Cómo revisar mi año con YearCompass

No es la primera vez que hablo en el blog sobre la importancia de «pararse y pensar». Puedes aprovechar el final del año, o el final del curso… pero siempre es interesante hacer una retrospectiva de «cómo me ha ido el año» para así sacar conclusiones que, sobre todo, te sirvan para ganar autoconsciencia e implantar cambios para el futuro.

Si el año pasado usé «la rueda de la vida«, este año decidí apoyar mi reflexión con una herramienta llamada YearCompass. Se trata de una reflexión guiada (viene en formato .pdf con descarga gratuita, en varios idiomas) que te va llevando por distintos aspectos de tu año. Es una especie de cuaderno de «vacaciones Santillana» que te permite, si le dedicas un tiempito, hacerte preguntas interesantes (por cierto, gracias a Yeroen y Enrique, de Kenso, a quienes les oí la referencia por primera vez).

Los contenidos de Yearcompass

En lo relativo a la reflexión sobre el año que se cierra, Yearcompass pasa por distintos bloques:

  • Te pide que revises tu agenda del año anterior, y que anotes cualquier aspecto relevante (en cualquier área de tu vida) que te salte al ojo. Para eso, claro, conviene llevar algún tipo de registro a lo largo del año… porque si no difícilmente te vas a acordar.
  • Después te va llevando por distintas áreas de tu vida para que anotes lo más relevante (en positivo o negativo) que haya sucedido en ellas. Hablamos de aspecto familiar/personal, aspecto social, finanzas, salud, trabajo y carrera profesional, hobbies… es un ejercicio similar al de la rueda de la fortuna, aunque el objetivo no es tanto «ponerse nota» sino extraer lo más importante.
  • También te hace una serie de preguntas, algunas de las cuales tienen miga… ¿cuáles fueron tus decisiones más sensatas o de mayor impacto? ¿cuáles los riesgos que tomaste? ¿qué lecciones aprendiste? ¿quiénes fueron las personas que te influyeron, o a las que tú influiste? ¿qué cosas conseguiste? ¿por qué cosas estás agradecido? Muchas de estas preguntas no son sencillas de responder, y te ponen delante de un espejo en el que a lo mejor no ves una imagen muy satisfactoria…
  • A modo de «resumen visual», te pide que imagines (y reflejes lo mejor que sepas) los «mejores momentos» del año, y que trates de recrearlos con el mayor de los detalles: dónde estabas, qué hacías, quién te acompañaba, olores, sonidos… todo lo que ayude a que tu mente los «reviva».
  • Hay una parte, casi al final, que te lleva a hacer un ejercicio de perdón y de dejar ir. ¿A quién (incluido tú mismo) tienes que perdonar? ¿Qué cosas, proyectos, personas, sensaciones… quieres dejar atrás, para aliviar tu mochila antes de entrar en el año siguiente?
  • La síntesis de cierre te lleva a elegir tres palabras con las que definirías tu año, y un título para una hipotética biografía del mismo. Parece algo sencillo, pero realmente aquí te obliga a condensar toda tu reflexión en lo más esencial…

¿Qué es lo más interesante de Yearcompass?

Si ya tienes costumbre de hacer este tipo de reflexiones de «fin de año», seguro que encuentras en Yearcompass cosas que te suenen. Incluso tendrás criterio para decir si alguna cosa te falta, o te sobra. Pero si no tienes tanta experiencia, éste puede ser un muy buen punto de partida ya que te va llevando de la mano y recorre muchos aspectos relevantes.

El pensar en cada área de tu vida por separado también me resulta un ejercicio muy útil. Gracias a eso puedes detectar desequilibrios, y poner foco en cosas que si no pasarían desadvertidas.

Para mí, algunas de las preguntas (que pueden parecer sencillas de responder al inicio) me ponen como decía antes delante de un espejo. Y no siempre la imagen que me devuelve es la que me gustaría ver. Ante eso puedes caer en la tentación de «pasar rápido», pero creo que la gracia está precisamente en lo contrario: en profundizar en eso que no te gusta, y ver qué puedes hacer para cambiarlo.

Finalmente, la síntesis final (las tres palabras sobre todo) me resulta un ejercicio muy interesante, porque acaba condensando toda la reflexión y le pone un «lacito» que te ayuda a quedarte con la idea principal, el «leit motif».

