Inside Jokes: resumen y aprendizajes

Atraído por la comedia

Desde hace tiempo me siento atraído por el mundo de la comedia y, para ser más específico, con el stand-up (o «los monólogo» que diría Broncano). Aparte de que me resulta en general divertido de ver (¡hay gente muy ingeniosa!) me llama mucho la atención el proceso que siguen los cómicos. Porque parece que simplemente son «gente divertida» que agarra un micrófono y se pone a hablar y a hacer chistes… pero hay mucho más que eso.

Escribir humor es a la vez un arte y un oficio, y además implica todo un viaje desde una idea a la que se le va dando forma, que evoluciona, que se prueba y se cambia (a veces con detalles imperceptibles, pero que marcan la diferencia entre el silencio incómodo y la carcajada).

Y además es un ejemplo de autogestión. Porque eso de salir a un escenario sin más cobertura que un micrófono… uf, hay que tener mucha valentía, y mucha fuerza para vencer la inseguridad, y mucha resiliencia para aguantar cuando las cosas no salen tan bien como te gustarían (que suele ser con frecuencia).

Inside Jokes, una miniserie documental

Por eso, cuando descubrí una miniserie llamada «Inside Jokes» sobre «lo que hay detrás de los cómicos», me lancé a por ella. La serie sigue a un grupo de cómicos en su proceso de selección para la sección «New Faces» de un famoso festival de comedia en Canadá. Es una gran oportunidad, porque supone una puesta de largo ante gran parte de la industria (la que luego les contrata para grandes especiales en las cadenas de streaming, las que les ponen en contacto con estudios para películas y series…). O sea, «la gran oportunidad». Pero, como dice la biblia, «muchos son los llamados pero pocos los elegidos».

La serie recorre las semanas previas a la selección, y finalmente (para los escogidos) el momento de la verdad.

Ideas y aprendizajes de Inside Jokes

Y aquí van algunas ideas que me han resonado después de verla al completo:

  • La pasión de esta gente por hacer comedia. Para la inmensa mayoría es un «hobby» (es decir, se ganan la vida con otra cosa) al que le dedican horas y horas, mucho esfuerzo y sacrificio… pero hay algo dentro de ellos que les lleva a seguir y seguir.
  • Vinculado con lo anterior, la persistencia. Alguno de los aspirantes es la octava o novena vez que se presenta al proceso de selección, después de haber sido rechazados en años anteriores. Eso no les quita el empeño, y siguen intentándolo.
  • La obsesión por conseguir «stage time». Es decir, cuantas más actuaciones mejor. Y no por «hacer dinero» (la mayor parte del tiempo no cobran), sino por poder pulir y repulir su material. Practicar, practicar y practicar, una y otra vez, exponerse al público y sus reacciones…
  • La repetición. Una cosa que me fascina es que, en sus actuaciones, repiten una y otra vez su material. Y sin embargo consiguen hacerlo fresco, como si lo estuvieran casi improvisando en el momento. Es una habilidad que me parece impresionante (¡y que no les aburra me parece todavía más impresionante!).
  • La forma de trabajar el material, desde la idea inicial a la final, con múltiples evoluciones, pequeños retoques, descartes… son como orfebres trabajando con mimo y detalle una pieza de alta joyería. Y, sin embargo, desde fuera parece que «esto podría hacerlo mi primo».
  • La gestión de los nervios, la inseguridad, la angustia... esos momentos previos a la salida al escenario, las caras de concentración, las distintas estrategias que cada uno utiliza para llevarlo lo mejor posible… y la sensación de que, por muchas horas de vuelo que tengan, eso sigue ahí.
  • Lo que en el argot llaman «booming«, es decir, los días en los que el material no fluye, el público no entra a las bromas, y los cómicos quedan encima del escenario teniendo que remar contracorriente. Es algo tan impredecible, y a la vez inevitable de vez en cuando (hasta el mejor escriba tiene un borrón). El ver cómo gestionan esos días también es una lección interesante.
  • El glamour vs. el backstage. Un cómico de éxito puede parecer que tiene una vida estupenda, siempre en el escenario, aplaudido por cientos de personas… pero detrás hay alguien que se pasa el día viajando de acá para allá, muchas veces en soledad. Y eso por no hablar de la cantidad de sitios inmundos donde habrá tenido que actuar en su camino.
  • La competitividad de ese mundillo (o de cualquier otro, en realidad). Todos podemos tener la imagen de algunos cómicos de renombre. ¿Pero cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos de los que llegaron al festival no han tenido continuidad? ¿Cuántos no llegaron ni a presentarse?
  • Y, en paralelo con la competitividad, la camaradería. Es verdad que unos triunfan y otros no, pero a la vez se pueden dar soporte unos a otros. Gestionar esa dualidad tiene su mérito.
  • Hay un tema interesante que tiene que ver con «encontrar tu propia voz». Es decir, utilizar la comedia no como un «artesano» (que lo mismo hace chistes de una cosa que de otra) sino como un «artista», alguien que utiliza ese vehículo para explorarse a sí mismo y para compartir su realidad, su forma de ver el mundo… con otros.
  • La importancia de «ser memorable». Cuando hay cómicos por centenares hay que buscar la forma de diferenciarse. Puede ser el tono de tus chistes, la forma de hablar, tu aspecto físico… pero claramente de todos los que vi hay algunos que recuerdo más, y otros que se quedan en el olvido.

