Lebron James y los móviles

El otro día Lebron James hizo historia.

Recibió el balón cerca de la línea de personal, botó un par de veces de espaldas a su defensor, se elevó cayendo un poco hacia atrás… y pam, canasta. 

2 puntos.

Que sumados a los 38.386 que ya llevaba anotados en su vida daban un total de 38.388, record de todos los tiempos en la NBA superando al mítico (para los de nuestra generación) Kareem Abdul-Jabbar.

El momentazo, si lo quieres ver (incluyendo la incomparable habilidad de los estadounidenses para pararlo todo y hacer el show) está aquí

38.386 puntos es meter muchos puntos durante muchos años.

La cosa es que en estos días circulaba una imagen del momento en el que Lebron está en el aire, con el balón saliendo de sus manos. De fondo, el público puesto en pie… móvil en mano, captando el momento. ¿Todos? Todos no, hay un hombre en primera fila sin móvil que simplemente mira la escena.

Al hilo de esta foto leía un comentario en LinkedIn.

Hablaba de que el móvil nos ha robado la capacidad de vivir las experiencias, de disfrutar del momento. Todos ahí alienados con sus teléfonos, y el hombre de la primera fila sí que sabe vivir la vida.

Pues discrepo.

Verás, que utilices el móvil en sí mismo no quiere decir nada.

¿Quién te dice a ti que las personas que están usando su móvil para grabar la escena están menos atentas que tú, o que están disfrutando menos el momento que tú? No, están usando el móvil como herramienta para disfrutar la escena, y es tan legítimo como hacerlo sin él. De hecho, en ocasiones incluso enriquece la experiencia.

Y en última instancia, ¡es su vida!

A mí, por ejemplo, me gusta hacer fotos con el móvil cuando visito algún sitio chulo. ¿Significa eso que no estoy prestando atención al sitio? ¡Para nada! Las fotos me ayudan a disfrutarlo incluso más, buscando los detalles, apreciando las formas, los equilibrios de las composiciones, dándome una excusa para observar desde distintos puntos de vista. Encima, esas fotos me ayudan después a recordar lugares y momentos. Y por supuesto soy perfectamente capaz de hacer unas fotos y después guardarme el teléfono en el bolsillo y «disfrutar de la realidad».

Al final, como casi todo en la vida, depende; lo importante de las herramientas es cómo las utilizas.

Se trata de ponerle consciencia, de darte cuenta cuándo la herramienta te enriquece y cuándo te entorpece.

De cuándo la utilizas para «el bien», y cuándo para «el mal».

En su libro «Indistractable«, Nir Eyal habla de los conceptos de «tracción» (cuando lo que haces te acerca a tus objetivos y a la vida que quieres) y «distracción» (lo contrario). Cada momento, cada acción, cada herramienta… puede llevarnos por el buen camino, o por el malo.

Es cosa de cada uno.

¿Año bueno? ¿Año malo?

La otra mañana estaba disfrutando de un estupendo café en una bonita cafetería de Valladolid. Era una de esas cafeterías acogedoras, llenas de detallitos de madera, de cuadros en las paredes y de música agradable. El dueño, al decirle «buenos días», contestaba «¡buenos días, y buen café!». 

Sí que estaba bueno.

La cosa es que estaba allí sentado, echando un ojo al móvil, cuando me crucé con una encuesta que lanzaba Fernando de Córdoba (aka Gamusino) en twitter. Preguntaba «¿Cómo ha sido tu año?» y daba cuatro opciones: muy malo, más o menos malo, más o menos bueno, muy bueno.

Y me hizo pensar… ¿cómo ha sido mi año?

Así que, como tenía tiempo (y un cuaderno y un lápiz), me puse a hacer el ejercicio de «el sol y las nubes» del que hablaba en este vídeo.

Lo que salió fue lo esperable: unas cuantas cosas en el lado de las nubes, unas cuantas cosas en el lado del sol.

Hace tiempo me topé con una interpretación del yin y el yang que me gustó mucho.

