendo si hay reciprocidad… un proceso largo, no exento de idas y vueltas, en el que mucha gente se va quedando por el camino. Defiendo, además, que en el ámbito de las relaciones personales pesa mucho lo «banal», lo cotidiano, las «chorradillas del día a día», y que es ahí donde calibras lo «a gusto» que estás con alguien. Uno no se hace amigo de otro por lo bien que hace los powerpoints, o lo bien que escribe artículos, o lo listo que sea. Necesitas detectar algo de «chispa» en su forma de comportarse, de afinidad en la forma de ver el mundo y transitar por él, que es difícil de detectar cuando nos ceñimos a nuestro personaje intachable, que solo habla «de cosas serias» y siempre en un tono «apropiado».
Para mí es importante que en el ámbito de las redes sociales exista también ese «entorno de roce», ese espacio donde poder hacer una transición entre «desconocido» y «amigo». Creo que «el twitter de los primeros años» era un poco así, y creo también que se está perdiendo. Lo cual es una pena, porque de esta forma resulta muy difícil hacer esa transición. Puedo identificar a un perfil interesante por lo que cuenta, pero si no me abre la puerta a interactuar, si no me deja ver «cómo es», si no puedo hacer una cata de su forma de ver el mundo, de sus ideas, de su comportamiento… difícilmente voy a dar pasos (y hacen falta muchos) para acercar posiciones. Si se limita a hablar de «su tema» se restringen también las oportunidades de interacción.
Me recomendaban que, si creo que alguien es interesante, debería explorar esa relación sin esperar a «testarla» antes. «Hola, mira, te sigo en twitter y me parece interesante lo que publicas sobre #insertetema, puede que seas una persona agradable aunque igual no, pero… ¿quedamos a tomar unas cañas a ver qué tal?». Yo sé que peco de introvertido, pero ¿soy el único al que un salto de este tipo le resultaría violento, tanto si soy yo quien lo promueve como si alguien me viene con esto?
En conclusión: creo en las redes sociales como «medio de conexión entre personas». No aspiro a tener, como decía Roberto Carlos, «un millón de amigos»; pero sí a rodearme de una buena nube de esas conexiones que llaman «difusas» o «débiles», que no llegan a ser amigos del alma (y si es así, ¡bienvenido sea!) pero que sí son más que un avatar y un personaje «siempre pulcro», gente con la que puedas compartir en un momento dado algo más que un intercambio formal de ideas sobre una temática restringida. Y creo que para que esas relaciones fructifiquen y se mantengan hacen falta esos «entornos de roce» donde poder interactuar (poco a poco, de forma natural) como las personas completas e imperfectas que somos.