En definitiva, un documental entretenido y que da para pensar en unas cuantas cosas.

Alubias de lata

Supongo que sabes quién es Chicote.

Es ese cocinero español que tiene un programa en la tele. 

Él va a un restaurante, y empieza a ver como funciona. Y empieza a «alucinar pepinillos», y a sacar suciedad de los rincones más insospechados, a tener arcadas cuando huele algunos tuppers, y a resoplar como una locomotora. Luego les da una charlita motivadora, unas ideas para mejorar, les reforma un poco el restaurante y hala, al siguiente.

Aunque todos los episodios sean muy parecidos, me gusta Chicote.

El caso es que, en uno de los episodios, iba a un restaurante de Asturias. Y en ese restaurante presumían de fabada. 

Así que llega un cliente, pide una fabada. Y en la cocina se van a una balda de la despensa, abren una lata de fabada envasada, la echan en un cazo… y hala, fabada para el caballero.

La cara de Chicote era un poema. «¿Ésta es vuestra famosa fabada?».

Lo que te decía, se pasa el día «alucinando pepinillos», el pobre.

Pero claro, es que «hacer una fabada de verdad lleva tiempo». Eso es lo que decía la dueña, como excusa. Así que nada, lata y a correr.

¿El problema? Que obviamente no es lo mismo una fabada de lata que una fabada bien hecha. Y eso que las fabadas de lata cada vez están más decentes. Pero no es lo mismo. 

Y si vives en un piso de estudiantes, o eres un soltero torpe y vago, pues mira: mejor lata que nada. Pero si eres un restaurante, lo de la lata no cuela. A ver, a algún turista despistado igual sí se la das. Pero es raro que un cliente se vaya contento con una fabada de lata calentada en un cazo. Es raro que pague a gusto.

Es raro que tenga ganas de volver. 

Y entonces te toca llamar a Chicote, «¿qué es lo que he hecho mal?».

Pues básicamente no dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para hacer una fabada en condiciones. Y francamente, tampoco te hacía falta Chicote para darte cuenta.

Pensaba en esto estos días. Y es que tenemos que facilitar una sesión de trabajo con un equipo directivo. Una sesión de dos horas, no te vayas a creer. Pues si te digo la cantidad de tiempo que le estamos dedicando a prepararla… que a veces piensas: «para dos horas, la que estamos liando».

Pero esto es como la fabada. Si le dedicas tiempo, sale rica. El cliente queda contento. Y paga a gusto lo que le cobras, aunque sea un dinero. Y tiene ganas de volver. 

Y yo quiero que los clientes vuelvan. 