Me gustó tanto que es uno de los carteles que ilustran mi lugar de trabajo (de hecho, en el vídeo que enlazo más arriba se puede ver).

Viene a decir que lo blanco es lo bueno de la vida, y lo negro es lo malo… y ambos caminan juntos. De hecho, dentro de lo negro hay una parte blanca («lo bueno dentro de lo malo») y dentro de lo blanco hay una parte negra («lo malo dentro de lo bueno»).

Y eso es la vida: un conjunto de cosas buenas y malas que se combinan y que experimentamos sin solución de continuidad, y que muchas veces dependen más de cómo las enfoquemos que de su carácter intrínseco.

Así ha sido este año.

Y así será el siguiente.

PD.- ¡Feliz Navidad!

Tu basura no miente

Esta mañana, mientras cerraba la bolsa amarilla de envases para bajarla al contenedor, miré de reojo su contenido.

«¿Qué conclusiones sacaría un arqueólogo que se pusiese a revisar mi basura?»

Puede parecer una pregunta peculiar, pero es que justo ese es el tema de un podcast que había estado escuchando la noche anterior (por recomendación de mi amigo Alberto, que de vez en cuando me sugiere cosas curiosas).

Por lo visto hay una rama de la arqueología que, en vez de explorar tumbas egipcias, se dedica a rebuscar en vertederos y a sacar conclusiones sobre la vida cotidiana de las personas.

Sobre la vida real, no sobre la vida inventada.

Porque ésa es una de las conclusiones que me pareció más interesantes: «la basura no miente», decía el arqueólogo Alfredo González-Ruibal.

Por ejemplo, contaba cómo en los estudios originales realizados en los años 70 y 80 en Estados Unidos, se concluyó que la gente consumía mucho más alcohol y mucha menos comida sana de la que afirmaban consumir.

Vamos, que una cosa es de lo que vamos presumiendo, y otra la cruda realidad.

Y tu basura no miente.

Lo que pasa es que normalmente no enseñamos nuestra basura. Es más, la ocultamos tanto como podemos.

Lo que hacemos en su lugar es cuidar mucho lo que enseñamos en el escaparate: nuestras fotitos en Instagram, nuestras sesudas publicaciones en LinkedIn, nuestros éxitos en las revistas sectoriales, nuestro salón convenientemente ordenado cuando vienen visitas. De la cara B, ni rastro.

Ni siquiera hace falta mentir (que también lo hacemos): basta con seleccionar lo que mostramos y lo que ocultamos.

Y no lo hacemos sólo de cara a los demás; también hacia nosotros mismos. Decía Richard Feynman que «tú eres la persona más fácil de engañar»… porque no hay peor ciego que el que no quiere ver. 

Ray Dalio, en su libro «Principios«, hace mucho énfasis en la importancia de conocer la verdad: sobre los demás, y sobre nosotros mismos. Porque solo a partir de la verdad es posible tomar buenas decisiones y conseguir buenos resultados.

Esa verdad no está en el escaparate que montas para que otros vean.

Está en la basura que ocultas.

¿Qué dice tu basura (la literal, y la metafórica) sobre ti?

Herramienta de autoconsciencia: nubes y sol

¿Qué nubla tu vida? ¿Y qué la ilumina?

Estos días escuchaba una entrevista de Cal Fussman a Alex Banayan (autor de «La Tercera Puerta») en la que explicaban una sencilla herramienta de reflexión personal: las nubes y el sol.

Consiste en dividir una hoja en dos, y utilizar siete minutos para hacer un listado de todas las cosas que «nublan» tu vida, y otros siete minutos para listar todas las que le dan «luz y calor».

Siete minutos es una cantidad de tiempo suficientemente corta como para que no se haga pesado, pero también suficientemente larga como para que te obligue a rascar un poquito más allá de la superficie.

El reto no consiste solo en elaborar este listado sino que, en el curso de los siguientes 7 días, dediques un par de minutos a releer las dos listas.

¿Cuál es el objetivo?

