Hay un verbo en inglés al que, vaya usted a saber por qué, le he cogido cariño. Se trata de «To hone«. Tiene varias acepciones, íntimamente relacionadas. Podemos traducirlo como «afilar«, y aplicarlo de forma estricta (afilar un cuchillo, una espada…), o en sentido figurado a una habilidad (en el sentido de perfeccionarla).
Ya solo con eso, sería una palabra bonita. Perfeccionar tus habilidades, tal y como mencionaba el otro día cuando hablaba de de luchar contra la inercia.
Y sin embargo, hay un matiz adicional que mi cerebro le ha añadido. Relaciono «hone» con «honor». No sé si etimológicamente tendrá alguna relación, sospecho que no. Pero sin embargo, en mi mente sí la tienen. Imagino al caballero medieval, o al samurai, sentado alrededor del fuego, con una piedra, afilando con esmero su espada, una y otra vez, hasta conseguir el filo perfecto. Mimándola. Dedicándole su tiempo y atención a tener sus «herramientas de trabajo» en perfecto estado de uso. Honrándolas. Reverenciándolas, conscientes de que su importancia.
Y si nos vamos a la segunda acepción, la que se relaciona con las habilidades (o, si nos ponemos bíblicos, con tus «talentos»)… «Hone your skills». Mejorarlas, perfeccionarlas. Pero también honrarlas, ser conscientes de su importancia, de lo afortunado que eres por tenerlas, dedicarles tiempo, cariño, respeto.
Honor.
habilidades
La importancia de la práctica deliberada
Moonwalking with Einstein
Hace unas semanas estuve leyendo un libro llamado «Moonwalking with Einstein«. Se trata de un relato, bastante entretenido, de cómo un periodista se acerca al mundo de la mnemotecnia (técnicas de memorización) y los concursos de memoria, y decide prepararse para competir en uno de ellos. A lo largo de su periplo va haciendo un repaso tanto de la historia de la disciplina, como de distintas técnicas. Y todo de una forma bastante desmitificadora, además.
El caso es que el autor cuenta cómo se empieza a preparar, comienza a utilizar técnicas mnemotécnicas… y empieza obteniendo resultados soprendentes, dando un salto cualitativo enorme en sus capacidades. Y así continúa, dedicándole horas, incrementando su nivel por encima de la media… hasta que llega un punto en el que, a pesar de la dedicación, se estanca. No consigue mejorar sus «marcas personales». Y entonces se frustra: «¿cómo es posible, con la de tiempo que le estoy dedicando, que no mejore?»
En ese punto interviene uno de sus mentores, que le da una serie de consejos, gracias a los cuales consigue salir de ese estancamiento y volver a coger la senda de la mejora.
El caso es que el autor, después de completar su aventura, remarca este punto como uno de los más importantes de todo el proceso. Y de hecho lo extrapola (y ahí es donde a mí me resulta aleccionador) a cualquier otra práctica. Porque yo mismo lo he vivido (en mi caso, por poner el ejemplo más reciente, con la guitarra), y sus reflexiones me pueden servir para «desbloquearme».
Estancamiento en el aprendizaje
En cualquier disciplina que emprendes, el inicio de la curva de aprendizaje es bastante rápido. A poquito que practicas, aunque sea sin ningún orden ni concierto, pasas de «la nada» al «algo», y el retorno de cada minuto de práctica es muy elevado. Sin embargo, a medida que avanzas, las cosas se complican. Cada nuevo paso cuesta más, mientras que el resultado no es tan aparente. Hasta que llega un punto en el que te estancas: por ti mismo no eres capaz de avanzar más, y eso aunque le dediques tiempo (que normalmente se centra en volver una y otra vez sobre lo ya conocido). No es extraño que aparezca la frustración (si tienes voluntad de seguir avanzando) o el acomodamiento (si piensas «bueno, con este nivel ya me vale»). De hecho, se suele denominar este punto el «OK Plateau»
Este fenómeno ha sido estudiado por la psicología. En el libro se mencionan los estudios de Fitts y Posner, en los años 60, en los que se describen tres etapas en la adquisición de una nueva habilidad: la fase cognitiva (en la que prestamos atención consciente, con una perspectiva analítica, al aprendizaje), la fase asociativa (en la que cada vez interiorizamos más la práctica)… hasta llegar a la fase autónoma, en la que nuestro cerebro «da por aprendida» la habilidad, y deja de prestar atención a la misma. Es ese punto en el que se produce el estancamiento, el tiempo dedicado a la práctica no se traduce en ninguna mejora porque nuestro cerebro simplemente está «ejecutando algo ya sabido», no aprendiendo nada nuevo.
La práctica deliberada
¿Es insuperable ese estancamiento? No. De nuevo el libro menciona a Anders Ericsson (experto en análisis de rendimiento), que se refiere a un conjunto de técnicas orientadas a sacar a nuestro cerebro de la «fase autónoma» y obligarle a devolverle a las etapas previas del proceso de adquisición de la habilidad. Rutinas muy focalizadas, muy concretas, a las que denomina «práctica deliberada«, y que se basan en las ideas de centrarse en la técnica, orientación a resultados y feedback constante e inmediato.
