Una de las cosas que más rabia me ha dado siempre de «la consultoría» (de esas que llegaron a hacerme pensar que el oficio no me gustaba) es lo cínicas que son las empresas y muchos profesionales del sector. Empresas y profesionales que defienden una cosa (sea que «las personas son el centro del negocio» o que «hay que hacer transformación digital» o que «hay que aplanar las estructuras del negocio» o que «el mundo exige empresas transparentes»… cualquiera me vale) pero que a la hora de la verdad están dispuestas a cambiar cualquier principio por una factura.
Recuerdo, por ejemplo, mis inicios en el mundillo. Defendíamos el concepto de «change management» (aunque siempre me gustó más «change enablement»; el cambio no se gestiona, en el mejor de los casos se facilita). Teníamos un modelo bastante majo (¡elaborado en Chicago, nada menos!). Las cosas que allí se decían… ¡joder, tenían miga! Hacíamos presentaciones, metíamos nuestros modelos como anexos en las propuestas, etc, etc…
Pero a la hora de la verdad, se utilizaba el concepto para vender básicamente cualquier cosa. «No, mira, es que nos han contratado hacer unos cursos de formación». Que sí, que la formación es uno de los elementos interesantes de un proceso de cambio. Pero era evidente que con llegar, dar tres cursos y marcharte no ibas a promover cambio ninguno. Pero daba igual, dabas los cursos, los cobrabas, y a otra cosa mariposa. ¿Dónde quedaba el compromiso con el cambio, con ayudar realmente al cliente? Mmmm… bueno, mira, yo he cobrado y ya el cliente verá.
Soy el primero que entiende que «hay que comer». Y que las posturas maximalistas e intransigentes no valen, que hay que hacer aproximaciones flexibles, que hay que adaptarse a los clientes. Pero también creo que, si realmente crees en algo, debes mantener un mínimo de coherencia e intentar buscar clientes donde realmente tenga sentido aplicar lo que defiendes. Y no, como se suele hacer, abordar a cualquier cliente e intentar venderle cualquier cosa que remotamente se le parezca. O ni eso. Porque al fin y al cabo, lo que importa es facturar.
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