Herramienta para analizar preferencias y compatibilidad

A ver, que el título puede parecer un poco engorroso, pero lo que te propongo en este artículo es sencillo: un esquema para que puedas analizar cómo eres de compatible con otra persona.

Y por «otra persona» me refiero a una pareja, a un amigo/a, a un compañero/a de trabajo… a cualquier persona con quien tengas que compartir el día a día.

Con esta herramienta podrás analizar cuáles son tus preferencias, cuáles son las de la otra persona… y a partir de ahí ver dónde estáis de acuerdo, dónde tendréis que negociar… y si hay alguna «línea roja» que os afecte.

Cuestión de preferencias

Tenemos que partir de dos premisas fundamentales:

  • que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre
  • que tanto derecho tienes tú a ser como eres, como la otra persona a ser como es

Si lo piensas, no son dos premisas tan evidentes.

Muchas veces pecamos de egocentrismo, de pensar que todo el mundo ve las cosas como las vemos nosotros, le da importancia a los mismos temas, quiere lo mismo… proyectamos nuestra personalidad en los demás. Ya lo dice el refrán: «cree el ladrón que todos son de su condición».

Y cuando nos damos cuenta de que hay gente que no piensa como nosotros… es fácil pensar que «están equivocados», y que lo que deberían hacer es dar su brazo a torcer.

Pero la realidad es que no todo el mundo es como nosotros, y que tenemos que convivir con gente que piensa distinto, que quiere cosas distintas, que tiene personalidades distintas…

Y eso implica negociar.

Lo que tú prefieres

Imagina que vas a hacer un viaje, y tienes que listar tus preferencias sobre todas las circunstancias del viaje: cosas para hacer, lugares a los que ir, planes, comidas…

Lo que te invito es a que repartas esas preferencias en cuatro categorías:

  • «No lo soporto»: cosas que bajo ningún concepto quieres.
  • «Prefiero que no»: cosas que no te hacen mucha gracia pero que, en determinadas circunstancias, podrías tolerar.
  • «Prefiero que sí»: cosas que te gustan. ¿Podrías vivir sin ellas? Sí, pero si puedes elegir…
  • «Imprescindible»: tiene que estar sí o sí, y no hay discusión posible.

Algo así:

Lo normal será que la mayoría de tus preferencias estén en «prefiero que no» y «prefiero que sí», y solo algunas sean un NO o un SÍ absolutos (o quizás no, ¡es cosa tuya!)

Por ejemplo, para mí sería un «No lo soporto»: dormir en tienda de campaña, ir a sitios con temperaturas extremas, los parques acuáticos o de atracciones, compartir habitación con extraños, comer comidas raras…

En «prefiero que no» se incluiría dormir en sitios caros, cambiar de sitio cada día, ir en viajes organizados…

En «prefiero que sí» incluiría ir a la costa, visitar monumentos, viajar en coche, tener tiempo para descansar durante el día, tener conexión a internet…

En «imprescindibles» creo que no tendría nada.

Las preferencias del otro

Ahora bien, para cada una de tus preferencias… ¿qué piensa la otra persona? ¿En qué categoría pondría ella cada uno de los elementos que tú has definido? ¿Hay alguna cosa adicional que a ti no se te hubiera ocurrido? ¿Y qué piensas tú de eso?

Imagina por ejemplo que la otra persona es fan de los parques acuáticos… que es justo algo que yo no soporto.

O que en general prefiere los viajes organizados (cosa que yo, en general, prefiero evitar).

O que considera imprescindible dormir en hotelazos (otra cosa que yo prefiero no hacer, aunque pueda tolerarlo).

O que propone ir a una playa nudista, que es algo que «prefiere que sí»… ¿yo que pienso de eso? Posiblemente sea un «prefiero que no», pero no me cierro en banda.

Llevado al esquema gráfico, quedaría algo así:

¿Ves? Al contrastar mis preferencias y las de la otra persona… es cuando empezamos a tener que tomar decisiones.