Y no quiero ver a Chicote nada más que en la tele.

PD.- Te dejo con una pregunta… ¿cuántas veces dedicas el tiempo necesario para una buena fabada, y cuántas veces sirves fabada de lata?

Entrevista a Antonio de Ancos

Conocí a Antonio de Ancos en una charla que di en Madrid sobre aprendizaje. En el turno de preguntas, me «atizó» con la pregunta que, a día de hoy, no se me ha olvidado.

«¿Y tú todo esto cómo lo haces?»

Luego hemos ido interactuando más, leyéndonos mutuamente, hemos comido y tomado algún café. Y hace un par de semanas pensé, «¿y por qué no le invito al podcast?».

Antonio se autodenomina «consultor en sentido común», aunque se disfraza de consultor SAP. Lleva 20 años por esos mundos de dios, conociendo todo tipo de organizaciones y proyectos, y acumulando historias. Tiene una visión muy clara de lo que es el mundo del trabajo, la consultoría, lo de ser freelance (o no), lo que tiene sentido y lo que no.

En nuestra conversación pasamos por muchos sitios relacionados con carrera profesional, con aprendizaje, con marca personal y redes sociales, con networking… y tantos otros.

¡Gracias, Antonio!

Página en blanco

Nos quejamos muchas veces de todas las cosas que «tenemos que hacer», de los compromisos adquiridos, de lo que nos mandan nuestros jefes, de las obligaciones del día a día que no te dejan tiempo para ti. ¡Quieres ser libre! ¡Quieres ser tú quien lleve las riendas!

Y un día te dan un cuaderno en blanco, y un lápiz. Y te dicen «venga, ¿no querías ser libre? ¿no querías ser tú quien llevara las riendas? ¿no querías escribir tu propia historia? Pues empieza».

Ten cuidado con lo que deseas, porque igual un día se hace realidad.

Mis anclas de carrera

¿Qué son las anclas de carrera?

El modelo de anclas de carrera fue esbozado por Edgar Schein hace más de 40 años. Y lo que viene a decir es que cada uno tenemos una serie de inclinaciones naturales a la hora de tomar decisiones en nuestra carrera profesional.
Image result for edgar schein career anchors book
Schein define un «ancla de carrera» como «una combinación de áreas percibidas de competencia, motivaciones y valores relacionada con la toma de decisiones en la carrera profesional». Y lo que hace es identificar 8 anclas genéricas, con las que cada uno nos identificamos en mayor o menor grado.
Image result for edgar schein career anchors
¿Sabes aquello de «la cabra tira al monte»? Pues las anclas de carrera son «el monte» al que cada uno de nosotros tiramos.

Decisiones profesionales

Seguro que, a estas alturas de la vida, ya has tenido que tomar alguna decisión relevante en tu carrera profesional. De hecho, desde que te planteaste «qué voy a estudiar» ya empezaste a tomar decisiones. Luego vienen más: qué tipo de trabajo me apetece, dónde voy a echar el curriculum, cómo me gustaría progresar en mi empresa, trabajo por cuenta ajena o por cuenta propia, cómo respondo a esta oferta que me han hecho, cuál quiero que sea mi próximo trabajo, qué estoy dispuesto a sacrificar por mi trabajo…
Image result for decisions
Algunas de estas decisiones son buscadas, somos nosotros mismos quienes las impulsamos. Otras son sobrevenidas: se nos plantean sin esperarlas. Y en todo caso tenemos que elegir (incluso si la decisión es «no hacer nada al respecto»).
A la hora de decidir, podemos hacer un análisis más o menos racional. Buscamos datos, pensamos en ventajas o inconvenientes… Pero, al menos en mi experiencia, siempre hay una «vocecita interior» que de alguna manera te marca el camino. Te hace sentir que una opción puede ser para ti, y que otra ni de coña. ¿No te ha pasado a ti también?