Si te ha llamado la atención esto que te cuento, te animo a que utilices la herramienta para acompañar tu reflexión del año. Quizás descubras cosas interesantes 🙂

Soy un sombrero negro

No está mal, pero…

Estábamos apurando el café. Mi amigo se había pasado un buen rato contándome, ilusionado, su idea. Yo le escuchaba con atención, pero lo cierto es que mientras me hablaba yo solo veía inconvenientes. «No sé, yo no lo veo». Y empecé a desgranarle todas las pegas que le veía a lo que me contaba.
A medida que iba hablando, notaba como su gesto se contrariaba. Ahí estaba él, contándome con gran entusiasmo sus planes, y llegaba yo a destrozarle su castillo de naipes. Con razón o sin razón, eso casi es lo de menos. Simplemente, centrado en «todo lo malo». Con mi sombrero negro.

Los seis sombreros de pensar

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Fue Edward de Bono el que ideó los seis sombreros de pensar, una herramienta-metodología para abordar procesos de reflexión/creatividad. La idea básica es que cuando afrontemos un problema, debemos hacerlo desde varios prismas distintos, simbolizados por esos seis sombreros:

  • El sombrero azul es el encargado del proceso, el que se asegura que todos los sombreros entren en acción, y cada uno se ciña a su función.
  • El sombrero blanco es el que lidia con los datos, con los hechos. Sin juicios, sin valoraciones. Objetividad pura y dura.
  • El sombrero rojo es el que se centra en las emociones, en las sensaciones. El miedo, la ilusión… no se exige ninguna justificación, simplemente explorar ese lado «menos racional».
  • El sombrero verde es el de la creatividad, el de las ideas «locas» si hace falta, el que no se corta a la hora de soñar.
  • El sombrero amarillo es el que busca lo positivo, lo que pasará si todo sale bien, lo ideal, la utopía.
  • Y el sombrero negro es el de las precauciones, el de las alertas, el que pone el ojo en todo lo que podría salir mal.

Como puedes ver, si usas los seis sombreros puedes llegar a tener una perspectiva bastante completa y equilibrada de una situación. Dejarás sitio a todo lo que hay que tener en cuenta: lo racional y lo emocional, lo objetivo y lo subjetivo, lo «pegado a la tierra» y la utopía, lo ilusionante y lo preocupante. Una visión de conjunto que limita los sesgos.

Soy un sombrero negro

La cuestión es que, como decía más arriba, mi tendencia natural es ser un sombrero negro. Voy por el mundo viendo todo lo que puede fallar («Oh, cielos, Leoncio»), como un auténtico cenizo.

Por contra, me cuesta más ponerme los otros sombreros. Tengo que hacer un esfuerzo consciente, y aun así noto cómo me chirrían los mecanismos mentales. Es como si mi «sombrero negro» estuviese siempre sobrevolando, incluso cuando no le toca.
Pensaba en todo ello mientras volvía a casa después de charlar con mi amigo, con la sensación de haberle «tirado por tierra» su idea. Debería hacer un disclaimer, cuando alguien me cuente alguna idea: «ten en cuenta que yo soy un sombrero negro…»
O, alternativamente, hacer un esfuerzo más consciente para ponerme el resto de los gorros.

Aprendizaje: cada momento tiene su herramienta

Me acerqué a mi hijo, que estaba afanado con el ordenador. «¿Qué estás haciendo?» «Estoy buscando una imagen para una pregunta del Quizlet». «Ah, qué interesante… ¿o sea, que ya te has estudiado el tema?» «Bueno, no, lo estoy estudiando ahora, y esto me sirve para estudiar».
Ahí me saltaron un poco las alarmas. Porque claro, hacerse tests a uno mismo (y embellecerlo con imágenes, etc…) es una herramienta estupenda para el aprendizaje… pero quizás no sea óptimo empezar por eso, especialmente si anda uno escaso de tiempo. Lo que siguió a continuación fue una conversación en la que intenté transmitir esa preocupación… aunque no sé si lo conseguí del todo.

