«En una tarde provechosa, puedes hacer el trabajo de una semana. Y luego tardar una semana para hacer el trabajo de una tarde»
Leía el otro día un artículo en el que se hablaba de «diseñadores», pero en el que muchas de las reflexiones eran perfectamente extrapolables a otros ámbitos relacionados con los «trabajadores del conocimiento«.
Esta noción del trabajo «no lineal» resulta difícil de entender desde una perspectiva más industrial, de procesos. La «máquina de embutir carne» a la que se refiere la captura es un modelo que responde muy bien a determinados tipos de trabajo (*): recibes inputs, los procesas a un ritmo constante, y produces. Y si por lo que sea no eres capaz de trabajar a ese ritmo, ya encontraré a alguien suficientemente hábil (persona o robot) como para hacerlo. Recoger tomates, servir mesas, hacer cafés, empaquetar en una línea de producción, teclear en una máquina de escribir. Pim, pam, pim, pam.
Pero hay otras actividades donde este modelo simplemente no funciona. Y no es una cuestión de considerarse «mejor», o «más listo»; simplemente el cerebro tiene sus mecanismos, sus formas de actuar. Que se pueden optimizar, sí, pero que en última instancia tienen una naturaleza en la forma en la que somos capaces de procesar y relacionar la información que no está sujeta a «ratios de productividad».
Esta forma de producir no siempre es fácil de entender o de gestionar. La vida real tiene plazos, rentabilidades, compromisos varios, y es un dolor (para el «protagonista» el primero) dejar que el cerebro vaya trabajando a su ritmo con un margen de maniobra limitado para controlar su rendimiento. ¿Cuándo voy a tener esa idea brillante? ¿Cuándo van a encajar las piezas? ¿Cuándo voy a dar con la tecla? No lo sé. Espero que pronto, pero a lo mejor no. «Pues esto corre prisa». Pues vale. «Pero cómo te va a llevar tanto tiempo». Pues ya ves. «Lo que pasa es que estás ahí mirando las musarañas, tío vago». Acabáramos; crees que esto es cuestión de «dedicación», y en gran medida no lo es.
(*) Tengo mis reservas respecto a esta visión taylorista/deshumanizada del trabajo, en el sentido de que aunque «sea posible» no me parece «deseable»; pero ésa es otra historia.
conocimiento
A veces es cuestión de empezar por los principios
Me crucé con este vídeo hace unas semanas, y no pude por menos que reír.
Ahí tenemos al colega, dándole hostias con un martillo neumático al suelo. Sin enchufar ni nada (de hecho el enchufe lo tiene cómodamente colgado en la cintura), a puro dolor. Y el capataz lo ve y flipa, «no, hombre, no, esto tienes que enchufar». Y el tío enchufa, pero sigue dándole hostias. «No, hombre, con el gatillo ese, con el gatillo ese». Y cuando por fin le da al gatillo y aquello empieza a funcionar, se lleva un susto de tres pares de narices y sale corriendo. Al menos no se abrió un pie.
En fin, ves el vídeo, y te ríes. «Alma de dios, ¿cómo es posible que no sepa hacer eso?»
Pues muy fácil: porque nadie le ha enseñado. Porque ninguno nacemos enseñados, porque cualquier cosa que hoy sabemos es porque lo hemos aprendido de alguien.
Justo comentaba ayer con un amigo consultor cómo muchas veces, cuando llegamos a un cliente, acabamos haciendo cosas muy básicas. Cosas que para nosotros son «el ABC», que desde fuera puedes pensar «es imposible que no lo apliquen ya, si es de cajón», que incluso te llevan a ver el proyecto como «un aburrimiento»; y que sin embargo para ese cliente en concreto les abre las puertas a un mundo desconocido y les aporta mucho valor. Y no es porque sean tontos: son muy buenos en lo suyo, pero no han tenido el aprendizaje y la experiencia que nosotros les podemos aportar. Su camino ha sido diferente del nuestro, y sus aprendizajes han ido por otros derroteros.
Tendemos a dar por hecho que lo que nosotros sabemos lo sabe todo el mundo. Y no es así.