La turra de Mbappé

Que Mbappé viene. Que Mbappé no viene. Que puede ser. Que seguro que sí. Que ojo que no. Que ya verás como sí. Que…

¡Madre mía, cuánta turra!

¿Cuántas horas de tertulias, debates, «información»… ha generado este culebrón? ¿Cuántas portadas, cuántas especulaciones, cuántos dimes y diretes? Y sobre todo… ¿cuántas horas de atención ha robado?

Y total… ¿para qué?

Todo ese ruido no aportaba nada.

La decisión sobre dónde jugaría Mbappé el año que viene es algo que se iba a producir en su momento, y todo el cacareo intermedio daba igual.

Incluso si esa decisión es algo relevante para ti (por lo que sea) todo el proceso previo no te aporta nada más que distracción.

Y eso es un problema.

Porque puede ser Mbappé, o la guerra de Ucrania, o el «tema político de la semana», o el scroll infinito de Instagram. Hay un montón de ruido sobre temas sobre los que no tienes ninguna influencia y/o que te impactan entre poco y nada.

Pero, a la que te descuidas, se meten en tus pantallas y en tu cabeza robándote el foco y la energía.

Ojo, que está bien entretenerse, y cada uno se entretiene con lo que quiere. No es ahí donde quiero llegar.

El problema es cuando ese entretenimiento se nos va de las manos. Y el hecho de que haya gente muy interesada en que eso pase y que se aprovecha de que la carne es débil.

Yo hace unas semanas que decidí poner una barrera a todo ese ruido. Me instalé un bloqueador de webs y de apps que me impiden entrar a las redes sociales, a los medios de comunicación… durante la mayor parte del día. Sólo me he dejado tres momentos (de 8 a 9 de la mañana, de 2 a 3 de la tarde y de 8 a 10 de la noche) en los que me permito entrar a curiosear.

El resto del día, paz.

Porque la gracia de esto es que, aunque tengas el impulso de entrar (y a fe mía que lo tengo)… la aplicación te lo bloquea. «Vuelve a lo que estabas haciendo, anda».

Mano de santo.

No eliminas el 100% del ruido (al final te acabas enterando de lo del puñetero Mbappé), pero sí un porcentaje muy importante. Y eso es distracción que te ahorras.

La app se llama Freedom. Tiene una versión gratuita (que, sobre todo, limita el número de sitios y apps que puedes bloquear). Yo me compré una suscripción vitalicia, y creo que es una de las mejores inversiones que pude hacer.

Smartphones + notificaciones = la máquina del estrés

Una semana ya de uso de mi nuevo teléfono. Y primeras lecciones aprendidas. Que en realidad aprendí en los primeros cinco minutos de tenerlo activo: desactivar todas la notificaciones.
Nunca había tenido un «smartphone». Mi anterior teléfono podía conectarse a internet, me permitía una navegación «ortopédica», consultar el mail, o el twitter, o el facebook… pero todo de uno en uno y, sobre todo, cuando yo quería. Nada más encender el teléfono nuevo, empezaron a aparecer simbolitos en su parte superior: «tiene un nuevo mensaje en Gmail» «tiene dos nuevos mensajes en Yahoo» «tiene un mensaje directo en twitter», «fulanito ha dicho no se qué en Facebook»… y cada vez que había algún evento nuevo, nueva notificación. Con sonido, con vibración, y con lucecita insistente avisándome de que «eh, te estoy diciendo que tienes cosas, y no las has mirado». Debe ser eso que llaman las «notificaciones push» (o sea, que te las «empujan» a tu teléfono sin que tengas que ir tú a revisarlas).
No sé. Igual hay gente que de verdad necesita saber, al minuto, si tiene un correo nuevo (aunque me parece raro). Ya se me hace más raro pensar quién necesita saber, al minuto, si tiene un mensajito en twitter o en facebook. En todo caso, tengo claro que yo no soy uno de ellos. Ya reviso, sin que nadie me dé la brasa, todos mis «canales de entrada» dos-tres veces al día. Tiempo suficiente, creo yo, como para estar al loro. En todo caso, soy yo el que decide. No quiero que una luz, un icono, un zumbido me distraiga cada rato y el de enmedio, y me «obligue» (porque ¿quién es el listo que, viendo la lucecita, se resiste «a ver qué es»?) a despistarme de lo que estoy haciendo.
Así que, definitivamente, notificaciones fuera. Smartphone, tú serás muy listo, pero en mi atención mando yo.
Foto: zebble