Estrategia portfolio, o socializar el riesgo

En la empresa de restauración en la que estuve trabajando los últimos años había un comité llamado de «underperforming». Consistía en reuniones periódicas centradas en analizar el comportamiento de los restaurantes que peor estaban funcionando. Porque claro, cuando tienes más de cien restaurantes hay algunos que funcionan por encima de las expectativas, otros más o menos en línea, y otros por debajo. La idea del comité de «underperforming» era que prestando la atención adecuada a este «pelotón de los torpes» podían identificarse las causas, corregirlas, y así conseguir mejorar su rendimiento.
Como no era parte de mi negociado, no sé exactamente si ese comité servía para algo más allá de para «señalar». La sensación es que a lo largo del tiempo los restaurantes que sonaban por estar «a la cola» siempre eran los mismos, y que ninguno de los planes que se ponían en marcha realmente conseguían cambiar su rumbo. Ahora llevo a un gerente más experimentado, ahora cambio el equipo de mandos intermedios, ahora les llevo a un curso… mientras tanto, por contraste, otros restaurantes parecía que «iban solos».
¿Es porque en unos la gestión era mejor que en los otros? Yo tiendo a pensar que, si bien la gestión correcta es un factor relevante, en muchas ocasiones el devenir de un negocio depende de elementos no gestionables. Que hay cosas (desde la competencia, la localización, el perfil demográfico, el timing…) que marcan el rumbo con mucha más fuerza que la voluntad del gestor. En definitiva, que una buena gestión es necesaria (y ni siquiera siempre), pero no suficiente.
La cuestión es que cuando tienes cien restaurantes el problema no es tan grave. Los que funcionan mejor pueden financiar a los que funcionan peor, y te da margen para actuar. Ahora bien, como sólo tengas uno, estás poniéndote en manos del destino. Si resulta que «sale bueno», fenomenal. Pero como «salga malo», poco o nada de lo que hagas te va a salvar.
Por eso es interesante distribuir el riesgo, desarrollar una «estrategia portfolio» o, como se ha dicho toda la vida, «no poner todos los huevos en la misma cesta». Es algo que saben bien los «business angels» (que reconocen abiertamente que tratan de invertir en 20 negocios prometedores con la esperanza de tener éxito en uno de ellos que justifique las pérdidas seguras de los otros 19), o cualquier inversor prudente en general (siempre te recomendarán invertir en un índice que en un valor concreto, y si puede ser un «fondo de índices» mejor que en un índice concreto). Es algo que también sabe la naturaleza, y por eso hay especies con un índice de reproducción muy elevado… porque saben que la probabilidad de supervivencia individual es poca. Es tan elevado el riesgo de apostar por algo muy concreto, incluso cuando crees que «tienes el control» (porque «yo sé gestionar» o porque «yo conozco el negocio» o porque «yo soy un genio») que lo más aconsejable es multiplicar las apuestas.
Lo interesante es ver cómo podemos trasladar esta filosofía de «portfolio», este «repartir los huevos en distintas cestas», a nuestro ámbito individual. Por ejemplo, diversificando nuestros conocimientos y áreas de experiencia, o ampliando nuestros círculos sociales. Siempre habrá quien diga que de esta forma tendemos a la superficialidad («quien mucho abarca poco aprieta», o el «aprendiz de mucho maestro de nada»), y sin duda es algo que obliga a un mayor esfuerzo (es más fácil profundizar en algo que ya conocemos que empezar de cero con una nueva materia; igual que es más cómodo pasar el rato con los amigos de siempre que lanzarse a conocer amigos nuevos), pero por otro lado es la forma de abrir el abanico de posibilidades y de alternativas en el futuro.

Recomendación básica de vida

Lo ponía hace un rato en twitter, pero lo voy a elevar a categoría de post:

Norma básica para la vida: aléjate de la gente que te chirría, acércate a la gente que te dé buen rollo

A lo largo de la vida interactuamos con mucha gente: familia, colegio, trabajo, en la calle, en los medios de comunicación, en la red… y es evidente que hay algunos con los que tenemos «buen feeling» y otros con los que no. No pasa nada, es una cuestión de química.
El instinto lógico es, claro, pasar el mayor tiempo posible con los primeros y alejarnos de los segundos. Sin embargo, en demasiadas ocasiones nuestra cabeza se interpone en ese instinto y, por los motivos que sean (intereses, inercia, convenciones sociales, miedo al enfrentamiento, obligación) subvertimos ese orden y pasamos más tiempo del deseable (¡incluso hacemos esfuerzos por que así sea!) con gente poco deseable.
Pues bien, creo que es una pérdida de tiempo, de energía… de vida, en definitiva, permanecer cerca (y no digamos encima acercarnos voluntariamente) de gente que nos «chirría», que nos da mal rollo, que tiene ramalazos que no nos gustan. Ni aunque sea verdad que a cambio vamos a obtener algún beneficio, merece la pena. No les dediques ni un minuto, simplemente aléjate todo lo que puedas. No les sigas el rollo, aunque parezca un «sacrificio asumible» para llegar a algún sitio. Tampoco hace falta enfrascarse en enfrentamientos, o en pregonar al resto del mundo vuestra incompatibilidad. Simplemente… reduce su presencia a la mínima expresión: haz, si puedes, como si no existieran. Y si por desgracia tienes que compartir un determinado espacio, marca las distancias tanto como sea posible.
A cambio, invierte tu tiempo en buscar y arrimarte a los otros, a la gente que te da buen rollo, a la gente a la que respetes y valores, con la que compartas unos mínimos irrenunciables. Es verdad, igual pierdes alguna «oportunidad», pero el camino será muchísimo más agradable.