Nadar a favor de la corriente

Esta «brújula interior», este compás, es lo que Schein define como «anclas de carrera». Y, aunque todos lo sintamos de alguna manera inconsciente, es interesante explorarlo de forma consciente. ¿Cuáles son mis anclas de carrera? Si lo sé, podré incorporar ese factor a mi toma de decisiones.
Image result for inner compass
¿Y por qué es importante? Porque, cuando estamos en una situación profesional que no está alineada con nuestras anclas… estamos incómodos. Es como nadar contra la corriente. Sí, se puede hacer, pero estás a disgusto y acabas agotado. Y es fácil engañarse a uno mismo, dejarse deslumbrar por determinadas promesas y tomar decisiones que, en el fondo, sabemos que no van con nosotros. A la larga lo acabamos pagando.
Por contra, cuando estamos en una situación profesional en línea con nuestras anclas… las cosas fluyen de otra manera. No quiere decir que todo vaya a ser fácil; pero al menos estaremos yendo a favor de nuestras inquietudes.

Conoce tus anclas

Para evaluar cuáles son tus anclas de carrera, existen cuestionarios (aquí en versión oficial, y aquí en versión «amateur»). Se trata de responder a una serie de preguntas, indicando si estás más o menos de acuerdo con las afirmaciones que te van planteando. «Para mí el éxito consiste en desarrollar mis capacidades técnicas o funcionales hasta convertirme en un experto» o «Me encuentro satisfecho con mi vida sólo cuando consigo alcanzar un equilibrio entre las exigencias de mi vida personal, familiar y profesional», por ejemplo.

No hay respuestas correctas o incorrectas. Se trata de responder «desde las tripas». Cuando yo he hecho el cuestionario, ha habido preguntas que «me han dejado frío», mientras que otras han resonado mucho (a favor o en contra). Y ésa es la cuestión: a través de esas respuestas sale a la luz lo que te mueve, lo que te motiva.
El resultado es un perfil de anclas de carrera, en el que se muestra por cuáles tienes más afinidad y por cuáles menos. Normalmente todos tenemos un poco de todo, pero también hay alguna que destaca. Y suele ser bastante revelador.

Éstas son mis anclas de carrera

Cuando hice la autoevaluación de anclas de carrera, las que me salieron más destacadas (y además con diferencia) fueron dos: autonomía/independencia y estilo de vida integrado.

  • La primera quiere decir que «tengo una necesidad primaria de trabajar bajo mis propias normas, que me cuesta ceñirme a las órdenes de otros y que prefiero trabajar solo». Salió porque he respondido de manera muy visceral a preguntas como: «Preferiría dejar mi empresa antes que aceptar un puesto que limite mi autonomía y libertad», «La oportunidad de realizar un trabajo según mis propios criterios, sin normas y limitaciones es más importante para mí que la seguridad» o «Alcanzo el éxito en mi carrera sólo si logro autonomía y libertad plena».
  • La segunda, que «veo la vida como un todo, y que más que equilibrar la vida personal y la profesional prefiero integrarlas. Y que puedo llegar a tomarme tiempo alejado del trabajo para dedicarlo a otras cosas». En este caso la visceralidad apareció ante frases como: «He buscado siempre oportunidades profesionales que no interfieran demasiado con mis preocupaciones personales y familiares» o «Preferiría dejar mi empresa antes que ocupar un puesto que comprometa mi atención a mi familia y vida personal».

Vamos, mi vivo retrato :D. Me resultó curioso ver «negro sobre blanco» algunas sensaciones internas que ya tenía de siempre. Y que, si miras las decisiones que he ido tomando a lo largo de los años, resultan bastante consistentes. Cualquiera que conozca mi trayectoria podrá leerla con facilidad en clave de esas dos anclas.
Nunca me han movido realmente otras motivaciones (como «ser un experto» o «ser directivo» o «la estabilidad/seguridad» o «el emprendimiento»…). A veces he podido creer que sí, y he tomado decisiones que me han llevado por caminos… donde más pronto que tarde he salido rebotado. Soy capaz de recordar situaciones, incluso conversaciones concretas, que estaban tan en contra de mis anclas que… buf, todavía me dan escalofríos.
Lo curioso, también, es darse cuenta de que estas anclas son las mías. Pero que otras personas tienen las suyas propias. Y que cada uno, enfrentado a la misma situación, elegirá de manera diferente. Lo importante no es elegir «lo correcto», sino elegir «lo correcto para mí».