Ya no te sigo en twitter

En mi gestión de twitter siempre he tratado de ser coherente, añadiendo a personas que me interesaban por lo que decían. El interés puede ser profesional, personal o de mero entretenimiento; sea como sea son mis razones y con eso es suficiente, no las tengo que someter a ninguna aprobación externa, al igual que yo tampoco tengo por qué cuestionar las razones de otros para seguir o no a quien les parezca oportuno.
Estimo cuál es el número de followers que puedo seguir «de verdad» (porque seguirles para no leer lo que ponen me resulta un poco absurdo), y voy añadiendo gente que me encuentro y que me resulta interesante hasta que llego a un tope donde pienso «estoy siguiendo a demasiada gente». Y entonces llega el momento de eliminar algunos, siguiendo el criterio de «los que menos me aportan, relativamente, con sus twitts». Unfollow, y a correr.
Y esto debería ser así de sencillo, yo al menos lo tengo claro: si me sigues será porque por alguna razón (tú sabrás) te interesa lo que pongo, y si no me sigues será porque o no me has descubierto, o no te interesa lo que digo. Y si durante un tiempo me sigues y luego dejas de hacerlo, será porque encuentras otras cosas más interesantes a las que dedicar tu atención. Y no pasa nada; claro que a mi ego le encantaría interesar mucho a todo el mundo pero ya voy haciéndome a la idea de que el mundo no gira entorno a cada uno de nosotros.
Estos días estoy dejando de seguir a algunas personas en twitter. Una pequeña limpieza de contenidos que han dejado de interesarme. Una de ellas lo ha visto (gracias a qwitter, una herramienta que sirve precisamente cuando un follower deja de seguirte) y se ha puesto en contacto conmigo para saber si había algún problema…
¿Problema? No, ninguno. Simplemente, por el motivo que sea (que es MI motivo) lo que cuentas ha dejado de interesarme tanto como para dedicarle parte de mi atención y prefiero dedicársela a otras cosas.
Que alguien deje de seguirte no significa ni que le caigas mal, ni que tenga ninguna animadversión, ni que no le parezcas un buen tipo… Y perder un follower tampoco debería hacerte dudar sobre si lo que cuentas en tu twitter es interesante o no: cuenta lo que quieras que para eso es tuyo, habrá a quien le guste y habrá a quien no (no se puede gustar a todos), y ya está.
Pero nadie debería pedirme cuentas de lo que leo o dejo de leer, de a quién sigo o a quién no. Si lo hace, se arriesga a que le conteste lo que hay: leo lo que me interesa, sigo a quien me interesa, y lo que tú cuentas ya no entra en esa definición. ¿Puede resultar hiriente? Quiero creer que no, pero si alguien se lo puede llegar a tomar a mal… mejor que no pregunte.
Yo tengo muy claro que cada uno somos los dueños de nuestra atención, la empleamos como mejor nos parece y no tenemos que dar explicaciones a nadie por ello.
¿Veis como soy un antipático 2.0?

Atraer, retener y motivar en la economía de la atención

Cuando me incorporé al mundo laboral, a finales de los 90, estábamos en pleno éxtasis de la nueva economía y por todos los sitios se oía hablar de la «guerra por el talento». Había un mantra que se repetía una y otra vez: «atraer, retener y motivar». Todas las políticas de gestión tenían ese triple objetivo: atraer, retener y motivar al talento. Atraer, de forma que ese «talento escaso» escogiese a nuestra organización (y ser el employer of choice). Motivarlo para explotar dicho talento al máximo en beneficio de la organización. Y retenerlo para evitar que se fuese con otros.
Luego llegó la crisis puntocom, el 11S… y pareció que todo aquel mantra desaparecía (aunque yo siempre he pensado que la guerra por el talento sigue siendo igual de vital ahora como entonces).
El caso es que, no sé por qué, en estos últimos días le daba vueltas a la cabeza y pensaba en cómo aquella cantinela del atraer, retener, motivar… puede aplicarse hoy, en la economía de la abundancia en la que vivimos, a la atención.
Efectivamente, vivimos en una economía en la que tecnología y globalización ponen a nuestra disposición, como consumidores, miles y miles de opciones entre las que elegir: para alimentarnos, para ir de vacaciones, para nuestro ocio, para leer, para encontrar colaboradores, para… lo cual como consumidor es bueno, pero pone en un brete a los que producen esos bienes y servicios. ¿Cómo conseguir ser los elegidos entre tantas posibilidades?
Atraer la atención es el primer paso. Es la diferencia entre existir en la mente del consumidor y, simplemente, no existir (¿y cómo van a consumir algo que no existe para ellos?). Pero además hay que buscar la forma en que esa atención ganada sea recurrente (¿de qué nos vale llamar la atención durante dos minutos para luego ver como el potencial cliente, después de echarnos un primer vistazo, pierde el interés y se va para nunca volver?) y, sobre todo, que se traduzca en una compra real; si no, todo el esfuerzo realizado por atraer y retener la atención habrá sido en vano.
De un tiempo a esta parte veo que las empresas hacen un gran esfuerzo por atraer la atención, con marketing hecho de cualquier forma y manera. Y parece que con eso se dan por satisfechas, cuando en realidad… consiguen atraer la atención inicial, pero luego no son capaces de retenerla ni de traducirla en transacciones. Y lo uno sin lo otro no vale para nada.

