Hace poco leía una novela, «Guerra Mundial Z». En ella se narra la evolución de una hipotética guerra total contra un enemigo, digamos, «peculiar» (tampoco es que la trama sea un secreto, pero por si acaso lo dejo ahí). El caso es que el mundo, tal y como lo conocemos, se cae en pedazos. Y los restos de la civilización que conocemos tienen que reagruparse, reorganizarse y buscar la forma de luchar.
Y diréis, ¿a cuento de qué viene esto ahora? Bueno, pues en uno de los pasajes de la historia hubo un párrafo que me hizo pensar. Están hablando de los esfuerzos de reconstrucción (el que habla es el encargado de esa tarea), y de cómo en ese momento se necesitan «herramientas y talentos».
«Por talento nos referíamos al potencial de mano de obra, su especialización en distintas áreas de trabajo, y cómo ese trabajo podría ser utilizado de forma efectiva. Siendo generosos, nuestro censo de talento estaba bajo mínimos. Antes de la guerra, la nuestra era una economía post-industrial, basada en servicios, tan compleja y altamente especializada que cada individuo solo podía funcionar dentro de los estrechos márgenes de su pequeño nicho de actividad. Tendrías que ver los títulos que figuraban en nuestro primer censo: todo el mundo era algún tipo de «ejecutivo», «representante», «analista» o «consultor», todos perfectamente adaptados al mundo de antes de la guerra, pero totalmente inadecuados para la crisis actual. Lo que necesitábamos eran carpinteros, albañiles, mecánicos, herreros… claro, también teníamos de esos, pero ni de lejos todos los necesarios. El primer censo dejó claro que más del 65% de la población civil debía considerarse como F-6, sin habilidades valiosas. Era necesario un programa masivo de readaptación laboral. Dicho en pocas palabras, muchos oficinistas tenían que aprender a mancharse las manos»
La hipótesis de la que parte esta novela es poco probable. Pero hay otras hipótesis que a lo mejor no lo son tanto. De vez en cuando me da por pensar que vivimos en una sociedad un tanto de «cartón-piedra», con cimientos mucho más débiles de lo que creemos. Que damos muchas cosas por sentadas, cosas que a lo mejor no son tan sólidas. Y que el día menos pensado viene un viento (en forma de desastre natural, de colapso económico, de conflicto armado, de cambio social), todo se nos derrumba como un castillo de naipes, y nos vemos enfrentados a un mundo para el que no estamos preparados, donde nuestras presuntas habilidades (las que hacen que nos vaya bien aquí y ahora) no valen para nada.
«Qué exagerado, eso nunca va a pasar». A veces se nos olvida que nuestro «aquí y ahora» son una excepción. La mayor parte del mundo no vive como nosotros; la mayor parte de la Historia nosotros mismos no hemos vivido como vivimos ahora.
Pero bueno, ójala no pase nunca; y si pasa, ya se verá.
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Bueno, como estan creciendo las ciudades hay un exceso de oficinistas y gente que trabaja en los escritorios , ya que es algo facil y nadie quiere ir al campo a trabajar , o ser tecnicos, el trabajo fisico se lo ha estigmatizado como una labor de personas sin instrucción, espero que cambiemos poco a poco ya que se necesita mano de obra