Amigos sin blog… ni nada que se le parezca

Este fin de semana estuvieron por aquí mis amigos del 4C en el Colegio Mayor. 13 tíos con los que compartí unos años estupendos. Y aparte de salir, comer, contar batallitas y hacer actualizaciones varias, uno de los temas recurrentes del fin de semana fue mi «pertenencia» a este mundo de bloggers, twitters, flickeros y demás en el que estoy metido. Un auténtico «test de realidad». Porque uno espera que personas de las que le separan determinadas circunstancias (la edad, o el perfil educativo o profesional, etc.) estén más alejados de este mundillo. Pero estamos hablando de gente de la misma edad que yo, que han estudiado en el mismo sitio que yo, que se desenvuelven en un mundo profesional similar al mío… y que sin embargo ven todo esto con enorme distancia, desconocimiento, escepticismo o desinterés.
Que si «para qué voy yo a leer tu blog», que si «no es un poco raro contar lo que haces», que si «no tengo tiempo para nada, como para pararme a leer lo que escribes», que si «hazme una foto que yo quiero salir en internet», que si «¿y ahora estas ‘tuiteando’?»… El caso es que medio en coña medio en serio me pasé el fin de semana «defendiendo» mi visión de las cosas. Pero más que pensando en «convertir» a alguno de ellos (tarea difícil, la verdad), reflexionando en qué habrá sido lo que a mí me ha traído por este camino mientras que a otras personas en una situación similar no.
Quizás sea un encaje con determinados rasgos de la personalidad, o quizás el hecho de haber conocido a determinadas personas en un momento dado. O que soy «raro». Qué se yo. El hecho es que aquéllo de tener más «blogs de amigos» va a tener que esperar…

Blogs de amigos

Echo de menos tener más amigos con blog. A ver si me explico; desde que empecé en esto de los blogs he conocido bastante gente. Con gran parte de ella mantengo una relación cordial, incluso con algunos tengo una mayor afinidad y podrían empezar a entrar en la categoría de «amigos». Esos lógicamente tienen sus blogs.
Pero a los que echo de menos en la blogosfera son a mis amigos de siempre. Sólo uno de mis amigos tiene blog (bueno, dos a falta de uno). Del resto, nadie – al menos que yo sepa, claro, igual hay más «anónimos» por ahí.
¿Y por qué echo de menos esto? Pues porque al final el blog no dejaría de ser una ventanita abierta a sus vidas, con la posibilidad de asomarse para saber cómo les va en el día a día, qué piensan, qué hacen. Sí, ya sé que hay otros métodos. Pero al final, entre unos y otros hay bastante gente, y no siempre tienes tiempo o ganas para contactar de tú a tú. Vernos en persona es cada vez más difícil y poco frecuente, cada uno viviendo en un sitio y con sus responsabilidades laborales y familiares. El teléfono o cualquier otro método síncrono exige que las dos partes tengan tiempo y ganas a la vez. Al final, acabas hablando cada x meses y haciendo repaso en un cuarto de hora de cómo han ido las cosas: «dejé el trabajo», «me cambié de casa», «¿el niño y la mujer bien?», y hasta la próxima. Y con el email pasa un poco lo mismo: al final tienes que acabar contando lo mismo x veces…
El blog es, desde mi punto de vista, un método ideal de «broadcasting» para estar en contacto. Tú vas contando tu vida y todo el mundo puede leerla: no tienes que contar lo mismo cada vez. Además, pueden leerla cuando ellos quieran, no cuando tú lo cuentas, y pueden interactuar vía comentarios. Así, el formato blog enriquece (que no sustituye) a todas las demás formas de contacto.
Me gustaría que mis amigos de Salamanca, o los del Colegio Mayor, o los de B&G en Bilbao, o los del Windsor en Madrid… abriesen esas ventanitas. Me gustaría asomarme de cuando en cuando a ver qué hacen, cómo les va, qué cosas cotidianas les han pasado. Y la siguiente vez que hablásemos por teléfono, o quedásemos para tomar algo, no tendríamos que empezar por «ponernos al día»: podríamos simplemente seguir la historia desde donde se quedó en el blog.
Y en ese sentido, me siento un poco «asíncrono» y desconectado.