«¿Por qué no aprenden? ¡Yo quiero que aprendan!». Vale, quizás no se exprese así de claro, pero ese sentimiento está detrás de no pocos razonamientos que escucho: en profesores, en padres, y también en empresas. Queremos que otros aprendan cosas, y cuando no lo hacen nos frustra.
Y eso, claro, porque es más fácil hablar de otros que de nosotros mismos. Tendemos a mirar para otro lado cuando somos nosotros quienes fallamos en nuestros propósitos de aprendizaje.
Aprender, como tantas otras cosas en la vida, tiene mucho de análisis (muchas veces inconsciente) de coste y beneficio. Hacemos las cosas cuando los pros son más fuertes que los contras. Pero ah, amigo, los pros y los contras tal y como nosotros los vemos, de forma completamente individual y subjetiva. No cuenta la valoración que pueda hacer un externo sobre «lo que nos conviene» o «lo poco que te cuesta». Somos cada uno de nosotros los que ponemos cosas en cada lado de la balanza, les atribuimos pesos… y en función de eso actuamos.
Los costes de aprender
«El saber no ocupa lugar», dice la sabiduría popular. Bueno, quizás «lugar» no ocupe (y hasta eso es discutible), pero sin duda tiene costes:
- Dinero: no siempre, pero muchas veces sí. Pagar un curso, comprar unos libros… hay un coste directo y evidente ahí. Contante y sonante.
- Tiempo: puede que no cueste dinero, pero aprender siempre requiere dedicación. Horas destinadas a la adquisición de conocimientos, a la exploración, a la lectura, a asistir a clases, a hacer ejercicios, a practicar, a repasar…
- El coste de oportunidad: aplica tanto al tiempo como al dinero. Porque lo que dediquemos a aprender, no podemos dedicarlo a otra cosa. ¿A qué le robamos el tiempo? ¿Al ocio? ¿A la familia? ¿Al descanso? ¿Al trabajo? Esto último… ¿es realmente así? Si hago un curso «en horario de trabajo»… ¿mis responsabilidades desaparecen, o se acumulan para que las atienda más tarde?
- El esfuerzo: por definición, aprender implica «salirse de lo conocido». Literalmente, obligamos a nuestro cerebro a salirse de las pautas neuronales ya establecidas y a formar otras nuevas. Eso es incómodo, y requiere esfuerzo. Nuestra tendencia natural es a transitar por el camino ya trillado. Lo necesario para aprender (el comprender lo desconocido, la repetición, la práctica…) implica andar cuesta arriba.
- La torpeza: aprender implica fallar, equivocarse. Sentirse torpe. Una sensación desagradable cuando sucede en privado, y no digamos ya si sucede en público. Nuestro ego se resiente, no le gusta. Gestionar esa sensación es un coste en sí mismo.
Los beneficios de aprender
Obviamente, no todo son apuntes en el «debe». También podemos anotar unas cuantas cosas en el «haber»:
- El disfrute del proceso: sí, aprender puede ser muy satisfactorio. Apela a nuestra naturaleza curiosa, y a nuestro cerebro le gusta «dar sentido» a lo que le rodea. Lo malo de esto es que el disfrute muchas veces es incompatible con la obligatoriedad, o con las fechas límite, con que sean otros los que decidan qué o cómo tengo que aprender…
- La satisfacción de «saber más»: a nuestro ego le gusta sentirse importante. Sentirse listo. Sentir que «es mejor». Finalizado el proceso, siempre viene bien tener una medallita más de la que poder presumir. ¿A quién no le gustaría?
- Las oportunidades: lo digo siempre, «cuantas más habilidades tengas y más desarrolladas estén, más probable es que tengas suerte». Esta mejora de tus probabilidades puede enfocarse en positivo (la posibilidad de que se te abran puertas: un ascenso, un nuevo trabajo…), o con una perspectiva defensiva (cuando vengan mal dadas, tendrás más recursos para enfrentar la situación).
- Mejores resultados: lo que aprendes puede hacer que tu día a día sea más fácil. ¿Resuelvo un problema? ¿Trabajo de forma más eficaz? ¿Libero tiempo para otras cosas? ¿Vendo más? ¿Trabajo con más seguridad y menos estrés? ¿Destaco frente a los que me rodean? ¿Los demás me hacen más caso? ¿Consigo un retorno económico mejor, en forma de más sueldo, más facturación, bonus por resultados…?
Costes concretos, beneficios inconcretos
Y llegamos a la que probablemente es la madre del cordero de todo este razonamiento. Y es que mientras que los costes de aprender son muy tangibles y concretos, y se producen desde el primer minuto… los beneficios están en su gran mayoría en el terreno del «futuro deseable», lo cual hace que su peso en la balanza disminuya considerablemente. Sí, yo puedo creer que «aprender inglés» me abrirá una serie de puertas en el futuro… así en genérico… supongo… pero lo cierto es que las horas las tengo que dedicar ahora, el precio del curso lo pago ya, la incomodidad del aprendizaje la sufro durante todo el proceso… y los beneficios, si llegan, lo harán en el medio/largo plazo. Eso si llegan, que estamos hablando muchas veces de «probabilidades» y nadie me asegura el resultado.
Pongámonos en la piel de un adolescente, obligado a ir al colegio y someterse a horas sin fin de clases, más deberes, más estudiar para exámenes… con la promesa difusa de que «es por su bien» o «para prepararse para el futuro». Pongámonos en la piel de esa persona a la que sacamos de su trabajo para meterla en un aula a darle un curso de «no sé muy bien qué» mientras se le acumulan las tareas que tendrá que resolver a la vuelta. O en la de esa persona que después de la jornada laboral «se obliga» a ir a una clases, llegando tarde y cansado a su casa.
Ponte tú mismo a pensar en tus esfuerzos de aprendizaje, en cuáles son sus costes y sus beneficios, en cómo juegan cada uno de ellos en esa balanza. Piensa en los procesos que has cubierto con éxito, ¿por qué resultaron bien? Y en todos los que fallaron, a pesar de tu buena disposición… ¿en qué momento los costes ganaron a los beneficios?
Trucando la balanza
Si queremos promover, en nosotros mismos o en otros, procesos de aprendizaje exitosos… tenemos que considerar cuáles son esos costes y esos beneficios. Y en la medida de lo posible trabajar para que los costes sean menos costes (y no vale solo con «te pago el curso»), y para que los beneficios sean más tangibles y concretos, y se produzcan en el corto plazo.
De esta manera, haremos más fácil que el cálculo de coste/beneficio salga a favor, y el proceso salga adelante. Si no, se parará tarde o temprano.