Quitando el chupete digital

Ayer hice algo que tuvo una mezcla de impulsivo y de reflexivo. Supongo que es la típica cosa que lleva fraguándose un tiempo en tu cabeza, y que de repente ves de forma tan clara que te impulsan a la acción. Las cosas suceden «poco a poco, y de repente».
El caso es que cogí mi móvil, y desinstalé varias aplicaciones: Twitter. Facebook. Tumblr. Instagram. Feedly. Adios… muerto el perro, se acabó la rabia. De paso, quité otro puñado adicional de aplicaciones sin uso habitual. Fuera.
Ya cuando hice mi experimento de desconexión a principio de verano sacaba algunas conclusiones:

También estuve pensando en esa parte “inútil”. ¿Por qué siento el impulso de “estar al día” de lo que pasa en el mundo? ¿Por qué dedico tanto tiempo y atención a leer cosas irrelevantes que publica gente a la que apenas conozco? ¿Por qué siento la necesidad de hacer una foto y publicarla, de que se me venga algo a la cabeza y ponerlo en twitter, de dar mi opinión sobre cualquier cosa (sí, me descubrí varias veces pensando “¡esto merece un tuit!”). Mi yo “racional” sabe que no tiene ningún sentido. Que a (casi) nadie le importa lo que yo pueda opinar de casi nada. Que poco o nada de lo que yo lea por ahí va a tener ningún impacto en mi vida. Pero mis actos no son coherentes con mi razonamiento y he estado rascando en el “por qué”, que supongo que no es muy distinto al de cualquier conducta de evasión. Porque es lo que haces: evadirte, huir a una realidad alternativa en la que tienes la falsa sensación de “estar haciendo algo” (aunque sea algo tan inane), la falsa sensación de “estar conectado” (con unas conexiones tan débiles que no soportarían un soplido), la falsa sensación de que lo que haces/piensas le importa a “la gente” (cuando en el mejor de los casos te otorgan la misma “lectura diagonal” que tú les otorgas a ellos). Y te evades ahí porque hacer cosas “de verdad” es mucho más difícil (para empezar, te obliga a pensar en qué es lo que quieres hacer, a buscar sentido a tus actos y a tomar las riendas de tu vida… con lo fácil que es dejarse llevar por la inercia…), porque tener conexiones “de verdad” es más exigente, porque asumir tu insignificancia es un golpe duro para el ego. Buf. Aquí hay tomate.

Sin embargo, una vez vuelto al día a día, me encontré sumergido en las antiguas rutinas. Es verdad que reduje significativamente el número de personas a las que seguía en twitter… pero aun así me encontraba cada dos por tres con el móvil en la mano, iniciando la aplicación, refrescando el timeline a ver qué novedades había. De ahí a Facebook. De ahí a Instagram. A ver qué noticias hay en los periódicos. Vuelta a empezar, en un ciclo sin fin de «entretenimiento» vacío. Fue leyendo «Everything that remains» (el relato hacia el minimalismo de The Minimalists) cuando me inspiré en su experiencia para tomar esta decisión. Su metáfora del «chupete» me parece tremendamente acertada. Recurrimos a estos «entretenimientos» (como hay quien recurre a otros mecanismos) como evasión a la incomodidad. Estando el chupete a mano no nos enfrentamos a lo incómodo.
Y al menos en mi caso, por mucho que pensara que «yo lo puedo controlar», la realidad es que no era así. El dedo se me iba, y mi mente se sumergía feliz en el arroyo siempre fluido de las redes sociales, por muy irrelevante que fuese su contenido. Así que decidí cortar por lo sano. Fuera las aplicaciones del móvil, y se acabó el consumir contenidos de forma semi inconsciente. Es curioso, todavía no han pasado 24 horas, y ya me he descubierto en varias ocasiones con mi dedo lanzándose a donde durante años ha estado el icono de twitter o de facebook. Así de automatizado lo tengo. Y sospecho que me va a costar un poquito pasar «el mono».
¿Y ahora qué? Pues no lo sé. Sin duda he reducido las opciones de consumo irracional de contenidos, por lo que espero ser capaz de focalizarme más y mejor, centrarme en contenidos que quiero leer en vez de ir «a golpe de tuit». Hacer, en definitiva, un uso más consciente y productivo de mi tiempo y de mi atención. Y si el problema es que no sé qué hacer con mi tiempo y mi atención… atacar ese problema, en vez de acallar mi conciencia con la solución fácil del chupete digital.
Mantengo las cuentas abiertas (y de hecho la posibilidad de publicar desde el móvil a través de Buffer), de momento no he llegado al punto de «abandonar por completo». Hace años que hablaba de lo útil que era tener amigos con vida digital, y lo mantengo… aunque quizás lo que toque reevaluar es a quién sigo y por qué, porque hay conexiones cuya presencia digital no se ajusta a la importancia relativa que tienen para mí. Y también el cuándo, o la frecuencia, con la que me mantengo al día.
Respecto a lo que yo publico, no sé qué impacto podrá tener; es posible que siga publicando más o menos lo mismo, o puede que reduzca algo. La siguiente gran reflexión sería «qué publicas, y para qué», ¿qué intereses satisface?. Por ejemplo, me pasa con Instagram… ¿para qué cuelgo fotos allí? ¿qué espero obtener? ¿es solo una forma vacía de alimentar el ego, o le aporta algo a alguien? Extrapolamos a Twitter, o a Facebook…¿no estoy, en el fondo, engañándome pensando que «lo que hago, lo que pienso… le importa a alguien» cuando en realidad no es así? A lo mejor es el momento de ser un poco más selectivo con lo que uno comparte.
Como todo en la vida, esto es un camino, un proceso. Veamos a dónde nos lleva.

