«A mí plin». Esta frasecilla que suena un poco añeja (y que todos los «viejunos» vinculamos a una publicidad de colchones, ¿a que sí?) podría traducirse a un lenguaje más actual como un «me la suda». Igual incluso hay una forma más moderna de decirlo, pero yo es que ya no estoy al día 🙂
Me contaban el otro día de una empresa que, como tantas, está pasando una época «achuchá». No tiene mucho misterio; básicamente, venden menos de lo que vendían antes. «Los clientes no entran tanto como entraban, ni se gastan tanto como se gastaban». Así de sencilla es la letra de la crisis, mucho más que debates interminables sobre «los mercados», el déficit, la bolsa o el Banco Central Europeo. El caso es que yo preguntaba «bueno, y la gente (por los empleados), ¿cómo lo lleva?». «Algunos preocupados, claro, pero luego hay otros… que te dicen que por ellos fenomenal, que como hay menos trabajo están más relajados».
Fascinante. O sea, la empresa para la que trabajas está atravesando dificultades, ¿y tu pensamiento es «qué bien, así vivo más tranquilo»?. Me resulta inconcebible semejante miopía, por no decir ceguera. ¿No se da cuenta esa gente que, si la empresa no tiene beneficios, deja de existir? ¿Y que si deja de existir desaparecen con ella los puestos de trabajo, incluyendo el suyo? ¿En qué mundo viven?
Hace poco vi en una empresa un pasillo donde colgaban algunos rótulos en grande con mensajes. Uno de ellos decía algo así como que «la rentabilidad es sinónimo de éxito presente y garantía de futuro para todos». Si no hay rentabilidad, no hay empresa. Ni beneficios para los «capitalistas», ni trabajo para los «obreros». Pero parece que hay quien no lo entiende…
beneficios
Mercado eres tú
Me enervo. Cada vez que oigo eso de «los mercados acosan a España», «estamos sometidos a la dictadura de los mercados», «no vamos a pagar la crisis de los mercados»… me subo por las paredes. Se habla de «los mercados» como si fuese un ente ajeno, malvado, movido por oscuros intereses.
¿Pero qué es el mercado?
Mercado es cada vez que comparas los folletos del supermercado para comprar la leche más barata. Cada vez que sacas tu dinero de un banco para llevarlo a otro donde te dan una vajilla o un 0,1% más de rentabilidad. Cada vez que entras en un comparador de vuelos en internet. Cada vez que vas a «los chinos» a comprar lo que antes comprabas en la papelería o en la juguetería. Cada vez que buscas la gasolinera más barata de tu pueblo para ir a repostar. Cada vez que buscas un producto de electrónica en tiendas online, o lo compras directamente en dealextreme. Cada vez que compras un pescado en vez de otro «porque hoy está caro». Cada vez que te apuntas a una oferta de internet. Cada vez que vas a varios bancos buscando las mejores condiciones para una hipoteca. Cada vez que comparas las tarifas de empresas de móviles. Cada vez que cambias tu seguro a otra compañía porque es más barato. Cada vez que pillas la oferta «3×2», «la hora feliz», «los niños viajan gratis». Cada vez que buscas un trabajo en el que te paguen mejor. Cada vez que buscas en los anuncios de alquileres de piso y segmentas en el precio. Cada vez que no bajas el precio de tu vivienda en venta. Cada vez que…
Decenas de decisiones diarias en las que buscamos maximizar nuestra utilidad. Obtener el mayor valor a cambio de nuestro dinero. Si puedo comprar una barra de pan por 40 céntimos… ¿por qué voy a pagar 80 céntimos por la misma barra de pan? Mejor pagar 40, y los otros 40 los dedico a otra cosa. La suma de todas esas decisiones, las nuestras y las de todos los demás, es el mercado. No es nada ajeno a nosotros.
¿Qué es mercado?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es mercado? ¿Y tú me lo preguntas?
Mercado… eres tú.
Es hora de beneficios
El otro día no quise ver ni un minuto del «Tengo una pregunta para usted» con ZP. Sabía que me iba a poner de mal café de ver caritas de cordero degollado, mensajes vacíos de cara a la galería y argumentos de «yo no tengo la culpa de ná». Pero claro, el día después no pude evadirme de los resúmenes en prensa, radio o televisión.
Y una de las cosas que más me sorprendió fue el argumento de «no es hora de grandes beneficios«. Ay, madre…
Pues por supuesto que es hora de grandes beneficios. Los grandes beneficios son la consecuencia de empresas competitivas y productivas. Empresas que no necesitan subvenciones para vender productos y servicios con una relación calidad/precio que se gane el favor de los consumidores. Empresas que se han esforzado por tener procesos eficientes que redunden en una mayor capacidad competitiva. Las empresas que no tienen beneficios es porque no son competitivas y/o eficientes.
