Equilibrio personal y profesional en empresas de servicios profesionales

Hace unos días estuve colaborando en un evento organizado por Köppen Executive, un desayuno de trabajo en el que convocamos a varios responsables de áreas de RRHH de empresas de servicios profesionales (consultoras y despachos de abogados, fundamentalmente) para hablar de un tema siempre interesante: el equilibrio entre la vida personal y profesional.
koppen executive
La visión sectorial nos parecía muy oportuna, al ser este sector tradicionalmente muy exigente en términos de dedicación, y donde esto del equilibrio supone un reto especialmente complejo de abordar. Nuestra misión no era «sentar cátedra», sino servir de vehículo para la conversación entre los asistentes. Y fue muy interesante ver cómo compartían sus experiencias, sus inquietudes y algunas de las líneas de acción en las que venían trabajando en los últimos años.
 

Las inquietudes de los profesionales

¿Qué esperan los profesionales en términos de «equilibrio»? Resulta que, por encima de las particularidades de cada colectivo, la inquietud común se traduce en “trabajar mejor”. En este sentido, no hay tanto una preocupación por el número de horas que se trabaja, sino sobre su distribución y calidad (incluyendo algunas horas de menor rendimiento) y la falta de flexibilidad para combinarlas con otras inquietudes fuera de las exigencias del trabajo.
Escuchando la conversación no podía evitar recordar algunas escenas de mi pasado, esos ratos sentado delante del despacho de un gerente mientras él atendía el teléfono, ese quedarse hasta las tantas solo para esperar a que el senior viniese de no se sabe dónde para poder revisar un documento (y las veces que no venía porque «le había surgido algo»), esas prisas por hacer algo «de hoy para mañana» y luego ver que el documento pasaba días encima de la mesa sin que nadie lo mirase, esas noches en vela porque había que presentar una propuesta al día siguiente (¿no lo sabías desde antes?)… buf, ¿cuántas de esas horas realmente eran valiosas?

Mi equilibrio no es tu equilibrio

El caso es que esta inquietud general se concreta de forma diferente para cada colectivo, incluso para cada persona. No se trata de decir que esto es solo para «quienes tienen hijos», por ejemplo. Ni asumir que todas las personas que tienen hijos tienen las mismas necesidades. Por eso es importante una orientación de flexibilidad y adaptación a las necesidades individuales. Y además cada vez se asume mejor que esas inquietudes no tienen que ver solo con responsabilidades familiares, sino con otras preferencias relacionadas con el disfrute del tiempo de ocio: que tan importante es tener flexibilidad para poder dejar a los niños en el cole, como para marcharse a ver un concierto. El equilibrio es importante para todos, y en lo que quiera emplearlo cada uno es cosa suya.
En lo que coincidía todo el mundo es que esta inquietud es cada vez más marcada sobre todo en las nuevas generaciones, que cada vez se muestran menos alineadas con las culturas tradicionales de las organizaciones. En este sentido se identifica una tendencia creciente entre los perfiles más junior a mostrar aspiraciones más diversas, y que entran en conflicto con la propuesta de valor tradicional de las organizaciones, e incluso con los valores y cultura asumidos por los perfiles más senior. Y aquí es donde en realidad está la madre del cordero…

Culturas fuertes, difíciles de mover

Las organizaciones tienden a tener una cultura muy marcada, basada en cómo se han hecho las cosas en décadas anteriores, que afecta entre otros a la gestión de la relación con el cliente, la organización del trabajo, el modelo de carrera profesional o las expectativas de presencia física.
Parte de esta cultura tiene que ver con la propia dinámica del negocio, y la presión de los clientes. Sin embargo, aunque se entiende que es un sector especialmente demandante per se, se considera que hay espacio para hacer las cosas de otra manera.
El problema, claro, es que estas culturas (como sucede con cualquier cultura fuerte) son difíciles de cambiar. ¿Cuáles son algunas de las barreras para la transformación?

  • Los perfiles más senior tienden a replicar en el día a día el modelo que ellos vivieron.
  • Es difícil generar apoyo genuino al cambio, más allá de las declaraciones de intenciones.
  • Faltan modelos de referencia alternativos dentro de la organización.
  • Las nuevas incorporaciones, pese a sus inquietudes diferenciales, se ven obligados a adaptarse o, en su defecto, a exponerse a desafiar el status quo.
  • Los resultados de estas políticas tienden a aflorar más en el largo plazo, y es difícil visibilizarlas frente a la presión del corto plazo.
  • Se asume que el entorno legislativo, social y cultural en España tampoco favorece una apuesta más decidida por medidas en este sentido.

