El otro día me cruzaba con este tuit donde alguien mostraba este proceso. Todas estas cajitas y líneas entrecruzadas simplemente para reflejar el «detallito» de cómo se toma la decisión de si una app envía al usuario una notificación o no.
Una de las cosas que más me frustraron de mi paso por la universidad fue lo poco (nada, en realidad) que nos hablaron de procesos. Muchos «grandes temas», pero a la hora de bajar al barro… nada. Recuerdo que en cuarto curso hice unas prácticas, y al acabar las mismas me pidieron que reflejase la actividad en un «proceso»… y me costó poner tres cajas juntas. Y me fastidia, porque los procesos son el lenguaje con el que es posible transmitir el funcionamiento de cualquier actividad medianamente ordenada. Qué se hace primero, qué se hace después, qué información se necesita, quién la proporciona, dónde se almacena, cómo se muestra, qué efectos tiene. Los procesos son fundamentales si uno quiere tener cierta homogeneidad / consistencia a la hora de hacer las cosas, si aspira a automatizar, si quiere tener información relevante… elementos que parecen consustanciales a una gestión eficaz.
Pero parece los procesos no tienen glamour. No es una actividad «intelectual» ni «creativa», al fin y al cabo sólo hay que «plasmar lo que hay». Trabajo de hormiguitas, lo puede hacer cualquiera. La idea es lo importante, lo demás es «simplemente» ponerlo negro sobre blanco. Y en parte es cierto. Pero para hacerlo bien hay que hacerlo a un nivel de detalle que a la mayoría de personas hace que les explote la cabeza. Cuando hablo de la naturaleza «fractal» de los procesos me refiero a que para cada idea aparentemente simple se puede (se debe) empezar a entrar a un nivel de detalle superior. Y para cada uno de esos niveles, de nuevo, puedes profundizar más. Y más. «Eso son detalles», dirá alguno. Bueno, detalles sí, pero detalles que hacen que las cosas funcionen de una o de otra manera (o que no funcionen), que hacen que sea más o menos eficaz, que hacen que puedas disponer de más o menos información, que requiera más o menos recursos…
En el ámbito directivo es muy habitual el perfil «de la idea feliz». «Hagamos esto», dicen. Vale, ¿y los detalles? «Yo no estoy en los detalles, que mi tiempo es muy importante». Vale. Y ahí es cuando empieza la tarea de construir a ciegas, intentando ponerse en la mente del directivo e ir articulando todos esos detalles, hasta hacerlo realidad. «¿Y por qué no está hecho todavía?» Amigo, es que decirlo es fácil, pero para bajarlo a la tierra hace falta mucho curro. «Ah, pues en eso no había pensado». Ya, pues es que sin eso no se puede avanzar. «Pero esto no es lo que yo tenía en mente». Ah, ¿y cómo íbamos a saber lo que tú tenías en mente, más allá de tu «idea feliz», si cuando te preguntamos nos dices que tú no estás en los detalles? «Pues lo hacemos de esta otra forma que se me ocurre así a vuelapluma». Ya, pero eso implica cambiar un montón de cosas por detrás en las que tampoco has pensado.
No puedo decir que yo esté libre de pecado. Reconozco que, incluso siendo consciente de la importancia de los procesos, me cuesta mucho llegar al nivel de detalle necesario. Y me fascina, y me parece que merecen mucho más reconocimiento, las personas que son capaces de sumergirse en un proceso hasta dejarlo perfectamente trabajado. Porque son los que, al final, hacen que las cosas funcionen.
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