Fran Salomon lo dice con monos

Conocí a Fran Salomon a través de una búsqueda en internet. Creo que llegué a uno de los vídeos de su canal de Youtube, y me atrapó su estilo de comunicación, genuino y lleno de personalidad. Estuve revisando su trabajo, me suscribí a su newsletter… y desde muy temprano pensé que sería muy interesante tenerla en el podcast.

Fran es artista visual, y su proyecto Dilo con monos busca unir el mundo del arte y el mundo de los negocios. Fran enseña a comunicar a través del dibujo, a usar eso del «visual thinking» de una manera práctica. Pero además utiliza el dibujo como una metáfora de aprendizaje y superación personal que puede servir para muchas otras cosas.

En la entrevista, que puedes escuchar aquí mismo, hablamos de todo ello: de la capacidad del dibujo para comunicar ideas, de las reticencias que hay en el mundo de los negocios para aceptar esta forma tan natural de expresión, de las dificultades personales para desarrollar la habilidad de dibujar (y las peleas internas que eso genera)…

También me interesaba explorar la «marca personal» de Fran. Si dedicáis un rato a ver su perfil veréis que su estilo es realmente personal, y me parece que eso tiene un enorme potencial de llegar un público determinado y conectar. Y es que, frente a algunas tendencias «homogeneizadoras» que se ven por ahí (y cuyo resultado es un montón de «clones» indistinguibles unos de otros), apostar por tu estilo propio tiene la ventaja de que no tienes que fingir. Simplemente eres como eres. Habrá gente a quien no le gustes, pero a quien sí… le gustarás de verdad.

Por cierto, Fran acaba de editar un libro, «Mejor dilo con monos«, en el que relata su propio viaje dibujístico, y ofrece herramientas que nos puedan servir a los demás para hacer el nuestro.

Monetízate – Entrevista Andrés Pérez Ortega

¿Cuántas veces te toca pensar, a lo largo de tu carrera, «cómo me voy a ganar la vida»? Encontrar aquello en lo que puedes ofrecer a otros un valor que estén dispuestos a pagar es una de las claves de la vida profesional, y más en el caso del «knowmad«. De cómo hacerlo hablo con Andrés Pérez Ortega, amiguete, referente de «marca personal» y que además acaba de publicar un libro que se llama así: Monetízate.

Siempre me ha gustado el concepto de «ganarse la vida». Parto de la base de que «nadie nos debe nada«, y de que «tenemos que aportar valor» a otros para obtener algo a cambio. Y a partir de ahí tenemos que buscar nuestro sitio, uno en el que se alineen nuestras habilidades con «lo que otros están dispuestos a pagar».
No es un reto fácil. Durante mucho tiempo, la idea del «trabajo fijo» enmascaraba esa realidad. Especialmente en empresas grandes, se pierde la noción del valor (que si alguien te paga un sueldo y asume los costes derivados de tenerte contratado es porque aspira a ganar más dinero con tu trabajo de lo que cuestas…). Pero en el caso de empresas pequeñas, o de profesionales independientes, esa realidad es ineludible, te pongas como te pongas.
Pues sobre todo esto, sobre cómo afrontar esa realidad, y sobre cómo buscar maneras de «monetizar» nuestras habilidades y capturar el valor que aportamos a otros va esta entrevista. Y alguna cosa más…

PD.- Esta entrevista está recogida en mi podcast podcast Diarios de un knowmad. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

¿Para qué quiero redes sociales?

Las redes sociales y yo

«Y tú, ¿para qué quieres redes sociales?»
Mi compañero Alberto y yo estábamos sentados en un chiringuito en Mallorca. Habíamos tenido una reunión por la mañana, y un avión nos esperaba unas horas más tarde. Habíamos aprovechado a comer, dar un paseo junto al mar, y sentarnos a tomar una cerveza mientras veíamos a la gente disfrutar de la playa.
La conversación transitaba, como de costumbre, por muchos sitios distintos. Y se paró en el tema de las redes sociales. Yo, tan «2.0». Él, tan alérgico al tema. Creo que yo estaba intentando convencerle de que explorase un poco más su perfil digital. Y entonces fue cuando me hizo la pregunta.
redes sociales para que
Abrí este blog en 2004, dentro de poco se cumplirán 14 años (¡¡14 años!!). Después vinieron Facebook, Twitter o Linkedin. Más tarde, Instagram. Y más recientemente Youtube y los podcasts. Lugares todos ellos en los que publico contenido de forma habitual.
Se supone que, a estas alturas, debería haber un «para qué» bien definido. Sería lo esperable para algo que hago de forma tan frecuente, y que debería marcar (eso dicen los gurús) lo que hago y lo que dejo de hacer. Y sin embargo, no es algo que nunca haya sido capaz de acotar y poner «negro sobre blanco».
Así que hoy, aprovechando que estaba dándole una vuelta (una más) al diseño del blog, la portada, las secciones… me puse a hacer la reflexión, intentando clarificar «para qué quiero las redes sociales».

