Espectacular el concierto en Barcelona
Actualización del día después
Bueno, cuando todavía no se han cumplido 24 horas del inicio del concierto, y nosotros ya nos hemos hecho los 575 kilómetros de vuelta a casa, me dispongo a hacer crónica del concierto de Bon Jovi en Barcelona, en el estadio olímpico, del 1 de junio.
Antes que nada, dos apreciaciones. No soy un asiduo a los conciertos, de hecho diría que éste es el primer «gran» concierto al que voy (una vez vi a Mike Olfield en el Helmántico de Salamanca… es lo más grande en lo que recuerdo haber estado). Así que mis apreciaciones no son las de un hombre curtido en mil batallas, quizás me dejo deslumbrar por la novedad.
Pero también vaya por delante que no soy para nada un «fan alocado» de Bon Jovi (de hecho, no he sido nunca muy «fan» de nada). Me gustan, y no dejan de ser unos «clásicos de nuestro tiempo» que están en el imaginario colectivo. Pero vamos, que no iba dispuesto a dejarme seducir por cualquier detalle de ellos (mi mujer igual sí, que son su grupo favorito de todos los tiempos, y Jon su ídolo de post-adolescente).
Ya por la mañana subimos a dejar el coche en Montjuic (para luego «escapar» rápidamente). Nos acercamos a curiosear por el Estadio (y a localizar nuestra entrada y demás)… y ya había gente haciendo cola. Yo lo flipo, hay que tener ganas (y más con el clima que hacía) de irse a pasar 10-12 horas en la puerta del estadio. Aunque claro, luego viendo lo que costó entrar al público de «general» (pese a llevar las puertas abiertas dos horas antes, empezó el concierto y todavía seguía entrando gente), no me extraña que los que quieran coger buen sitio (sea eso lo que sea; a mí lo de estar 5 horas de pié en el mismo sitio, apretujado, no me seduce) quisieran madrugar.
El caso es que cuando volvimos a eso de las seis y media de la tarde (el concierto empezaba a las 9), la cola era inmensa. Nosotros accedimos tranquilamente por nuestra puerta de tribuna (para las entradas de «sentados» había menos problema; menos gente, entradas numeradas, etc.), y estuvimos un par de horas aguantando pacientemente mientras tocaban un par de teloneros (Savia y No way out; no lo hicieron mal, aunque obviamente es como comparar a dios con un gitano).
A las 9 menos cuatro minutos, entraron en escena. Y de ahí en adelante, dos horas y media prácticamente ininterrumpidas (los dos minutos que se «hicieron de rogar» antes del bis). Que se dice pronto. Dos horas y media de música para unos tíos que deben estar rondando la cincuentena.
El repertorio, creo que no se puede pedir más. Se llama «Lost Highway Tour» en honor de su último disco. Yo pensaba que ése iba a ser el cuerpo central del concierto, pero no; apenas entraron cuatro canciones de este disco. El resto (hasta completar las dos horas y media), llena de grandes éxitos de ayer, de hoy y de siempre incluyendo Bad Medicine, Runaway, You give love a badname, Blaze of glory, It’s my life, Keep the faith, Always, Bed of roses… en fin, innumerables, coronados por el Living on a prayer que volvió loco al estadio. Una detrás de otra, encadenando éxito tras éxito en un escenario sobrio pero efectivo.
Y no se escondieron ni un poquito. Jon Bon Jovi estuvo al 100% de voz, sin reservarse ni un poquito (y eso que tiene una tesitura complicada). Descansó sólo una canción, en la que Richie Sambora tomó el micro. El resto del concierto no paró. Se movió, gesticuló, hizo sus sonrisitas y sus poses mil veces escenificadas pero igual de efectivas que el primer día. Richie Sambora también estuvo impecable a la guitarra, con su sonido tan característico. Tico Torres no paró de aporrear la batería ni un solo segundo (si quitamos la versión del I can’t help falling in love que hicieron a duo Richie y Jon), y David Brian… bueno, su trabajo pasa más desapercibido, pero estuvo igual de bien a los teclados y a los coros.
En fin, dos horas y media que se pasaron volando, puro empane. En el apartado del «debe», quizás lo único que quepa reseñar es una cierta falta de diálogo con el público. Muy poquito «hablar» con el público, pocos gestos espontáneos (aunque qué espontaneidad se le puede pedir a esta gente después de 30 años), poco hacer cantar al público a capella o dirigir sus movimientos… ese tipo de cosas que ayudan a caldear (más si cabe) el ambiente.
Lo dicho, no soy un habitual de los conciertos. Pero en éste me lo pasé teta.