No puedes usar nuestro producto… y nos da igual

Sorprendido me he quedado. He seguido una recomendación de Luis para, por curiosidad, ver un nuevo servicio, Things, un gestor de tareas (no sé ni para qué, porque ya uso Rememberthemilk satisfactoriamente). Y me ha salido la pantalla que adjunto, que en inglés dice:
«Your browser is not supported (probably it won’t be) and we are not sorry about it. Why? Normally people use modern, standarts-compliant browsers and they’re happy with them. If we would allow you to see our site in your browser, it will look like a mess, but we don’t care because it’s not our mistake. Basically, your browser simply can’t handle such an application like Things, but there’s plenty of recommended browsers: Safari 3, Firefox 3, Opera 9»
En traducción libre:
«Tu navegador no está soportado (y probablemente nunca lo estará) y no lo sentimos lo más mínimo. ¿Por qué? Normalmente la gente usa navegadores modernos y compatibles con los estándares, y son felices con ellos. Si te dejáramos ver nuestro sitio con tu navegador aparecería todo descuadrado, pero nos da igual porque no es culpa nuestra. Básicamente, tu navegador simplemente no puede manejar una aplicación como Things, pero hay muchos otros navegadores recomendados: Safari 3, Firefox 3, Opera 9…»
Como digo, me he quedado a cuadros. Primero, porque estoy accediendo con Firefox (sí, la versión 2 en vez de la 3; pero ahora va a resultar que Firefox es un navegador sospechoso…). Y segundo, con la «chulería» con la que tratan a un potencial usuario o cliente.
No, no es verdad que «normalmente» la gente use un navegador moderno y compatible con los estándares. Microsoft Explorer tiene una cuota de mercado mayoritaria (por encima del 70%) en el mundo de los navegadores. Mucha gente está con versiones antiguas de cualquier navegador porque no se pasa el día pendiente de si hay una nueva actualización, o porque en sus departamentos corporativos de IT siempre son conservadores a la hora de actualizar. Y mucha gente ni siquiera es consciente de qué es eso del navegador, ni de que hay varias posibilidades. Simplemente hacen doble click en un icono que les han puesto en el escritorio y navegan.
¿Y qué hacen estos tipos? Recibir con un portazo en las narices, y con ese aire de superioridad de «nos da igual», a todas estas personas.
Soy consciente de que uno de los grandes quebraderos de cabeza de cualquier diseñador es la compatibilidad para distintos navegadores; yo mismo lo he sufrido cuando he hecho mis pinitos de diseño. Y sé que la culpa es de que algunos navegadores no respetan los estándares, es decir, que hay «buenos» y «malos». Pero lo que no me parece razonable es obviar el hecho de que muchos de tus potenciales usuarios y clientes (la mayoría, de hecho) van a venir con esos navegadores. ¿Que «técnicamente» es impuro? ¿Que hacer compatible el diseño con esos navegadores es una putada, o va contra tus principios? Bueno, chico, tú mismo. Pero poner un cartel de «no eres bienvenido» a los usuarios no es una buena estrategia de venta…
Hay infinidad de alternativas a vuestro servicio. Que una persona decida daros una oportunidad ya es algo que merece la pena celebrar, el primer (y más difícil en los tiempos que corren) paso para poder convertirle en usuario habitual. Recibirle con chulería e indicándole que no le dejáis pasar es una forma absurda de despreciar su atención. ¿Qué pensáis, que va a ir corriendo a cambiar su navegador para poder ver vuestra web? Lo más probable es que cierre la ventana/pestaña y se olvide de vosotros para siempre. Enhorabuena, así se hace.