Hace unos días me confesaba un amigo, que daba sus primeros pasos como «profesional independiente», la montaña rusa emocional en la que se encontraba. Después de unas semanas de optimismo desbordante, afrontaba una etapa más oscura, de miedo y dudas paralizantes, de noches sin dormir.
Le entendí tan bien…
Salir a «campo abierto» tiene un primer efecto euforizante, «soy dueño de mi propio destino, las posibilidades son infinitas, todo está en mi mano». Pero hay fases de agorafobia profunda, «qué voy a hacer yo, ¿estoy yendo a algún sitio?, no tengo ni idea de por dónde ir, quién me manda, y si no funciona, yo no valgo para esto, los hay mucho mejores que yo». Pasa un día, pasa otro, lo que pensabas que iba a funcionar no funciona, te agobias. Es así, le pasaba a mi amigo, como me pasa a mí, y le pasa a todo el mundo… solo que esa parte la barremos bajo la alfombra y tendemos a comérnosla en solitario.
Cuando vienen esas etapas oscuras, empezamos a añorar la otra situación. La de trabajar por cuenta ajena, la de estar metidos en una rueda donde hay otros que marcan nuestro día a día (sin recordar lo hasta el gorro que estábamos de reuniones inútiles, de jefes que dan bandazos, de politiqueo asqueroso, de no ser dueños de nuestro tiempo…), la de la nómina calentita al final de mes. Empezamos a sentirnos como Ícaro, a reprocharnos a nosotros mismos que quisimos perseguir una quimera y acabamos volando demasiado cerca del sol. Debimos conformarnos con lo que teníamos, ¿quién nos creímos que éramos?.
Pero la realidad es que ese «mundo feliz» que añoramos no existe. Me lo contaba un antiguo jefe con el que charlaba de estas cosas: «No te pienses que trabajando por cuenta ajena la situación es muy distinta; si no vendes, si no eres rentable, las organizaciones prescinden de ti. Quizás tengas unos meses más de margen de maniobra, pero la realidad es la misma». Lo decía él, socio de consultoría, que era el responsable directo de generar negocio. Pero al final, todo el que trabaja por cuenta ajena está en la misma situación: dependes de que el negocio vaya bien, dependes de que tu trabajo sea rentable. Si no, cualquier día llega el recorte, el ERE, el finiquito… y estás en las mismas. Pensar que por «tener un empleo» eres inmune a la dinámica del mercado es querer ponerse una venda en los ojos, una ficción de cartón piedra para tranquilizar la conciencia. Pero el día menos pensado se cae la venda y te enfrentas a la cruda realidad.
Así que no queda otra que, partiendo de la aceptación de la realidad, y asumiendo la gestión de las emociones que de forma inevitable van a ir surgiendo, seguir adelante. La parálisis no es una opción, hay que seguir. Seguir andando nuestro camino, seguir probando cosas, seguir fallando, seguir corrigiendo. Seguir buscando, seguir aprendiendo.
Me llamo Raúl y me gusta compartir ideas, reflexiones y herramientas para tener una vida más sencilla, equilibrada y significativa. Cientos de personas ya se han suscrito a mi newsletter semanal gratuita. Más información, aquí
Hola Raúl,
Excelente cómo has captado en tan poquitas palabras algo tan importante de emprender por cuenta propia. Me gusta en especial la mención a ese «efecto Ícaro» porque, nos castigamos con él pero, ¡es de lo más irracional!
Es decir, las únicas dos maneras de nunca castigarse con la sensación de haber apuntado demasiado alto es: (1) que estemos intentando lo mismo o menos que con nuestra antigua empresa y (2) que nunca hayamos tenido un mal periodo que nos haga cuestionarnos algo. Pero en ambos, está claro que no estamos intentando todo lo que podríamos porque sino, aunque sea por estadística algo debería fallarnos de vez en cuando. Así que hasta casi podría decirse que si no tienes al menos un poquíto de ese síndrome es que no estás cambiando nada sustancial de tu actividad al pasar a independiente.
En fin, muy interesante el tema que comentas y muy útil verlo escrito. ¡Un saludo!