De vacaciones con un dumbphone (after)

Este año decidí salir de vacaciones dejando en casa el smarthpone. Pasaron esos días, sobreviví (sí, claro… ¡pero había quien lo dudaba!), y éstas son algunas de mis reflexiones.

  • Es sorprendente (y en cierto sentido humillante) la sensación física de que «te falta algo». Recién llegado al destino, nada más subir las maletas, me descubrí echando mano al bolsillo, y notando un punto de ansiedad al notar que el móvil «ni estaba ni se le esperaba». Nunca he fumado (y por lo tanto no lo he tenido que dejar), pero me recordé a un fumador con el mono. ¿Y todo por qué? Porque no podía cumplir con la rutina de «a ver qué ha pasado en estas tres horas». Absurdo, sí. Pero real.
  • Lo bueno es que esa sensación desapareció pronto. Estás en otras circunstancias, cambias las rutinas, cambia el entorno. Más momentos de «atención no diluida» (por ejemplo, tiradas de lectura mucho más largas de lo habitual), más momentos de «sentarse sin más» (sin esa autoexigencia de «tengo que ocupar mi tiempo en algo», aunque ese «algo» fuese tan vacuo como revisar el móvil arriba y abajo). Más serenidad, menos inputs accediendo a tu cerebro.
  • Aun así confieso que tuve momentos de debilidad. Llegué a configurar la cutre-conexión de mi dumbphone («solo para ver el correo»; no esperaba nada relevante, y nada relevante vino… pero era por recuperar la sensación de estar «conectado al mundo»). Joder, ¡llegué a usar el teletexto de la televisión! («solo para ver qué ha pasado en el mundo»). Las propias limitaciones de estos sistemas (aunque eh, el teletexto moló siempre) impidieron que me enganchase. Pero la cabra tiraba al monte…
  • Hubo momentos en los que reflexioné sobre las cosas útiles del smartphone que me estaba perdiendo. Poder haber usado un mapa, o una información sobre algún sitio que queríamos visitar, o apuntar alguna idea que se te ocurría al vuelo… No son cosas que «necesites», pero sí que te pueden «facilitar la vida». Al final, el smartphone tiene un potencial para el bien. Y también para el «mal» (la distracción indiscriminada). ¿Es posible tener lo bueno sin exponerse a lo malo?
  • También estuve pensando en esa parte «inútil». ¿Por qué siento el impulso de «estar al día» de lo que pasa en el mundo? ¿Por qué dedico tanto tiempo y atención a leer cosas irrelevantes que publica gente a la que apenas conozco? ¿Por qué siento la necesidad de hacer una foto y publicarla, de que se me venga algo a la cabeza y ponerlo en twitter, de dar mi opinión sobre cualquier cosa (sí, me descubrí varias veces pensando «¡esto merece un tuit!»). Mi yo «racional» sabe que no tiene ningún sentido. Que a (casi) nadie le importa lo que yo pueda opinar de casi nada. Que poco o nada de lo que yo lea por ahí va a tener ningún impacto en mi vida. Pero mis actos no son coherentes con mi razonamiento y he estado rascando en el «por qué», que supongo que no es muy distinto al de cualquier conducta de evasión. Porque es lo que haces: evadirte, huir a una realidad alternativa en la que tienes la falsa sensación de «estar haciendo algo» (aunque sea algo tan inane), la falsa sensación de «estar conectado» (con unas conexiones tan débiles que no soportarían un soplido), la falsa sensación de que lo que haces/piensas le importa a «la gente» (cuando en el mejor de los casos te otorgan la misma «lectura diagonal» que tú les otorgas a ellos). Y te evades ahí porque hacer cosas «de verdad» es mucho más difícil (para empezar, te obliga a pensar en qué es lo que quieres hacer, a buscar sentido a tus actos y a tomar las riendas de tu vida… con lo fácil que es dejarse llevar por la inercia…), porque tener conexiones «de verdad» es más exigente, porque asumir tu insignificancia es un golpe duro para el ego. Buf. Aquí hay tomate.

