Aranda de Duero, enero de 2023. Temperaturas rondando los 0º, viento gélido.
– «Pues yo no tengo frío. De hecho, me sobra el abrigo».
Me giro y la miro con incredulidad. Ahí va mi hija (casi 14 años) con su sudadera y su abrigo por encima, sin abrochar.
– «¡Pero cómo no vas a tener frío, si está casi helando!»
– «Pues no lo tengo».
Se encoge de hombros, y sigue caminando.
De verdad que parece un cliché eso del padre diciéndole a la niña que se ponga una rebequita.
Pero claro, uno es padre. Sabe lo que es bueno para ellos mejor que ellos mismos. Al fin y al cabo los has tenido en brazos, les has limpiado el culo, llevas aquí 30 años más que ellos… ¡por supuesto que sabes más!
El problema es que eso, que tiene sentido cuando tienen 3 meses, o 1 año, o… poco a poco va perdiendo vigencia. A media que tus hijos se transforman en seres independientes y autónomos son ellos quienes tienen que tomar sus decisiones… y apechugar con las consecuencias.
¿No te quieres poner el abrigo? Bueno, si pasas frío lo vas a pasar tú, no yo. Si te resfrías vas a sentirte mal tú, no yo. La próxima vez quizás aprendas… o quizás no. En todo caso, problema tuyo.
Puede que, de refilón, haya alguna consecuencia para ti. Quizás te toque, si se resfría, estar pendiente de su malestar. O incluso irte con ella al médico si la cosa se complica. Aparte, por supuesto, de la preocupación implícita que conlleva el ser padre. Pero si te pones a pensarlo bien, realmente las consecuencias para ti son muy secundarias (salvo lo de la preocupación; pero si no quieres que tus hijos te hagan preocuparte… no tengas hijos).
Lo que de verdad te jode es la sensación de que no haga lo que tú harías, lo que tú crees que está bien.
Somos tan egocéntricos…
Cuando hablamos de los hijos esta sensación aparece con mucha frecuencia (y más a medida que van creciendo). Pero también sucede con la pareja, con los amigos, con la gente con la que trabajamos, hasta con desconocidos. Vemos que toman decisiones, que hacen cosas… que «están mal». Que «se están equivocando». Y aunque a nosotros ni nos vaya ni nos venga nos cuesta reprimir el impulso de aconsejarles; a veces de manera bienintencionada, a veces desde la frustración… pero siempre desde la superioridad moral del «yo sé, tú no».
Y aquí es donde aparece este refrán, dicen que de orígen polaco (aunque bien podría haberlo dicho Einstein): «Not my circus, not my monkeys».
Imagina que alguien va a hacer algo que tú no harías, y que crees que tendrá consecuencias negativas para él o ella. Y notas cómo te sale el impulso del «salvador», esa urgencia por «llevarle por el buen camino». Pues antes de irte a darle tu opinión… recuerda, es su circo y son sus monos. Y si los monos se descontrolan, y se salen de su jaula, y se ponen a tirar excrementos a discreción… pues es su circo, y son sus monos.
Te dará pena, te saldrá el «ya lo sabía yo»… pero es su circo, y son sus monos.
Y si te preocupan las consecuencias que esas decisiones puedan tener sobre ti, eres muy libre de expresar esa inquietud: «oye, me preocupa que si los monos se escapan la mierda me acabe salpicando». Y ten una conversación clara y asertiva sobre lo que sucederá en ese caso: «ten claro que yo no voy a ponerme a limpiar caca de mono, ¿estamos de acuerdo?».
Pero cuida de separar muy bien lo que es una inquietud legítima del puro impulso de «hacer cambiar a la otra persona de opinión para que haga lo que yo creo que es correcto».
Pd.- Un par de artículos por si quieres profundizar en esta idea: No critiques, no reproches y Cómo motivar a otra persona