Estas reflexiones me hicieron pensar, y reflexionar sobre algunas de mis propias experiencias de aprendizaje. Por ejemplo, conducir. Cuando «aprendes a conducir» pasas la fase cognitiva («embrague, freno, acelerador», o aprenderte las señales o las prioridades en un cruce, o «cuando las revoluciones lleguen a 3000 cambia de marcha»). Durante las prácticas y primeros meses de conductor, pasar por la fase asociativa (interiorizas y automatizas esos conocimientos). Y luego… simplemente conduces. Tu cerebro «da por aprendida» la habilidad, alcanzas un nivel que consideras adecuado… y a otra cosa mariposa. Salvo que seas un profesional de la conducción, que entonces seguirás desarrollando técnicas específicas (p.j. conducción en mojado, habilidades acrobáticas, gestión de la electrónica, etc.).
O, como decía antes, aprender a tocar la guitarra: empiezas analizando el mástil, los trastes, las notas. Aprendes a leer diagramas para poner acordes. Todo fase cognitiva… que va dando paso a la fase asociativa (los acordes empiezas a automatizarlos, etc.). Hasta que llega un punto en el que eres capaz de tocar algunas cancioncillas… y entonces sientes que ya no estás aprendiendo, sino simplemente poniendo en práctica lo ya aprendido. Tocas, pero no mejoras.
A los músicos dedica el autor un párrafo: «Los músicos amateurs, por ejemplo, tienden más a dedicar su tiempo de práctica a tocar canciones; por el contrario, los profesionales tienden más a realizar tediosos ejercicios o a practicar las partes más difíciles de las piezas». Práctica deliberada.
Algo parecido he oído (esto no es experiencia de primera mano :D) sobre el deporte. Alguien empieza a correr, y simplemente con la práctica va mejorando sus tiempos. Hasta que llega un punto que el mero hecho de «salir a correr» no le mejora. Necesita empezar a desarrollar técnicas específicas (series, sprints, correr con resistencia) para mejorar. Y si nos vamos a nivel profesional, en el que ya analizan y practican la pisada, la zancada, el estiramiento de cada músculo…
En definitiva, y parafraseando de nuevo al libro: «Cuando quieres ser realmente bueno en algo, el cómo practicas es más importante que el cuánto practicas«. Hay que desafiarse continuamente a uno mismo, analizarse, fallar y aprender de los errores.
Y sólo por esta reflexión, leer el libro ya mereció la pena.
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Haciendo un mapa mental
Hace un tiempo que tomé contacto con el concepto de «mapa mental» (mind mapping), desarrollado por Tony Buzan. Lo vengo usando a nivel «conceptual» para gestionar proyectos, para elaborar contenidos (artículos, charlas)… y la verdad es me gusta como herramienta. Pero hasta hoy no había hecho un mapa mental «completo» (el que he usado para el post sobre networking).
Efectivamente, hasta hoy lo único que hacía era utilizar la idea básica del «mapa mental» (conceptos conectados de forma radial a partir de una idea principal). Pero lo hacía con boli y papel, únicamente con palabras y líneas. No había dado «el siguiente paso», que para Buzan es parte intrínseca de la herramienta, consistente en añadir un componente gráfico (colores, dibujos, formas…). Para Buzan, gran parte de la gracia de los mapas mentales está en el aspecto visual, que por un lado nos permite elaborar/relacionar/caracterizar más los conceptos (ya que mientras dibujamos entra en juego nuestro «lado derecho del cerebro») y por otro nos permite recordar mejor el conjunto del mapa (ya que lo vinculamos a imágenes, mucho más recordables para el cerebro). Es pura aplicación de visual thinking.
Francamente, es un reto dar ese paso. Requiere tiempo, imaginación, unas habilidades que normalmente no tenemos desarrolladas, varias idas y venidas hasta conseguir cierta coherencia… pero a la vez tiene un punto divertido, para qué nos vamos a engañar. Y el truco es que, mientras estás pinta que te pinta (Buzan recomienda papel y pinturas… yo me he ido directamente al ordenador) sigues en realidad dándole vueltas a los conceptos y relaciones que estás intentando plasmar.
¿Son eficaces los mapas mentales? Yo creo que sí. Pero no porque en sí mismo sean una «herramienta superior» (me desmarco aquí de Buzan, que viene a decir que los mapas mentales son la octava maravilla, que sirven para todo, que «reflejan la forma de pensar del cerebro»; aunque sin duda cosas interesantes tiene). Al final, elaborar un mapa mental exige para empezar una labor de filtrado, priorización y relación de ideas. Es decir, que en ese proceso vas haciendo tuyo el tema que estés tratando, interiorizándolo, dándole sentido y forma. Un proceso de lectura, análisis y síntesis que, en sí mismo, ya tiene un valor notable. Y la fase de «embellecimiento» lo que hace es consolidar todo eso; sobre una estructura conceptual ya fijada, te dedicas a repasar y a complementar el sentido de las palabras y las relaciones con elementos gráficos que ayudan a fijarlo.
Como ocurría con los resúmenes en la época de estudiante, creo que la mayor parte del valor del mapa mental no está en el resultado, sino en el proceso. Es ahí, mientras lo estás elaborando, cuando haces el trabajo. Observar un mapa mental ajeno, por lo tanto, tiene un valor limitado. Puede ser más o menos bonito/curioso, más o menos coherente… pero todo el conocimiento que se esconde detrás sólo está al alcance de quien lo elaboró.