Tres áreas de decisión

De acuerdo al esquema que te presento, tendríamos tres zonas diferenciadas:

  • Zona de acuerdo: son todas aquellas cosas en las que nuestras preferencias están en sintonía, tanto en lo que queremos como en lo que no queremos. Cuantas más cosas haya aquí, ¡más fácil será todo! Si a mí no me gustan los parques de atracciones, y a la otra persona tampoco… no iremos, y tan contentos. Y si a mí me gusta ver monumentos, y a la otra persona también… ¡pues a tope con los monumentos!
  • Zona de negociación: aquí estaríamos en una zona en la que nuestras preferencias son divergentes pero en las que, llegado el caso, podemos llegar a un acuerdo. Por ejemplo yo prefiero no hacer viajes organizados, pero si la otra persona prefiere hacerlos… yo puedo aguantarme (no es algo que «no soporte»). Eso sí, en esta zona es importante que haya cierto equilibrio: unas veces cedo yo, otras veces cede la otra persona… sabiendo además que no todas las cesiones son igual de importantes. No se trata de ir «llevando la cuenta», pero si las cesiones siempre caen del mismo lado se acaba generando una sensación de agravio.
  • Zona de incompatibilidad: aquí están las líneas rojas, y lo que los anglosajones llaman «deal-breakers». Si yo no soporto ir a parques acuáticos, y la otra persona los considera imprescindibles… ¿qué hacemos? La renuncia es demasiado grande para las dos partes… simplemente nos pone en una situación imposible.

Con este mapa de preferencias podemos hacernos una idea del grado de compatibilidad entre dos personas.

  • Cuantas más cosas haya en la zona de acuerdo, más fluido será todo.
  • Las cosas que haya en la zona de negociación van a exigir esfuerzo, buena voluntad, generosidad, comunicación… por supuesto se puede sacar adelante y llegar a compromisos, pero va a exigir trabajo.
  • Y las cosas en la zona de incompatibilidad van a ser fuente de problemas a corto y a largo plazo… así que cuanto antes de detecten, mejor.

Habilidades esenciales para gestionar la compatibilidad

Aparte de las premisas fundamentales de las que te hablaba antes (entender que cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre, y que tanto derecho tienes tú a ser como eres como la otra persona a ser como es), hay una serie de habilidades que conviene tener bien afiladas para poder trabajar con este esquema:

  • Autoconocimiento: ¿cuáles son mis preferencias? ¿qué es «imprescindible» y qué «no soporto»? ¿qué es lo que hay detrás de esas prererencias? ¿qué alternativas podrían ser válidas?
  • Flexibilidad: cuantas menos cosas tengamos como «no soporto» y como «imprescindibles» más fácil va a ser llegar a acuerdos.
  • Comunicación: tanto para expresar a la otra persona cuáles son mis preferencias, como para indagar (preguntar+escuchar) cuáles son las suyas.
  • Negociación: para proponer y debatir acuerdos y compromisos satisfactorios.
  • Generosidad: para aceptar que no siempre las cosas serán como a uno le gustaría, ceder y facilitar acuerdos.
  • Asertividad: para defender tus propios puntos de vista y no acabar cediendo siempre.

En resumen

Mi suegro suele decir que «hay que vivir en sociedad». Nos toca vivir (y convivir) con personas que no son exactamente como nosotros, y con quienes tenemos que llegar a acuerdos razonables. Cuanto más intensa sea la convivencia, más importante será tener bien claro (tanto a nivel individual como compartido) en qué somos compatibles y llegar a acuerdos en aquello en que nuestras preferencias sean diferentes.

Y este sencillo esquema puede ayudarte a tener esas conversaciones.

El knowmad y las despedidas

Cabalgando hacia el ocaso

Hay una imagen muy del cine clásico. El cowboy, una vez arreglados sus asuntos en el pueblo de mala muerte al que el destino le llevó, se monta su caballo y se dirige hacia el ocaso, sin mirar hacia atrás…
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Es una imagen que me viene a la cabeza cada vez que termino un proyecto profesional. Pasas varias semanas, meses, a veces incluso años… vinculado a un proyecto, a un grupo de personas… y llega un día que el proyecto termina. Y tú ya no pintas nada allí, es el momento de subirte a tu caballo y marchar en busca de nuevas aventuras.
Estas despedidas nos suceden a todos, en la vida personal y en la profesional. Pero en la vida del knowmad son consustanciales a nuestra forma de trabajar. Nuevos clientes, nuevos proyectos, relaciones intensas por periodos definidos de tiempo… que luego se diluyen irremediablemente.

