¿Por qué ahora me cuesta aprender, si siempre fui buen estudiante?

¿Tienes la sensación de que te cuesta aprender? ¿Echas de menos la etapa de estudiante, cuando parece que aprender era más fácil?
Yo siempre fui un buen estudiante. En el colegio las cosas (menos la «educación física», ¡ouch!) se me dieron bien sin demasiado esfuerzo. Terminé el instituto con matrícula de honor. En la Universidad no fue tan bien (¡hasta llegué a suspender dos o tres asignaturas!), pero acabé «Licenciado con Sobresaliente». Otras cosas igual no tanto, pero estudiar se me daba bien («¡Empollón!» – sí, soy culpable, deténganme).

Buen estudiante

Luego empecé a trabajar. Y ahí la cosa cambió. No es que no haya aprendido nada, claro; pero sobre todo aprendes «sobre la marcha», a medida que te vas enfrentando a responsabilidades y desafíos. Aprender «como lo hacías en el colegio» es más difícil, cuesta mucho más trabajo. Es complicado poner en marcha procesos de «aprendizaje sistematizado», y acabas teniendo la sensación de que te dispersas con facilidad, que vas picoteando de aquí y de allá, que eres incapaz de concentrarte durante el tiempo necesario, que vas a salto de mata… y al final tus esfuerzos no dan los resultados apetecidos. Sí, algo aprendes, claro; pero de forma poco eficaz. ¿Por qué?

Aprender cuando eres estudiante

Aprender siendo estudiante
Lo cierto es que, aunque no nos demos cuenta, cuando eres estudiante estás inmerso en una dinámica que juega a tu favor en muchos frentes:

  • Estás sometido a una sistemática y a unas rutinas: hay que ir a clase, hay unos horarios, hay que hacer ejercicios y deberes, hay que presentar trabajos, hay exámenes… hay alguien que va marcando el paso, y tú sigues el ritmo.
  • El aprendizaje (o su ausencia) tiene consecuencias directas: si no aprendes hay una mala nota, un examen suspendido, una charla en familia, la sensación de fracaso. También hay consecuencias positivas, claro; la satisfacción de una buena nota, la palmadita en la espalda, la posibilidad de acceder a una beca o a determinados estudios…
  • No hay otras prioridades en colisión: vale, sí, a todo el mundo le apetece más dedicarse a estar con sus amigos y a disfrutar de tiempo libre. Pero a la hora de la verdad (en términos generales; ya sé que hay gente que trabaja para poder pagarse los estudios, o que estudia mientras tiene cargas familiares) tu mayor responsabilidad como estudiante es… estudiar.
  • Le dedicas horas: al final, incluso si tienes tendencia a «saltarte clases» o a vaguear, hay un importante número de horas a la semana que dedicas a escuchar, leer, estudiar, practicar…
  • No estás solo: estás rodeado de decenas de otros estudiantes que están en la misma dinámica que tú. Y aunque también puedan ser fuentes de distracción («¿una pocha?», «¿una cerveza rápida y nos volvemos?»)… al final todos tienen clases, todos tienen deberes, todos tienen exámenes, y es más fácil «ir con la corriente».
  • Hay unos planes de estudios: por mucho que los critiquemos, y por mejorables que puedan ser, al final están ahí. Hay alguien que se ha ocupado de definir qué conocimientos tiene sentido aprender, cómo se relacionan unos con otros, qué materiales le dan soporte, qué actividades y ejercicios conviene realizar, qué bibliografía interesa investigar…

Aprender cuando trabajas

Aprender cuando trabajasLa realidad es que, una vez estás en el mundo laboral, toda aquella dinámica que antes jugaba a tu favor desaparece, y de hecho se ve sustituida por muchos elementos de fricción que juegan en tu contra:

  • No hay sistemática ni rutina: tu rutina tiene que ver con «ser productivo»en tu trabajo, con llevar el día a día familiar y con distraerte, y no hay ni rastro de sistemáticas exógenas orientadas a tu aprendizaje. Eso es una inversión a largo plazo que depende de ti (y de nadie más) poner en marcha.
  • No hay consecuencias directas: ¿qué sucede si no aprendes algo esta semana? En realidad, nada; tu vida sigue. ¿Si no aprendes algo en un mes? Lo mismo. ¿En un año? Pues en realidad tampoco… hasta que un día las consecuencias aparecen de golpe. Porque por supuesto que hay consecuencias si dejas de aprender: pero son más difusas, indirectas y a largo plazo… y ésas suelen tener menos poder incentivador.
  • Hay otras prioridades en colisión: tienes unas responsabilidades profesionales, unas responsabilidades familiares, la presión por pagar las facturas… ya no es una cuestión de ocio o de pasarlo bien; hay otras cosas «serias» que no puedes ignorar y que compiten por tu atención y tu tiempo.
  • No le dedicas horas: como consecuencia de lo anterior (hay otras prioridades, y no hay un sistema que te lleve), el número de horas que dedicas a aprender y desarrollarte es mucho menor. E inconstante. Básicamente cuando puedes, y eso si llegado el momento te apetece; que no suele apetecerte.
  • Estás solo: alrededor de ti la gente está pensando en otras cosas, no en aprender. ¿Que no puedes salir de fin de semana porque estás estudiando? ¿Que no sigues la serie de moda porque dedicas tu tiempo a formarte? Eres el raro, el que va nadando contra corriente. Y eso no ayuda.
  • El plan de estudios lo defines tú: salvo que estés yendo a algunas clases, o siguiendo algún plan formativo, lo cierto es que tú te lo guisas y tú te lo comes. A la responsabilidad de «estudiar» le tienes que añadir la de «diseñar tu aprendizaje», filtrar, priorizar, crear ejercicios. Y lo normal es que no tengas esa habilidad desarrollada.
  • Los adultos aprendemos de forma diferente: llegados a la edad adulta, nuestras circunstancias (experiencia, roles, expectativas, etc…) no son las mismas que cuando somos niños. Por lo tanto, necesitamos adaptar nuestra forma de aprender a esta nueva realidad. La andragogía plantea una serie de ideas para adaptar el aprendizaje a los adultos.

¡Con razón tenemos la sensación de que «ahora nos cuesta más»! Y es que son muchos los factores que, sin darnos cuenta, antes jugaban a nuestro favor y ahora lo hacen en nuestra contra. ¿Podemos hacer algo para cambiar las condiciones y transformarlas en más favorables?

Recupera la dinámica del buen estudiante

Back to schoolMe temo que, salvo muy contadas excepciones, no será posible replicar todas las condiciones de las que disfrutabas cuando eras estudiante. Aun así, sí hay algunas cosas que puedes hacer para, aunque sea en parte, volver a activar alguna de esas palancas para favorecer el aprendizaje «como cuando eras estudiante»:

