Dice este artículo que compartía hace unos días que «no necesitas parecer profesional, sino serlo«. Una afirmación con la que, en términos generales podría estar de acuerdo. Al fin y al cabo lo importante es el valor aportado, y eso no depende de un traje o unos zapatos, de una forma más o menos estandarizada de comportarse, etc.
De hecho, en mi «historia personal» empecé trabajando en un mundo de «trajeados» y, cuando opté por otro camino, uno de los símbolos externos para mí fue la liberación de esos «estándares profesionales», esa sensación de que podía ser más «yo» sin tener que estar sometido a la dictadura de unas determinadas apariencias corporativas.
Sin embargo, aunque la teoría sea muy bonita, resultaría poco sensato negar el valor de las apariencias. Reseñaba hace poco el libro «Influence» de Cialdini, y allí hablaba de la importancia de las respuestas automáticas. De forma muchas veces inconsciente atribuimos una serie de valores a las señales que recibimos del exterior, y actuamos en consecuencia.
Una persona con una apariencia profesional (en su ropa, en sus gestos, en sus palabras…) nos ofrece de buenas a primeras una impresión más favorable, y nos predispone a escucharle. Le consideramos profesional mientras no nos demuestre lo contrario. Por contra, si la apariencia la calificamos de «no profesional» se invierte la carga de la prueba: le ponemos en cuarentena hasta que no nos demuestre su profesionalidad (y en ocasiones ni siquiera le daremos la oportunidad de hacerlo).
Y aun encima hay otro sesgo que también influye en nuestro comportamiento, y es que cuanto más parecido es alguien a nosotros más fácilmente le «compramos» las ideas. Si a una reunión de trajeados vas sin traje ya eres «el diferente», «el raro», «el sospechoso». Igual que si vas con traje a una planta de producción.
«Ah, pero es que eso es injusto, es superficial, blah, blah, blah». No digo que no, pero las son como son y no como nos gustaría que fuesen. Bienvenido a la condición humana.
¿Qué conclusiones saco de esta reflexión?
- Cuando vayas a valorar a otros, sé consciente del sesgo que tienes con las apariencias, y procura «poner en cuarentena» tus primeras impresiones. Una persona no es seria por ir de traje, ni informal por ir sin él. Pero tampoco alguien es creativo por llevar camisetas molonas y zapatillas. Ni tiene más sentido lo que dice por llevar una bata blanca. Etc.
- Cuida tu apariencia, y procura que esté en sintonía con los valores que quieres transmitir. Aunque no creas en ello, aunque te parezca superficial y sin sustancia; lo cierto es que muchas veces los demás te van a juzgar por ello.
- No dejes que tu «conformidad con la apariencia» te aplane hasta el punto de desprenderte de cualquier atisbo de personalidad y hacerte indistinguible de cualquier otro. Es un equilibro difícil, pero hay que buscarlo.
- Si apuestas por «ser radical» y «a la mierda los convencionalismos», ¡adelante! Pero ten en cuenta a lo que te expones; mucha gente te va a juzgar por ello y a tomar sus decisiones en consecuencia. Quieras o no, te parezca justo o no. Tú eliges.
Se trata de mantener compromiso y una (cierta) coherencia. Y mantener espíritu crítico con tu trabajo, además de aprender a valorar las opiniones positivas o negativas de los demás sobre ti.
Como suelo decir (y lo mantengo en mi tuit fijado), hacer las cosas de modo diferente no es suficiente. Guiarte siempre por lo que consideras correcto, sí.
Todo es relativo; si ya estas consolidado con lo que haces, aparte ya tienes mas de 50 y sigues haciendo y dejarte ver lo profesional que eres; la apariencia seria una extravagancia perdonable; pero si quieres tener mas clientes (nuevos) y tienes menos de 50 de edad, la apariencia es importante
Al final, pienso como Alfonso: la clave es hacer lo que consideras correcto y adecuado en cada situación. Es cierto que siempre has de tener en cuenta ciertos aspectos y consideraciones sociales, pero el margen de maniobra suele ser amplio.
En cualquier caso, hacer lo que consideres correcto siempre dejará tu conciencia tranquila, al margen de lo que piensen los demás (a lo que solemos dar más importancia que lo que verdaderamente tiene)
Schopenhauer hablaba de «la triste esclavitud de estar sometidos a la opinión ajena» y creo que tenía toda la razón. Entiendo que hay unos límites definidos por la educación, como ir duchado y sin pinta de pordiosero. A partir de ahí, creo que la apariencia debería de dejar de tener peso. Sin embargo lo tiene y eso puede ser un problema pero yo lo considero una ayuda. Por ejemplo en mi caso, que un cliente potencial me descarte porque no llevo corbata o por llevar barba es una ventaja, porque me va a ahorrar perder un tiempo precioso con alguien con quien, casi con seguridad, no voy a sintonizar. Yo soy una persona de sustancia más que de esencia y por tanto busco trabajar con compradores de sustancia, que son quienes realmente pueden valorar lo que yo puedo ofrecer. Y la ventaja es que, a estas alturas, en qué se fija la gente ya me da mucha información útil sobre qué tipo de comprador son.