La caja de herramientas

Siempre me ha gustado mucho el concepto de «caja de herramientas», o «toolbox». A la hora de abordar cualquier actividad, tendremos un surtido variado de herramientas que podremos utilizar.
Caja de herramientas de juguete
Cada una tiene su utilidad, contextos en los que resulta más apropiada y contextos donde menos. Un experto en la materia tendrá a su disposición un abanico más amplio de herramientas, y no solo eso, tendrá la habilidad para saber en qué momento conviene utilizar una u otra.
El problema viene cuando uno tiene pocas herramientas, y/o carece del criterio para saber cuándo toca usar cada una. Sucede entonces ese fenómeno de que «para quien solo tiene un martillo, todos los problemas son clavos». Tienes pocos recursos, y los aplicas sin conocimiento. ¿El resultado? Un proceso subóptimo, en el mejor de los casos. Un desastre en el peor.
Para un martillo todos los problemas son clavos

Las herramientas del aprendizaje

En este sentido, el aprendizaje funciona de forma parecida. Hay muchas herramientas que podemos utilizar dentro de un proceso de aprendizaje: múltiples fuentes de contenidos, unas buenas notas, un sistema para hacerse preguntas, una dinámica de repaso espaciado, mapas mentales, esquemas y resúmenes, reelaborar el contenido en forma audiovisual, la técnica de Feynman, hacer un proyecto práctico… la caja de herramientas es amplia y variada. Pero no todas valen para todo, ni son adecuadas en el mismo momento.
Es más, hay un componente completamente subjetivo, y es que la herramienta que me funciona bien a mí, quizás no te funcione a ti. Cada uno tenemos nuestras preferencias, así que no existe una caja de herramientas universalmente válida.
Learning toolbox
El objetivo de alguien que aspira a «aprender a aprender» debería ser conocer cuantas más herramientas mejor, sí; y además desarrollar su criterio y sensibilidad (personal e intransferible) para saber cuándo cada herramienta le va a ser más útil, qué combinación le dará el mejor resultado. Si no, corre el riesgo de acabar dando martillazos a diestro y siniestro.

Cómo desarrollar nuestra caja de herramientas para el aprendizaje

Dentro del modelo Skillopment para el aprendizaje y el desarrollo eficaz de habilidades, planteo que uno de los elementos fundamentales es el metaaprendizaje. El metaaprendizaje es esa capacidad de parar de vez en cuando, reflexionar sobre lo que está yendo bien y lo que podría ir mejor, y hacer cambios. Se trata de aplicar una filosofía de mejora continua al proceso de aprendizaje.
Creo que es importante tener una sana curiosidad por las herramientas de aprendizaje. Podemos esperar a que se crucen en nuestro camino, o buscarlas activamente («¿qué herramientas están usando otras personas? ¿qué herramientas recomiendan los expertos?»). En todo caso, cada vez que caiga una en nuestras manos, es interesante pensar… ¿para qué me podría servir? ¿en qué momento sería más útil?.

Y la mejor manera de saberlo es… poniéndola en práctica. Usándola en alguno de nuestros procesos de aprendizaje. A ver qué pasa. Y hacerlo con una voluntad totalmente experimental, «durante dos semanas voy a usar esta herramienta, y al finalizar ese periodo voy a sacar conclusiones». ¿Qué ha funcionado bien? ¿Qué podría haber funcionado mejor? ¿Hay algo que pueda hacer para mejorar la eficacia de esta herramienta? ¿Para qué me sirve, y para qué no?
De esta manera, a lo largo del tiempo, iremos afinando nuestro sistema. Quedándonos con lo que nos resulte más útil. Porque, al final, para eso tienen que servir las herramientas: para hacernos más sencillo conseguir nuestros objetivos.
PD.- Si te interesan los contenidos sobre aprendizaje y desarrollo eficaz de habilidadessuscríbete a la lista de correo de Skillopment. O pulsa aquí si quieres saber más sobre el proyecto Skillopment.
PD2.- He editado este contenido como un episodio para el podcast Skillopment. Recuerda que puedes revisar todos los episodios del podcast, y suscribirte al mismo tanto en iVoox como en iTunes.

[Guía] "Cómo diseñar un plan de autoaprendizaje eficaz"

Hoy he publicado la guía «Cómo diseñar un plan de autoaprendizaje eficaz».