Los elementos fundamentales para promover el cambio

Preguntados sobre cuáles entendían que eran las principales palancas para la transformación, se comentaron algunos puntos relevantes:

  • A la hora de enfocar medidas en este sentido, aparece como fundamental no ya el apoyo del negocio, sino su participación (incluso iniciativa) y liderazgo convencido. Sin esto, las medidas impulsadas desde RRHH tienden a diluirse con facilidad.
  • También se considera importante abrir espacios a la adaptación de las iniciativas no ya a la cultura/necesidades de la organización, sino incluso a los distintos grupos dentro de la misma (no funciona el “café para todos”).
  • Teniendo en cuenta las sensibilidades e inquietudes diferenciales de las distintas generaciones, aparece como importante el abrir espacios de encuentro intergeneracional que faciliten el entendimiento y compromiso mutuo.
  • Desde una perspectiva de gestión del cambio, es importante identificar y apoyar a las personas que ya están alineadas con una forma diferente de ver las cosas, dándoles soporte y celebrando sus avances.
  • Es necesario apoyar el cambio de cultura con medidas que adapten el entorno (políticas, procesos, espacio físico de trabajo…) y promuevan esa visión orientada a un mayor equilibrio.
  • La tecnología aparece como un elemento potencialmente facilitador de estas dinámicas de flexibilización temporal/espacial del trabajo, si bien su impacto no es automático.
  • La comunicación destaca como otro de los elementos fundamentales, poniendo el énfasis en una transmisión efectiva de los mensajes y una promoción de los cambios de comportamiento.

Conclusión

Las empresas de servicios profesionales se enfrentan a una tesitura interesante. Se nutren de nuevas generaciones de profesionales que cada vez se sienten más ajenas al «viejo pacto» que solía establecerse en este tipo de organizaciones. Son conscientes de que tienen que evolucionar. Pero se encuentran con que hay cosas que están tan imbuidas en su cultura que resulta difícil cambiar, y además a una inquietud de fondo: ¿seremos capaces de seguir respondiendo a las exigencias competitivas de nuestro mercado si actuamos de forma diferente?
La cuestión, claro, es… ¿podremos seguir atrayendo a profesionales valiosos si no cambiamos?

Días mínimos para desconectar en vacaciones

El otro día, durante la comida, discutíamos sobre las vacaciones; ese fenómeno por el que quien más y quien menos (unos porque las disfrutan, otros porque las sufren) se ve afectado en esta época veraniega. En concreto, hablábamos sobre «cuánto tiempo de vacaciones es necesario cogerse seguido». Un compañero argumentaba que «por lo menos tres semanas: la primera te la pasas desconectando, y la última empiezas ya a darle vueltas a la cabeza… así que tres semanas son las necesarias para realmente poder desconectar un buen puñado de días».
Mi planteamiento va por otro lado. En primer lugar, creo que si uno se va de vacaciones tres semanas en realidad se está yendo cinco: la última de trabajo te la pasas con la cabeza en otros sitios y con una sensación de «bueno, ya total qué más da». Y la primera tras el regreso te la pasas intentando arrancar los motores, ponerte al día… hasta intentando acordarte de la contraseña del ordenador. En todo caso, exagere más o menos, soy de los que piensa que no es bueno «perder el hilo» durante demasiados días de lo que pasa en tu actividad profesional. Descansar es bueno, sí; desconectar también. Pero esa especie de visión de «tierra quemada» con la que la gente afronta sus vacaciones (o los fines de semana o, en general, su «tiempo libre») no la comparto. Vida personal y vida profesional, tiempo libre y tiempo de trabajo, son dos caras de la misma moneda; yo no concibo vivirlas como si fueran Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, ajenas completamente la una de la otra aunque compartan la misma realidad.
Con este enfoque, para mí lo importante es ser capaz de gestionar bien la contínua transición que existe entre «pensar en el trabajo» y «pensar en otras cosas», entre «hacer cosas de trabajo» y «hacer otras cosas». Ser capaz de poner tu cerebro y tu espíritu «en modo trabajo» o «en modo tiempo libre» a voluntad, con la mínima fricción entre uno y otro. Poder disfrutar al máximo de cada minuto de tiempo libre tanto si es de tres semanas, de una semana, de un fin de semana, de una hora o de cinco minutos, sin dejarse agobiar por lo que venga antes o después. Poder interrumpir ese tiempo libre si las circunstancias lo hacen necesario, hacerlo de forma concentrada, ágil y eficiente… y en cuanto se termine la interrupción volver a disfrutar del descanso sin que eso signifique que el resto del tiempo libre haya quedado «contaminado».
En definitiva, nunca he compartido esa separación radical entre trabajo y tiempo libre. No creo en «una vida de trabajo para luego disfrutar en la jubilación», en «sufrir todo el año y disfrutar en vacaciones», en «por fin es viernes» y «odio los lunes». Trabajo y ocio conviven todos los días, y es imposible que sea de otra manera; en nuestra mano está aprender a disfrutarlo con naturalidad.