  • Sigue un método y/o busca un maestro: valoro mucho el autoaprendizaje, pero creo que un maestro y/o un método siempre nos van a facilitar mucho el camino. Sobre la base de la experiencia habrán hecho un filtrado de contenidos, habrán diseñado un itinerario, incluirán ejercicios relevantes… subirnos en ese tren hará que podamos centrarnos más en aprender, y menos en «diseñar el aprendizaje». Si uno de nuestros problemas es el tiempo, dediquémoslo a lo fundamental.
  • Crea rutinas: acostúmbrate a tomar notas de determinada manera, lleva un archivo con todo lo que aprendas, haz revisiones frecuentes, haz una planificación semanal. Se trata de hacer hueco en nuestra vida a esos hábitos, de forma que no tengamos que plantearnos cada día «si lo vamos a hacer», si no que simplemente los automaticemos y los hagamos.
  • Busca un hueco, aunque sea pequeño: de acuerdo, tenemos trabajo. Y tenemos familia. Y en general no vamos a renunciar a ninguna de esas cosas por aprender. Pero… ¿hay otras cosas que hagamos a las que sí podamos renunciar? Busquemos un hueco en nuestro día a día para dedicarlo a aprender (si realmente es importante para nosotros) y defendámoslo; se trata de sumar horas de forma constante, aunque sea poco a poco.
  • Establece consecuencias: comprométete con alguien a hacer algo relacionado con tu aprendizaje (¿dar una charla? ¿escribir un libro? ¿presentarte a una certificación?). Se trata de transformar esas consecuencias difusas, indirectas y a largo plazo… en cosas mucho más concretas y con un plazo definido.
  • Rodéate de gente que aprenda: bien sea de forma presencial, bien sea a través de tus relaciones online, busca un colectivo que esté inmerso en procesos de aprendizaje y acércate a él. La interacción con ellos hará que entres en una dinámica de refuerzo positivo. Y resultará más fácil dar continuidad a tus esfuerzos si ves que otros también lo hacen y no eres «el bicho raro».

En definitiva, se trata de poner en marcha cambios ambientales y de hábitos que, sin necesidad de hacer un «ejercicio de voluntad» en el día a día, nos lleven hacia donde queremos ir, en vez de dejar que la inercia nos siga arrastrando. Difícilmente vamos a poder replicar nuestra «vida de estudiante» pero intentaremos, al menos, que se le parezca lo más posible.

Mapas mentales para niños

Hace un tiempo comentaba sobre la técnica del «mindmapping» o «mapas mentales». Una herramienta que definitivamente he incorporado a mi forma de trabajar, y que me ayuda mucho a estructurar y relacionar la información sobre un tema concreto.
Hoy he aprovechado para experimentar de nuevo con ellos. Y en este caso no sobre mí mismo, sino sobre mi hijo. Pablo tiene 6 años, ha empezado 1º de Primaria este año, y poco a poco irá notando el incremento de exigencia en el cole. Por ejemplo, estos días tiene que elaborar un trabajo sobre «los burros» (están leyendo «Platero y yo»), y cuando le empecé a preguntar «¿qué quieres poner sobre los burros?» y él me empezó a decir cosas inconexas (según le venían a la cabeza: «¡que tienen orejas grandes!» «estamos leyendo el cuento de Platero» «había un burro en Shreck»…), ví claramente la oportunidad de utilizar un mapa mental.
Así pues, cuando me dijo «¡que tiene orejas grandes!», traté de orientarle a «qué otros rasgos físicos tiene un burro» para poner todo ello bajo el ramal de «cómo son los burros». Cuando me hablaba de Platero, traté de orientarle a «otros burros famosos» para agruparlos. «Para qué sirven los burros», y de ahí tratar de sacar todas las utilidades. Y mientras tanto, yo iba dibujando el mapa. Lo curioso es que luego, sobre la base del mapa que yo había dibujado, él automáticamente empezó a seguir la «lógica de pensamiento», agrupando iguales con iguales. Seguía los ramales y, si le faltaba algún detalle, me decía «tenemos que buscar la respuesta a esto». Si se le ocurría una idea nueva (algo que surgía mientras buscábamos información en internet), él mismo se encargaba de buscar el ramal donde encajarlo (incluso directamente de escribirlo)

¿El resultado? Lo que eran al principio «ideas inconexas» se transforma en conceptos agrupados de forma lógica. De ahí a trasladarlo a un documento, ya sólo hay un paso. Mera ejecución (fotos, texto…) de un plan previamente trazado, coherente y completo.
Es curioso. Para mí, la forma de estructurar información de los mapas mentales me resulta muy natural. Y ya no sé si es por el mero hecho de ser «mayor», por que mi cerebro tiende a pensar de esa forma, o si las herramientas me han ayudado a encauzar esa forma de pensar. En todo caso, creo que es muy útil. Y en la medida en que pueda, trataré de transmitírsela a los niños. Eso que llevan ganado.
PD.- Tony Buzan tiene un «Mind maps for kids«, que no he leído… ¡lo revisaré!