El origen de la guía de autoaprendizaje

Cuando puse en marcha el proyecto Skillopment, lo hice desde un interés «de alto nivel» por el aprendizaje y el desarrollo eficaz de habilidades. En su día, ese interés se plasmó primero en una charla y luego en un ebook. A medida que profundizaba, me quedaba el regusto agridulce de estar tratando un tema interesante, pero a la vez de estar haciéndolo de una forma demasiado abstracta. Tenía el gusanillo de trasladar esas ideas a algo más accionable, más práctico.
El detonante final para dar forma a esta guía fue una reflexión sobre mi lista de correo, y el «lead magnet» que estaba utilizando para incentivar el alta en ella. En un principio fue el ebook Skillopment, y más adelante un curso por email con las claves del aprendizaje eficaz a través del modelo Skillopment. En ambos casos podría pensarse que eran buenos «anzuelos», pero escuchando leyendo el libro «Revolución Knowmada» de Franck Scipion se me iluminó la bombilla: la clave de un buen «lead magnet» es que sea algo concreto, fácil de digerir, y que aporte un valor concentrado y tangible (aquí el razonamiento en un podcast).
Eso fue lo que me motivó para buscar la forma de construir ese «lead magnet», y ése es el origen de esta guía. Para mí es un paso importante de cara a «concretar» lo que hago y de bajarlo del terreno de la reflexión al del uso diario.

A quién va dirigida

Esta guía te será útil sí…:

  • eres una persona inquieta, consciente de la importancia de desarrollar tus habilidades.
  • crees que la responsabilidad sobre tu desarrollo es sobre todo tuya, y quieres llevar las riendas.
  • tu objetivo no es «pasar el rato» o «ir aprobando», sino incorporar habilidades y conocimientos a tu “caja de herramientas”, de forma que puedas usarlas en el largo plazo para aprovechar las oportunidades y hacer frente a los retos que vayan apareciendo en tu camino.
  • eres consciente de que el aprendizaje es un camino largo y exigente. Que requiere esfuerzo, tiempo, dedicación y recursos. Y que no siempre es fácil sacar tiempo y energía.
  • en el pasado te has encontrado con dificultades para llevar adelante tus proyectos de aprendizaje.
  • a pesar de las dificultades, quieres insistir porque sabes lo importante que es. Y lo gratificante que resulta cuando te das cuenta de que, gracias a tu esfuerzo, has conseguido incorporar una nueva habilidad a tu repertorio.

Qué contiene

En este documento encontrarás herramientas que te ayudarán a plantear y ejecutar tus proyectos de aprendizaje bajo un prisma de aprendizaje eficaz. Se trata de que, con su ayuda, puedas sacar el máximo rendimiento al tiempo y al esfuerzo que dedicas a aprender.

  • Una plantilla de que te ayudará a definir tu proyecto de aprendizaje, concretando qué quieres aprender, por qué, para qué, cómo, y cuáles son los compromisos que asumes.
  • Una plantilla que te servirá para planificar y hacer seguimiento de tu progreso semanal, estableciendo objetivos, acciones, resultados y reflexiones para la mejora.
  • 20 estrategias que te servirán para enfocar tu aprendizaje.

He querido darle a estas herramientas un enfoque totalmente práctico. El objetivo que las uses y las hagas tuyas, que las apliques a tus proyectos de aprendizaje concretos. No te quedes en echarles un vistazo por encima. Imprímelas, trabaja con ellas.

Descarga la guía de autoaprendizaje eficaz
Para descargar la guía de autoaprendizaje eficaz, solo tienes que suscribirte a la Comunidad Skillopment. Además de descargarte la guía, recibirás (¡mientras quieras!) comunicaciones periódicas sobre aprendizaje y desarrollo eficaz de habilidades, con reflexiones, enlaces interesantes y herramientas que te ayuden a conseguir tus objetivos.