Motivos para mantener mis redes sociales

Estos son los elementos que he identificado como relevantes para mí a la hora de enfocar mi presencia en redes sociales:

  • Son un ejercicio de autoreflexión: publico cuando algo me interesa o llama mi atención. Me obliga a estructurar aunque sea mínimamente mi razonamiento, a buscar y ordenar información, a explorar un poco más allá de la superficie.
  • Son un ejercicio de estilo: para escribir, para el lenguaje hablado, para el audiovisual, para hacer sketchnoting, para las fotos… cuando publico no estoy entrenando solo «el fondo», también «la forma». Publicar es una excusa para afilar mis capacidades.
  • Son un altavoz de ideas: no se trata de «ser la referencia mundial» en nada, ni de «cambiar el mundo». Pero si con mi labor puedo hacer que una serie de ideas, recursos, herramientas, reflexiones… que creo que pueden ser útiles y positivas lleguen a otras personas, creo que merece la pena hacerlo. Se trata de hacer de «infomediario», de amplificar esas ideas y hacérselas llegar a las personas (muchas o pocas) que me lean. De sembrar, dentro de mis posibilidades, lo que creo que merece la pena.
  • Son un medio para relacionarse con gente afín: llega alguien, te lee, compartes un par de conversaciones… el contenido es una excusa estupenda para iniciar y mantener relaciones con personas afines. No se me puede olvidar la cantidad de gente guay que he conocido a lo largo de los años gracias a todo esto.
  • Son un escaparate de mi marca personal: porque expresas lo que te interesa, porque muestras tu forma de ser y de pensar, de qué pie cojeas… no, no es una marca personal al estilo de «tengo definido mi producto y mi público objetivo y me diferencio de mis competidores y me posiciono para que me compren», sino la de «este soy yo, así soy con lo bueno y con lo malo… ¿me ajuntas?». Hace tiempo alguien dijo «no sé bien a qué se dedica, pero Raúl es alguien con quien me gustaría tomarme una cerveza y charlar». Y me encantó.

No-motivos para mantener mis redes sociales

  • Satisfacer el ego: a ver, a nadie le amarga un dulce y una palmadita en la espalda. Pero la carrera por ser un «influencer» (en su día lo llamábamos A-list bloggers :D), por tener muchos likes y muchas visitas… no, no creo que sea una medida de éxito. Vale más una conversación individual de calidad con alguien afín que un volquete de likes.
  • Posicionarme como producto: no. No es mi objetivo, y eso que a veces he coqueteado con ese «lado oscuro» que tanto se promociona desde la visión del «marketing online» y de la «marca personal». No quiero posicionarme ni como experto en aprendizaje, ni como consultor, ni como coach, ni como nada. No quiero ser un «producto» para un «público objetivo». Soy una persona completa, un knowmad, que tiene su actividad y sus inquietudes profesionales y también personales, y que quiere compartirlas con libertad sin estar pensando si esto «contribuye al negocio o no». Que tiene curiosidad y múltiples intereses, y que quiere compartir su viaje. «Diarios de un knowmad», como título para el blog, me gusta cada vez más. ¿Que luego surge un proyecto concreto en el que cabe hacer un enfoque más «de negocio online»? Pues tendrá que tener su propio espacio.
  • Ganar dinero: consecuencia lógica de las otras dos. Ni por volumen, ni por «infoproductos», ni por «servicios». Por supuesto, si derivado de mi actividad en las redes surge alguna posibilidad de involucrarme en algo lucrativo… ¡perfecto! ¿Una charla? ¿Un taller? ¿Un proceso de coaching con alguien afín? ¿Un proyecto de consultoría? ¡Hablemos! Pero una cosa es que de tu actividad (y de las relaciones derivadas) surjan oportunidades, y otra es poner tu actividad al servicio de ese objetivo de lucro…

Cada red tiene su matiz

No todas las redes son iguales. En cada una hay una audiencia, un contexto. El blog, el podcast, youtube… son los sitios donde más «conscientes» son los contenidos. Linkedin es una versión «más reducida», muchas veces sirviendo como altavoz de lo que he rumiado en los anteriores especialmente con matices más «profesionales». Twitter es más «la máquina del café», donde se mezclan reflexiones al vuelo y chascarrillos. Facebook tiene un carácter más personal (y cada vez menos peso), e Instagram más visual (aunque con las Stories a veces voy experimentando).
Pero en conjunto, con sus matices, todas forman parte de una misma forma de ver las redes sociales. Son una extensión online de mis inquietudes, un escaparate de lo que soy, y un «mensaje en la botella» que, con suerte, me permite conectar con otras personas interesantes.

Un gorrito ridículo, y la imagen profesional

Hace unos días aproveché para dar un paseo por el campo con la familia. Me hice una foto con un gorrito ridículo, y una sonrisa bobalicona. Y la subí a Instagram (https://www.instagram.com/p/BlgUVLSFHgS/). ¿Quién la habrá visto? ¿Qué impacto tiene eso en mi «imagen»? ¿No estaré perjudicando mi imagen profesional a base de compartir cosas personales, banales… en redes sociales?

Hay quien defiende que, en nuestra interacción con los demás (y especialmente en redes sociales) debemos ser extremadamente cuidadosos y pulcros, ceñirnos estrictamente a «ser profesionales» y no dejar que nada personal «contamine» nuestra imagen. Yo no lo creo.
Creo que las conexiones verdaderas con los demás se producen a base de pequeños detalles, muchas veces banales. Porque «lo profesional» es muchas veces aburrido, plano, indistinguible de cualquier otra persona.
Y sí, es posible que al mostrar esa parte más personal generes rechazo en algunas personas. Pero a estas alturas de la vida he llegado a la conclusión de que, hagas lo que hagas, siempre va a haber alguien a quien no le gustes. Así que, ya puestos, mejor ser uno mismo y comportarse con naturalidad. Y a quien no le guste… pues qué le vamos a hacer.
A cambio, seguramente encontraremos otras personas a las que sí gustemos así, tal y como somos, y con quienes podremos generar una conexión de verdad.

