En algún momento de estas semanas (después de mirarlo, casi lo clavo: el pasado martes 28) se cumplieron 10 años desde que usé por primera vez twitter. «Renegar de mi prejuicio previo y probar el dichoso twitter», decía por aquel entonces. Recuerdo que me pareció una chorrada, y así lo dije. Pero por la boca muere el pez, y diez años después hay casi 40.000 tuits que lo atestiguan. Hasta hoy.
Porque hoy escribiré mi último tuit.
Twitter fue para mí una ventana abierta al mundo. Una evolución de aquella «red social» primigenia que formábamos con nuestros blogs, y nuestros lectores de feeds. Personas creando contenidos, cada uno de su padre y de su madre, con la posibilidad que eso te daba (a poco interés que pusieras) en personalizar tu consumo, y también de interactuar entre nosotros. Porque mira que hay gente interesante en el mundo, y siempre hay en twitter un enlace que leer, un comentario agudo, una historia curiosa, un chiste divertido, o un gif de gatitos.
Pero lo malo es que esa ventana siempre está ahí, abierta, con su scroll infinito, su «hay nuevos tweets», sus notificaciones. Un recurso fácil y ubicuo para «desconectar», pero también para «distraerse» o para «evadirse». ¿Que sientes incomodidad con lo que estás haciendo? Me voy a twitter. ¿Que no sabes muy bien qué hacer? Me voy a twitter. Un chupete digital para adultos, un mecanismo de evasión perverso.
Porque twitter proporciona una falsa sensación de conexión con otras personas. Estás leyendo a fulano, y a mengano. Les lees contar detalles de sus vidas, pensamientos. A veces incluso interactúas con ellos. Parece que tienes un cierto círculo social. Pero es, en el mejor de los casos, un círculo social débil, superficial. Este sucedáneo de relación puede dar el pego, como muchas veces sucede en los «grupos de amigotes», pero a la hora de la verdad no pueden competir con relaciones más significativas. Piénsalo, ¿cuánto más relevante es un café compartido que horas y horas de lectura diagonal de tu timeline?
Twitter también te engaña al hacerte sentir que estás «enriqueciéndote». No, tú no eres como esa gente que se pone a ver el Sálvame o el Chiringuito, o las tertulias de la tele. Tú tienes un «timeline» muy cuidado, donde todo son artículos relevantes, historias curiosas y provechosas… ¿De verdad? ¿Cuántos de los artículos que ves pasar en twitter lees realmente? ¿Y de esos, cuántos te sirven para algo más que para decir «ah, pues qué interesante; lo retuiteo»? ¿Cuántos se transforman en algo accionable en tu vida? En vez de centrarnos en una cosa, y trabajar por transformar esas ideas en acciones, nos pasamos el día consumiendo infinitos inputs variados y dispersos, diluyendo nuestra atención y nuestro foco, para acabar básicamente donde estábamos. Disfunción narcotizante a tope.
Y eso cuando no te ves arrastrado a enterarte de cosas completamente irrelevantes, relacionadas con «la noticia del día» o el trending topic de turno. Cosas que te dan igual, y sobre las que sin embargo acabas sintiendo el impulso de dar tu opinión, o de discutir con desconocidos. Porque es fundamental que el mundo oiga la voz de la razón, vea nuestro sólidos argumentos y la endeblez de los del otro.
Y es que twitter genera también una falsa sensación de relevancia. Ahí están tus followers, esperando tus comentarios, tus enlaces, tu sabiduría. Para algo te siguen, ¿no? ¡Qué feliz es mi ego! Pero esa relevancia no es real. Nadie lee tus tuits, nadie hace click en lo que enlazas. Puedes creer que sí, que estás teniendo un gran alcance con tus acciones, que estás construyendo tu «imagen de marca», que de alguna manera eres el centro de atención. Pero no lo eres, no te engañes. Eres el loco subido en el banco del parque dando un speech a gente que pasa distraída por tu lado, y que a veces simplemente habla solo.
Alguien podrá decir que «bueno, igual que el blog, y aquí sigues». Lo cual no deja de ser cierto, aunque con una gran diferencia. Porque twitter, con su formato corto e inmediato, está abierto a que sueltes tus pensamientos a vuelapluma, según te salen. Pim, pam, publicar. Mientras que el formato del blog te obliga a elaborar un discurso, a reflexionar sobre lo que quieres decir y a construirlo con un mínimo de criterio. Y en ese sentido es no sólo una herramienta de «difusión», si no también de trabajo interno a la que yo, de momento, no tengo intención de renunciar.
Como tampoco tengo intención de renunciar a las relaciones personales. Más bien al contrario: el objetivo es sustituir esa «relación de baja intensidad» a base de tuits por otra diferente. Más cruce de mails, más chats, más conversaciones en persona, más cafés, más skypes. Más profundidad, más foco, más intención, más significado. Inevitablemente habrá con quienes esa relación se fortalezca, y habrá con quienes se diluya; no pasa nada, sucede todos los días en la vida digital y en la vida real.
De la misma manera, espero también aportar más foco, intensidad, profundidad y significado a mi consumo de contenidos. Si de verdad quiero saber sobre un tema, ya buscaré activamente información relevante. Si quiero entretenerme, ya buscaré el momento y la forma de hacerlo. Ser yo el que dirija mi atención, y no dejar que sea ese torrente continuo de inputs quien lo haga.
Adios, twitter. Fue divertido. Pero tu tiempo ya pasó.