Esta mañana me metí en un intercambio de opiniones acerca de «la decisión sobre qué estudiar». Decía Daoiz Velarde en twitter que los chavales, en el momento de tomar esa decisión, no saben por dónde les da el viento. Y que «hoy más que nunca es crítico que estudien algo útil; útil para el mundo al que nos dirigimos, que será bastante distinto del actual en 20 años, y otro planeta profesionalmente que hace 20».
Algo útil. Ya. ¿Y qué es «útil», y más en ese entorno volátil en el que nos encontramos? Dicen que los trabajos del futuro probablemente aún ni estén inventados, dicen que cada persona tendrá varias carreras profesionales a lo largo de su vida… ¿cómo defino hoy qué tengo que estudiar para tener un trabajo que ni siquiera sé en qué va a consistir? Antes, cuando estudiaba poca gente y el mundo del trabajo era razonablemente estable, uno podía establecer un «plan de carrera»: si estudio esto, cuando salga podré colocarme «de lo mío», en quince años alcanzar no sé qué nivel, ganarme la vida y jubilarme sin contratiempos. Al menos entonces podía tener sentido tomar una decisión «racional», basada en un «retorno de la inversión» más o menos acotado, pero… ¿quién es capaz de hacer un razonamiento así a día de hoy?
«Al menos descartemos caminos que ya de partida sabemos que no tienen futuro», decía otro. ¿Ah, sí? ¿Somos capaces de saber que algo no tiene «futuro» porque sí? Estamos diciendo que vamos a un mundo en el que no sabemos cómo se van a configurar los trabajos, ¿y creemos que podemos descartar A o B?
En el fondo, lo que subyace en este tipo de razonamientos es una suerte de determinismo. Si estudias tal cosa, estás acotando tus opciones de futuro para toda tu vida. Y no hay vuelta atrás. Así que elige bien, porque si eliges mal estás condenado. Y si eliges bien enhorabuena, tienes el futuro asegurado. Y todo esto es algo con lo que estoy en profundo desacuerdo.
Creo que el futuro profesional no se articula en base a «qué has estudiado», si no más bien a «cómo has estudiado». El desarrollo de habilidades profesionales y personales por encima de los conocimientos adquiridos. Porque los conocimientos evolucionan y caducan cada vez con mayor velocidad, y es bastante absurdo pensar que «lo que aprenda en la Universidad es lo importante». No, cualquiera sabe que el aprendizaje de verdad se produce una vez que sales de la Universidad y te enfrentas al mundo real. Es ahí donde aprendes lo que realmente necesitas aplicar, acudiendo a múltiples fuentes de conocimiento, y así seguirá siendo durante el resto de tu vida. Nadie te asegura (y todavía hay tanta gente que vive en la inopia… ) que por el hecho de estudiar vayas a tener «premio seguro» (luego vienen los lloros tipo «yo hice una carrera, y dos masters, y… estoy limpiando váteres«). No sé si alguna vez fue así, desde luego ahora no. En ese sentido escribía hace tiempo que «la universidad no sirve para nada«, y lo sigo pensando. De hecho, lo pienso también de la educación formal para más pequeños.
Lo que es fundamental, por encima de qué estudies (o de si estudias) es desarrollar habilidades personales y profesionales. De análisis, de síntesis, de comunicación, de organización, de relación, de trabajo en equipo, de autogestión, de esfuerzo, de resiliencia, de liderazgo, de visión global, de negociación… Aprende idiomas, construye tu red de contactos, ten experiencias diversas, ve mundo. Todo esto son habilidades transversales, que te van a servir a lo largo de toda tu vida, una colección de recursos de la que podrás tirar sea como sea el futuro. Habilidades que, en realidad, se pueden desarrollar estudies lo que estudies. Incluso si no estudias. Ése debería ser el foco, y no «los conocimientos» o «las salidas». Porque los conocimientos los vas a tener que ir renovando permanentemente (dependiendo de cómo evoluciones tú, de cómo evolucione el mundo), y «las salidas» distan mucho de estar claras.
Llegados a este punto, ¿qué estudiar? Pues mira, antes que eso… ¿quieres estudiar? Porque no es lo relevante; lo que importa es que seas consciente de la importancia de tener habilidades y pongas el foco en desarrollarlas. Estudiar es un camino, pero no es necesario ni suficiente, y a veces tal y como está montado el sistema educativo es contraproducente. Y si te decides a estudiar… estudia lo que te apetezca, y cómo te apetezca. Lo que te haga sentir bien. Porque siempre será más fácil desarrollar tus competencias en un entorno apetecible que si estás haciendo algo que no te gusta «porque es lo que tiene salidas»; la probabilidad de que no te desarrolles una mierda, estés amargado y encima te encuentres con que al acabar las presuntas «salidas» que dabas por seguras estén tapiadas es elevada.
PD.- Juan Luis Hortelano escribía una interesante «carta a su hija», de 17 años, a raíz de la conversación de esta mañana. Me atrevería a decir que no hay que esperar a ese momento para trasmitir estas ideas; es una forma de ver el mundo que, cuanto antes, mejor.
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Pues tengo que decir que no estoy de acuerdo. Aunque esas habilidades se deben potenciar y además son muy útiles durante la carrera profesional, cuando se empieza la carencia de experiencia ninguna hace total y absolutamente necesario un título, que es lo que van a mirar la primera vez que te contraten. El mercado laboral no reconoce a nadie sin título que no tenga mucha experiencia, y para comenzar a conseguir experiencia te piden el título.
Eso sin tener en cuenta todas esas carreras técnicas en las que sin estudios no vas a ninguna parte.
Hay estudios universitarios donde puedes empezar a ganarte la vida con lo que te enseñan sin haberlos terminado (programando, calculando estructuras, diseñando…).
Hay estudios que sirven para «señalizar» a los aspirantes como personas comprometidas con un resultado y confiables a la hora de recibir encargos. Esto diferencia a los candidatos a trabajar en las empresas que ofrecen mejores oportunidades de seguir aprendiendo, desarrollar tus habilidades y aumentar tus opciones cuando busques una nueva ocupación.