Hay un elemento que no suele considerarse de buenas a primeras cuando uno plantea alternativas de ahorro/inversión, y sobre la que merece la pena reflexionar brevemente para darnos cuenta de que es más difícil ahorrar e invertir (o mejor dicho, obtener una rentabilidad real a dicho ahorro/inversión) de lo que parece.
Y es que cuando vemos las «espectaculares» ofertas de las entidades financieras (que nos ofrecen un 4,5% TAE por nuestro dinero, por ejemplo), se nos olvida que en la carrera por acumular dinero hay un factor que juega en contra: la inflación.
Y es que si tenemos 100 euros y los invertimos en uno de esos productos, al cabo del año tendremos 104,5 euros. Bueno, no está mal. Con esos 100 euros al principio del periodo teníamos para comprar 100 euros en bienes y servicios, compras que sacrificamos en beneficio de un mayor gasto futuro. Pero a lo largo de ese año, con una inflación del 4%, resulta que los bienes y servicios que al principio costaban 100 al final del año costarán 104. Así que la realidad (y llevado al campo de la capacidad de compra) es que no es verdad que, gracias al ahorro, tengamos capacidad de gastar 4,5 euros más; sólo tenemos la capacidad de gastar 0,5 euros más.
Si a eso le añadimos que el Estado se lleva su parte de las ganancias (depende del producto puede que no, pero son la excepción)… igual resulta que hasta hemos perdido capacidad adquisitiva a lo largo del tiempo. Por supuesto, habríamos perdido más si hubiésemos dejado el dinero debajo del colchón, pero…
En definitiva, que el listón a la hora de ahorrar e invertir es más alto de lo que nos podría parecer en un primer momento, y que a la hora de hacer nuestras planificaciones tendremos que tener en cuenta la inflación porque puede que, donde nosotros creemos que estamos ganando capacidad de gasto futura, apenas estemos manteniendo la actual o incluso estemos perdiendo.