Deberíamos tener muchas empresas con grandes beneficios, y el Gobierno debería trabajar para que así fuera. Cuantas más empresas con beneficios tengamos, señal de más empresas competitivas y productivas, y mejor será la salud económica del país a medio y largo plazo, más empleo se generará, más se exportará, más inversiones se atraerán. Mantener de forma artificial empresas que no son competitivas ni eficientes es poner parches a corto plazo a costa del desarrollo a largo plazo. Pero claro, eso del largo plazo a quién le importa…
Por otro lado, he escuchado varias veces en estos meses un argumento fascinante, por parte de ciudadanos de a pié pero, lo más preocupante, también por tertulianos, políticos o periodistas. «Cuando las empresas tienen beneficios, no los reparten». ¿Nadie ha oido hablar del Impuesto de Sociedades? ¿Ignoran que cuando una empresa tiene beneficios, el 30% va a parar a las arcas del Estado? Si eso no es repartir… No es ya sólo que las empresas creen empleo para los trabajadores (lo expresó lúcidamente hace poco Felipe González: «los empleos los dan los empleadores«) y riqueza para los accionistas, sino que además contribuyen al bien común a través de los impuestos, tanto los directos suyos como los que gravan las rentas de empleados y accionistas.
Por lo tanto, soy incapaz de entender una afirmación del tipo «no es tiempo de grandes beneficios». Ójala lo fuera.
¿Salvar Mobuzz? ¿Y por qué?
Mira que no quería, pero al final… Es el tema del día en «los mundos blogosféricos de Yupi»: Mobuzz ha lanzado una campaña de captación de donativos para poder seguir financiando sus actividades.
Un poco de contexto: Mobuzz es un canal de «televisión por internet«, es decir, graban sus shows, los cuelgan en internet (gratuitos para los espectadores) y cobran por publicidad. Llevan ya unos cuantos años, son muy activos en la blogosfera (suelen cubrir muchos saraos: no por beneficencia, sino porque consideran que esos contenidos «venden»), etc. Pero lo cierto es que no ganan dinero: lo pierden. Hasta ahora han sobrevivido en parte con publicidad (que no cubría los costes) y en parte puliéndose el dinero de sus inversores. Imagino que esperando que en algún momento el volumen de espectadores y la publicidad en el sector del video online equilibrase la ecuación. Pero ha llegado la crisis antes que ese momento: los anunciantes escasean, y los inversores no quieren seguir poniendo más dinero.
Ante la tesitura de tener que cerrar, han planteado esa campaña de donativos a sus usuarios. Una campaña que ha tenido bastante repercusión (p.j. EnriqueDans, Varsavsky, Julio Alonso, y en muchos otros blogs, y en twitter), porque en Mobuzz han cultivado buenas relaciones con gente relevante a lo largo del tiempo y hasta en los medios «de verdad». Algunos de éstos se limitan a informar de la iniciativa, y otros toman partido: «hay que salvar Mobuzz». Y yo me pregunto… ¿de verdad hay que salvar a Mobuzz?
Antes que nada: yo he donado. No soy un espectador habitual de sus shows, pero me parecen gente maja, es un proyecto que me cae bien y, en fin, mi dinero es mío y me lo gasto en lo que quiero (y total, lo que he donado tampoco va a ningún sitio). Pero no me atrevería a decir que «hay que salvarlo», ni me atrevería a animar a otros a donar.
Mobuzz es una empresa, su objetivo es ganar dinero. Es así de sencillo. No hay un objetivo más elevado detrás, ni altruismo: ni «es que es una start-up», ni «hay que apoyar la innovación» (¿tan innovador es?), ni «tenemos que apoyarnos entre nosotros», ni «como es 2.0″… eso no son argumentos (aunque obviamente, cada uno aporta por lo que quiera). El gran motivo que tiene cada individuo para donar es: ¿cuál es la utilidad marginal que me proporciona la existencia de Mobuzz? ¿qué sucede si Mobuzz no vuelve a emitir? ¿cuánto estoy dispuesto a pagar para que eso no suceda?
La respuesta oscilará entre el «nada, me la suda que sigan emitiendo o no» y el «me muero si dejan de emitir, hipotecaría mi casa para salvarles»; pasando por el «lo veo habitualmente pero tampoco pagaría por ello» y el «estaría dispuesto a poner x euros por seguir viéndolo: aquí están».
La respuesta agregada de todos los potenciales usuarios dará una cantidad. ¿Es suficiente? Pues entonces Mobuzz se salvará porque proporciona una utilidad a los usuarios, y está bien que se salve. ¿No llega? Pues entonces Mobuzz cerrará y, en términos generales, nadie la echará de menos.
Así que, pase lo que pase, estará bien: si se salva porque sus usuarios pagan por sus contenidos (al fin y al cabo, esta donación no es nada más que eso), pues estupendo. Y si no se salva porque a sus usuarios les da igual… pues adios muy buenas, está mejor cerrada que abierta.
Libre mercado. Asignación eficiente de recursos. Utilidad y coste marginal. Y no hay nada más.