Monetízate – Entrevista Andrés Pérez Ortega

¿Cuántas veces te toca pensar, a lo largo de tu carrera, «cómo me voy a ganar la vida»? Encontrar aquello en lo que puedes ofrecer a otros un valor que estén dispuestos a pagar es una de las claves de la vida profesional, y más en el caso del «knowmad«. De cómo hacerlo hablo con Andrés Pérez Ortega, amiguete, referente de «marca personal» y que además acaba de publicar un libro que se llama así: Monetízate.

Siempre me ha gustado el concepto de «ganarse la vida». Parto de la base de que «nadie nos debe nada«, y de que «tenemos que aportar valor» a otros para obtener algo a cambio. Y a partir de ahí tenemos que buscar nuestro sitio, uno en el que se alineen nuestras habilidades con «lo que otros están dispuestos a pagar».
No es un reto fácil. Durante mucho tiempo, la idea del «trabajo fijo» enmascaraba esa realidad. Especialmente en empresas grandes, se pierde la noción del valor (que si alguien te paga un sueldo y asume los costes derivados de tenerte contratado es porque aspira a ganar más dinero con tu trabajo de lo que cuestas…). Pero en el caso de empresas pequeñas, o de profesionales independientes, esa realidad es ineludible, te pongas como te pongas.
Pues sobre todo esto, sobre cómo afrontar esa realidad, y sobre cómo buscar maneras de «monetizar» nuestras habilidades y capturar el valor que aportamos a otros va esta entrevista. Y alguna cosa más…

PD.- Esta entrevista está recogida en mi podcast podcast Diarios de un knowmad. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

Tengo una oportunidad profesional: ¿qué hago?

Hoy publiqué un podcast un poco diferente a lo habitual. En vez de ser una reflexión genérica, más o menos inspirada en cosas del día a día, se trata de una «reflexión concreta». Resulta que ha aparecido en el horizonte una oportunidad profesional que, en los últimos días, me está haciendo rumiar de lo lindo. Baste decir que es la primera vez, en los últimos… ¿12 años?… que me estoy planteando en serio volver al redil corporativo
Image result for decisions
Me pedía el cuerpo hacer la reflexión en voz alta, y eso he hecho.

¿Qué factores intervienen en la rumiación?

  • Lo económico (son unas condicionas majas, aunque luego te pones a quitar costes asociados y se limita un poco…)
  • El potencial de aportación de valor (al menos a priori la actividad encajaría en gran medida con cosas en las que yo puedo ser útil)
  • El impacto en el estilo de vida (básicamente volvería a gravitar de forma mucho más intensa en Madrid, base de operaciones incluida, con la familia en Aranda… con todo lo que eso supone)
  • Mi ambivalencia respecto al entorno corporativo (con una parte positiva, relacionada con lo social, con tener una organización que tira de ti… y otra negativa relacionada con la pérdida de grados de libertad, acrecentada por tantos años asilvestrado por mi cuenta)
  • El miedo (¿y si voy por ello, y sale mal? ¿y si no voy por ello y sale mal?)
  • El reconocimiento (está guay que haya quien te reconoce un valor)
  • Las posibles alternativas («si no hago esto… ¿qué? ¿lo que estoy haciendo me satisface? ¿es sostenible? ¿qué tengo que hacer para que lo sea? ¿tengo lo que hay que tener?»)
  • Cómo afecta a otras personas
  • Cómo afecta a la identidad que he ido construyendo todo este tiempo (¿es una renuncia? ¿una contradicción?), o a mis «proyectos alternativos» (o a la posibilidad de tenerlos)
  • Cuánto de lo que hago es inercia y cuánto decisión consciente
  • Si es (o no) una decisión hell yeah, si «hell yeah» es un criterio realista o una fantasía escapista

Decía en un tuit que «Hay decisiones evidentes para las que no hace falta usar ninguna herramienta de «toma de decisiones». Y hay otras complejas que ninguna herramienta te va a solucionar…» Y ésta es una de ellas.
Y aunque esto de rumiar puede ser (y lo es) agotador… también es una oportunidad de repensar cosas, una «piedra de toque» que debe servir para romper la inercia y tomar decisiones conscientes.
¡En esas estoy!

