Una tarde me dio un arrebato.
Uno de esos momentos de ansiedad que se traducen en «quiero comer cualquier cosa con hidratos de carbono».
«Pero ten zanahorias para esos casos, que es más healthy»
PERO QUIERO HIDRATOS DE CARBONO.
La cosa es que no tenía nada por casa. Y lo de bajar a la calle me daba pereza.
Así que mi cerebro dijo: «pues haz un pan».
Tenía harina, tenía agua, tenía levadura… así que me busqué una receta por internet y «p’alante». Es verdad que todas las recetas hablaban de reposar la masa, de fermentar… pero yo no quería un pan para mañana, ni para pasado mañana. LO QUIERO YA.
Cuando mandé el resultado al grupo de whatsapp familiar, mi hermana (cocinera y «panarra») me preguntó: «¿cuánto ha fermentado la masa?». Mi respuesta (el emoji de la falsa sonrisa enseñando los dientes) provocó a su vez la suya: un gif de «facepalm».
¿Que si me comí el pan? Sí, porque un arrebato es un arrebato.
Pero «bueno», lo que se dice «bueno», no estaba.
Si tú lees o escuchas a cualquier especialista en hacer pan, te van a decir lo mismo: uno de los ingredientes principales es el tiempo (o la paciencia, dicen otros). Porque el proceso de elaboración del pan requiere su tiempo. No es tanto «tiempo activo» (que te tires diez horas amasando), sino los tiempos de reposo necesarios entre proceso y proceso.
Formas la masa… reposo. Amasas… reposo. Vuelves a amasar… reposo.
No es algo que puedas hacer en una tarde, pim, pam.
O sea, poder puedes, pero el resultado no es el mismo ni de lejos.
Pensaba en esto estos días en los que estoy preparando un curso sobre «Gestión del cambio».
Porque es algo que también requiere tiempo y paciencia.
Un día te pones y haces un primer esbozo de «temas que podría tratar». Y lo dejas reposar.
Otro día te pones y añades cuatro o cinco temas que se te han ocurrido entre medias. Y lo dejas reposar.
Otro día buscas inspiración en lecturas, en tu archivo, en cosas que miras por internet… otro día piensas en actividades que podrías incluir en el curso para hacerlo más participativo y más dinámico… otro día empiezas a añadir ejemplos, metáforas y citas que ilustren los conceptos… otro día empiezas a darle forma al orden de los contenidos, a un primer nivel… otro día haces cambios en esa estructura… otro día empiezas a crear diapositivas…
Y entre medias, reposo y reposo.
¿Podría hacer lo mismo todo de una tacada? Supongo que, por poder, podría. Igual que pude hacer el pan. Pero el resultado sería bastante mediocre.
El cerebro trabaja en dos modos: el modo focalizado, y el modo difuso (lo explicaba muy bien Barbara Oakley en su curso «Learning how to learn«). El aprendizaje (y la creatividad, y el trabajo cerebral en general) requiere que los dos se vayan alternando. No podemos estar en modo focalizado de manera constante, porque nuestro rendimiento disminuye.
Supongo que a ti también te ha pasado eso de estar un rato mirando un papel, o la pantalla, y pensando «llevo media hora para escribir una frase, no doy más de mí». O eso de no ver nada claro lo que tienes entre manos. Y te vas a casa, lo retomas el día siguiente, y lo ves con una claridad meridiana y lo resuelves en dos minutos.
Pues eso: que al cerebro, como a la masa, hay que dejarlo reposar para que el resultado sea óptimo.
Y que cuando planifiques tienes que tenerlo en cuenta… porque si no acabarás comiendo un pan mediocre en el mejor de los casos.
Yo tengo un mes por delante antes de la fecha prevista del curso. Eso no significa que vaya a trabajar a tiempo completo en él (menudo negocio estaría haciendo…). Pero sí me va a permitir darle el tiempo suficiente de reposo entre «sesión de trabajo» y «sesión de trabajo» como para que «fermente» bien… y el resultado sea delicioso.