Y claro, después del experimento, toca el regreso. Y compruebas lo fácil que recaes en los viejos hábitos; porque somos animalitos de costumbres, y si quieres modificar un hábito tienes que hacer un esfuerzo consciente. Y tienes rondando en la cabeza las conclusiones que has sacado y lo que significan, pero es tan fácil sumergirse en la cómoda e inocua rutina, y tan incómodo enfrentarse a lo que estás tratando de esconder bajo la alfombra
Me gustaría decir que he vuelto transformado. No. Va a ser más difícil que una caída del caballo a lo San Pablo. Aquí hay mucha tela que cortar.

De vacaciones con un dumbphone (before)

Este año, para las vacaciones, he decidido que el smartphone se queda en casa.
Es curioso. Hace años, leía a gente decir que «me voy de vacaciones, tiempo de desconexión» y no lo entendía. Me parecía que esa visión de separar «vida conectada» de «vida desconectada» no tenía ningún sentido, que no pasaba nada por llevar un aparatito en el bolsillo que te permitía mantener el hilo con el mundo aunque tu entorno físico cambie. Que eres tú quien controla al aparato, y no al revés. Que tu «yo digital» es inseparable de tu «yo físico», y que está bien que así sea.
Pero en los últimos tiempos estoy teniendo una sensación extraña, de «pérdida de control». Lo comentaba hace días cuando hablaba de mi colección de pantallas. El móvil se ha convertido en un apéndice que creo que está empezando a interferir en mi día a día. He adquirido rutinas demasiado absorbentes con él. Me levanto y me pongo a ver el twitter, del twitter pasas al facebook, al instagram, echas un vistazo a los periódicos online, pasas al correo, el whatsapp, un repasito al Clash of Clans… y vuelta a empezar. Me he descubierto rellenando prácticamente cualquier momento de «inactividad» con el móvil (y lo que es peor, dejando que esos momentos se expandan más allá de la teórica «inactividad»); y en demasiadas ocasiones, prestando más atención a lo que pasa en la pantallita que a lo que pasa a mi alrededor. Lo cual es lamentable cuando «lo que pasa en la pantallita» es básicamente irrelevante y no aporta prácticamente nada a tu vida. Pero es bonito, siempre hay nueva actividad, tiene mecanismos de refuerzo psicológico… y es fácil dejarse llevar.
Así que aprovechando que voy a estar unos días fuera, he decidido separarme unos días de este apéndice. He recuperado un móvil antiguo, un «dumbphone», y voy a dejar el «smartphone» en casa. El teléfono elegido es menos «dumb» de lo que me gustaría, porque en realidad permite una conexión básica a la red de datos que en un momento dado podría servirme para «quitarme el mono»… pero creo que su carácter primitivo (ni táctil, ni apps, ni gaitas en vinagre) será suficiente como para romper las rutinas de las que antes hablaba. En realidad iba a escoger un modelo más antiguo (¡de 2003, nada menos!) pero los «amigos» de Vodafone pretendían cobrarme 9€ por liberarlo… y no me ha dado la gana.