Cómo gestionar juniors

Image result for becarios
En muchos sitios surge la oportunidad de contratar a gente joven, con poca o ninguna experiencia, a coste relativamente bajo (o, directamente, muy bajo). «¡Qué bien, mano de obra barata que nos sacará trabajo por poco dinero!». ERROR. Los juniors son un perfil interesante para las empresas, pero no por su bajo coste sino por su potencial de desarrollo. Y aunque el salario que cobren sea pequeño, el coste de gestionarlos es mucho.

Mi experiencia como junior

Yo desarrollé el inicio de mi carrera profesional en Arthur Andersen. Allí desembarcábamos cada año decenas de jóvenes recién licenciados creyéndonos muy listos, solo para descubrir enseguida que no teníamos ni idea de nada. Nos encargaban trabajos poco elaborados, con mucha supervisión, y poco a poco adquiríamos experiencia como para hacer cosas más complejas.
Enseguida pasaba un año, y llegaba una nueva camada de recién licenciados a los que ya podías empezar a enseñar alguna cosa… y a aprender lo que supone enseñar y supervisar a otros.
El caso es que tuve esa experiencia en un buen sitio, acostumbrado a gestionar este tipo de perfiles. Y aun así… no es fácil.

¿Qué es un junior?

Un junior es alguien con poca o ninguna experiencia que, básicamente, no tiene ni idea de nada. Sí, es probable que traiga una formación determinada, pero no sabe nada del mundo real, de cómo se trabaja, de conocimientos prácticos… A veces les faltan nociones elementales de comportamiento y estándares profesionales.
Lo que pueden hacer de forma autónoma es muy poco. No puedes pensar que les vas a decir «hazme esto» y te lo van a saber hacer bien a la primera, ni a la segunda. Aunque a ti te parezca lo más sencillo y evidente del mundo, para él no lo es. En muchas ocasiones no sabrá ni de lo que le estás hablando.
Image result for first day of work
¿Es culpa suya? ¡Por supuesto que no! Todos hemos estado ahí, entrando en un mundo nuevo, desconocido para nosotros, con códigos que apenas empezamos a captar… y necesitamos que nos enseñen. Ni más, ni menos.
Hay gente que acepta esta realidad con humildad, y con disposición de aprender. A otros les cuesta más asumirlo.

¿Cómo gestionar a un junior?

Éstas son, a partir de lo que yo he ido viviendo, algunas cosas que debes tener en cuenta a la hora de gestionar personal con poca experiencia.

  • Tendrás que dividir tus procesos de trabajo en tareas sencillas, y empezar por asignarles las más sencillas a ellos. Eso puede suponerte un lío (porque tú no tienes problema en abordar el proceso como un todo), pero es que ellos no pueden asumir tareas complejas de inicio.
  • Aunque te parezcan cosas muy sencillas y muy evidentes, tendrás que dedicar tiempo a explicar las cosas. Posiblemente no una vez, ni dos. Y estar abierto a sus preguntas, a sus dudas…
  • Igualmente, aunque te parezca que «es imposible que puedan hacerlo mal» o «es imposible que no me hayan entendido», tendrás que dedicar tiempo a supervisar su trabajo. Identificar qué no han hecho bien, dar feedback productivo (nada de «lo has hecho mal, torpe»), indagar en los motivos y ponerles solución.
  • Es necesario ser paciente y empático. Te va a tocar explicar las cosas varias veces, insistir y reforzar. Todos sabemos que «me cuesta más explicarlo que hacerlo yo mismo», eso se da por descontado. Recuerda que estás haciendo una inversión, y que ahora toca «poner» para luego poder «ganar».
  • Tienes que aceptar el error. El error es un subproducto del aprendizaje, y estas personas están aprendiendo. Si te pone nervioso el error, si no puedes permitírtelo… tendrás que poner una estructura de supervisión y control aún mayor. Porque errores va a haber.
  • A medida que van adquiriendo solvencia en su trabajo, tendrás que irles abriendo los ojos a nuevas responsabilidades. El proceso es el mismo… empezar poquito a poco, con mucho acompañamiento y supervisión… y soltar progresivamente la cuerda.