Sistemática-mente: la importancia de ceñirse al guión

Cuando el otro día extraía 13 ideas sobre Scrum que puedes aplicar en tu gestión, hubo una que se me quedó dando vueltas. En concreto, la de «Respeta los procesos y las herramientas, aunque parezca aburrido»
Podemos hablar de Scrum. O del método GTD. O de cómo gestionar una reunión. O de cómo hacer un brainstorming. O como gestionar tu información. O de un proceso de gestión comercial, o de calidad total. O de una rutina de entrenamiento. O de una dieta de adelgazamiento. O de una fórmula para ordenar tus armarios. Da lo mismo. Hay decenas de situaciones para las que se han definido «fórmulas» para guiar la acción y que, si se siguen adecuadamente, dan resultados.
«Si se siguen adecuadamente». Y ahí está el quid de la cuestión.
Muchas veces nos encelamos en buscar «la herramienta perfecta», o «el proceso perfecto». Aquella que sí, de una vez, nos permita obtener los resultados que queremos. Y lo que suele pasar es que las herramientas, las instrucciones, ya existen; quizás no perfectas, pero sin duda más que suficientes. Pero no seguimos las instrucciones, no nos ceñimos al guión. Quizás sí al principio, pero rápidamente nos desenganchamos: porque nos aburrimos, porque «lo damos por sabido», porque «bueno, esto no es tan importante y me lo puedo saltar», porque «esto lo voy a hacer a mi manera», porque «a mí me gusta ser más flexible». Pedimos herramientas pero, cuando las tenemos, no las usamos como debemos, nos dejamos ir. La cabra tira al monte, y pasados un tiempo volvemos a estar donde estábamos. Y entonces le echamos la culpa a la herramienta, «es que no funciona», y vuelta a empezar. Algo perfecto para los fabricantes de métodos y herramientas, que te venderán la enésima regurgitación de lo mismo («eh, pero ahora sí, éste sí que es el método definitivo y revolucionario»). Pero el problema no está ahí. La mayoría de los problemas, y de sus soluciones, tienen las letras gordas. Solo hay que seguir las instrucciones.
No sé hasta qué punto estoy proyectando aquí mi forma de ser (porque sí, éste es uno de mis talones de Aquiles), pero lo cierto es que cuando miro alrededor creo que es algo bastante generalizado.
Y me atrevería a decir que es un importante factor de éxito, que está al alcance de cualquiera. Cíñete al puñetero guión. Elige la metodología, el proceso, la herramienta… que te de la gana, y luego cíñete a lo que has elegido. Hazlo el tiempo suficiente, y con el rigor necesario, como para poder valorar si funciona o no. Consolida. Y luego, si tienes que refinar, refina. Si puedes adaptar, adapta. Pero para entonces seguro que ya estás varios pasos más cerca de lo que querías conseguir, y desde luego mucho más cerca que si vives a base de improvisación e impulsos.

Simplicidad vs precisión

Tengo encima de mi mesa un caso paradigmático de «simplicidad vs precisión«. Estoy diseñando una herramienta de seguimiento financiero, y pocas cosas hay más susceptibles de «precisión» que las finanzas. De hecho, el seguimiento y el reporte financiero debería ir «al céntimo». Y sin embargo…
Ocurre que en el diseño inicial había una serie de requerimientos: «quiero controlar esto y aquello, tener este nivel de detalle, etc.». Fenomenal, me puse manos a la obra. Pero una vez puesto en marcha, el feedback fue «uf, esto es demasiado lioso… tengo que meter demasiados datos… la visualización es difícil… TENDRÍAMOS QUE SIMPLIFICAR«.
La relación entre complejidad y exactitud es directamente proporcional. Una solución simple normalmente no te va a dar la mayor de las exactitudes. Si quieres mayores grados de precisión, tienes que aumentar la complejidad. Ahora bien, ésta no es una relación 1 a 1. A veces una solución sencilla te da un nivel de exactitud bastante importante, y no merece la pena ir más allá. A veces esa relación es abrupta (necesitas un incremento sustancial en la complejidad para mejorar sensiblemente la exactitud), a veces es progresiva (a medida que introduces complejidad marginal obtienes mejoras marginales en el otro ámbito), a veces es exponencial, a veces escalonada… en definitiva, hay una curva que relaciona las dos variables, pero la forma de esa curva no es evidente.
Sucede además que «complejidad» es una variable subjetiva. Lo que para unos es complejo, para otros no lo es. Aquí toca hacer un esfuerzo de empatía, porque la primera reacción de un egocéntrico no es la más constructiva del mundo («si no lo entiendes no es mi problema»… sí que lo es, en realidad). Cuando alguien te dice que algo (que has hecho tú) «es lioso», es que a él le parece «lioso» e, independientemente de lo que tú puedas opinar, su realidad es esa. De nada vale lo que tú creas, porque al final quien lo tiene que usar es él. Lo que sí está en tu mano es explicar a qué renuncias con la simplificación.
Otro elemento que hay que tener en cuenta es que la «exactitud» también es una variable relativa. ¿Realmente necesitas «exactitud», o te basta con una «aproximación razonable»?. Depende de las circunstancias, claro, pero (de nuevo aparece aquí nuestro amigo Pareto) posiblemente hay un punto de que «con el 20% de la complejidad puedes conseguir el 80% de la precisión», y que con ese 80% de precisión te baste y te sobre. Entender dónde está ese punto de «aproximación razonable» es otro factor que hay que manejar, y de nuevo la empatía es una herramienta fundamental.
Finalmente está la cuestión del diseño. Es decir, sea cual sea la curva que relaciona complejidad y exactitud es posible «moverla hacia la izquierda» haciendo un trabajo más o menos intenso de diseño. Cuando digo «mover a la izquierda» quiero decir conseguir el mismo grado de precisión reduciendo la complejidad. A veces esa reducción es real (haciendo las cosas de otra manera), y a veces es solo aparente (tienes que montar unas «tripas» complejas que dan una apariencia de usabilidad simple). En todo caso se requiere un análisis profundo, tiempo, esfuerzo, conocimientos… Como dice Richard Branson, «es complicado hacer algo simple». Aquí el problema que te puedes encontrar es de plazos, de dedicación (y por lo tanto coste)… a veces resulta difícil explicar que «algo simple» en realidad tiene mucho trabajo detrás.
En definitiva, un proceso muy interesante, no exento de frustraciones pero también muy enriquecedor.

