
Después de un tiempo rumiándolo, decidí liarme la manta a la cabeza y cambiar de ordenador. Y éste es el resultado: pasar de un portátil Toshiba (con Windows XP; nunca pasé por Vista) a un iMac de 24″. ¡Menudo cambio!
En realidad, los factores clave para el cambio de ordenador fueron principalmente abandonar el portátil (llevo trabajando con portátiles desde hace 10 años; y dado que la movilidad realmente no es ya un factor clave para mi equipo principal, quería volver a un equipo fijo, especialmente para poder permitirme un monitor mayor y mejorar la ergonomía en general) y dar un salto en prestaciones (el portátil tenía apenas 1 giga de RAM, siempre peleándome con los 80 Gb de disco, velocidad de proceso que ya renqueaba al tratar video o fotos…). Lo de pasar a un Apple ha sido ya en plan «ya que voy a cambiar, quiero probar esos equipos de los que la gente habla tan bien». En fin, que ahora tengo un monitor de 24″, 3 Ghz de proceso, 4 Gb de RAM, 1 Tb de disco duro… o sea que objetivo cumplido.
Y aquí estoy, haciéndome a la nueva situación. Lo primero, pasando el trance-rollo que supone instalar un ordenador desde cero: traspasar datos desde el otro ordenador (y de paso ponerles un poco de orden, que menudo tinglado tenía), instalar software (con el agravante de que, siendo un SO distinto, hay que conseguir todo el software de nuevo; y eso sin contar con aquellos programas que no tienen su equivalente en Mac, o los que presentan pequeñas incompatibilidades con el nuevo SO de Mac, el Snow Leopard). Lo segundo, acostumbrándome a trabajar con un monitor de 24″ en vez de con uno de 15″ (es curioso, se acostumbra uno bastante rápido; y luego pones el portátil para hacer cualquier cosa y te parece diminuto todo). Y, por supuesto, acostumbrándome a «esas pequeñas cositas» de Apple que despistan a un «switcher» (dícese del que cambia de PC a Mac). Aunque de momento he de decir que no ha habido muchas cosas que me hayan vuelto loco.
Al final, tras unos días con la «emoción» del cacharro nuevo, el ordenador pasa a ser lo que siempre es: una herramienta para desarrollar un trabajo. Un medio, no un fin. En absoluto un objeto de fascinación. Vamos, que no esperéis de mí que me convierta en un «fanático maquero». Pero de momento ahí dejo la foto 😀