«Hagamos una reunión, pásate por nuestras oficinas y nos vemos». ¡Horror, pavor, terror! Altas probabilidades de perder el tiempo…
Es evidente que el contacto humano es importante. Verse las caras, estrecharse las manos. Incluso hay momentos y situaciones que son necesarios tratar «cara a cara», y más en el principio de una relación comercial. En esos casos las reuniones son no sólo necesarias, sino convenientes. Pero no siempre es así. Hay reuniones que podrían sustituirse perfectamente por un cruce de emails o por una llamada de teléfono. Y sin embargo, hay quienes son tan pro-reuniones que ni se les ocurre pensar en otras alternativas.
Ya sabéis, típica reunión a la que tienes que ir, en la que encima te hacen esperar, y que se soluciona en 20 minutos de cuatro preguntas y respuestas que, en realidad, ya están contenidas en un documento que enviaste la semana anterior.
A mí me resulta bastante frustrante acudir a este tipo de reuniones. Y más ahora, donde hacerlo implica 3-4 horas de desplazamiento. Mi planteamiento es que ese desplazamiento lo hago si merece la pena hacerlo, y me fastidia tener que hacerlo para nada. Sí, ya procuras arreglarte el día para aprovechar el desplazamiento para otras cosas (otras reuniones, hacer algún «recado», etc.), pero no siempre es posible.
Es cierto que mi situación ahora es un poco especial, pero tampoco tanto: ¿a nadie le ha pasado que le hagan tomar un avión para ir a una reunión de este tipo? ¿o cruzarse la ciudad de lado a lado, con sus atascos y demás, para lo mismo? Con el juego que dan las nuevas tecnologías, hombre, por dios… pero nada, hay quienes no lo asumen, y más cuando la relación es cliente-proveedor (y no digo nada si es potencial cliente – potencial proveedor).
Recuerdo un caso sangrante de hace ya tiempo. «Pasate por nuestras oficinas para que revisemos tu propuesta». Mmmm… vale. Llego y la primera en la frente: 20 minutos esperando. Al final sale el señor y dice «pasate a esta sala y espérame cinco minutos, que andamos con un problema que tenemos que resolver». Vale. Al cabo de otros 20 minutos vuelve, con mi propuesta (obviamente recién imprimida) en una mano y el PC en otra. Empiezo a contarle «mi rollo», mientras él mira atentamente la pantalla de su PC. Al principio pensaba que estaba siguiendo el documento que le había enviado. ¡Pero no! Estaba tan atento porque estaba resolviendo «sus cosas». Yo seguía hablando con la conciencia de que no me estaba escuchando. En un par de ocasiones fuí interrumpido por su teléfono móvil y otro par de ellas por un colaborador que le reclamaba. A todas esas interrupciones atendió.
Cuando acabé con «mi rollo», hizo el ademán de pasar un par de hojas de la propuesta y dijo «vale, pues visto, ya te llamo con los siguientes pasos». Por supuesto, nunca llamó. Mejor.
Uyyyy… qué rabia me está dando acordarme… la gente debería de tener un poco más de respeto por el tiempo de los demás. O un mínimo de educación.