Ayer hice algo que tuvo una mezcla de impulsivo y de reflexivo. Supongo que es la típica cosa que lleva fraguándose un tiempo en tu cabeza, y que de repente ves de forma tan clara que te impulsan a la acción. Las cosas suceden «poco a poco, y de repente».
El caso es que cogí mi móvil, y desinstalé varias aplicaciones: Twitter. Facebook. Tumblr. Instagram. Feedly. Adios… muerto el perro, se acabó la rabia. De paso, quité otro puñado adicional de aplicaciones sin uso habitual. Fuera.
Ya cuando hice mi experimento de desconexión a principio de verano sacaba algunas conclusiones:
También estuve pensando en esa parte “inútil”. ¿Por qué siento el impulso de “estar al día” de lo que pasa en el mundo? ¿Por qué dedico tanto tiempo y atención a leer cosas irrelevantes que publica gente a la que apenas conozco? ¿Por qué siento la necesidad de hacer una foto y publicarla, de que se me venga algo a la cabeza y ponerlo en twitter, de dar mi opinión sobre cualquier cosa (sí, me descubrí varias veces pensando “¡esto merece un tuit!”). Mi yo “racional” sabe que no tiene ningún sentido. Que a (casi) nadie le importa lo que yo pueda opinar de casi nada. Que poco o nada de lo que yo lea por ahí va a tener ningún impacto en mi vida. Pero mis actos no son coherentes con mi razonamiento y he estado rascando en el “por qué”, que supongo que no es muy distinto al de cualquier conducta de evasión. Porque es lo que haces: evadirte, huir a una realidad alternativa en la que tienes la falsa sensación de “estar haciendo algo” (aunque sea algo tan inane), la falsa sensación de “estar conectado” (con unas conexiones tan débiles que no soportarían un soplido), la falsa sensación de que lo que haces/piensas le importa a “la gente” (cuando en el mejor de los casos te otorgan la misma “lectura diagonal” que tú les otorgas a ellos). Y te evades ahí porque hacer cosas “de verdad” es mucho más difícil (para empezar, te obliga a pensar en qué es lo que quieres hacer, a buscar sentido a tus actos y a tomar las riendas de tu vida… con lo fácil que es dejarse llevar por la inercia…), porque tener conexiones “de verdad” es más exigente, porque asumir tu insignificancia es un golpe duro para el ego. Buf. Aquí hay tomate.
Sin embargo, una vez vuelto al día a día, me encontré sumergido en las antiguas rutinas. Es verdad que reduje significativamente el número de personas a las que seguía en twitter… pero aun así me encontraba cada dos por tres con el móvil en la mano, iniciando la aplicación, refrescando el timeline a ver qué novedades había. De ahí a Facebook. De ahí a Instagram. A ver qué noticias hay en los periódicos. Vuelta a empezar, en un ciclo sin fin de «entretenimiento» vacío. Fue leyendo «Everything that remains» (el relato hacia el minimalismo de The Minimalists) cuando me inspiré en su experiencia para tomar esta decisión. Su metáfora del «chupete» me parece tremendamente acertada. Recurrimos a estos «entretenimientos» (como hay quien recurre a otros mecanismos) como evasión a la incomodidad. Estando el chupete a mano no nos enfrentamos a lo incómodo.
Y al menos en mi caso, por mucho que pensara que «yo lo puedo controlar», la realidad es que no era así. El dedo se me iba, y mi mente se sumergía feliz en el arroyo siempre fluido de las redes sociales, por muy irrelevante que fuese su contenido. Así que decidí cortar por lo sano. Fuera las aplicaciones del móvil, y se acabó el consumir contenidos de forma semi inconsciente. Es curioso, todavía no han pasado 24 horas, y ya me he descubierto en varias ocasiones con mi dedo lanzándose a donde durante años ha estado el icono de twitter o de facebook. Así de automatizado lo tengo. Y sospecho que me va a costar un poquito pasar «el mono».
¿Y ahora qué? Pues no lo sé. Sin duda he reducido las opciones de consumo irracional de contenidos, por lo que espero ser capaz de focalizarme más y mejor, centrarme en contenidos que quiero leer en vez de ir «a golpe de tuit». Hacer, en definitiva, un uso más consciente y productivo de mi tiempo y de mi atención. Y si el problema es que no sé qué hacer con mi tiempo y mi atención… atacar ese problema, en vez de acallar mi conciencia con la solución fácil del chupete digital.
Mantengo las cuentas abiertas (y de hecho la posibilidad de publicar desde el móvil a través de Buffer), de momento no he llegado al punto de «abandonar por completo». Hace años que hablaba de lo útil que era tener amigos con vida digital, y lo mantengo… aunque quizás lo que toque reevaluar es a quién sigo y por qué, porque hay conexiones cuya presencia digital no se ajusta a la importancia relativa que tienen para mí. Y también el cuándo, o la frecuencia, con la que me mantengo al día.
Respecto a lo que yo publico, no sé qué impacto podrá tener; es posible que siga publicando más o menos lo mismo, o puede que reduzca algo. La siguiente gran reflexión sería «qué publicas, y para qué», ¿qué intereses satisface?. Por ejemplo, me pasa con Instagram… ¿para qué cuelgo fotos allí? ¿qué espero obtener? ¿es solo una forma vacía de alimentar el ego, o le aporta algo a alguien? Extrapolamos a Twitter, o a Facebook…¿no estoy, en el fondo, engañándome pensando que «lo que hago, lo que pienso… le importa a alguien» cuando en realidad no es así? A lo mejor es el momento de ser un poco más selectivo con lo que uno comparte.
Como todo en la vida, esto es un camino, un proceso. Veamos a dónde nos lleva.