Estos días he seguido, con cierta atención, las «desventuras» de Álex de la Iglesia (director de cine y actual, aunque por poco tiempo, Presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España) en su relación con la Ley Sinde.
Siempre me ha gustado Álex de la Iglesia. No tanto por su cine, sino por el tipo inteligente y cabal que siempre me ha parecido ser. Supongo que «ser de Bilbao» ayuda. Escucharle o leerle en una entrevista (como este reportaje, por ejemplo, bien reciente) era tranquilizador, frente a la cantidad de «panfletos comerciales en forma de entrevista» que uno se encuentra por doquier. Quizás como consecuencia de ese carácter, alguien que tiende a decir lo que piensa se ha visto en una situación difícil cuando ha tenido que «hablar como Presidente» de un colectivo. De hecho, él mismo lo decía en ese artículo que enlazaba antes:
«Primero surgen en mi cabeza, por defecto, mis propios textos, lo que yo opino realmente sobre el asunto a tratar: […] Mis opiniones son archivadas instantáneamente: provocarían una estampida en la conferencia, desmayos entre espíritus sensibles, llamadas de las radios y titulares obscenos en los periódicos del día siguiente. Pienso después (todo en décimas de segundo) en lo que debería decir para no tener problemas, algo políticamente correcto y suavemente picante que haga las delicias de niños y grandes. Esto lleva más tiempo porque, diga lo que diga, molestará a alguien. Paso directamente a una especie de mix entre lo que pienso, lo que no molesta y algo estúpido que surge en mi cabeza sin que yo lo controle, producto de una inspiración idiota súbita. Me oigo a mí mismo escupiendo las palabras, y advierto sorprendido que no estoy de acuerdo con lo que digo.»
Enfrentado al proceso de la Ley Sinde, creo que de forma honesta trató de tender puentes. Asumió, por su cuenta y riesgo, como lo haría cualquiera con dos dedos de frente, la labor que los políticos nunca han querido hacer: tratar de escuchar posiciones discrepantes, entender las razones de todas las partes, intentar buscar puntos de encuentro sin demonizar. Se arremangó. Se arriesgó. Luego vino el paripé de los políticos, que como siempre (y luego que no se quejen de la desafección de los votantes) hicieron de su capa un sayo e hicieron una ley a medida de sus intereses (y encima tratan de engañarnos diciéndonos que todo es por nuestro bien). Y al bueno de Álex de la Iglesia le dejaron con el culo al aire, imagino que profundamente decepcionado al ver cómo sus esfuerzos se quedaban en nada.
Ahora, Álex de la Iglesia dimite. Dice que «cometió un error» al tomar decisiones como individuo cuando, por ser el Presidente de la Academia, tenía que haber pensado en el colectivo al que representa.
Y yo digo que no. Que hizo bien, que no se equivocó, que no debería pedir perdón. Que «representar a un colectivo» no debería querer decir ser tibio, morderse la lengua, decir cosas con las que uno no está de acuerdo en conciencia, no moverse para «no molestar». Él hizo lo que cualquier persona honesta y con dos dedos de frente haría: pararse, escuchar, buscar acuerdos. ¿Desde cuándo hay que pedir perdón por eso?
Pero es que, además, su labor de representación de la Academia no fue «caída del cielo». Fueron sus compañeros en ese colectivo al que representa quienes le eligieron. Y si le eligieron es porque estarían de acuerdo con sus ideas, con su forma de ser. ¿Para qué elegir a Álex de la Iglesia si resulta que quieres que se comporte como su predecesora? No, eliges a Álex de la Iglesia con todas sus consecuencias. Y si en el transcurso de su labor ves cosas que no te gustan, si no te sientes representado por él, activas los canales que seguro que existen para pedirle su dimisión.
Yo no soy muy amigo de los colectivos. Me temo que acabaría siendo un «verso libre» en cualquier sitio donde se exigiera una «disciplina de grupo». Pero eso ya lo saben quienes me conocen. Así que si alguna vez alguien me elige como representante de algo, sabrá que actuaré con la mayor de las honestidades, pero también sin asumir ninguna «imposición», ninguna mordaza.
Ayer vi la entrevista de Álex de la Iglesia en el canal 24 horas. Le vi alicaído. Él dijo que era cansancio. Supongo que también, ójala sólo sea eso. Porque no debería estar triste, sino orgulloso de lo que ha hecho, orgulloso de ser un tipo honesto. Ha dado una lección a esas hordas de medianías que inundan cargos públicos y empresariales, fulanos y fulanas que someten (si es que tienen) su criterio, su honestidad, su sentido común… a las exigencias del guión, a la dictadura del grupo. No es él el que tiene que pedir perdón. Son ellos.
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Totalmente de acuerdo, hasta la última coma con tu artículo. Demasiada máscara y poca honestidad en todos los ámbitos, políticos, profesionales y personales. Y al “valiente” que se muestra honesto con sus ideas y sincero con sus semejantes se le suele pasar por encima. Esperemos que nos sirva de ejemplo, y sepamos aprender de las buenas conductas.
Además soy de los que ingenuamente piensa que siempre existirán personas que sin ser perfectas (¿qué es eso?) se mantendrán fieles a sus principios a pesar de la opinión de los demás y sus consecuencias.
Saludos.
Cuánto daño hace ser políticamente correcto… Álex parece demasiado inteligente para eso. Esperemos que no sea devorado por la masa descerebrada.
Me sumo a tu opinión y al análisis que sobre la Representación haces en tu artículo. También es digna de admiración la capacidad de Alex de la Iglesia para reconocer su cambio de opinión y ser congruente con el mismo. Ojalá se prodigara más esta actitud en la política.
Si por alguna razón secreta, el Ministerio de Cultura debe de estar ligado al mundo del cine, Álex de la Iglesia es el ministro que necesitamos, y eso que no soy muy partidario de su cine, mucho más de sus gustos musicales, y por supuesto, de su «sentido común».
Me parece que los cargos políticos son incompatibles con la posición artística y creadora.
Parece razonable pensar que elegir ser el Presidente de la Academia fue una mala decisión.
Interesante lección para el siguiente. Aunque lo más sencillo es pensar que asumirá la función más política que creadora.