No es culpa de nadie

Hace unos días precisamente comía con una persona «del pasado», compañera de fatigas en uno de mis proyectos con la que sí he mantenido buena relación. Después de un rato me preguntó: «oye, y de aquí de la empresa, ¿con quién tienes contacto?». Y me puse a contar… y me sobraban dedos de una mano.
Durante mucho tiempo viví esa realidad con cierta frustración. ¿Por qué era incapaz de mantener esas relaciones a lo largo del tiempo? Si, alguna mantienes, pero la mayoría se van difuminando. ¿Será culpa mía, debería haber hecho más esfuerzo? ¿O son los demás, que también podían poner algo de su parte?
Tardé en darme cuenta de que no es culpa de nadie. Que simplemente las cosas son así. Cada uno tenemos nuestro camino. Ocasionalmente otros caminos se acercan al nuestro, y transcurren paralelos durante un tiempo. Y luego se separan. Pero no es uno el que se separa del otro, ni el otro del uno… es que cada uno sigue su trayectoria.

Cotidianidad

Hablaba Javier Marías en una columna de las amistades desaparecidas. Y cómo, si bien hay relaciones que sabes por qué desaparecen (un malentendido, una discrepancia…) hay otras que simplemente se diluyen como azucarillos en el agua.

«Pero demasiadas veces no sabemos por qué se desvanece una amistad […] No ha habido riña ni roce, ofensa ni decepción. Poco a poco desaparece de nuestra cotidianidad, o él nos hace desaparecer de la suya»

Quizás sea ése el concepto clave. La «cotidianidad». Las relaciones necesitan del sustrato de un tiempo y un espacio compartidos. Sin ellos, por mucha buena voluntad que pongamos, la relación se marchita. Y al final, nuestro tiempo y nuestro espacio son limitados, y cambian, y no dan para mantener en ellos a todas las personas que alguna vez los habitaron.
Así que, en vez de sentir frustración, resentimiento… quizás lo que toca es aceptarlo como una realidad inevitable, y sentirse afortunado por el tiempo compartido sin descartar, quién sabe, que los caminos se vuelvan a cruzar en el futuro…

Así me despedí yo…

En la despedida de uno de mis proyectos más intensos redacté unas líneas. El último párrafo decía así…

«Termino ya; ha llegado el momento de separar nuestros caminos. He hecho esto el número de suficiente de veces como para saber lo que va a pasar. Con suerte, el tiempo me permitirá mantener un puñado de amigos de toda esta etapa; pero con la mayoría, las ocasiones de vernos irán desapareciendo. En todo caso, me daré por satisfecho si pasados los años os queda un recuerdo agradable, personal y profesional, de mí. Por mi parte no tengo claro qué me deparará al futuro; lo que sí os puedo asegurar es que cuando recuerde estos días sentiré un pellizco de nostalgia, y pensaré en lo afortunado que he sido por compartir este tiempo con vosotros.»

Y así, con estas palabras, me subí a mi caballo y me dirigí al ocaso.

PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

El chismorreo como elemento de cohesión

Estás trabajando. Aparece Menganito y te hace señas, «¿tomamos un café?». Vas a la máquina y te cuenta en voz baja la faena que le ha hecho Fulanito. Vuelves a tu sitio de trabajo y notas cómo Pepita te sigue con la mirada, y te abre una ventana de chat para preguntar «qué ha pasado». Mientras tanto, en el otro lado de la oficina, un grupito habla por lo bajo mientras mira en vuestra dirección. Chismorreo en estado puro, el pan nuestro de cada día. La forma en la que nos relacionamos en grupos pequeños: creando redes de confianza, acercándonos a los afines, creando coaliciones. Detectando, en cada conversación, en cada gesto, en cada reacción… si son «de nuestra cuerda» o no. Podrías, en cualquier circunstancia, hacer una estimación de «quién está a favor» y «quién está en contra». Un «status quo» que, desde luego, no es ni mucho menos estable si no que fluye con el tiempo.
No hay «cultura corporativa» que valga, no es una cuestión de «políticas»; es la forma en la que los humanos nos relacionamos. Da lo mismo si hablamos de una pequeña empresa, de un pelotón de un ejército, del vestuario de un equipo deportivo, o de un pueblo, o de una cuadrilla de amigos o de una familia. No importan los títulos, la «autoridad externa»: importan las relaciones, las filias y las fobias, quién te ayuda, quién te hace un favor, quién tiene un buen gesto. Y quién no.. Yuval Noah Harari explica, en su libro Sapiens (un libro estupendo y muy recomendable) cómo este comportamiento es común con nuestros «primos» los simios:

Cuando dos machos se disputan la posición alfa, suelen hacerlo formando extensas coaliciones de partidarios, tanto machos como hembras, en el seno del grupo. Los lazos entre los miembros de la coalición se basan en el contacto íntimo diario: se abrazan, se tocan, se besan, se acicalan y se hacen favores mutuos. De la misma manera que los políticos humanos en las campañas electorales van por ahí estrechando manos y besando a niños, también los aspirantes a la posición suprema en un grupo de chimpancés pasan mucho tiempo abrazando, dando golpecitos a la espalda y besando a los bebés chimpancés. Por lo general, el macho alfa gana su posición no porque sea más fuerte físicamente, sino porque lidera una coalición grande y estable. Estas coaliciones desempeñan un papel central no solo durante las luchas abiertas para la posición alfa, sino en casi todas las actividades cotidianas. Los miembros de una coalición pasan más tiempo juntos, comparten comida y se ayudan unos a otros en tiempos de dificultades.

El desarrollo del lenguaje por parte del homo sapiens permitió que esta «cultura del chismorreo» común con nuestros parientes incrementase su alcance; allí donde los simios solo pueden cohesionar grupos de 20-50 individuos, los humanos podemos llevarlo hasta grupos de 100-150. En todo caso, hay un límite, que se suele establecer en el número de Dunbar. Más allá de eso resulta imposible mantener la cohesión a base de chismorreo: no podemos conocer a tanta gente a un nivel «íntimo», ni dedicar tiempo a «chismorrear» con ellos.
Es entonces donde entra en juego la capacidad del ser humano para generar «mitos compartidos»: ficciones que permiten a individuos que no se conocen entre sí asumir que «somos de los mismos» y que por lo tanto tiene sentido colaborar juntos. Entran aquí la ciudad de origen, las nacionalidades, las religiones, los equipos de fútbol, las ideologías y también las «culturas corporativas». Estas ficciones (creadas y nutridas a base de narraciones y refuerzos positivos y negativos a lo largo de los años) dirigen y coordinan el comportamiento de los individuos aunque no se conozcan entre sí, y de acuerdo a Harari son uno de los pilares que han permitido al ser humano llegar hasta aquí.
Bajo esta perspectiva es fascinante darse cuenta de cómo funciona esta dualidad en nuestra realidad cotidiana. Cómo interactuamos en círculos pequeños, y cómo cambiamos el chip cuando nos vamos a un ámbito más grande, cómo de diferentes son las dinámicas. En serio, mira a tu alrededor. Mirate a ti mismo. Observa cuándo eres un «chismorreador», cómo «hilas relaciones» en el entorno más pequeño. Y observa también cómo respondes a impulsos grupales, cómo te comportas ante determinadas etiquetas.
En el ámbito profesional también me ha dado que pensar bastante:

  • En cómo las relaciones en entornos «pequeños» (y ese «pequeños» puede abarcar hasta una empresa entera) se sustentan mucho más en el día a día y en las relaciones personales.
  • En que ahí los procesos, las políticas, la «cultura», los «valores», la definición de responsabilidades y puestos, la «autoridad nominal»… tienen un impacto limitado, y que la capacidad de dirigir y de cambiar las cosas tiene mucho más que ver con la capacidad de influencia interpersonal, de convencer, de formar coaliciones, de generar confianza… que con «tocar palancas».
  • En el poder de lo informal por encima de lo formal.
  • En la importancia del feeling.
  • En lo fundamental que es «tener la antena puesta» para saber cómo está el patio, y participar en las dinámicas para poder influir en ellas.
  • En que socializar también es una parte muy importante de trabajar.
  • En lo clave que resulta incorporar personas (y más aún desprenderse de ellas) en función de su contribución a la dinámica interna (y no solo de sus «competencias»).
  • En que las narrativas de «identificación colectiva» quizás solo tienen sentido para cohesionar a grupos más grandes, o para la relación con otros grupos; porque solo entonces entra a jugar el orgullo de pertenencia.
  • En cómo todo esto se suele obviar (porque es difícil de «gestionar», incluso de «verbalizar») cuando su impacto es definitivo en el devenir de las empresas.
  • En cómo nos empeñamos en gestionar organizaciones «como si no fuéramos humanos» cuando eso es, precisamente, lo que nos define.