¿Cómo van a ser estos días? Nada de twitter (¿qué hará el mundo sin mis agudas reflexiones?), nada de facebook, nada de «hago una foto y la subo a instagram», nada de «a ver qué ha cambiado en las portadas de los periódicos». A ver cuántos momentos al día me descubro echando mano al bolsillo con intención de usar un aparato que no está allí. A ver qué efectos tiene «el mono» sobre mí. A ver a qué se enfrenta mi cabeza sin ese confortable mecanismo de evasión.
PD.- Es curioso. Hace casi 7 años hice un repaso a «los móviles de mi vida»… lo llamativo es que ese aparato al que ahora llamo «dumbphone» y que califico de «primitivo», en aquel entonces era para mí «el móvil casi perfecto» que «cubría muy bien mis necesidades en movilidad». Lo que cambian los tiempos, Venancio, qué te parece…

El coleccionista de pantallas

Hace un tiempo (creo recordar que preparando un viaje, en plena vorágine de cables y cargadores), me dio por hacer inventario de pantallas que uso habitualmente: el móvil, la tablet, el ebook, el ordenador grande, el ordenador portátil, la tele… No contento con eso, en casa hay otra tablet, otro ordenador (en uso; aparte algún portátil más antiguo por ahí almacenado), otro móvil (de momento… los enanos todavía son pequeños para tener el suyo; por supuesto, los móviles viejos estarán por ahí metidos en alguna caja…), otro ebook (en uso; más otro que está metido en un cajón). Hay alguna consola portátil que hace mucho que no se usa. Televisores no, no hay más.
Joder con las pantallitas.
Lo curioso es que, en el día a día, no tienes la sensación de que sean tantas. Cada una de ellas ha ido adquiriendo su espacio y su momento de uso. El móvil se ha convertido en una extensión de mi cuerpo (posiblemente a niveles patológicos). En él sigo redes sociales, leo noticias, miro el correo, pongo música o podcasts… lo mismo en casa que en la calle, fuente casi infinita de distracción y evasión. La tablet la uso básicamente para leer los artículos que he ido guardando en Pocket sentado cómodamente en el sofá o tirado en la cama. El ordenador grande para trabajar, escribir, edición de fotos, etc… El ordenador pequeño es el «ordenador de viaje» (el que he uso cuando estoy por ahí trabajando, o el que me llevo de viaje si hace falta). El Kindle para lecturas más reposadas. La tele para repanchingarme en el sofá a última hora de la noche, y ver series o cosas de Youtube (a veces incluso para hacer zapping… pero cada vez menos).
Como decía, así contado, parece que no sean tantas… y sin embargo, cuando uno se pone a contar (las pantallas y sus respectivos cables, cargadores y demás accesorios), es evidente que mucho sentido no tiene, y menos aún si lo vemos desde una perspectiva minimalista. Me pregunto qué pensaría de mí alguien de hace 100 años… fliparía, supongo.
Tengo una sensación ambivalente al respecto. Normalmente no lo pienso mucho, me siento cómodo en esta situación y ya está. Otras veces me da el complejo de «malcriado niño consumista» y pienso que es un exceso al que debería poner freno. Luego se me pasa, «la sociedad es la culpable» y sigo con lo mío. ¿Soy raro, doctor?

Smartphones + notificaciones = la máquina del estrés

Una semana ya de uso de mi nuevo teléfono. Y primeras lecciones aprendidas. Que en realidad aprendí en los primeros cinco minutos de tenerlo activo: desactivar todas la notificaciones.
Nunca había tenido un «smartphone». Mi anterior teléfono podía conectarse a internet, me permitía una navegación «ortopédica», consultar el mail, o el twitter, o el facebook… pero todo de uno en uno y, sobre todo, cuando yo quería. Nada más encender el teléfono nuevo, empezaron a aparecer simbolitos en su parte superior: «tiene un nuevo mensaje en Gmail» «tiene dos nuevos mensajes en Yahoo» «tiene un mensaje directo en twitter», «fulanito ha dicho no se qué en Facebook»… y cada vez que había algún evento nuevo, nueva notificación. Con sonido, con vibración, y con lucecita insistente avisándome de que «eh, te estoy diciendo que tienes cosas, y no las has mirado». Debe ser eso que llaman las «notificaciones push» (o sea, que te las «empujan» a tu teléfono sin que tengas que ir tú a revisarlas).
No sé. Igual hay gente que de verdad necesita saber, al minuto, si tiene un correo nuevo (aunque me parece raro). Ya se me hace más raro pensar quién necesita saber, al minuto, si tiene un mensajito en twitter o en facebook. En todo caso, tengo claro que yo no soy uno de ellos. Ya reviso, sin que nadie me dé la brasa, todos mis «canales de entrada» dos-tres veces al día. Tiempo suficiente, creo yo, como para estar al loro. En todo caso, soy yo el que decide. No quiero que una luz, un icono, un zumbido me distraiga cada rato y el de enmedio, y me «obligue» (porque ¿quién es el listo que, viendo la lucecita, se resiste «a ver qué es»?) a despistarme de lo que estoy haciendo.
Así que, definitivamente, notificaciones fuera. Smartphone, tú serás muy listo, pero en mi atención mando yo.
Foto: zebble

