Hace unas semanas hablaba del control que muchas veces es posible realizar sobre las personas, de forma sutil e inconsciente, explotando algunas vulnerabilidades y automatismos de nuestra forma de procesar la información. El caso es que poco después he llegado a un artículo donde se ejemplifica cómo desde el mundo de la tecnología se utiliza el diseño precisamente para llevarnos, sin darnos cuenta, por donde a ellos les interesa.
¿Cómo?
- Ofreciéndonos un abanico de opciones. A veces, con apariencia de ser muy variado, «aquí tienes todo lo que necesitas, fíjate todo lo que puedes hacer». Paradójicamente, el propio hecho de ofrecernos esa selección de opciones nos está condicionando para que elijamos una de ellas, y nos vuelve prácticamente ciegos a «otras opciones que no estén en el menú». Parece que te ofrecen la libertad de elegir a tu gusto, pero en realidad te están condicionando a que elijas entre las opciones que ellos te presentan… ¿que son las que más te interesan a ti, o las que más les interesan a ellos?
- El efecto tragaperras; ofrecer una recompensa variable e intermitente ante una acción. Igual que cuando echas una moneda en la tragaperras a veces tienes premio y a veces no (y eso te genera la compulsión de volver a echar), la tecnología nos aplica la misma medicina. Abres el correo y «oh, ¡notificación de nuevo mensaje!». Abres Instagram y «oh, que suerte, dos likes y tres comentarios… a ver qué hay luego». Entras en Facebook «a ver qué novedades hay en el newsfeed». Etc. Como consecuencia, entras de forma compulsiva «a ver qué me encuentro», y ya que estás allí te quedas un rato.
- El efecto «si parpadeas te lo pierdes». Explotar la sensación de que «en cualquier momento puede pasar algo interesante» (una noticia, una actualización de un amigo, una oferta alucinante, una oportunidad de interactuar con alguien, un artículo imprescindible) y que, si no estás atento, se te puede pasar. La aversión al riesgo es un poderoso enemigo, nos da miedo «perder la oportunidad» (Snapchat es un maestro en esto, con sus actualizaciones «que desaparecen»).
- La aprobación social. La tiranía de los «likes», los comentarios, las páginas vistas. Sentirnos mejor cuando otros nos validan… ¿y cómo se explota esta vulnerabilidad? ¿Te has fijado lo fácil que te ponen comentar, darle al like, hacer un endorsement en Linkedin, etiquetar a alguien en una foto, agregar nuevas personas a una red social, felicitar un cumpleaños? A veces es más fácil hacerlo que no hacerlo. Y en el otro lado… ¿lo visible que resulta esa acción para quien lo recibe? «¡Enhorabuena, te han etiquetado!» «¡Qué bien, 12 personas le han dado a me gusta en tu foto!» «¡Un retuit!». Y nos sentimos encantados, felices de que los otros nos consideren. Y volvemos en busca de más.
- La reciprocidad. Estamos programados para «devolver los favores», si alguien hace algo por nosotros nos sentimos impulsados a hacer algo por ellos. Si alguien nos hace un comentario o una mención, nos sentimos más favorables a hacer lo mismo, o algo equivalente. Unido al punto anterior (lo fácil que nos ponen «tomar la iniciativa» para interactuar, y con qué énfasis nos lo hacen saber) es fácil desencadenar una espiral de interacciones.
- El saco sin fondo. Abres twitter, o Facebook, o Instagram, o… y ahí tienes el scroll infinito, donde apenas tienes que deslizar un dedo para tener una lista interminable de contenidos a tu disposición. Pones un video de Youtube, y al terminar ya tienes el siguiente vídeo en reproducción automática, además de un listado de «otros vídeos que te gustará ver». Acabas un episodio en Netflix, y ya tienes el siguiente preparado. Has entrado en la madriguera del conejo, y van a hacer que sea muy sencillo que te dejes llevar y te quedes allí. La fuerza de voluntad la tienes que hacer para salirte, no para quedarte.
- El poder de la interrupción. Reaccionamos automáticamente ante las interrupciones, nos sentimos impelidos a actuar casi sin reflexionar. Y ellos lo saben, así que lo explotan tanto como pueden: las notificaciones, el numerito que te avisa de las nuevas interacciones, el mensaje de recordatorio. La chispa que desencadena tu reacción… y ya estás dentro otra vez. Distraído, interrumpido… pero «engaged».
- Utilizar tus motivos para disfrazar los suyos. Facebook no te dirá que busca maximizar tu tiempo de presencia en sus redes (más oportunidades de mostrarte publicidad, de provocar que interactúes, de venderte como consumidor de contenidos), si no que «te ayuda a mantener el contacto». LinkedIn lo mismo, «te ayuda con tu carrera profesional», nada de engordar sus estadísticas y maximizar la posibilidad de venderte una cuenta premium. Etc. La utilización de tus motivaciones para endosarte su interés.
- Hacer difíciles las opciones «inconvenientes». Por supuesto, siempre puedes desuscribirte, darte de baja… ahora, no te lo vamos a poner fácil. Estas opciones siempre suelen estar bien escondidas, en pequeñito, e incorporar dos o tres pasos («tienes que mandar un email», «¿estás seguro?», «te mantenemos el nombre de usuario durante unas semanas», «sabemos que te dimos de baja, pero… ¿quieres volver?». Quedarse es fácil, salirse no.
- Facilitar la entrada. La técnica del pie en la puerta. Ofrecerte una primera interacción aparentemente sencilla e inofensiva («fulanito te etiquetó en una foto, ¿quieres verla?»… ¿cómo vas a decir que no?), y a partir de ahí engancharte con sucesivas interacciones. Ya que estás aquí…
El punto que defiende el artículo es que debería existir una «ética del diseño», es decir, que las aplicaciones se diseñasen pensando más en el usuario, en lo que realmente necesita más que en el aprovechamiento de sus debilidades. Yo, personalmente, lo veo ligeramente utópico. Las aplicaciones son negocios, tienen sus intereses propios (ganar dinero) y van a estirar la cuerda todo lo que puedan para arrimar el ascua a su sardina. Si puede ser sin que te des cuenta, y sin que reacciones negativamente, mucho mejor.
Así que nos toca a nosotros, individuos, hacer la reflexión y tomar decisiones de «contradiseño». Deshabilitar notificaciones, desinstalar aplicaciones, cambiar configuraciones por defecto, etc. Esto supone en muchas ocasiones luchar contra la corriente de nuestros propios impulsos y de un montón de gente muy lista que busca explotarlos. Pero está en juego nuestra atención… y no es poca cosa.
Hola:
Felicidades por el artículo, me ha gustado mucho. La verdad que la idea de «ética del diseño» es muy interesante, aunque como tú dices bastante utópica. Desde un punto de vista causal y no moral, el mundo funciona como funciona, y seguramente implementar un diseño ético es difícil, sino imposible.
Sobre todo porque la lucha por la atención es descarnada y sin cuartel. Lo curioso es que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que tenemos una atención, que hay que usarla bien y en nuestro beneficio propio, y no regalársela sin más a Facebook, Twitter… a Internet en general, vaya.
Por eso, la última línea de tu artículo es la más importante: nuestra atención está en juego, y al final es lo único que tenemos.
Un saludo,
Pablo