Haciendo un mapa mental

Hace un tiempo que tomé contacto con el concepto de «mapa mental» (mind mapping), desarrollado por Tony Buzan. Lo vengo usando a nivel «conceptual» para gestionar proyectos, para elaborar contenidos (artículos, charlas)… y la verdad es me gusta como herramienta. Pero hasta hoy no había hecho un mapa mental «completo» (el que he usado para el post sobre networking).
Efectivamente, hasta hoy lo único que hacía era utilizar la idea básica del «mapa mental» (conceptos conectados de forma radial a partir de una idea principal). Pero lo hacía con boli y papel, únicamente con palabras y líneas. No había dado «el siguiente paso», que para Buzan es parte intrínseca de la herramienta, consistente en añadir un componente gráfico (colores, dibujos, formas…). Para Buzan, gran parte de la gracia de los mapas mentales está en el aspecto visual, que por un lado nos permite elaborar/relacionar/caracterizar más los conceptos (ya que mientras dibujamos entra en juego nuestro «lado derecho del cerebro») y por otro nos permite recordar mejor el conjunto del mapa (ya que lo vinculamos a imágenes, mucho más recordables para el cerebro). Es pura aplicación de visual thinking.
Francamente, es un reto dar ese paso. Requiere tiempo, imaginación, unas habilidades que normalmente no tenemos desarrolladas, varias idas y venidas hasta conseguir cierta coherencia… pero a la vez tiene un punto divertido, para qué nos vamos a engañar. Y el truco es que, mientras estás pinta que te pinta (Buzan recomienda papel y pinturas… yo me he ido directamente al ordenador) sigues en realidad dándole vueltas a los conceptos y relaciones que estás intentando plasmar.

¿Son eficaces los mapas mentales? Yo creo que sí. Pero no porque en sí mismo sean una «herramienta superior» (me desmarco aquí de Buzan, que viene a decir que los mapas mentales son la octava maravilla, que sirven para todo, que «reflejan la forma de pensar del cerebro»; aunque sin duda cosas interesantes tiene). Al final, elaborar un mapa mental exige para empezar una labor de filtrado, priorización y relación de ideas. Es decir, que en ese proceso vas haciendo tuyo el tema que estés tratando, interiorizándolo, dándole sentido y forma. Un proceso de lectura, análisis y síntesis que, en sí mismo, ya tiene un valor notable. Y la fase de «embellecimiento» lo que hace es consolidar todo eso; sobre una estructura conceptual ya fijada, te dedicas a repasar y a complementar el sentido de las palabras y las relaciones con elementos gráficos que ayudan a fijarlo.
Como ocurría con los resúmenes en la época de estudiante, creo que la mayor parte del valor del mapa mental no está en el resultado, sino en el proceso. Es ahí, mientras lo estás elaborando, cuando haces el trabajo. Observar un mapa mental ajeno, por lo tanto, tiene un valor limitado. Puede ser más o menos bonito/curioso, más o menos coherente… pero todo el conocimiento que se esconde detrás sólo está al alcance de quien lo elaboró.

Estudiar en la biblioteca

Por cosas como éstas (que veo en el blog de Rubén Calvo) nunca jamás (bueno, creo que una vez o dos) bajé a estudiar a una biblioteca. Y eso que en el video no salen los que cuchichean, las que cuchichean, los que se levantan para ir al baño, los que se levantan a echar un cigarro, los que entran riéndose, los que piden un libro, los que… Y menos mal que en la época no había móviles generalizados, ni portátiles para ver chorradillas.
Yo, en mi cuarto, con mi mesa y a mi bola. No puedo quejarme de los resultados.