Mi Palm Tungsten T3: no es por tí, es por mí

Hace casi 5 años (¡no tenía ni blog! :P), cuando salí de BearingPoint, decidí darme un homenaje con el finiquito. Me compré un móvil (SonyEricsson T610) y una PDA (Palm Tungsten T3). Entre uno y otro me dejé un buen dinero (600-700 euros), por aquel entonces eran «de lo último». Quería tener un «set de movilidad» molón. Y ahí estaba yo, con capacidad para conectarme a internet con el móvil, para navegar y ver correos en la PDA conectada vía bluetooth al teléfono. La PDA además daba la posibilidad de gestionar ficheros (hojas de cálculo, presentaciones, textos), y además tenía jueguecitos molones, y lo de la agenda de contactos y el calendario, y lector de ebooks, y chorrocientas funcionalidades más…
Al móvil he de decir que sí le di buen uso, lo sustituí el año pasado (tres años y medio para un móvil no está mal). Pero la PDA… ay, la PDA.
Juro que me molaba, y que el aparatito estaba bien (obviamente, no vale compararlo con lo que hay ahora: estamos hablando de cinco años atrás). Se podían hacer muchas cosas. Pero es uno de los aparatos más infrautilizados que he tenido nunca. Abusando del cliché de las relaciones, podría decirle que «no es por tí, es por mí». Nunca conseguí integrar la PDA en mi día a día.
Y mira que lo intenté. Cuando caía en lo poco que lo estaba usando, me forzaba (sí, suena ridículo; de hecho, lo era) a llevarla encima, a usarla. A apuntar las citas en la PDA, a cargarme un ebook y leerlo, a sincronizar el correo y gestionarlo según volvía en el autobús, a cargar algúna hojita de cálculo para «poder verla en casa»… pero todo era falso, fruto del esfuerzo… nada natural.
Lo cierto es que la Palm hacía de todo… pero nada imprescindible. Te permitía gestionar el correo «en caso de necesidad», o revisar una presentación «en caso de necesidad», o leer «en caso de necesidad», o llevar tus contactos encima «en caso de necesidad». Pero yo no tenía esa necesidad. Raro era el momento en el que estuviese lejos de un ordenador: o en la oficina o en casa, disponía de posibilidades mucho mejores para hacer cualquier cosa de las que permitía la Palm.
El pobre aparatejo ha estado cuatro años languideciendo. Nunca la he tenido muy lejos, pero nunca la he usado con consistencia. Hace un par de meses, decidí que ya estaba bien de verla agonizar, y procedí a la eutanasia. Guardé el cable de sincronización (que ocupaba espacio en la mesa y en el USB sin que lo hubiera usado en meses), y también la propia PDA. No la he echado de menos ni un sólo segundo, lo cual demuestra lo poco útil que llegó a ser.
Me he planteado venderla, pero imagino que un producto tecnológico de hace cinco años (por mucho que nos queramos creer aquello de que «la basura de un hombre es el tesoro de otro») tiene mala salida .
Mi historia con la PDA es la historia de un impulso consumista, de gastarse demasiado dinero en algo que no necesitas simplemente porque te parece guay, y de la culpabilidad que sobreviene cuando te das cuenta de lo absurdo de su compra. No digo eso de «no lo volveré a hacer», porque soy muy de impulsos periódicos. Aunque creo que, con el paso de los años, se me va pasando. Pero no viene mal acordarme de mi Tungsten de vez en cuando, para alejarme de tentaciones similares.
No, no me voy a comprar un iPhone.