Intentando monetizar
Hace unos días leía un post en el que el autor contaba, con cierta frustración, su experiencia en el lanzamiento de un «infoproducto». Cómo después de años de generar contenidos gratis, de haber hecho un esfuerzo en la producción de su material, de haber notado el (presunto) interés de la gente… a la hora de la verdad las ventas no estaban respondiendo como hubiera deseado.
Coincidía en el tiempo con la noticia de una (presunta) «influencer» que, con miles y miles de seguidores, había intentado poner a la venta unas camisetas… sin ni siquiera ser capaz de vender el pedido mínimo que le exigía el fabricante para producirlas.
Hoy mismo he entrado en el Patreon (plataforma en la que distintas personas pueden hacerte de «micro-mecenas» con pagos mensuales para sufragar tu actividad) de alguien a quien sigo. Desde hace semanas lleva hablando de su patreon, y ha acumulado la friolera de… 1 mecenas.
Los proyectos en plataformas de crowdfunding tienen una tasa de éxito entre el 10% y el 30%. Es decir, que la inmensa mayoría de personas que abre un Kickstarter o similar con la esperanza de conseguir financiación para sus proyectos… se va con el rabo entre las piernas.
Pero vamos, que no tengo que irme tan lejos. Yo mismo he tenido experiencias (un curso abierto que intenté montar en su día, una web de venta online…) en las que he puesto en marcha iniciativas que creía que iban a funcionar… y ni de casualidad.
La fantasía del valor
Hay un meme por ahí que refleja una dura realidad: «En su cabeza era espectacular».
En nuestra cabeza, nuestras ideas son espectaculares. Nos parece que ese proyecto que queremos hacer nos lo quitan de las manos. Esas clases que queremos ofrecer, ese proyecto tan bueno que tenemos entre manos, ese libro que tanto nos ha costado crear. ¿Cómo va a salir mal? ¡Si es estupendo! No tenemos más que «enseñar la patita» y empezaremos a vender como rosquillas.
Esto se agrava más aún en este mundo de «redes sociales» donde tener visitas, followers y likes parece una medida del interés real que generamos. Sacamos pecho de nuestra relevancia, de nuestra llegada al público. Nos pasan un poquito la mano por el lomo, y pensamos: «la cantidad de valor que estoy aportando… lo influyente que soy… ¡en cuanto quiera, me hago rico!». Añádase un caso de éxito de esos que demuestran que «es posible» (sin contarte todos los que se quedaron en el camino)… y ya está, vía libre para nuestras fantasías.
Y entonces es cuando pedimos dinero a cambio de lo que aportamos, y nos damos cuenta de que… a ver, espera. Que un like es un like, pero lo de rascarse el bolsillo es otra cosa.
¿Realmente aportas valor?
El mercado es un mecanismo muy puñetero, y en muchas ocasiones una bofetada de realidad. Ya expliqué en alguna ocasión la relación entre coste, valor y precio. Una transacción económica es lo que certifica el valor que se está aportando.
Todo lo demás son brindis al sol, fantasías y cuentos de la lechera. Por supuesto, tú tienes derecho a creer que lo que aportas es muy interesante y valioso… pero salvo que encuentres una contraparte que esté de acuerdo, está todo en tu cabeza. Mientras no se demuestre lo contrario, el panadero de la esquina aporta más valor que tú.
Lo cual no quiere decir que no lo intentes. Pero sí que lo hagas desde una perspectiva muy humilde, en la que no esperas que los demás valoren lo que tú ofreces… sino que te dediques a investigar qué es lo que los demás valoran para ofrecérselo. ¿Ves el cambio de perspectiva?
¿Quién es tu público objetivo? ¿Qué es lo que necesita? ¿Por qué está dispuesto a pagar (sabiendo que una cosa es que te digan que «están dispuestos a pagar» y otra que lo acaben haciendo)? Y considera cualquier lanzamiento no como un punto de llegada, sino como un punto de partida: ¿cómo están reaccionando a lo que he lanzado? ¿qué les está resultando verdaderamente útil? ¿cómo podría ser más útil para más personas?
Si das respuesta a estas preguntas, y lo haces de manera efectiva, es posible que haya gente dispuesta a darte dinero a cambio.
Aferrados a un sueño egoísta
La gran trampa, en este caso, es el ego. Estamos muy apegados a nuestras ideas, a nuestra visión del mundo. Sabemos lo que para nosotros es importante, por lo que nosotros pagaríamos… y resulta difícil «bajarse del burro» para ponerse en la piel del otro, para aceptar su punto de vista y lo que considera valioso.
Y añádase también que resulta difícil dejar atrás nuestras fantasías en las que «podemos vivir haciendo lo que nos gusta»… ¿quién no tiene apego por un plan que consiste en «que me compren camisetas», o «me compren un curso online», o «me compren un pdf», o «me compren mis fotos», o «me paguen por viajar y hacer vídeos de mis viajes», o «me paguen por jugar a videojuegos»? Lo de bajar a la mina, o echar 8 horas en una línea de montaje, o pasar tus días aguantando al público o a un jefe pesado o interminables reuniones inútiles… es para otros. No para ti, porque tú eres especial.
Pero ah, la vida es dura. Y resulta que la mayoría de las veces de la petanca no se puede vivir.
Tienes derecho a intentarlo
Por supuesto que sí. Tienes derecho a intentarlo. El grial del Ikigai, ese punto dulce donde lo que amas, lo que haces bien, lo que el mundo necesita y lo que alguien está dispuesto a pagar confluye. ¡Una aspiración completamente legítima!
El diagrama del Ikigai es muy aparente, y te puede aportar reflexiones útiles. Tómalo como una referencia, como la estrella polar que te indica la dirección, y no como un objetivo en sí mismo. Porque no creas que va a ser fácil conseguirlo; de hecho, lo más probable es que no lo alcances nunca. Tendrás que asumir en tu camino una cuota importante de frustraciones y de compromisos.
¿Cuánto vale lo que hago?
Si quieres una respuesta a esa pregunta, no tienes más que salir al mercado y comprobarlo. Intenta vender eso que haces, a ver cuánta gente encuentras dispuesta a pagar por ello y cuánto dinero consigues.
¿Menos de lo que esperabas? Digiérelo cuanto antes, lame tus heridas, y pon el foco en aquello por lo que los demás están dispuestos a pagar.