Hace unos días, hablaba mi mujer con mi suegra. Le preguntaba por mi trabajo, «¿sigue con el tema de los restaurantes?». «No», le contaba mi mujer, «ahora está en un proyecto haciendo cosas con hospitales». «Pero… ¿es que también sabe de hospitales?»
Esquiadores dando clase a tenistas
Narra John Whitmore, en su libro «Coaching for performance«, una anécdota. En uno de sus seminarios de coaching para tenistas, había tanta gente apuntada que se quedaron sin coachs especializados en tenis. Así que tuvieron que llamar a coachs especializados en ski, les pusieron las camisetas como al resto, y les lanzaron a trabajar.
«De forma no demasiado soprendente, el trabajo de coaching que desarrollaron estas personas fue básicamente indistinguible de que hicieron los expertos en tenis. Y de hecho, en un par de casos fue sensiblemente mejor.»
Joder, qué contradicción… ¿cómo va a ser mejor coach de tenis un experto en ski que un experto en tenis?
Tu experiencia no es lo importante
Sucede con el coaching para profesionales, como sucede también con algunos tipos de consultoría (desde luego con los que yo siento más afinidad) que tu misión principal no es «transferir conocimientos», sino facilitar un proceso que permite al coachee o al cliente ver las cosas de una manera diferente, y desde ahí poner en marcha acciones diferentes que les lleven a conseguir resultados diferentes.
Desde ese punto de vista, lo importante es el proceso. Tú no eres el protagonista, sólo una herramienta al servicio del protagonista que es el otro. Cuanto más te ciñas a ese rol de facilitador, cuanto más espacio des al otro para que se dé cuenta de las cosas por sí mismo y asuma responsabilidad de hacer, más probable es que se generen comportamientos diferentes desde el convencimiento.
Y es así, cuando el otro hace suyos los cambios, cuando se produce la transformación. Porque, como digo siempre, es mejor una solución «subóptima» impulsada por el otro, que una solución «perfecta» impulsada por ti.
Cuando el experto contamina
De hecho, puede suceder que ser «experto en la materia» resulte contraproducente. Cuando tienes conocimiento de la temática, es fácil dejarse llevar y adoptar un rol paternalista y condescendiente. Escuchamos poco (porque «ya me sé la historia») y corremos a «dar la solución». No dejamos espacio para que el otro «genere su solución», sino que somos nosotros quienes le dirigimos a que llegue a nuestras conclusiones.
Adoptar el papel del «investigador humilde» que defendía Schein se hace más complicado cuando creemos tener la respuesta correcta. Y tendemos a ocupar un espacio que no nos corresponde, a erigirnos en protagonistas. A pretender generar transformación desde nuestra atalaya. «He venido aquí a darte la solución que necesitas». Nos marcharemos, muy ufanos («otro cliente al que ayudo con mi sabiduría»), y dejaremos al cliente con la cabeza como un bombo y, probablemente, poco convencido para avanzar con sus propios medios.
Un salto de fe
Soy consciente de lo contraintuitiva que es esta idea. Puedo ponerme en la piel de ese jugador de tenis que va a un seminario, y le dicen que su coach es experto en ski: «no, oiga, no me timen, que yo he venido a un seminario de tenis, ¿qué es esto?».
Y así sucede en muchas ocasiones, cuando el cliente busca alguien «que tenga experiencia en situaciones como la mía». Si puede ser del mismo sector, mejor que mejor. Te escudriña tus credenciales, buscando que tengas «cromos» que justifiquen tu carácter de «experto» y, por lo tanto, su decisión de contratarte.
Y en realidad también puedo ponerme en la piel del coach, o del consultor, que se dispone a acompañar a un cliente de un sector que no conoce, o con una problemática en la que no tiene experiencia. «¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Soy un impostor! ¡Me van a descubrir!». E intentas rebuscar en tu pasado para encontrar alguna experiencia (propia o prestada) que te sirva para aparentar un poco, y vender la moto de que sí, de que tu experiencia en situaciones similares es muy grande.
Aceptar esas ideas de que «no hace falta ser un experto en la materia para ser un buen coach/consultor», y de que «lo importante es el proceso, y no la transferencia de conocimiento», exige un salto de fe.
Cuando te lo cuentan desde fuera te suena rarísimo, muy difícil de creer. Ponerlo en práctica te genera ansiedad, y estás permanentemente echando la mano hacia atrás, pensando que «no va a funcionar», que «va a salir mal», que «dónde vas tú sin experiencia» (o, desde el punto de vista del cliente, «debería haber contratado a alguien con experiencia»).
Y sin embargo, cuando lo pruebas, te das cuenta de que es así… y se abre un terreno nuevo para tu práctica profesional.
Un mínimo de conocimiento
No se trata, como digo más arriba, de «ser un experto». Pero tampoco se trata de irnos al otro extremo, y de hacer gala de llevar el cerebro en blanco.
Dentro del proceso de coaching/consultoría, es muy importante generar afinidad con el coachee/cliente. Hablar el mismo idioma, porque es desde ese mismo idioma desde donde se pueden establecer puentes de entendimiento, confianza… Hay que entender al otro cuando habla, y hay que hablarle en unos términos que resuenen con él, con su realidad, con su día a día. En definitiva, hay que conectar.
Pero para eso no hace falta mucho más que un mínimo de curiosidad, de interés, de humildad... hacer los deberes para hacerse una composición de lugar rápida, escuchar con atención, preguntar cuando algo no se entiende, esforzarse por utilizar los ejemplos del otro, las anécdotas, las palabras, las imágenes…
Desprenderse del ego
Si hay algo que cada vez veo con más claridad, es que «ser coach» o «ser consultor» es en muchas ocasiones una batalla contra el ego. Es entender que en la relación con el coachee/cliente tú no eres el protagonista, y que cuanto menos espacio ocupes, mejor. Que la responsabilidad de la transformación no es tuya, que tú solo eres una herramienta en manos del otro. Que tú no eres un «salvador» que llega a solucionar la papeleta a nadie. Que no se trata de transacción, sino de relación. Que no te pagan por lo que tú das, sino por lo que generas.
Tú eres un catalizador. Por ti mismo no generas una reacción, pero ayudas a que otras reacciones se produzcan. Y esa capacidad es aplicable de forma bastante transversal entre sectores y casos concretos. Porque los hilos que mueves, las palancas que tocas, los métodos que utilizas… afectan a un nivel subyacente donde hay más cosas en común de las que puede parecer a primera vista.
Y ahí es donde es importante tu experiencia. En conocer los métodos, las herramientas, el proceso. En gestionar la relación, la conexión. Porque en última instancia del otro lado siempre hay personas, con su potencial para la acción, sus creencias, sus barreras, sus miedos y sus dudas. Porque la transformación efectiva se produce cuando esas personas son las protagonistas desde su posición, su experiencia, su nivel de conocimientos, su aprendizaje… y su acción.
Por eso, sí, un coach experto en ski puede ayudar a un tenista. Y por eso yo puedo ayudar a un restaurante y a un hospital. Porque el ski, el tenis, el restaurante, el hospital… son lo de menos.