Consejos (advertencias) para empezar en Youtube


Quizás hayas visto a personas que utilizan Youtube para darse a conocer, o para apoyar sus proyectos profesionales, y te haya picado el gusanillo. Quizás has pensado que, por qué no, tú podrías hacer lo mismo…
Algo parecido pensé yo hace unos meses. Y después de darle un par de vueltas, me lancé. Ahora, pasado un tiempo y basado en mis sensaciones, comparto contigo una serie de consejos (¿o advertencias?) por si quieres tenerlas en consideración…

Sobre el esfuerzo de subir vídeos

Lo primero: subir vídeos a Youtube es extremadamente sencillo. Una cámara (cualquier móvil de hoy en día vale), grabar, y subir. Ya está.
Lo que pasa… es que esos vídeos suelen ser un coñazo. ¿Cuántos vídeos de «persona hablando a la cámara durante minutos» consumes tú? La gracia de los vídeos es que tengan un poquito de variedad, de ritmo, de estímulos diferentes… y el problema es que añadir todo eso cuesta trabajo. Te empiezas a preocupar de la iluminación, y del sonido, y de grabar escenas de recurso, y del montaje, y de añadir sonidos, e insertar vídeos e imágenes… y el esfuerzo se incrementa exponencialmente.
Comparado con otro tipo de contenidos (como publicar en redes sociales, en un blog, o incluso un podcast), el vídeo es notablemente más exigente en términos de dedicación (tanto en la planificación como en la post-producción…) si quieres conseguir un resultado no ya extraordinario, sino medianamente digno.

Sobre tu público objetivo

¿A quién te vas a dirigir? Ya sé, ya sé, la tentación es decir que «yo los subo, y cuanta más gente me vea mejor». Pero eso no suele funcionar… necesitas centrar el tiro. No es lo mismo hacer un vídeo para niños de 12 años (como mi hijo) que para señores de 42 (yo mismo) o para señores de 70 (mi padre). Cada uno tenemos nuestros gustos, nuestras inquietudes, nuestras referencias. Antes de lanzarte a subir vídeos, conviene que pienses a quién le estás hablando, porque eso determina muchas cosas del proceso.

Sobre el contenido que funciona

Uno tiene la tendencia a pensar en los canales de contenidos como herramientas utilitaristas. «Yo quiero hacer vídeos para hablar de mí, o para hablar de mi curso, o para hablar de mi trabajo, o para hablar de mi libro». Lo cual está muy bien… pero no funciona. La gente no va a Youtube pensando en ti, sino pensando en ellos mismos. En buscar algo que les entretenga, o que les resulte útil A ELLOS, o que responda a alguna inquietud que ellos tengan. Es importante tener esta perspectiva antes de ponerse a sacar vídeos…
Pero claro, tú no te pegas esta currada «para nada». También quieres hacer algo útil para ti. Se trata, por tanto, de encontrar esa intersección entre «lo que es útil para los demás» y «lo que es útil para ti». Verás, cuando te pongas a pensar en ello, que no es tan sencillo como pudiera parecer, y que es muy fácil deslizarse hacia cualquiera de los dos extremos: contenido que te interesa a ti pero que nadie ve porque les da igual, y contenido que interesa a los demás pero que a ti no te aporta nada (acabas siendo un «mono de feria» capaz de hacer cualquier cosa por un like… y seguro que se te ocurre más de un ejemplo).

Sobre el impacto esperado

En cualquier caso, vete asumiendo que no te va a ver ni el tato. Sí, ya sé, hay «youtubers» que tienen cientos de miles de suscriptores, y millones de reproducciones acumuladas… Pero es como cualquier otro campo: en el fútbol están Messi y Cristiano Ronaldo, pero la mayoría de personas que juegan al fútbol lo hacen en liguillas de bares. Los «superéxitos» son la excepción.
Ajusta bien tus expectativas, porque tarde o temprano vas a tener que enfrentarte a una pregunta: «¿Realmente merece la pena todo este esfuerzo para conseguir unas decenas, quizás un par de cientos, de reproducciones?». Por ejemplo, en un año mi vídeo más visto acumula poco más de 700 reproducciones. ¿Merece la pena? La verdad es que me gusta pensar en una sala llena de 700 personas, y pienso «mmm… tampoco está mal».
Así que no te metas en esto pensando que vas a conseguir miles de visitas, y a generar cientos de nuevos seguidores/potenciales clientes. Lo normal será que tus primeros vídeos los vea tu madre, tu pareja, y quizás algún amigo al que le des la turra por Whatsapp. Ni siquiera te creas que por tener seguidores en redes sociales van a venir todos en peregrinación a verte a ti…

Sobre la incomodidad de la cámara

Ah, la cámara. Hay gente que es supernatural, pero si eres como yo y tienes cierto sentido del ridículo… eso de ponerse delante de la cámara, y hablar, y hacer muecas… es una barrera tremenda. Te grabas, te ves, y quieres meterte debajo de la cama. ¡Es horrible! ¡Me veo fatal! ¡Y esa voz! ¡Por dioooos!.
Pues tengo una mala y una buena noticia. La mala es que no hay forma de evitar esa sensación al principio. Vas a tener que pasar por ella. Una vez, otra vez… sufrir viéndote, vencer tus reticencias a subir el vídeo, tener la sensación de que haces el ridículo… La buena noticia es que, con el tiempo, te acostumbras. Te das cuenta de que no pasa nada, de que nadie está con una escopeta esperando para criticarte. Tu voz empieza a sonar «normal», te acostumbras a verte en la cámara… y cada vez lo harás mejor.