Productividad de cortas miras

De un tiempo a esta parte vengo interesándome por eso que llaman la «productividad«; cómo ser más eficiente en tu gestión de «cosas que hacer» tanto en el ámbito profesional como el personal. Tengo cierta tendencia a la dispersión, y encontrar herramientas que me ayuden a contrarrestarla me viene indudablemente bien.
Sin embargo, hay una «corriente dogmática» entre los «gurús» de la productividad que no acabo de compartir. Me refiero a lo que tiene que ver con «no prestar atención ni dedicar tiempo a lo que no es importante». Se supone que tú tienes unos objetivos, y unas «tareas más importantes» que realizar para completar tus objetivos. Lo que viene a decir esta corriente es que todo lo que no contribuya a eso, es una pérdida de tiempo. ¿Te entra una llamada? Salvo que sea de algo que estés esperando, no contestes. ¿Alguien ha dejado un mensaje en el contestador? Si no es para algo que necesitas, no devuelvas la llamada. ¿Tienes un email que te pide algo que no encaja con tus tareas importantes? Ignóralo. Si necesitas hablar o interactuar con alguien, ve al grano y no parlotees de temas insustanciales. No preguntes qué tal estás, ni te intereses por la familia, ni qué tal las vacaciones. Nada de trivialidades y banalidades. Y desde luego, no pierdas el tiempo en redes sociales en internet; facebook o twitter son herramientas diseñadas para hacerte perder el tiempo.
Me parece una visión egoista, miope y cortoplacista. Es verdad, si cortas todas esas «distracciones» es muy posible que seas capaz de abordar tus tareas de forma más «eficiente». Me pongo mis orejeras, yo a lo mío, y lo demás como si no existiera. ¿Pero cuál es el resultado a medio plazo de esa estrategia? Para mí, hay dos efectos negativos bastante relevantes.
Por un lado, las relaciones personales. Creo que las «amistades», o las relaciones de confianza, se construyen poco a poco a lo largo del tiempo. Muchas veces a base de comentar trivialidades, de escuchar desinteresadamente al otro, de conocer detalles intrascendentes de su vida, o de hacerse favores. Si simplemente nos dedicamos a ir «a lo nuestro», sólo recurrimos a los demás cuando queremos que sirvan a nuestros intereses y tendemos a ignorarles el resto del tiempo… ¿qué imagen proyectamos a los demás? ¿qué relación de confianza puede surgir de ahí? Y ya no es una cuestión de pensar que cuando cuentas con una red sólida de relaciones personales tu vida es más rica… es que incluso visto de forma egoista, parece una buena estrategia. ¿Quién va a tener más ganas de ayudarte en el futuro? ¿Quién se va a tomar más molestias en hacer algo por ti cuando lo necesites?
Por otro lado, la permeabilidad al mundo exterior. Si nuestro mundo es nuestra «lista de tareas», si nos cerramos a toda influencia exterior que no aporte de forma inmediata a las mismas… estaremos perdiendo un input relevante sobre cómo es el mundo que nos rodea, la gente que vive en él, tendencias… que puede que no sirvan para nada a corto plazo, pero no sabemos qué impacto puede tener a medio plazo, qué nuevos horizontes nos pueden descubrir, cómo pueden enriquecer nuestra propia visión del mundo o qué enfoques nuevos y creativos puede aportar a nuestros objetivos y tareas.
En definitiva, creo que es importante definir objetivos. Y trabajar en las tareas que nos permitan alcanzarlos. Y hacerlo de forma eficiente. Pero todo dentro de un orden. Porque si nos convertimos en unos obsesos de la productividad a corto plazo, estaremos poniéndonos zancadillas a nosotros mismos.
Foto: Paul Stevenson

