Por sus hechos los conoceréis

Me gusta mucho esta frase del Evangelio. La asocio con la creación de una reputación a través de los hechos, y no de las palabras. Una reputación buena… o mala. Y es que aquello de la mona vestida de seda, mona se queda también viene al caso.
El otro día charlaba con una persona que me preguntó, así a bocajarro, qué pensaba de Fulanito. La primera reacción, como persona prudente que soy, fué de responder diplomáticamente (uno nunca sabe de qué pié cojea tu interlocutor y mejor no ser demasiado contundente en ningún sentido): «hombre, pues regulín». «¿Pirata sería la palabra adecuada?», me contestó (él parece menos diplomático 🙂 ). Y lo cierto es que yo no lo hubiera definido mejor.
A Fulanito estas cosas deberían hacerle reflexionar. Si dos personas distintas llegan a esa misma conclusión por vías separadas, igual es que no estás haciendo las cosas bien. Lo de que «si una persona te dice que te pareces a un camello no le hagas caso, pero si te lo dicen dos personas mírate en un espejo». Y ganarse una reputación generalizada de «pirata» (o de cualquier otra cosa negativa) en un mundo que cada vez es más pequeño… donde la información está a tiro de click… sin duda es un problema.

El valor de una recomendación

Nuestro prestigio y reputación están en juego, obviamente, con lo que hacemos y con lo que decimos de forma directa. Pero también se ven afectados de forma indirecta con lo que hacen y dicen aquellos a los que, de alguna manera, damos nuestro apoyo expreso. Si recomendamos a alguien que contrate con una empresa, y esa empresa hace un mal trabajo, no es sólo su prestigio el que cae, sino también el nuestro. Si «enchufamos» a alguien en algún sitio y no da la talla, también nosotros quedamos mal.
A mí me gusta, en términos generales, ser bastante precavido con mis recomendaciones. Sólo recomiendo con fuerza aquellas cosas y personas en las que creo de verdad.
Tengo la sensación de que hay gente que recomienda «por recomendar». Por ejemplo, gente que acepta en su perfil de red social a cualquiera sin conocerlo (yo sólo acepto a personas a las que conozca mínimamente, de las que sepa decir algo – bueno o malo – en caso de que me pregunten). El caso es que a veces se me genera una cierta «disonancia cognoscitiva»: ¿cómo es posible que esta persona, a la que yo valoro y respeto, recomiende semejante «bazura»?. Y es una sensación extraña, porque te hace dudar de tu propio criterio: quizás la «bazura» no lo es tanto. O quizás el valor y el respeto que le tienes a esa persona no es tan merecido…