En resumen: un junior es una inversión

Si te fijas, todas estas ideas se van a resumir en una sola: vas a tener que dedicar tiempo. En general, mucho más tiempo del que tardarías a hacer las cosas tú mismo. Los juniors no son un «recurso barato» que te «libera». Exigen tiempo, foco, disponibilidad, paciencia, método… si sumas todo eso, lo del «recurso barato» desaparece.
Image result for help grow
Trabajar con juniors es una inversión que sólo vale la pena si lo haces con vocación de futuro, para desarrollar a esas personas y lograr que vayan adquiriendo conocimientos, experiencia, autonomía… Y entonces sí estarás en condiciones de «liberarte», de tener recursos bien modelados capaces de asumir un montón de trabajo.

Empezar en una Big Four: 20 años después

Un novato en las Big Four

Corría el verano de 1999. Terminada la carrera (en realidad no, porque me quedó una asignatura para septiembre :_D) fui uno del puñado de compañeros de promoción que se incorporó a las oficinas de Arthur Andersen en Bilbao para hacer el famoso «curso de contabilidad» con el que se recibía a todos los novatos. Por aquel entonces Arthur Andersen todavía existía, y era uno de los miembros de las «Big Five» junto a Ernst&Young, PriceWaterhouseCoopers, KMPG y Deloitte&Touche. Una de esas firmas multinacionales de servicios profesionales (auditoría, legal y consultoría) con cientos de miles de empleados alrededor de todo el mundo, y con unas culturas corporativas muy reconocibles (aunque no siempre apreciadas) en el mundo de los negocios.
Hace unos días, un tuit de Victoriano Izquierdo me hizo recordar toda aquella época. Decía…

Alguien debería hacer un Pantomima sobre la tribu de veinteañeros que las consultoras Price, EY, KPMG… mandan por Europa y pasan su vida malplanchando camisas, sacando tarjetas de embarque, rellenando Excels y Powerpoints, intentando ligar en Tinder y llevando el mismo pelado

Y es que sí, si te das una vuelta por las zonas de negocio de las grandes ciudades es fácil identificar a este colectivo de jóvenes (ellos y ellas), cortados por un patrón bastante homogéneo. En fin, qué puedo decir, supongo que yo también fui uno de ellos…

Lo que quedó 20 años después

El caso es que, a raíz del tuit, me puse a pensar en esa época, y a reflexionar sobre qué me aportó iniciar mi carrera profesional en ese entorno. ¿Qué es lo que valoro, casi 20 años después?