Obligarte a parar y a pensar.

Obligarte a ver las dos caras de la moneda (dependiendo de tu personalidad puede que tengas tendencia a ver demasiadas nubes, o demasiado sol).

Obligarte a poner por escrito esas cosas que están dando vueltas en tu mente.

Y, a través de los días, apreciar hasta qué punto son temporales o permanentes e ir poniendo foco en despejar las nubes y disfrutar más el sol.

A veces las cosas más sencillas pueden ser tremendamente útiles.

Por cierto, he hecho un vídeo explicando el funcionamiento de esta dinámica, y compartiendo los aprendizajes que he sacado de ella. Si te pasas por allí y le das un «like», ¡fantástico! Y si te suscribes al canal te unirás a las casi 4.000 personas que ya lo han hecho.

Herramienta para analizar preferencias y compatibilidad

A ver, que el título puede parecer un poco engorroso, pero lo que te propongo en este artículo es sencillo: un esquema para que puedas analizar cómo eres de compatible con otra persona.

Y por «otra persona» me refiero a una pareja, a un amigo/a, a un compañero/a de trabajo… a cualquier persona con quien tengas que compartir el día a día.

Con esta herramienta podrás analizar cuáles son tus preferencias, cuáles son las de la otra persona… y a partir de ahí ver dónde estáis de acuerdo, dónde tendréis que negociar… y si hay alguna «línea roja» que os afecte.

Cuestión de preferencias

Tenemos que partir de dos premisas fundamentales:

  • que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre
  • que tanto derecho tienes tú a ser como eres, como la otra persona a ser como es

Si lo piensas, no son dos premisas tan evidentes.

Muchas veces pecamos de egocentrismo, de pensar que todo el mundo ve las cosas como las vemos nosotros, le da importancia a los mismos temas, quiere lo mismo… proyectamos nuestra personalidad en los demás. Ya lo dice el refrán: «cree el ladrón que todos son de su condición».

Y cuando nos damos cuenta de que hay gente que no piensa como nosotros… es fácil pensar que «están equivocados», y que lo que deberían hacer es dar su brazo a torcer.

Pero la realidad es que no todo el mundo es como nosotros, y que tenemos que convivir con gente que piensa distinto, que quiere cosas distintas, que tiene personalidades distintas…

Y eso implica negociar.

Lo que tú prefieres

Imagina que vas a hacer un viaje, y tienes que listar tus preferencias sobre todas las circunstancias del viaje: cosas para hacer, lugares a los que ir, planes, comidas…

Lo que te invito es a que repartas esas preferencias en cuatro categorías:

  • «No lo soporto»: cosas que bajo ningún concepto quieres.
  • «Prefiero que no»: cosas que no te hacen mucha gracia pero que, en determinadas circunstancias, podrías tolerar.
  • «Prefiero que sí»: cosas que te gustan. ¿Podrías vivir sin ellas? Sí, pero si puedes elegir…
  • «Imprescindible»: tiene que estar sí o sí, y no hay discusión posible.

Algo así:

Lo normal será que la mayoría de tus preferencias estén en «prefiero que no» y «prefiero que sí», y solo algunas sean un NO o un SÍ absolutos (o quizás no, ¡es cosa tuya!)

Por ejemplo, para mí sería un «No lo soporto»: dormir en tienda de campaña, ir a sitios con temperaturas extremas, los parques acuáticos o de atracciones, compartir habitación con extraños, comer comidas raras…

En «prefiero que no» se incluiría dormir en sitios caros, cambiar de sitio cada día, ir en viajes organizados…

En «prefiero que sí» incluiría ir a la costa, visitar monumentos, viajar en coche, tener tiempo para descansar durante el día, tener conexión a internet…

En «imprescindibles» creo que no tendría nada.

Las preferencias del otro

Ahora bien, para cada una de tus preferencias… ¿qué piensa la otra persona? ¿En qué categoría pondría ella cada uno de los elementos que tú has definido? ¿Hay alguna cosa adicional que a ti no se te hubiera ocurrido? ¿Y qué piensas tú de eso?