Conclusiones

Si has pensado en lanzarte a hacer vídeos en Youtube, ajusta tus expectativas. Es un curro notable. Requiere un esfuerzo importante a la hora de definir qué quieres contar, y a quién se lo quieres contar. Los resultados probablemente no serán espectaculares. Y en el camino tendrás que enfrentar momentos de incomodidad.
Y aun así… si te pica el gusanillo, ¿por qué no haces la prueba?. Dale un par de vueltas (pero no muchas más), graba un vídeo, y súbelo. A ver qué tal te sientes. Porque quien sabe… igual te acaba gustando.

¿Hasta dónde debes producirte?

Toda la música pop es mentira

Hace unos días veía este vídeo de Jaime Altozano (un youtuber que es una delicia) en el que explicaba el proceso de producción de una canción. Su frase-enganche: «toda la música pop es mentira».

El caso es que durante el vídeo, Jaime explica (con demostración práctica incluida) todo lo que sucede en un estudio de producción desde que se graba una voz hasta el resultado final. El proceso está lleno de tecnología y de trabajo de orfebrería, afinando «a mano», ajustando los tempos, añadiendo efectos a tutiplén… hasta llegar a un producto mucho más elaborado que el input final.
La cuestión que plantea es… ¿esto es «mentir»?

La producción está en todas partes

Lo que defiende Jaime es que esto que sucede en la música no es nada distinto a lo que sucede, por ejemplo, en el cine. Allí hay montones de «trucos» (desde la iluminación, la grabación de múltiples planos, el montaje… por no hablar de los cromas y los efectos digitales) que hacen que lo que nosotros vemos al final no sea «real». Cuando hay una batalla de superhéroes en pantalla, nadie se plantea que «eso no es una representación fidedigna de la realidad», lo asumimos como espectáculo visual y adelante.

Lo mismo sucede en la fotografía, donde el retoque fotográfico sirve para alterar tonos, colores, arreglar desperfectos… y en definitiva crear imágenes visualmente mucho más potentes de lo que podríamos observar a simple vista (y de lo que capta la cámara originalmente). Y las asumimos como tal, las disfrutamos, y santas pascuas.
Si me apuras, la producción también existe en la vida real. Cuando alguien pasa horas maquillándose o peinándose, o eligiendo un atuendo determinado… y no digamos si luego se hace la foto en instagram, eligiendo la pose más favorecedora y aplicando los filtros que correspondan.
Todo es producción, una alteración de la realidad original que busca simplemente ser más atractivo.

¿Qué es real?

Si yo veo una película, la película es real. Sé que no es una «representación exacta de la realidad», pero el producto en sí mismo es real, y yo lo disfruto como tal. Cuando veo una imagen llamativa, la imagen también es real. Puede tener una base más o menos real, estar más o menos «trabajada», pero la imagen es un producto que yo consumo y disfruto. Si escucho un gran éxito en Spotify, la canción es real. Puede que luego el cantante no «sepa cantar», y que todo sea hiperproducido… pero en última instancia me da igual, yo disfruto con lo que escucho y ya está.
Incluso si yo salgo una noche y veo «gente guapa», esa gente «es real». Puedo observarla y «disfrutar de las vistas». Poco me importa que a la mañana siguiente, sin maquillaje, con el pelo alborotado y una camiseta vieja el efecto sea completamente distinto. Lo mismo me pasa si veo imágenes en instagram, yo disfruto de las imágenes y fin de la historia.

¿Acaso no lo podemos disfrutar sin más?

Mi tesis es que, en general, no me parece mal que exista un esfuerzo de «producción»… siempre y cuando lo que yo consuma sea el «producto final». Si voy a ver una peli, quiero que esté tan «trabajada» como sea necesario para disfrutarla. Lo mismo con un hit musical, con una fotografía, con el aspecto físico de la gente que me cruzo por la calle o que sale en la televisión. O con el sonido de un podcast, o el estilo de un libro. Me da igual la de veces que hayan tenido que repetir la toma, o que hayan tenido que rescribir un párrafo, o la de horas que hayan pasado en maquillaje o en postproducción.
Yo mismo produzco cosas. Cuando escribo un post suelo hacer un esquema previo, escribo, corrijo, añado fotos, enlaces, formato… desde luego queda mucho más pulido que lo que saldría de mi puño y letra en «escritura automática». O cuando hago un podcast lo mismo: tengo un guión, quito trozos en los que me atoro, meto un par de efectos para mejorar la voz, añado músicas… Cuando salgo en un vídeo, procuro peinarme y ponerme una ropa medianamente adecuada (y no lo de «andar por casa»). Para la foto que uso de avatar, elijo a ser posible una en la que no tenga cara de asco ¿Qué problema va a haber en eso?