Herramientas: no hay segunda oportunidad para una buena primera impresión

El otro día me dio por curiosear las opiniones de los usuarios de una app lanzada recientemente por gente que conozco. «Buena idea, regular ejecución, mal soporte», «Necesita mejorar. La idea es buena y funciona casi bien», «Necesita mejorar muchísimo», «Buena idea, pero malísima app», «Esta demasiado verde como para haberla lanzado a nivel nacional»… son algunas de las opiniones que se leen de los primeros usuarios. Sí, también hay alguna valoración positiva, pero el tono general es de decepción.
Inviertes un montón de dinero y tiempo en desarrollar una aplicación, haces un lanzamiento multitudinario, consigues que miles de personas se la descarguen… solo para encontrarse con un producto que funciona de aquella manera. ¿Cuántas de estas personas van a dejar de usarla, y no te van a dar una segunda oportunidad? Da igual que, como dicen los desarrolladores, «gracias a vuestros comentarios vamos ajustando la App para mejorar la experiencia como usuarios». Muchos de ellos no van a perder más el tiempo contigo.
Desde luego, no soy ajeno a estos problemas. Yo también he caído en ese mismo error. Te pones a diseñar algo que crees que es fantástico. Haces el esfuerzo de desarrollarlo. Lo lanzas… y resulta que la acogida es muy floja. Porque no funciona bien del todo. Porque es complejo. Porque no responde a las necesidades reales del público objetivo. Porque te has venido arriba con tus ideas sin tener en cuenta a quienes en definitiva son quienes tienen que hacer uso de la herramienta. Porque has querido correr, porque no has hecho las suficientes pruebas. Luego sí, intentas recopilar el feedback, intentas reconducir la situación… pero ya es tarde, eres prisionero de lo que ya has hecho, y encima has perdido la confianza de tus potenciales usuarios.
¿Cómo deberían abordarse estos procesos para minimizar el riesgo de una mala acogida? Estoy seguro de que existe un montón de literatura y metodologías que ya dan respuesta a esta pregunta (y sin embargo se ve que no se aplican lo suficiente). Yo, de mi experiencia, extraigo estos puntos:

  • Entiende bien la problemática: y con esto me refiero no a «lo que tú crees que es la problemática», sino «lo que el usuario cree que es la problemática». Es a ellos a los que hay que ofrecer soluciones. El despotismo ilustrado («yo sé lo que tú necesitas») no funciona. Hay que investigar, hablar con ellos, pasar tiempo a su lado, conocerles. Entender cuál es la china que les aprieta en el zapato. Primero porque así sabremos mejor qué es lo que tenemos que resolver. Y segundo porque en el propio proceso estaremos ganando aliados para el futuro, nos verán como alguien que «se ha molestado en entendernos» y no como alguien que «nos impone su solución».
  • Resuelve un problema cada vez: es mejor resolver un problema de forma incuestionable, que intentar resolver a la vez quince problemas dejándolos a medias. Escoge un problema, y diseña una solución sencilla, robusta, fiable, que el usuario compre. Si consigues resolverle un problema de forma consistente, ya está de tu lado. A partir de ahí sigue identificando problemas, y resolviéndolos con el mismo nivel de exigencia. Pero uno detrás de otro.
  • Busca el 20%: o «Keep It Simple, Stupid». Una solución simple va a tener mucha mejor aceptación que una compleja. Incluso si en el camino pierdes potencia. Ya sabemos que «si añadiésemos esto y aquello, los resultados serían aún mejores». Ya. Pero hay que centrarse en ese 20% de funcionalidades que resuelven el 80% del problema. Ya habrá tiempo de rizar el rizo, si realmente es necesario. Porque si de un problema resuelves el 80%, posiblemente deje de ser un problema y te puedas centrar en otra cosa.
  • Prueba las soluciones exhaustivamente: probar, probar, y probar. Necesitas un colectivo pequeño con quienes trabajar en el «piloto». No vale cualquiera. Tiene que ser gente implicada, que te ayude a testear la herramienta en todas las circunstancias posibles, y que te dé feedback. Hasta que los usuarios de ese piloto no estén extremadamente satisfechos (y se hayan convertido en unos usuarios intensivos), no se puede dar el siguiente paso. Si los que han estado involucrados en el desarrollo no están satisfechos… ¿qué crees que va a pasar con aquellos a los que tu herramienta «les cae del cielo»?

En este sentido, me gustó mucho esta visión de «minimum viable product» que vi en una presentación de Spotify.

spotify_mvp

Tienes que resolver problemas desde el minuto 1. Ya irás refinando la forma de hacerlo, ya le añadirás complejidad si es necesario. Pero tu producto, por sencillo que sea, tiene que mejorar la vida del usuario, y tiene que funcionar de forma impecable desde el principio. Si no, es muy probable que el potencial usuario te cierre las puertas.
En mi experiencia, hay un enemigo importante en todo este planteamiento: el tiempo. O mejor dicho, la presión por parte de «los que mandan» para que las soluciones se implanten «antesdeayer». Todos los pasos que definía antes requieren tiempo. ¿Cuánto? Indefinido. No se puede calendarizar una fase de exploración, no se puede calendarizar una fase de desarrollo, no se puede calendarizar una fase de pruebas. Porque no conoces el problema hasta que te pones a analizarlo. Porque no puedes resolver incidencias hasta que no empiezas las pruebas, no sabes qué va a pasar, no sabes cuánto te va a costar resolverlo. Pero esto es algo que nadie quiere oír, como tampoco quieren oír que «la primera versión sólo va a centrarse en un problema muy concreto». Quieren la solución «tope de gama», y la quieren ya.
Y eso hace que nos saltemos pasos. No preguntamos a los usuarios, porque «el problema está claro». Diseñamos de espaldas a ellos. Nos metemos en caros y complejos desarrollos sin haber validado nuestras asunciones (o aceptamos como «validación» que alguien en un comité simplemente no se negase). Hacemos un par de pruebas en una semana, ignoramos el feedback que nos den, y nos ponemos con la expansión. Y sacamos pecho en una reunión de seguimiento. ¡Hemos cumplido! Ahí está nuestra herramienta, que mira qué bien funciona (en la demo… y de hecho a veces la demo la hacemos con pantallazos en powerpoint «por si acaso los problemas del directo»), ¡y en el plazo que prometimos!. Luego empiezan los problemas, el «runrun» de que aquello no va bien, que es complejo, que en determinadas circunstancias no funciona, que tampoco me resuelve nada, que yo lo que necesito no es esto. El impacto que se supone que debería de tener no aparece por ningún lado. Y entonces nos ponemos a pensar «qué podemos hacer para enderezar el rumbo», y empezamos a pensar en «la inversión que hemos hecho para nada». Ya. A buenas horas.
Las cosas, para que salgan bien, hay que hacerlas de determinada manera. No sirven los atajos. Y quienes toman las decisiones (y quienes les asesoran, que muchas veces son parte del problema porque son los primeros que no dicen las cosas como son) deben asumirlo.