Un consejo para los jóvenes

Siempre viene bien escuchar a los que están de vuelta. Como Chisco Olascoaga, un hombre de 67 años que fundó Entel (por cierto, tienen blog corporativo) cuando tenía 62, tras casi cuarenta años de carrera profesional. La pregunta, en esta entrevista en El País, era «¿Qué les aconseja a los jóvenes que se abren camino?»

Lo principal es que se conozcan a sí mismos para saber qué estilo de vida quieren llevar. A partir de ahí, les animaría a que investigaran, experimentaran y reflexionaran con el fin de encontrar una pasión personal y profesional compatible con el estilo de vida elegido. Porque una cosa es lo que nos han dicho que tenemos que hacer y conseguir, y otra muy distinta lo que nos conviene y nos gusta de verdad.

80 horas a la semana

Es el recuerdo que tengo de una presentación de empresas en mi universidad. Allá por quinto de carrera, se acercaban a la facultad, coordinados por la Asociación de Licenciados, una serie de empresas a presentarse como empleadores y a recoger curricula. Un claro ejemplo de «win-win»: la universidad da apariencia de «sitio molón con capacidad de atraer empresas buenas y con interés en colocar a sus alumnos»; los alumnos pueden conocer de primera mano algunas empresas interesantes y tener un «atajo» en el proceso de selección; y las empresas pueden pescar candidatos en un «caladero» a priori interesante para ellos.
Si no recuerdo mal, la empresa era Goldman Sachs. Empezaron con una presentación a la que llamaban «Eyes wide open». Y luego, un empleado y a la vez antiguo alumno contaba su experiencia en la empresa. «Es un trabajo apasionante, muy bien pagado, pero tendréis que trabajar muy duro», decía, «las jornadas pueden ser de 80-90 horas a la semana».
80-90 horas a la semana. Yo hice mis cálculos. Eso vienen a ser unas 14 horas al día, trabajando de lunes a sábado. Y 14 horas al día supone entrar a las 9 y salir a las 23. Súmale desplazamientos. Apenas da para dormir unas 6-7 horas. De ocio o vida social, por supuesto… ni hablamos.
Por supuesto, dí mi curriculum a esta empresa, y a otras del mismo pelo que se presentaron allí. Banca de inversión, grandes consultoras estratégicas. A pesar de todo, trabajar en ellas era el summum del prestigio; sólo cogían a los mejores, y a mí, qué demonios, siempre me ha gustado saberme de los mejores. Lo cierto es que en todas me rechazaron, pese a tener un expediente más que notable (mejor que algunas de las personas que sí que cogieron). En su momento lo viví con una cierta frustración; «¿esto quiere decir que no soy de los mejores?». Pero con el tiempo me dí cuenta de que había sido lo mejor que me podía haber pasado. Cuando algunos amigos que sí que fueron seleccionados me contaban su experiencia allí, no me daban envidia. Sí, su trabajo era muy interesante. Sí, se movían a niveles organizativos altísimos. Por supuesto, la pasta que ganaban era indecorosa. Pero su vida era todo trabajo, excepto por breves lapsos de tiempo en los que relacionarse a toda velocidad con otros como ellos.
Y para ser honestos, eso de «entréganos tu vida y te haremos de oro» no va conmigo. Supongo que, de alguna manera, es algo que detectaron en los procesos de selección. Yo no era un buen candidato, porque no hubiera soportado el intercambio. Podría haber ido allí, intentar hacer ese trabajo… pero me hubiera rendido enseguida.
Por supuesto, en mi experiencia laboral he trabajado lo suyo. En ocasiones puntuales, las jornadas se han alargado bastante. Pero siempre ha estado dentro de los límites de lo razonable. No he ganado tanto dinero, ni he tenido unas experiencias tan apasionantes. Pero creo que encontré un equilibrio más adaptado a mi personalidad, en el que trabajo y no-trabajo encontraban su espacio.
Aunque quizás sólo sea una racionalización de mi frustración… 🙂

Trabajando en la calle

Trabajando en el camping

Hoy el día se complicaba con una actividad familiar previamente planificada y la necesidad de dedicar un rato al trabajo. Afortunadamente, la tecnología en movilidad permite compatibilizar algo que, de otra manera, me hubiese obligado a elegir entre una cosa u otra. Y aunque sin duda lo mejor sería que las cosas no coincidieran, a veces no está en nuestra mano y ésta no es una mala solución de compromiso.
Así que aquí estoy, conectando el ordenador vía 3G en la mesita del jardín de mis cuñados. Con el solete se estaba bien. Ahora ya viene el relente… y me parece que esto se va a terminar.