Cuando producir es un engaño

El problema viene cuando no hay una conciencia clara de la producción, y se confunde «lo producido» con la realidad. Cuando ves un anuncio, o una portada de una revista, y crees que esa persona es así (ignorando la cantidad de «trucos» tanto analógicos como digitales que han llevado a que la portada sea así). Cuando ves un reportaje fotográfico de una ciudad y piensas que esas puestas de sol, esos colores brillantes, esa magnificencia… son los que vas a ver tú si vas allí. Cuando escuchas un single de un cantante, y piensas que realmente tiene grandes dotes vocales. Cuando crees que la imagen pública que esa persona transmite en sus entrevistas y demás apariciones televisadas son un reflejo de su carácter real. Etc.
Aquí hace falta tener espíritu crítico, y aceptar con deportividad que lo que estás viendo, escuchando… es un producto, más o menos «basado en hechos reales», pero no una representación fidedigna de la realidad. Porque luego llegan las decepciones…
Y más problemático aún es cuando se intenta utilizar esa «realidad producida» para que tú compres engañado la (más triste) realidad original. Por ejemplo, cuando alguien «produce» su curriculum para proyectar una valía profesional que no se corresponde con la realidad. O cuando uno retoca su imagen para resultar atractivo en una app de ligar. O cuando se retocan las fotos del «antes/después» en un anuncio de la teletienda. O cuando pones fotos muy retocadas de tu apartamento en una web inmobiliaria para que parezca más grande de lo que es. En cualquiera de estos casos, la producción no es un fin por sí misma, no es algo disfrutable sin más, sino que es un señuelo para engañarte. Y eso sí es un problema.

¿Tiene sentido producirse?

Hablemos de ti y de mí, de la imagen que proyectamos. ¿Tiene sentido producirla, añadirle un poco de «magia» para hacerla más atractiva? Quizás sí. Un poquito, sin exagerar. Porque el riesgo de pasarse siempre está ahí. Y bueno, tampoco pasa nada mientras estés fabricando un «producto» de consumo, sin más, y no pretendas engañar a nadie. Lo que pasa es que, como decía hace tiempo…:

Pero ay, ése es un camino por el que es muy fácil deslizarse sin control. Porque un poquito por aquí, otro poquito por allá, acabamos transformando la realidad a nuestro antojo, ofreciendo al mundo una versión de nosotros mismos que no se parece en nada a la original. Y oye, no pasa nada mientras nadie tenga la ocasión de ver el contraste. El problema es cuando alguien puede poner frente a frente la versión hiperretocada que nos hemos inventado, y la versión real de todos los días…

Reflexionando sobre contenidos


Hace más de 12 años que tengo este blog. Durante la inmensa mayoría del tiempo, no me he preocupado demasiado de «qué contenidos» iba creando. De hecho, una de las cosas de las que me he enorgullecido es del carácter «orgánico» del blog, de que he ido hablando de lo que me apetecía y cuando me apetecía. No ha habido un «criterio editorial», ni un «calendario de publicación». Al menos no explícito, claro; supongo que de una u otra forma mi mente sí ha ido diciendo «esto cabe» y «esto no cabe».
El caso es que en los últimos tiempos estoy cambiando un poco el foco. No demasiado, pero si «un poco». La serie de historias de profesionales independientes, las entrevistas en formato podcast, el canal de youtube, los contenidos sobre aprendizaje, la lista de correo de Skillopment… son iniciativas más concretas, más intencionales. Y como tal, también más sujetas a reflexión y a análisis.
¿Qué tipo de contenido quiero hacer? ¿A quién va dirigido? ¿Qué tal funciona? ¿Gusta, o no gusta? ¿Es «rentable», cumple sus objetivos? ¿Cómo enfocar los siguientes pasos? Estas son algunas preguntas que me hago. Sin volverme loco, no vayáis a pensar. Sé que esto tampoco es una ciencia exacta, que no se pueden sacar conclusiones en el corto plazo, y sigue habiendo un factor de «esto lo hago porque quiero». Pero aun así.
En este contexto, una de las cosas a las que le estoy dando vueltas es a la combinación de «contenido» y «tono». Y me explico.
Cuando uno crea contenidos pensando en otros, hay una doble aspiración inicial. Por un lado, «resultar útil». Es decir, alguien llega a ti en busca de algo: respuestas, entretenimiento, información, lo que sea. Puede ser a través de buscadores, o a través de referencias de un tercero. El caso es que viene buscando un contenido concreto, útil, aplicable. Y tú aspiras a crear esos contenidos, a que alguien cuando los lea vea satisfecha esa curiosidad y, si es posible además, le guste tanto que se lo recomiende a otros.
Hay también una voluntad de «construir autoridad». Es decir, no solo de satisfacer una necesidad puntual, sino de posicionarse como «experto en la materia». Que quien llegue a tus contenidos se quede con la copla de que merece la pena tenerte en el radar. Ya estos dos primeros objetivos no siempre coinciden: hay veces que construyes autoridad sin ser útil, y hay otras donde puedes ser útil sin construir autoridad.
Pero también creo que, si aspiras a generar una cierta continuidad en el consumo de tus contenidos, tienes que crear una conexión que vaya más allá de lo «intelectual». Porque reconozcámoslo, si nos ceñimos a lo intelectual hay miles de contenidos potencialmente iguales o mejores que los tuyos. Si te limitas a competir en buscadores con contenidos asépticos estás condenado a pelear por las migajas. Si quieres «construir una audiencia», necesitas conectar con ella en otros niveles. Y ahí es donde tiene que diluirse la frontera entre «lo que dices» y «quién eres», donde tiene sentido que entren (en mayores o menores dosis) detalles de tu vida personal, donde cabe contar historias. Que, en definitiva, des motivos para que la gente (alguna gente) quiera escucharte a ti, y no a otro. Que haya gente que tenga curiosidad por saber «qué es de este tipo, en qué andará metido esta semana». Y todo esto, a ser posible, cumpliendo con las dos primeras aspiraciones de utilidad y construcción de autoridad.
A todo esto cabría añadirle, de una forma más o menos directa, una cuarta dimensión: la voluntad de hacer negocio, de sacar algún rédito más o menos directo (en forma de generación de leads, oportunidades de negocio, «compra mi libro», clicks de publicidad, «apúntate a mi curso»… lo que sea).
Últimamente me descubro analizando los contenidos bajo este cuádruple prisma. No solo los míos, si no todos los que consumo. Intento ver qué tienen aquellos contenidos «que me apetece seguir», y cómo equilibran estas cuatro necesidades. Intento sacar conclusiones, y ver cómo me las puedo aplicar a mí mismo. Teniendo en cuenta, claro, cuál es mi propia personalidad, y cuál es la «reputación» que puedo querer construir; no hay soluciones universales.
La verdad es que mirar los contenidos bajo este enfoque me está resultando interesante. Lo cual no quiere decir que el equilibrio sea sencillo de conseguir…