  • La camaradería. El hecho de incorporar a decenas de personas cada año hace que se forme un sentimiento «de generación» muy interesante. Entramos todos a la vez, compartimos ilusiones e inquietudes, buenos y malos momentos… y esa sensación de sentirse parte de un grupo es muy gratificante (y de hecho generó relaciones que resisten el paso del tiempo).
  • La diversidad de estímulos. Trabajas con muchas personas, distintos compañeros, distintos jefes… muchas oportunidades de aprender de gente diferente. No siempre son modelos positivos, también hay modelos negativos. En todo caso, queda esa sensación de estar en un caldo de cultivo muy enriquecedor.
  • La diversidad de clientes. Dependía un poco del tipo de proyectos a los que cayeses asignado (hubo gente que se fue a implantar SAP a un cliente y no salió de allí en años), pero normalmente tenías oportunidad de participar en varios a lo largo del tiempo. Conocer distintos clientes, distintos sectores, distintas culturas… te abría la mente a un abanico amplio de realidades.
  • El aprendizaje como norma. La maquinaria estaba preparada para que fueses exponiéndote a estímulos poco a poco pero de manera inexorable. Con supervisión, pero también con exigencia. El caso es que esa dinámica hacía que, más allá de los «cursos de formación», casi sin darte cuenta fueses desarrollando habilidades variadas.
  • El desarrollo de personas. Igual que en «tu año» formabas parte de «los novatos», al año siguiente se incorporaba una nueva generación para la que tú ya empezabas, en tu bisoñez, a ser una referencia. No es que fueses «su jefe», pero ya tenías la oportunidad de ir influyendo en personas con menos experiencia… y de esa manera, casi sin darte cuenta, ibas poniendo en práctica tus propias habilidades para desarrollar a otros.
  • La sistematización. Políticas, procesos, herramientas. No, no hay nada perfecto, pero estas organizaciones tienen implantadas «de fábrica» unas formas de actuar y de trabajar que, sin darte cuenta, te amueblan la cabeza y te dan un marco de referencia sobre el que trabajar. Una cultura fuerte, en definitiva, de la que quizás sólo te das cuenta cuando «sales al mundo» y ves la cantidad de organizaciones que carecen de esa «estructura» que tú dabas por hecha.

Nunca fui un «convencido» de todo aquello. Ya en aquellos tiempos era bastante escéptico/crítico respecto a muchas cosas que pasaban allí, y con el paso de los años he ido distanciándome aún más de aquel modelo. Y sin embargo, se me ocurren pocas formas mejores de haber iniciado mi carrera profesional. Fue una época enriquecedora, que forma parte de lo que soy, y así la recuerdo y la vivo :).

PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

Marcharse a lo Zidane


La dimisión de Zidane como entrenador del Real Madrid, inesperada tras haber conquistado su tercera Champions consecutiva, me hizo recordar todas las veces que, a lo largo de mi carrera profesional, yo hice algo parecido.

Todo empezó en 1998, cuando rechacé prolongar durante el verano mis prácticas en una consultora. Luego vino el levantar la mano después de un proyecto QCHYA en 2003. Luego cuando dejé el camino de la consultoría corporativa al mirar hacia arriba y no gustarme lo que veía. También cuando dejé de escribir blogs comerciales, o cuando vi que no tenía sentido ser «responsable de servicios a empresas». O cuando planteé que no veía prolongar una relación con un cliente si no buscábamos otro enfoque.
Creo que cuando algo no fluye, se nota. Y sí, puedes dar pasos para intentar que fluya… pero muchas veces está claro que no hay forma de darle la vuelta a la situación. Y entonces creo que es mejor tomar decisiones, cuanto antes mejor. Incluso cuando supone «irse a tu casa», y afrontar la incertidumbre del qué vendrá después.
A lo largo del tiempo he visto mucha gente atrapada en la inercia. Situaciones de mucho desgaste diario, de estar hartos, de no ver la luz al final del túnel… y no hacer nada al respecto. La única perspectiva es aguantar un día más, hasta llegar a casa a descansar. Una semana más, hasta llegar el fin de semana. Un mes más, hasta que llegue la nómina. Un año más, hasta que lleguen las vacaciones. Y vuelta a empezar.
Se le da mucho valor a la incertidumbre, y muy poco al desgaste personal, profesional, relacional… que se genera en esos «minutos de la basura» (que a veces son «meses de la basura» o «años de la basura»). Paralizados ante la perspectiva de lo que vendrá después, la gente se abona al «más vale malo conocido…» y subsiste en un entorno cada vez más tóxico sin hacer nada para remediarlo. Esperando que otros tomen la decisión («a ver si me echan»), o que aparezca de forma mágica una alternativa.
No, a veces «irse como Zidane» no es factible. Hay facturas que pagar, y no se puede ir uno a su casa. Pero entre eso y la inacción completa hay mucho margen de maniobra.
PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…