Aquí estamos nosotros. Y allí están ellos. «Nosotros» y «ellos» es una distinción identitaria cualquiera, basada en el lugar donde has nacido, en la religión que profesas, en el color de tu piel, tu ideología política o el equipo de fútbol de tus amores. Da igual, porque siempre funciona de la misma manera.
Aquí estamos nosotros con nuestras cosas, y allí están ellos con las suyas. Y entre medias, una zona de intersección. Un espacio de entendimiento formado por gente que nominalmente pertenece a uno de los dos grupos, pero que son capaces de minimizar el impacto de esa etiqueta. Gente que es capaz de apreciar lo bueno que tienen «los otros», y de hacer crítica de lo que hacen «los míos».
Gente que entiende que pertenecer a grupos distintos no tiene por qué implicar una confrontación. Gente que es capaz de lograr consensos a base de diálogo, de colaboración, de honestidad. Gente que además de pedir respeto y empatía es capaz de ofrecerla en la misma medida.
Cuanto más grande es esa zona de entendimiento, más fácil es la convivencia. Lo lógico sería pensar, entonces, que todos buscásemos trabajar para que esa zona sea más grande, e incorpore a cuanta más gente mejor. Pero no es tan sencillo. Porque resulta que vivir en esa zona es más exigente. Hay que pensar más. Hay que ser más crítico, y sobre todo más autocrítico. Hay que gestionar la incomodidad de las disonancias. Hay que ejercitar la empatía, la tolerancia y el respeto. Hay que estar alerta a las reacciones emocionales. No tienes un «enemigo», si no dos. Muchas veces hay que respirar hondo, y contar hasta diez.
Es más fácil vivir fuera de esa zona de entendimiento. En el mundo del blanco o negro, del conmigo o contra mí. En ese sitio donde la regla de actuación es clara: si lo hacen los míos está bien, si lo hacen los otros está mal. Habiendo slóganes, quién quiere argumentos. Habiendo certezas, quién quiere dudas. Nosotros los buenos, ellos los malos, no hay mucho más que hablar. Y los que viven en la zona de entendimiento son unos traidores, colaboracionistas, indeseables, sospechosos, equidistantes, tibios, políticamente correctos; todo esto los hace casi peor que si fuesen «de ellos».
Y por si fuera poco el impacto de nuestra «tendencia natural» a la polaridad, siempre tendremos interesados en agitarla para su propio beneficio. Gente que se esfuerza en presentar a los otros como la encarnación del mal, en contraposición a nosotros que somos la quintaesencia de lo bueno. El desprecio al otro es un elemento fundamental de cohesión, y la cohesión y la lealtad exigida es una anestesia para el pensamiento crítico. Y cuanto menos crítico es un grupo, más fácil es usarlo para los intereses propios.
Para conseguirlo utilizarán todo tipo de artimañas y falacias. La manipulación, la invención de noticias (o su exageración, o su selección, o su enfoque, o su ocultación… la post-verdad no es necesariamente mentira), la utilización de «hombres de paja», la provocación, la laminación de la disidencia, la exaltación de símbolos, la apelación a sentimientos, la exacerbación de las diferencias, la caricaturización, la apelación a valores supremos y grandilocuentes… El objetivo es claro: estrechar al máximo la zona de entendimiento, romper cualquier puente que pueda haber, cohesionar a los nuestros y tener a un chivo expiatorio a quien culpar de todos nuestros problemas.
Los que creemos en la zona de entendimiento tenemos que luchar contra la naturaleza humana, tan fácil de llevar por el camino de la polarización. Tenemos que luchar también contra quienes, de forma consciente e interesada, tratan de eliminar esa zona. Y soportar la presión del grupo que te mira mal por no ser lo suficientemente «de los nuestros», y la del otro grupo para quien siempre serás «de los otros».
Pero es una lucha importante. No solo la de defender ese espacio contra quienes lo intentan estrechar, si no la de hacerlo más grande. Atraer, por más difícil que resulte, a gente de aquí y de allí, y unirlos a la causa común. Reducir el espacio de la polarización, y denunciar a quienes pretenden aprovecharse de ella. Remar, remar y remar. Quizás sea una batalla perdida. Pero hay que lucharla.
Termino parafraseando a Unamuno. “En este estado y con lo que sufro al ver este suicidio moral, esta locura colectiva, esta epidemia frenopática […] figúrese cómo estaré. Entre los unos y los otros- o mejor lo hunos y los hotros- nos están ensangrentando, desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo.”
No les dejemos. Ni a los hunos, ni a los hotros.