El knowmad y el curriculum: herramientas antiguas para nuevas realidades

«¿Me mandas un curriculum para los de RRHH?». Me quedé pensando. ¿Un curriculum? ¿Cuánto hace que no hago mi curriculum? Debo tenerlo por ahí, por algún lado. Buf. ¿Y cómo consigo que refleje lo que soy?

Hacía ya varios años que había dejado de tener (y de buscar) «un puesto de trabajo». Mis actividades profesionales eran variadas, proyecto a proyecto. Cuando surgió la oportunidad de colaborar con una empresa, mi contacto me pidió ese curriculum porque los de RRHH querían participar en el proceso de «selección». Y en fin, hice lo que pude, pero con la misma sensación que tendría si me hubiesen pedido «enviar un fax»: usando una herramienta extrañamente obsoleta para mí.

La nueva realidad del mundo profesional

Bueno, digo «nueva» aunque realmente llevamos años adentrándonos en ella y algunos directamente viviéndola. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica, una cosa somos los «raros» y otra como funcionan las organizaciones en general. Y los teóricos del management nos hablan de organizaciones líquidas, o de organizaciones abiertas o de la «gig economy«, pero mantenemos la tendencia a situar esas realidades en el «futuro del trabajo» o a referirnos a «la próxima generación de empleos«.
En realidad, estamos en esa etapa de transición entre «lo viejo» y «lo nuevo». Tenemos la sensación (o la constatación) de que «lo viejo» ya no funciona, pero nos cuesta abrazar «lo nuevo». Y ante esa incertidumbre, por mucho que sepamos recitar el discurso racional, pocos son los que lo afrontan con todas las consecuencias, y nuestros comportamientos tienden a refugiarse en lo conocido. Somos lo que hacemos, y no lo que decimos que hacemos.

El knowmad, el perfil profesional del ¿futuro?

Hace ya tiempo que decidí adoptar la bandera del knowmad como gran definición de los nuevos perfiles profesionales.

Soy un conjunto de habilidades que se van desarrollando y consolidando en el tiempo. Soy unos valores y una forma de ser que determina cómo me comporto. Soy un conjunto de intereses variados y eclécticos, que además no son estables en el tiempo si no que evolucionan. Soy también la gente a la que conozco y con la que me relaciono. Todo eso, y más, es una mezcla en constante ebullición que cristaliza de múltiples y variadas formas que hacen difícil reducirlas a una o dos etiquetas tradicionales.

Todos somos, en gran medida, knowmads. No somos «una profesión», no somos «un puesto de trabajo». Y está bien que así sea, porque los puestos de trabajo nacen, evolucionan y desaparecen. Las propias «profesiones» tienen cada vez una fecha de caducidad más corta. En realidad cada vez hay más trabajos, pero menos puestos de trabajo. A veces ese trabajo se plasma de una manera, a veces de otra. A veces se consolida durante más tiempo, a veces durante menos. A veces hay tres en paralelo, y a veces ninguno. A veces cristaliza en una relación formal (¿laboral? ¿mercantil? ¿empresarial?) y a veces es puramente informal. Todo fluye, y más nos vale estar en disposición de fluir nosotros también aunque sea incómodo.