Un hombre sin móvil

El otro día, cenando con tuiteros de Salamanca, me enteré de que uno de ellos (se dice el pecado, no el pecador) no tiene móvil. Ni lo tiene, ni lo quiere. Estaremos de acuerdo que en un país con una tasa de penetración superior al 100% (o sea, que hay más móviles que personas) resulta cuanto menos curioso.
Él argumentaba, no sin razón, que quien quiera localizarle puede hacerlo sin problemas en el teléfono fijo, bien sea el de casa o el del trabajo. Pero el argumento que más me llamó la atención fue: «cuando alguien te quiere localizar sin poder esperar, suele ser porque le interesa a él más que a ti».
En fin, no sé. A mí no me acabó de convencer. Sin ser un «adicto al móvil», creo que su utilidad es mayor que los posibles perjuicios (aparte del económico, claro) que puedan derivarse de tenerlo. Yo hace mucho tiempo que no llamo a sitios, sino a personas. Y no dependo de estar en un sitio o en otro para poder hacerlo.
Pero no deja de ser verdad que, si no lo mantenemos un poco bajo control, el móvil puede convertirse en la máquina de interrupción y control perfecta. Eh, pero el móvil también se puede apagar, ¿lo sabíais? 😀

Trabajo en movilidad: entrevista en Moviéndonos

Los chicos de Moviéndonos (blog que WSL hace para Vodafone, y que de hecho yo comencé a poner en marcha en mi última época en la empresa) han tenido a bien hacerme una pequeña entrevista en la que hablamos, principalmente, de temas relacionados con cómo afronto yo el trabajo en movilidad. La verdad es que aparte de ser una entrevista muy personalizada (con bastantes referencias a circunstancias y reflexiones que yo he ido haciendo en el blog a lo largo del tiempo; algo que me sorprendió muy gratamente), me ha encantado la presentación que han hecho de mi blog:

Su blog ha mezclado siempre una aguda capacidad para observar la vida (laboral o no), humor sano, textos contagiosos y gran capacidad para transmitir sus propias ideas sin necesidad de hacer de gurú.

Me gusta que me vean así 🙂

El signo de los tiempos


Sé que la tecnología en movilidad es lo que tiene. De hecho, yo soy uno de los que, de vez en cuando, saca su portátil en un sitio público. Y sin embargo… ver una cafetería como ésta en la que todos sus clientes sólo tienen ojos para su ordenador me ha dado un poco de pena, me ha recordado a Wall-E.
PD.- La foto es del amigo Joan Planas, que está de tour por las Américas…