Pasando de las alertas de cumpleaños

Nuevamente, un post que promete abundar en mi caracter «asocial»… pero así son las cosas.
Desde siempre me ha gustado felicitar a la gente por sus cumpleaños. Apuntar la fecha en una agenda es algo muy facilito (y más con la posibilidad de programarla para que se repita cada año). Y felicitar lo es aun más: no es necesario llamar (a mí de hecho no me gusta demasiado: siempre tengo la sensación de que para el «felicitado» es un poco coñazo mantener la misma conversación varias veces en el mismo día; para saber «cómo va todo» le llamo cualquier otro día), basta con un SMS, un mail, una notita en el Facebook, un mensajito en el twitter… los canales son miles, y apenas tardas unos segundos. Y al cumpleañero le pondrá contento (a mí por lo menos me pasa) saber que te acuerdas de él.
Sin embargo… de un tiempo a esta parte son más y más las «alertas de cumpleaños» que ignoro. «Hoy es el cumpleaños de Fulanito», me dice mi agenda. Y pienso… «pofale». ¿Motivos? Pues que me da rabia. Hay gente a la que felicitas, y no te contesta. No pasaría nada si es una persona con la que tienes un trato más o menos habitual… pero es que hay gente con la que no tienes más contacto a lo largo del año… ¿y ni siquiera se molestan en hacer notar que han recibido la felicitación? Gente que incluso no te devuelve llamadas y/o mensajes durante el resto del año. Por supuesto, pensar en que ellos se van a tomar la molestia de felicitarte a ti… ni de coña. Y al final piensas «si éste es el nivel de relación que esta persona quiere tener conmigo… ¿para qué coño me voy a molestar en felicitarle nada?».
Durante mucho tiempo me pareció importante mantener de alguna manera viva, aunque fuese con estos pequeños gestos, algunas relaciones del pasado: amigos de los de antes, compañeros de clase o de trabajo… total, no cuesta nada, es agradable aunque sea una vez al año que alguien se interese por ti… pero cuando te das cuenta de de la otra parte no hay ningún interés, llegas a la conclusión de que no merece la pena ni siquiera hacer esos pequeños gestos.
PD.- Caso aparte son los «amigos de internet». Me cuesta mucho felicitar a este grupo de personas con las que tienes un cierto grado de relación «virtual» (porque os leeis en los blogs, o en el twitter, o similar), porque siempre tengo la duda de si hay un grado suficiente de «relación personal» como para que mi felicitación no sea «fuera de sitio»…

Análisis y dramas humanos

Llevo con este tema en la cabeza desde hace un tiempo, y lo recuerdo cada vez que veo en los medios un «reportaje humano» en el que se centra la historia sobre personas concretas, de carne y hueso, y se nos narran sus miserias con nombres y apellidos. Puede ser una víctima de los bombardeos en Gaza, puede ser una familia con todos sus miembros en paro, puede ser un enganchado a las drogas, puede ser el afectado por un terrible error médico, o el que vive en un piso de 10 metros cuadrados, o los habitantes de un barrio marginal, o…
Personificar los dramas humanos tiene un indudable poder de comunicar emociones. Resulta difícil no empatizar con quienes sufren cualquier tipo de padecimiento. Y sin embargo, es una táctica engañosa porque se corre el riesgo de nublar la capacidad de análisis haciendo que se tome la parte por el todo.
Aunque suene frío e inhumano, los análisis tienen que evadirse de los dramas personales. Hay que ver números, tendencias, datos globales… para tener una visión equilibrada de la realidad.
«Detrás de los números hay personas», dirá alguno. «No son de mentira, existen». Claro que sí. El problema es que un drama personal puede sesgar la visión de la realidad, impidiendo que se tomen decisiones acertadas.
Claro, que bien lo saben esto en los medios de comunicación. Saben del poder del drama humano, y saben que siempre pueden encontrar a alguien que enfatice, a través de su experiencia personal, prácticamente cualquier postura que quieran promover; independientemente de que responda a una visión «objetiva» de la realidad o a una excepción. Y a partir de esa emoción comunicada, fabricar una corriente de opinión que sirva a sus intereses.

¿El networking no sirve para nada?