Las limitaciones del curriculum

El curriculum tradicional es una herramienta adaptada a una realidad que es cosa del pasado. Un mundo donde estudiabas una carrera o te iniciabas en un oficio, abrazabas una «profesión», encontrabas «trabajo de lo tuyo» y dentro de esa profesión ibas encadenando «relaciones laborales» con distintos empleadores, ocupando distintos «puestos de trabajo» con su título bien establecido y una lista de funciones y responsabilidades perfectamente definidas. Una herramienta lineal, de la que se esperaba coherencia (empezar por un sitio e ir «creciendo» dentro de ese mismo ámbito) y continuidad (Dios nos libre de tener «un hueco en el curriculum»). Una herramienta que cada vez es más incapaz de reflejar la nueva realidad profesional:

  • Porque no deja sitio a los proyectos paralelos. Porque se supone que en cada momento tienes una única dedicación profesional. ¿Cómo que estás inmerso en dos, tres o cinco proyectos paralelos, en el que cada uno aplicas una combinación distinta de tus habilidades? No, no, aquí hay que poner lo que usted «es». ¿Cómo que es todo eso y más?
  • Porque le cuesta reflejar las relaciones abiertas. Una posición, un empleador, una fecha de inicio y una de fin. ¿Cómo que ha tenido una relación de intensidad variable con esta organización? ¿Cómo que esa relación no ha sido con una organización, si no con personas concretas con las que ha ido colaborando en distintos momentos? ¿Cómo que esa relación ha ido fluctuando como el Guadiana, a veces sí, y a veces no? No me vuelva loco.
  • Porque se lleva mal con el perfil polímata. Usted es una cosa, o es otra. Como mucho le permito decir que durante un periodo fue una cosa, y después cambió para ser otra (y ya me puede explicar bien clarito la lógica de ese cambio, que obviamente implica abandonar lo anterior para siempre).
  • Porque divide la realidad en tiempo «productivo» e «improductivo». Uf. Si no estaba empleado por alguien… estaba en el paro, ¿no? La idea de que no tienes un empleador pero estás haciendo algo de valor, o invirtiendo para generar valor futuro, o haciendo proyectos sin rentabilidad directa… Dígame al menos que está apuntado a un master, que ese hueco en su trayectoria es impensable. Y si tenía un puesto de trabajo, todo bien: poco importa que se tirase años adocenado, lo importante es que tenía una nómina.
  • Porque es determinista respecto al pasado: si has tenido una trayectoria, mucho cuidado con meter un giro de guión. Si usted estudió esto, y durante quince años ha trabajado de esto, sólo puede ser esto.
  • Porque se lleva mal con la exploración. Al fin y al cabo, hablamos de «trayectoria profesional». Trayectoria, camino recto o cuanto menos claramente definido. ¿Explorar, innovar, probar, equivocarse?. No, no, usted tiene que presentar el camino que ha seguido sin titubeos, que eso de titubear está mal visto.
  • Porque da un papel secundario a las habilidades. No es que se ignoren, pero sí están subordinadas al vector «puesto de trabajo». Me puede contar sus habilidades, sí, pero explicándome cómo se manifestaron mientras desempeñaba un puesto de trabajo concreto.

«Freelance», un mal parche

En algún momento, ante la presión por «encajar en el curriculum», te surge la idea de etiquetarte como «freelance». O de crear tu propia empresa/marca, que parece que le dé empaque a tu situación y sirva como aquellos adaptadores que permitían usar mp3 en reproductores de cassette. Soy un knowmad, sí, pero me disfrazo de «freelance» o de «marca» y así por lo menos puedo poner algo.

Pero no es suficiente. Porque al freelance y a la marca se les supone una cierta cohesión interna. Usted es freelance, vale… ¿pero a qué se dedica? ¿Cuáles son sus servicios? No me puede decir que «a veces una cosa y a veces otra». «Freelance» se refiere más a la «relación contractual», pero la expectativa es similar a la del «puesto de trabajo». Vale, usted es freelance, establece relaciones mercantiles… pero concretas y sobre un tema específico, no me venga con líos. Lo mismo se puede decir respecto a las marcas, que llevan peor si cabe la falta de foco y concreción, aparte de lo absurda que acaba siendo esa tendencia a aparentar ser más de lo que uno es («Nuestra empresa»… «nuestros servicios»… «nuestros profesionales»… ¡si eres tú contigo mismo!). Al freelance, y a la marca, no tardan en saltárseles las costuras.

Entonces, ¿cuál es la solución?

Personalmente llevo tiempo dándole vueltas y explorando formas de comunicar mi realidad profesional que se adapten mejor a lo que soy y a lo que creo que es la forma de trabajar «del futuro» . Utilizar una nube de tags que dé visibilidad a la vez a muchos de tus vectores (profesionales y personales), hacer un listado no lineal ni exhaustivo ni con intención de coherencia para explicar cosas que he hecho, preguntar y dar visibilidad a lo que la gente dice de mí, publicar cientos de artículos a lo largo de los años, visibilizar mi red de contactos
Lo bueno es que, con estas fórmulas alternativas de «mostrarse al mundo», pueden conocernos con un nivel de profundidad, detalle y matices que ningún curriculum podrá jamás acotar. «Para quién he trabajado», «en qué años» y «en qué posición» es una información mucho menos relevante que todo lo que podemos poner a disposición (cómo soy, qué pienso, cuáles son mis habilidades, a quién conozco, con quién me relaciono, cómo trabajo…) a través de estas vías. Eso sí, exige tomarse alguna molestia más que mirar por encima un folio de papel.

