Soy socio de varias organizaciones (ONG’s, Antiguos Alumnos…) que, con determinada periodicidad, acostumbran a enviar algún tipo de documento en papel (revista, boletines, etc.). No hablo de publicidad indeseada, sino de contenidos que alguien se ha tomado el tiempo y el interés en elaborar, maquetar… pensando que pueden llegar a ser interesantes para mí, y que entra dentro de la contraprestación natural de la relación.
Pero lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones… esos contenidos no me interesan. Y no lo digo como una afirmación a priori, ni tampoco entro a cuestionar si está bien o mal que no me interese, sino como resultado de la experiencia de años. El proceso es el siguiente: llega la revista en cuestión, la pongo en el montón de «cosas para leer algún día». Cuando se han acumulado varias, digo «venga, va, voy a leer alguna». Leo alguna un poco por encima, como por obligación. Y la mando a la bolsa de reciclaje. El resto se sigue acumulando.
De hecho, en los últimos tiempos y ante la constancia de lo anterior, he cambiado el proceso. Llega la revista en cuestión, quito el plástico con el que vienen protegidas, mando el plástico al reciclaje de plásticos, y mando la revista (sin ojearla siquiera) al reciclaje de papel.
Obviamente este proceso es ridículamente ineficaz. Un rodeo increíble (producir la revista, distribuirla a mi buzón, gestión por mi parte, reciclaje) sin que entre medias haya aportado ningún valor a nadie. Así que estoy contactando con todas estas organizaciones para pedirles que dejen de enviarme sus publicaciones. Que sí, que se lo agradezco, pero que mejor nos ahorramos todos esos pasos y ese desperdicio inútil de tiempo y recursos.
Lo único que lamento es no haberlo hecho antes.
documento
Tirar papeles
De forma paralela al ataque de limpieza de estanterías (que me ha llevado a dar salida a un buen taco de libros), he abordado una serie de documentos que tenía también guardados. La mayoría, residuos de mi vida de consultor de organización. Hay algunos documentos de cliente, referencias de otros trabajos hechos en por la empresa… éstos ya sobrevivieron a una limpia que hice hace meses (en la que «cayeron» un buen montón de revistas y artículos fotocopiados), pero creo que ahora se van a ir por el mismo sitio.
Serían documentos razonablemente útiles si tuviera que volver a hacer un trabajo de ese tipo. Ya sabéis, lo de no reinventar la rueda y todo eso. Pero… ¿cuáles son las probabilidades de tener que hacer eso a corto-medio plazo? No lo he hecho en los últimos 3 años, y mi rumbo profesional va ahora por otros derroteros. ¿Merece la pena quedarme con un manual de atención al cliente de una entidad financiera, una metodología de facilitación del cambio, un cuestionario de benchmarking de RRHH, unas políticas de gestión de directivos de una gran empresa industrial…?
Bah, qué demonios. A tomar por saco todo. Si en el futuro vuelvo a necesitar de algo así, ya me las arreglaré. O lo hago nuevo todo, que seguro que hasta sale mejor. Porque a veces no viene mal diseñar una rueda desde cero, mejor que reutilizar una que tiene más años que la tarara y que está pinchada.
La hora de la verdad
Acabo de pasar por ello, una vez más. Es el momento que vivimos los consultores en el que finalizas un documento para un cliente y hay que mandárselo (en este caso, un informe de conclusiones ligado a un Plan de Acción 2.0), o los instantes previos a entrar en una reunión importante a defender tu trabajo. Y a pesar de que crees que lo has trabajado con honestidad, que has puesto todo de tu parte para conseguir un buen resultado, que has hecho los análisis pertinentes, que las conclusiones son válidas y que aportan valor… siempre te queda el gusanillo: ¿se ajustará a las expectativas del cliente? ¿las superará? ¿las defraudará?
Siempre he oído decir a los actores de teatro (incluso a los que llevan décadas subiéndose a los escenarios) que el momento previo antes de salir a escena, cuando están entre bastidores, sienten cómo se les cierra el estómago. No importa lo bien que tengan preparada la obra, la de veces que lo hayan hecho antes. Supongo que, inevitablemente, nos pasa algo parecido.
Cuando era más joven pensaba que eso, con el tiempo, se iría pasando. Pero parece que no es así. Imagino que tiene mucho de reacción biológica ante la incertidumbre y el deseo de aceptación, ¿no?
SEO accidental
Mira, si antes hablo del SEO y sus curiosidades… os cuento una historieta que me acaba de pasar.
Resulta que un amigo se queda alucinado cuando pone su nombre en Google y aparece, como primer resultado, el curriculum en pdf que tengo disponible en mi web (raulhernandezgonzalez.com).
¿Cómo es esto posible? Obviamente, su nombre no aparece por ningún lado en el documento. Aunque… ¿por ningún lado?
Resulta que hace años este amigo me pidió que le echara una mano confeccionando su primer curriculum. Le hice un CV en word con su nombre, que luego él obviamente completó. El caso es que, con el paso del tiempo, yo mismo utilicé ese archivo como base para hacer mi propio curriculum. Solo que no me había dado cuenta de una cosa… y es que en las propiedades del archivo (los metadatos), seguía figurando su nombre como «título del documento» (ya que el word lo había asignado por defecto, al ser las primeras palabras del documento, al guardarlo la primera vez).
Así que cuando hice mi curriculum y lo pasé a pdf… el nombre de mi amigo viajaba oculto en las propiedades del documento. Google lo leyó, lo indexó… y ahí figura, como primer resultado cuando busca su nombre.
Con esto, amiguitos, podemos ver el poder de Google y del SEO. Cualquier referencia a vosotros que hagan en algún sitio (incluso algo tan absurdo como las propiedades de un documento word) puede salir como primer resultado en Google cuando os busquen a vosotros. Así que más os valdría intentar controlarlo un poco posicionando vuestros nombres (con una web personal, etc.) para que lo primero que salga en Google sea lo que vosotros queréis que salga, y no lo que otros provoquen (con o sin intención).
Sé cuál va a ser la respuesta de muchos de mis amigos «no-digitales». «Es que nos la suda, Raúl». Vale. Pero a Google le han dado el Príncipe de Asturias… no por nada. Es el nuevo amo del mundo digital, fuente de información personal en la que merece la pena hacerse un hueco.