El otro día veía, en una de mis cada vez menos habituales sesiones de zapping, uno de esos «reportajes de actualidad» que reflejaban la realidad económica de éste nuestro país. Uno de los protagonistas era un pueblo del sur, antaño con una economía bastante dinámica basada en la industria del hormigón… y ahora, tras el derrumbe de la construcción, completamente parado. Las imágenes eran reveladoras (las cámaras se daban una vuelta a media mañana, y allí estaban por doquier grupos de personas «en edad de trabajar» echando la mañana en los parques, en los rincones, a las puertas de las casas… «sin oficio ni beneficio»), igual que los testimonios; personas que en su día habían ganado un buen sueldo que ahora se veían abocados a vivir de las pensiones de sus padres jubilados, propietarios de negocios constatando la debacle y expresando su angustia al ver que a la cosa no se le veía el fondo…
Pero una de las cosas que más me hizo pensar fue la actitud. Como de «a ver si se arreglan las cosas para el pueblo; antes cuando al pueblo le iba bien a mí me iba bien, y ahora que al pueblo le va mal, pues a mí me va mal». Y yo me preguntaba… ¿y no habéis pensado en iros del pueblo en busca de otros aires? ¿Por qué vincular tu suerte a la de esa tierra? Por supuesto que habrá quien lo haya hecho, pero la sensación era que esas personas que echaban la mañana en las calles no tenían esa mentalidad…
O a lo mejor, teniéndola, no podían. Porque aparte de las ataduras emocionales (que creo que forman gran parte de la resistencia a la movilidad geográfica, algo curioso en un país tan emigrante como lo ha sido éste tanto al exterior como entre distintas zonas), también hay ataduras económicas. Y me refiero a todas esas personas que, en su afán de «yo mi vivienda la compro», invirtieron la mayor parte de su patrimonio (si no todo; o incluso más que todo, hipoteca incluida) en una casita en el pueblo, habiéndose unas cuentas de la lechera («aquí me quedo para toda la vida» o «en el peor de los casos, la vendo y todavía le gano dinero») que como en el cuento se fueron por los suelos. Y en el momento en que necesitan flexibilidad, algo de liquidez para «empezar de nuevo» en otro lugar, se encuentran con que no tienen ni una cosa ni la otra.
Cuando hace unos años mi familia y yo abandonamos Madrid y nos instalamos en Aranda, optamos por el alquiler. Con el paso del tiempo, valoro más la enorme suerte que tuvimos al vender el piso de Madrid en el momento en el que lo hicimos. Y cada día estoy más convencido de lo correcto del paso a vivir alquilado. Curiosamente, si hoy tuviera que reescribir ese post, matizaría aún más las razones por las que es bueno vivir de alquiler. Porque en aquel entonces, lo veía como una decisión más táctica («como no sabemos si lo de Aranda nos va a ir bien, no vamos a pillarnos los dedos»), y ahora elevaría el rango de la cuestión a estratégico.
Porque el hecho es que 6 años después seguimos en Aranda, y muy bien. La fase de adaptación/conocimiento concluyó, estamos encantados, y podríamos decir que «acertamos con el movimiento». Por lo tanto, superada esa fase, podríamos plantearnos (ahora sí) comprar. Y sin embargo, cada vez que oteo un poco el horizonte, pienso… «¿y quién te dice a ti que dentro de 5, o 10, o 15 años no tienes la necesidad, o la apetencia, de irte a otro sitio? ¿En España, o al otro lado del mundo?». Por supuesto, es un pensamiento que a casi nadie le gusta, porque la mayoría de nosotros tenemos una tendencia a la estabilidad (sí, vale, hay aventureros por el mundo, pero…), y nos gusta creer que vamos a poder desarrollar nuestra vida tranquilamente en un entorno conocido/controlado. Pero si lo pensamos racionalmente, hay no pocas probabilidades de que eso no pase. Así que, siendo así, tengo claro que es mejor estar en una situación de flexibilidad y agilidad, algo que te permita de un día para otro «levantar el campamento» con unos mínimos costes de arrastre, y con el grueso de tu patrimonio (mucho o poco) a tu disposición para acompañarte y no atado a unos bienes «inmobiliarios» (que el nombre no le viene de casualidad) que puedes tener dificultades para «movilizar».
Como toda decisión que uno toma respecto a «lo que puede pasar en el futuro», asumes riesgo. A lo mejor la vida me depara grandes dosis de estabilidad, y toda esa flexibilidad no me vale para nada, y renuncio al placer de «tener mi propia casa» por nada. A lo mejor, los precios de la vivienda tienen una evolución que la convierten en la mejor inversión imaginable, y mi decisión de «vivir de alquiler» me priva de una revalorización patrimonial propia del Tío Gilito.
O a lo mejor acierto.
PD.- Curiosamente, esta misma semana veía uno de esos programas que enseñan casas de la gente. Y pensaba «cómo mola tener tu propia casa y poderla ir poniendo a tu gusto con el paso de los años; y yo, de alquiler, siempre con la sensación de estar de paso…». Dos caras de una misma moneda.
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¡Hola!