A veces pienso que, desde un punto de vista de las empresas y más concretamente de la función de selección, se cae en el «síndrome de la farola«. Son como aquel borracho que buscaba las llaves bajo una farola porque allí había luz, aunque fuese consciente de que las llaves se le habían caído en otro sitio. El curriculum se sigue utilizando porque es cómodo, porque es conveniente; es la luz de la farola. Y parece que poco importa que las llaves estén en otro sitio.
Desde fuera, diría que esto es un problema para las organizaciones; pero ellas sabrán. En lo que a mí respecta, cada día estoy más cerca de abandonar por completo la idea de «hacer un curriculum». Confieso que todavía hay dentro de mí cierta sensación de incomodidad, una reminiscencia de las «viejas formas de hacer»; si una empresa me pide un curriculum, aunque yo piense que  no sirve de nada y que no refleja bien lo que soy, se lo tendré que dar. Porque la empresa manda, y es una oportunidad que no puedes dejar pasar… ¿verdad? Pero francamente, cada día veo con mayor claridad que, a lo mejor, el mero hecho de que una empresa que quiera comenzar la relación por un curriculum es una señal de advertencia.

Mostrarnos como somos

Estuve el otro día en una charla de un headhunter. El foco estaba centrado en ver «cómo estaba el patio», qué habilidades profesionales son las que se valoran en el mercado… todo esto desde el punto de vista de alguien que se pasa el día intermediando entre «demandantes» y «ofertantes» de empleo.
El caso es que, en un momento dado de la charla, mencionaba la importancia de tener cierta «visibilidad externa», y cómo a él le gustaba ver candidatos que por ejemplo «tuviesen un blog». Y claro, me sentí interpelado y tuve que intervenir :). «¿Hasta qué punto se valora, en esa visibilidad externa, el tener un blog con opiniones contundentes?».
Llevo casi 12 años con el blog. He escrito mucho, y creo que en ocasiones me he significado bastante con mis ideas. Dentro de una cierta discreción, claro, pero siempre he tenido la duda de cómo se percibiría esto desde fuera… ¿no debería haberme ceñido más al «postureo»? ¿No estaría generándome problemas por escribir algunas de las cosas que escribo? ¿No debería escribir pensando más en «la imagen que transmito», procurar ser más «el profesional perfecto», pulcro y aseado, el yerno que gusta a las madres, el candidato perfecto?
La respuesta del headhunter se movió en los terrenos de lo políticamente correcto, claro. «Siempre está bien ver las ideas de las personas, ver la coherencia y el razonamiento… pero claro, tampoco se puede ser un subversivo». O sea, que sí, que te signifiques pero no mucho. Que no hagamos postureo, pero tampoco nos pasemos de sinceridad.
Siempre he creído que es un poco absurdo intentar maquillar la realidad cuando se trata de encontrar un encaje, lo mismo me da personal que profesional. Hacerte pasar por lo que no eres, esconder bajo la alfombra partes de ti, fabricar un escaparate a base de escamotear información… no sé, es pan para hoy y hambre para mañana. Creo que es mejor exponerse tal y como uno es, «what you see is what you get». Habrá muchos a quienes no les gustes, claro, e igual te da la sensación de que «estás perdiendo oportunidades». Pero si somos sinceros, esas oportunidades no son tales. Porque tarde o temprano acabará aflorando la realidad, y entonces…

Son aquellas pequeñas cosas

«Experto en procesos de transformación y coach ejecutivo». Estoy seguro de que si metes esta cadena de búsqueda en LinkedIn te salen tres millones de personas que se autoetiquetan de forma muy parecida. «A global professional services firm supporting world leading businesses with strategy execution and leadership development», apuesto a que hay miles de empresas de consultoría que se anuncian con esta frase, o con una combinación parecida de las mismas palabrejas. Blah, blah, blah.
Pero claro, es que cuando haces el esfuerzo por «ponerte una etiqueta» resulta dificilísimo no caer en el cliché. A veces tratas de introducir un matiz, y te parece que has conseguido «ser diferente»; pero en realidad, visto desde fuera, eres básicamente indistinguible de todos los demás. Es como cuando ves esas «referencias de clientes anteriores» y todo el mundo ha trabajado para Telefonica, BBVA, Repsol…
Hace muchos años que vengo pensando que es muy difícil diferenciarse en los rasgos generales. Que el potencial de diferenciación está en las pequeñas cosas, los pequeños matices que solo se aprecian en el día a día. Detalles personales. Opiniones. Gustos. Reacciones. Puede que incluso banalidades y chorradas del día a día que, inadvertidamente, dicen mucho más de nosotros de lo que creemos. Además de mostrar lo que haces y cómo lo haces, también poner el foco en quién eres y cómo eres.
Claro, para eso hace falta mucho roce. No son cosas que quepan en una tarjeta de visita, ni en una web corporativa, ni en un perfil de LinkedIn. Es necesario el contacto sostenido en el tiempo. Por eso siempre he disfrutado tanto de los blogs primero, y de las redes sociales después, y de cualquier otro vehículo que permita tener ese «roce» de una manera natural y no intrusiva. Por eso siempre en mi presencia online he intentado ser «muy yo». Incluso a riesgo de parecer «menos serio» o «menos focalizado». Me aburre la gente que se ciñe a su personaje profesional, siempre tan correctos y tan dentro de su «área de conocimiento», siempre construyendo y cuidando esa imagen prefabricada, esa fachada de cartón piedra para las visitas. No soy así. No quiero ser así. Y no creo que sea positivo ser así. Porque a base de cuidar tanto al personaje te transformas en uno más, indistinguible de todos los demás que hacen lo mismo.