Recupero un artículo de hace ya unos años sobre «Demoler una vieja cultura dentro de una empresa«. Describía Sandopen, con acierto, la analogía entre el cambio cultural y la demolición de un viejo edificio para poder reconstruirlo, y cómo era un ejercicio que había que hacer «pilar a pilar», introduciendo pequeños cambios en distintos niveles de responsabilidad que, poco a poco, iban surtiendo efecto tanto a nivel interno como externo.
También hacía énfasis en que una cultura «no cae sola ni se le puede empujar, es muy resistente, es una estructura bien diseñada y trabada». Esto no va de «tenemos que cambiar, ¡hágase el cambio!… y el cambio se hizo». Es una labor de zapa, de desgaste, que conlleva mucho tiempo y mucho esfuerzo. Podemos vincularlo a la figura de los «agentes del cambio», de los «intraemprendedores»…
Mi pregunta es… ¿realmente merece la pena? ¿Cuánto esfuerzo hay que hacer, cuantos sinsabores hay que llevarse, cuantos cabezazos contra la pared hay que darse para mover un milímetro una cultura ajada? Bien lo sabe quien haya intentado hacerlo. Es un proceso muy frustrante para quien lo impulsa (en muchas ocasiones saldado con una toalla tirada, o con una cabeza cortada), y que para colmo da unos resultados muy lentos; probablemente para cuando quieras llegar ya sea tarde, y todo el esfuerzo no haya valido para nada.
¿No será mejor dedicar esos esfuerzos a crear una cultura nueva en un sitio diferente, sin el lastre de la «vieja cultura»? Nos costará mucho menos esfuerzo, tardaremos mucho menos tiempo. No tenemos que ir con miedo de qué callo pisamos, o en qué momento nos va a explotar una mina. No hay inercias contrarias, no hay intereses creados.
Claro, cada compañía tiene que velar por su propia supervivencia, no va a resignarse a su decadencia. Pero «la compañía» no es nada en realidad. Los profesionales que la integran (desde el «CEO» hasta cualquier «agente del cambio» en cualquier nivel organizativo), ¿qué incentivo tienen para hacer ese esfuerzo? Incluso los dueños/accionistas… ¿qué les impide desprenderse del negocio viejo e ir a invertir en uno nuevo?
Hay un único factor que equilibra la decisión. Y es que las «culturas viejas», por muy desgastadas que estén (y en mi opinión condenadas a estrellarse antes o después sin salvación posible) suelen ser las que tienen, aunque solo sea por pura inercia, los recursos. Las que dominan el mercado, las que generan ingresos. Son las que pueden pagarte el sueldo.
Y aquí está el dilema del espíritu transformador… ¿me quedo en una cultura vieja, donde mis esfuerzos van a ser enormes, al igual que los sinsabores, para seguramente acabar no consiguiendo nada… pero «calentito» al fin y al cabo? ¿O vuelco mi potencial creador/transformador en otro lugar virgen, aceptando el riesgo de estrellarme en el intento?
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Yo creo que, al menos desde el punto de vista del esfuerzo que requiere una u otra opción, casi siempre va a merecer más la pena «demoler» y «reconstruir» que «cambiar». Puede haber excepciones cuando los cambio son de magnitud moderada pero, por lo general, las inercias son tan bestiales que realmente es luchar contra el viento.
Saludos!
A eso iba yo. Que puestos a «demoler y reconstruir», casi mejor buscarse un solar vacío y construir desde cero. Te ahorras la demolición 😀