He llegado de casualidad a tu blog y me parece muy interesante la reflexión que haces, algo más allá del eterno debate «compra vs. alquiler de casa». Creo que la mentalidad tiene tanto que ver como la costumbre o tendencia que haya (en este caso en España) de preferir comprar una casa que vivir de alquiler, pero probablemente se influencien un aspecto al otro en plan pescadilla que se muerde la cola.
Pero ha sido tu reflexión final de la PD («“cómo mola tener tu propia casa y poderla ir poniendo a tu gusto con el paso de los años; y yo, de alquiler, siempre con la sensación de estar de paso…”») la que me ha hecho reflexionar pensando en mi propia situación y el entorno y realidad que yo conozco.
He de decir antes de nada que estoy hasta los mismísimos de oír hablar de Alemania día tras día y de constantes comparaciones entre un país y otro (que además, en la mayoría de los casos, ni siquiera tienen sentido), pero es aquí donde vivo desde hace años y no me queda otra.
Yo también me mudé bastante a menudo durante una etapa de mi vida y también vivía con esa sensación continua de «estar de paso en todas partes» que comentas, de no tener «mi» casa. Hasta que llegué a Alemania. Creo que esto lo comentan poco en las noticias: sí, aquí tienen otra mentalidad.
La mayoría de la población alemana vive de alquiler y, sin embargo, convierten sus pisos alquilados mucho más en _auténticos hogares_ que casi cualquier casa española, por muy comprada que sea: los pintan y repintan como quieren, se hacen los muebles a medida y a su gusto, taladran por todas las esquinas para decorar y redecorar como mejor les parezca o les venga en gana, y lo hacen casi todo ellos mismos, porque, sí, será alquilada, pero es _su_ casa y se quieren sentir totalmente cómodos. Todos esos ejemplos que menciono, y que yo he hecho también al mudarme aquí, son cosas que jamás se me habría ocurrido hacer cuando vivía en España, «que luego igual me la monta el casero» o «a ver los arreglos que me hacen pagar», o vete tú a saber, y así vivía efectivamente «de paso» en casas que no, no podía sentir mías.
Diferentes mentalidades. Alguna vez he pensado en la irónica oposición: en España te compras un piso que sí, es tuyísimo, lo pone en un papel, y lo pintas de blanco inmaculado, lo amueblas, lo pones divino, pero luego le cuelgas el cartel de «no tocar», no sea que se te ralle un poco un mueble del recibidor o se te arrugue el edredón; mientras tanto, en otros sitios jamás tienes la propiedad en sí del inmueble, pero lo que hay dentro no puede ser más tuyo, y lo remodelas, cambias y redecoras una y otra vez según tengas el humor…
Vale, seguramente es un planteamiento un poco exagerado y extremo, pero es que no puedo evitar pensar en todas esas madres que no permitían (¿permiten?) a sus hijos entrar al salón con sus amigos por si tocan el mueble de la vajilla que no se usa nunca, ni sentarse encima de la cama por si manchan la colcha, ni, ni, ni… Suena un poco a madres de los 80, pero me cuesta creer que se hayan extinguido.
Ya me he ido bastante por los cerros de Úbeda, así que, volviendo al «cómo mola tener tu propia casa y poderla ir poniendo a tu gusto con el paso de los años»: no hacen falta ni un título de propiedad ni años parar poner una casa a tu gusto cuando empiezas con la mentalidad adecuada; por desgracia, no solo la tuya, sino también la mentalidad de tu entorno, que te permita crear tu hogar en una casa ajena.
Un saludo.
La verdad es que si el mercado inmobiliario fuese razonable (uy lo que ha dicho), creo que podría ser planteable comprar una casa y venderla al cabo de unos 8-10 años. Vale que el proceso (mudanza, muebles, etc) es bastante lío, pero creo que tendría sentido…
Lo que pasa es que el mercado de vivienda en España es todo menos razonable. Ni ahora, ni hace diez años, precisamente por ese inmobilismo… Porque lo de no querer movernos del pueblo y la casa en propiedad (quenuncabaja, ya sabemos) no es de ayer ni de antes de ayer.
Yo tengo una circunstancia extraña, en el sentido de que tengo una casa en España, pero vivo de alquiler en Irlanda. Sinceramente, no tengo ni idea de si voy a seguir aquí dentro de 2 años (a 5 o 10 ya ni me atrevo a imaginármelo). Yo creo que sí, pero tengo la misma sensación que tú… ¿y si me da por moverme a otro sitio? Hace un año la empresa en la que estaba cerró, y aunque encontré trabajo aquí cerca, el moverme a otro sitio era una posibilidad muy real y planteada. Ahora mismo aquí en Irlanda puedo hacer los bártulos y mudar el campamento con (relativamente) pocos problemas, pero claro, tu casa no es «tu casa». Parece una tontería, pero no lo es…
No me quiero explayar, pero tengo muchas cosas en mi vida que, si me las dijeran unos meses antes de que pasasen, me hubiese reído de la incredulidad. «La vida es eso que te pasa mientras haces planes». En fin, hay muchas decisiones en la vida que hay que tomar sin saber el futuro. Puedes meditarlo, ver que tal, considerar opciones, pero son básicamente elegir con «información imperfecta». Pero oye, luego siempre se puede cambiar…