Eso es al menos lo que plantea Senior Manager en su artículo «¿Networking? No, gracias, estoy buscando empleo«. Un planteamiento que me ha dejado bastante sorprendido.
Yo estoy definitivamente mucho más cerca de Yoriento al considerar al «networking» (o a los contactos personales de toda la vida de dios) como la mejor técnica de búsqueda de empleo. Y quien habla de empleo, habla de buscar un nuevo socio, una oportunidad comercial, un colaborador, un proveedor… La opinión y recomendación por parte de alguien en quien confías es siempre (al menos yo lo percibo así) mucho más importante que cualquier acercamiento «a puerta fría». Cuando vas a un sitio «de parte de Fulanito» (y Fulanito es alguien solvente) tienes mucha parte del camino recorrido.
Tengo la sensación de que el problema (y la percepción de ineficacia del networking, que es lo que argumenta Senior Manager) viene cuando se hace una gestión equivocada de la herramienta. El foco del networking no puede estar en acumular contactos de cualquier forma y manera, sino en tener una red de contactos fuerte, sólida, basada en lazos de confianza construida a lo largo del tiempo (y no de un mero intercambio fugaz de tarjetas o de un simple «aceptar la amistad» en un sitio de internet). Los contactos débiles, en general, no sirven para nada: muchas veces ni se acuerdan de nosotros, ni nos conocen en profundidad, ni se fían de nosotros como para «poner la mano en el fuego» frente a terceros (como, por ejemplo, para recomendarnos para un trabajo).
Claro, si nuestra red está formada por ese tipo de contactos «de baja calidad», entonces efectivamente el networking no sirve para casi nada. Pero si reducimos la definición de «contacto» a personas a las que conocemos, respetamos y en las que confiamos (y viceversa: la reciprocidad en este caso creo que es imprescindible), entonces la cosa cambia.
El gran problema de los sitios de «red social» en internet (tanto las más lúdicas como las más profesionales) es que existe la tendencia a considerar «contacto» a casi cualquiera (incluso hay quienes directamente aceptan como contacto a cualquiera que se lo solicite aunque no se le conozca de nada: algo que no soy capaz de entender). Y poco importa que uno mismo intente ser pulcro en este aspecto (y asegurarse de que «mis amigos son mis amigos»): si tus contactos son más laxos entonces «los amigos de tus amigos» dejan de tener valor (porque no sabes cuáles lo son realmente, y cuáles son solo de atrezzo).
En definitiva, puedo entender una cierta decepción en cuanto al funcionamiento de los sitios de red social (aunque no dejan de ser la evolución digital del clásico tipo que presume de que «conoce a todo el mundo» y luego en realidad no es para tanto), pero creo que eso no puede nunca poner en duda el valor que tienen las relaciones sólidas.

¿No te acuerdas de mí?

En el post anterior sobre el EBE decía que «No voy a mencionar personas. No por nada, es que no quiero dejarme a nadie, y realmente creo que no he tenido en todo el fin de semana ninguna conversación prescindible».
La verdad es que alguna vez me ha pasado que hablas con alguien en algún «sarao», lees la crónica de ese «alguien» y cómo menciona a fulanito, menganito, zutanito… como personas interesantes con las que ha hablado… y no ves tu nombre entre ellas. Y te hace sentir un poco insignificante. Es obvio que no podemos resultar interesantes para todo el mundo, y que mucha gente nos considerará «irrelevantes» o «no suficientemente dignos de mención», y está bien y probablemente sea con razón. Pero a todos nos gusta sentirnos protagonistas (venga, va, no mintáis, ¿o es que voy a ser yo solo el egocéntrico?) y creer que hemos generado al menos un mínimo impacto en nuestro interlocutor. Y leer estas cosas y darse cuenta de que no es así es una sensación feucha.
Es como cuando te presentan a alguien y al cabo del tiempo te lo vuelven a presentar y no tiene ni puñetera idea de quién eres, a pesar de ya haber coincidido antes. Es una sensación de ¿para qué sirvió aquello?
No diré que no haya yo generado sensaciones así, porque seguro que también lo he hecho. Pero al menos voy a intentar que no sea conscientemente.