Los móviles de mi vida

Ayer sucedió el fatal desenlace. Mi SonyEricsson k780i falleció. Llevaba un tiempo raro, con problemas de batería (parecía que cargaba bien, funcionaba ok del 100% al 50% de batería… pero ese último 50% se consumía en cuestión de minutos). Pensé que era efectivamente cosa de la batería, y compré otra. Pero el problema persistía con la nueva. Y cuando lo estaba recargando… de repente empezó a mostrar la pantalla blanca parpadeante (luego he visto que se la conoce como la White Screen of Death, WSOD) y no respondía nada más que quitándole la batería. Y al tratar de encenderlo, vibración, y de nuevo pantalla blanca intermitente. Hasta que, sin más, dejó de hacerlo. Eso y cualquier otra cosa. No responde a nada, ni al botón de encendido, ni da ninguna señal cuando le enchufas el cargador… nada de nada. Muerto total.
Así que aquí estoy, «desmovilizado». Mientras miro de arreglarlo (en Pixmanía me ponen problemas con la garantía: dicen que al haberlo comprado como autónomo no aplica la garantía de 2 años, que sólo me dan 1 y que ya ha pasado; yo de momento he consultado con el Centro Europeo del Consumidor para que me asesoren, porque me parece de coña, y en todo caso aunque sea legal me parece un servicio muy pobre. Pero bueno, si tengo que llevarlo al servicio técnico y pagarlo, lo llevaré), he bajado al trastero a recuperar alguno de mis antiguos móviles para no quedarme incomunicado. La sorpresa ha venido cuando he puesto a cargar uno que llevaba 5 años durmiendo el sueño de los justos… y ahí está, funcionando perfectamente.
El caso es que este incidente me ha hecho recordar (en plan abuelo cebolleta) mi vida con los móviles y me he dicho «mira, para un post».
Mi primer móvil… prestado
Corría el año 1999. Yo me disponía a comenzar mi primer trabajo en Bilbao. Como me acababa de mudar a un piso en el que no había teléfono (ni ganas de ponerlo) mis padres me dejaron un Ericsson «zapatófono» (ni idea del modelo… ni me acuerdo del número, de hecho) para tenerme localizado y hacerme la función de «teléfono de emergencia» (habida cuenta de que me pasaba el día en la oficina…). Por aquella época todavía me daba corte lo de hablar por el móvil, se me hacía raro. En realidad lo usé poco, ya que entre que pasé unas semanas fuera de España y que enseguida me compré el siguiente…
Mi primer móvil de verdad: el Ericsson T28
A raiz de una situación curiosa en el trabajo a finales de ese mismo 99 (que me guardo para contar otro rato) me cayeron del cielo 500.000 pesetas de las de antes así, sin comerlo ni beberlo. Y decidí darme el capricho de un teléfono molón. El elegido fue este T28, negro, de los de tapita, que vino junto a mi línea con Airtel (la línea que sigo conservando hoy día). Un teléfono muy completo para su época, con el que estuve muy satisfecho. Sólo tuve un pequeño problema con el cierre de la tapa (de hecho, durante un tiempo la llevé sujeta con una goma… muy cutre, lo sé), a pesar de que sufrió algún accidente notable (con agua incluída, y no doy más detalles).
El sustituto: SonyEricsson T100
El T28 funcionó perfectamente durante 3 años y medio. Pero en marzo de 2003, un buen día, petó. Y ya estaba yo pensando en cómo sustituirlo. Pero casualidades de la vida, esa semana había sido mi cumpleaños, y mi mujer había preparado una fiesta sorpresa en casa con amigos. Y uno de los regalos colectivos era (lo habían comprado antes de saber que el mío iba a petar)… un T100. Muy liviano y agradable a la vista, con su color azulito… un teléfono correcto. Probablemente no el que yo me hubiera comprado, pero llegó en el mejor momento.
Sin embargo, éste me acompañó poco tiempo. A los pocos meses, lo cambiaba por uno más potente y se iba a dormir el sueño de los justos a un cajón. Luego se fue al trastero. Y es el que, ayer, recuperé para darme uso mientras arreglo el otro.
Otro capricho: SonyEricsson T610
En septiembre de 2003 salí de BearingPoint, con simpático finiquito e indemnización de por medio. Y de nuevo me vi con dinero en las manos, y me permití otro capricho. Ahí vinieron juntos el T610 y la Palm Tungsten T3. Pantalla a color, cámara de fotos, conectividad (limitada) a internet… en fin, un salto cualitativo.
El T610 me acompañó otros tres años y medio, a plena satisfacción (y con marcas en toda la carcasa que demuestran que tuvo su uso). Pero tuvo que ceder al empuje de los nuevos terminales…
El teléfono casi-definitivo: SonyEricsson K780i
Conectividad real a internet, navegación, 3G, cámara de fotos muy solvente, grabación de videos, memoria para almacenar archivos… todo eso vino en febrero de 2007 (tras un azaroso proceso de compra) con el K780i, un teléfono con el que estoy muy satisfecho y al que sólamente le pongo un gran «pero»: la grabación de video, que me resulta muy pobretona. Suficiente para la pantalla del móvil, pero muy corta para la publicación web. Sin embargo, éste no era motivo suficiente como para plantearme un cambio, ya que aun así cubría muy bien mis necesidades en movilidad. De hecho, ni su reciente «fallecimiento» lo es, si consigo que me lo arreglen (sin que me cueste demasiado). Es un teléfono que me gustaría que siguiese conmigo otros dos añitos hasta cumplir los «tres años y medio» que, a tenor de mis experiencias con el T28 y el T610, es el periodo «normal» en el que un móvil (si no se estropea) me acompaña antes de que me entre el gusanillo de «saltar de nivel».

Tuneando el PC y el móvil

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No soy yo mucho de personalizar: he tenido la melodía por defecto en el móvil durante meses, el salvapantallas por defecto en el PC durante meses… pero bueno, de vez en cuando me gusta dar un «toque personal» a mis cosas.
Así que he aprovechado unas stickers de Moo (vamos, unas pegatinas personalizables) para dar un detalle de color al PC y al móvil. Una chorradina como otra cualquiera. Eso sí, el SonyEricsson k780i «Vidadeunconsultor Limited Edition» tiene su punto…

SEK780i VDC