Curiosa forma de pedir ayuda

Me llega al email un mensaje escrito en portugués, que con cierta dificultad consigo leer. Se trata de una psicóloga brasileña, una tal… (bueno, mejor no pongo el nombre, que tampoco se trata de hacer «sangre» con ella sino de extrapolar el ejemplo), que dice que ha leído mi artículo sobre la jubilación en El Blog Salmón (aunque a tenor de lo que sucede después, no parece que demasiado bien 🙂 ). El caso es que me cuenta que es terapeuta de pareja y de familia, que no tiene mucho tiempo libre, que le han invitado a dar una conferencia sobre «nuevas relaciones en la jubilación» y que si puedo proporcionarle material para preparar su intervención: textos, materiales o actividades para desarrollar con 15 parejas que están a punto de jubilarse.
En fin, una curiosa petición a la que, con cierto esfuerzo y ayudado por el diccionario, intento contestar en portugués: «Gracias por el email. No hablo portugués pero entendí lo que decías. Lo siento, no te puedo ayudar».
Hoy me encuentro con una respuesta que me deja francamente sorprendido. De nuevo en portugués (no sé muy bien qué parte de «no hablo portugués» no ha entendido), me dice lo siguiente:
«Me sorprende su email porque alguien que se atreve a escribir en internet sobre jubilación o sobre cualquier otra cosa me dice que no me puede ayudar, no tiene nada con lo que contribuir o intercambiar conmigo. De ahí pensé: una de dos, o es egoista y cree que el mercado de la consultoría es suyo, se siente amenazado y no quiere perder el tiempo con alguien de tan lejos que ni siquiera conoce; o es alguien que nunca ha oído hablar de la ley del retorno, y también puede ser que sea alguien muy limitado que no debe tener mucho margen para desarrollarse».
Alucinado, le he contestado. Esta vez en inglés, que no deja de ser «lingua franca». No voy a perder el tiempo en intentar malexpresarme en portugués, ni a asumir arrogantemente que entiende el español (que, visto lo visto, lo entiende poco).
«‘Como ya he dicho antes, no hablo portugués. Sin embargo, hice el esfuerzo de tratar de leer tu mensaje, e incluso un esfuerzo superior en intentar escribir una pequeña respuesta. No tengo ninguna información sobre relaciones en la tercera edad. Hablo de la jubilación desde una perspectiva económica, que no tiene nada que ver con «relaciones», y ese es el motivo por el que te digo que no te puedo ayudar.
Dicho esto, he encontrado francamente desagradable tu respuesta, en la que en vez de agradecer y tener en cuenta mi esfuerzo en darte una respuesta medianamente amable, eres tan brusca llamándome «egoista» o «limitado». Lo cual no deja de ser una forma bastante curiosa de pedir ayuda. No parece que hayas oído hablar mucho de esa «ley del retorno» que mencionas, porque si no no entiendo cómo pretendes que la gente te ayude comportándote así.
Si me permites un consejo, intenta no insultar a la gente a la que pides ayuda. Así se incrementarán las probabilidades de conseguir esa ayuda.
Mucha suerte con tu conferencia.»

En fin, el motivo por el que traigo esto aquí es por un lado desahogarme un poco (realmente me ha tocado la moral) y por otro poner sobre la mesa el comportamiento de determinados perfiles, que más que pedirte te exigen que les ayudes a hacer su trabajo permitiéndose el lujo de ser desagradables en el camino. Seguro que a todos nos ha pasado alguna vez. Que yo sepa, así no funcionan las cosas… si quieres que te ayuden, es más fácil si antes has ayudado tú. Dar antes que recibir. Sembrar antes que recoger. Y lo de la amabilidad y la cortesía, qué os voy a contar…
PD.- Había una tercera motivación, que era poner el nombre de esta «psicóloga» (con psicólogos así, los pacientes tienen que estar de un tranquilo…) para que entendiese bien, vía posicionamiento de su nombre en Google, eso de la «ley del retorno». Afortunadamente mi nivel de rebote ha bajado a límites controlables antes de hacerlo.

La tecnología y el pudor

Me ha gustado el razonamiento: es lo que siento que me pasa cuando grabo videos o me oigo la voz…

Lo más dificil no es usar la tecnología, sino algo mucho más ancestral y primario, superar las barreras del pudor y el miedo. Lo complicado no es colgar un vídeo en Youtube sino ponerse delante de un objetivo a decir lo que piensas. Por eso creo que en los cursos de web 2.0 debería haber un apartado para la psicología o algo parecido. ¿Como vas a utilizar medios que facilitan las relaciones si no sabes relacionarte con tu vecino de enfrente?

Andrés Pérez