Imagina por ejemplo que la otra persona es fan de los parques acuáticos… que es justo algo que yo no soporto.

O que en general prefiere los viajes organizados (cosa que yo, en general, prefiero evitar).

O que considera imprescindible dormir en hotelazos (otra cosa que yo prefiero no hacer, aunque pueda tolerarlo).

O que propone ir a una playa nudista, que es algo que «prefiere que sí»… ¿yo que pienso de eso? Posiblemente sea un «prefiero que no», pero no me cierro en banda.

Llevado al esquema gráfico, quedaría algo así:

¿Ves? Al contrastar mis preferencias y las de la otra persona… es cuando empezamos a tener que tomar decisiones.

Tres áreas de decisión

De acuerdo al esquema que te presento, tendríamos tres zonas diferenciadas:

  • Zona de acuerdo: son todas aquellas cosas en las que nuestras preferencias están en sintonía, tanto en lo que queremos como en lo que no queremos. Cuantas más cosas haya aquí, ¡más fácil será todo! Si a mí no me gustan los parques de atracciones, y a la otra persona tampoco… no iremos, y tan contentos. Y si a mí me gusta ver monumentos, y a la otra persona también… ¡pues a tope con los monumentos!
  • Zona de negociación: aquí estaríamos en una zona en la que nuestras preferencias son divergentes pero en las que, llegado el caso, podemos llegar a un acuerdo. Por ejemplo yo prefiero no hacer viajes organizados, pero si la otra persona prefiere hacerlos… yo puedo aguantarme (no es algo que «no soporte»). Eso sí, en esta zona es importante que haya cierto equilibrio: unas veces cedo yo, otras veces cede la otra persona… sabiendo además que no todas las cesiones son igual de importantes. No se trata de ir «llevando la cuenta», pero si las cesiones siempre caen del mismo lado se acaba generando una sensación de agravio.
  • Zona de incompatibilidad: aquí están las líneas rojas, y lo que los anglosajones llaman «deal-breakers». Si yo no soporto ir a parques acuáticos, y la otra persona los considera imprescindibles… ¿qué hacemos? La renuncia es demasiado grande para las dos partes… simplemente nos pone en una situación imposible.

Con este mapa de preferencias podemos hacernos una idea del grado de compatibilidad entre dos personas.

  • Cuantas más cosas haya en la zona de acuerdo, más fluido será todo.
  • Las cosas que haya en la zona de negociación van a exigir esfuerzo, buena voluntad, generosidad, comunicación… por supuesto se puede sacar adelante y llegar a compromisos, pero va a exigir trabajo.
  • Y las cosas en la zona de incompatibilidad van a ser fuente de problemas a corto y a largo plazo… así que cuanto antes de detecten, mejor.

Habilidades esenciales para gestionar la compatibilidad

Aparte de las premisas fundamentales de las que te hablaba antes (entender que cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre, y que tanto derecho tienes tú a ser como eres como la otra persona a ser como es), hay una serie de habilidades que conviene tener bien afiladas para poder trabajar con este esquema:

  • Autoconocimiento: ¿cuáles son mis preferencias? ¿qué es «imprescindible» y qué «no soporto»? ¿qué es lo que hay detrás de esas prererencias? ¿qué alternativas podrían ser válidas?
  • Flexibilidad: cuantas menos cosas tengamos como «no soporto» y como «imprescindibles» más fácil va a ser llegar a acuerdos.
  • Comunicación: tanto para expresar a la otra persona cuáles son mis preferencias, como para indagar (preguntar+escuchar) cuáles son las suyas.
  • Negociación: para proponer y debatir acuerdos y compromisos satisfactorios.
  • Generosidad: para aceptar que no siempre las cosas serán como a uno le gustaría, ceder y facilitar acuerdos.
  • Asertividad: para defender tus propios puntos de vista y no acabar cediendo siempre.

En resumen

Mi suegro suele decir que «hay que vivir en sociedad». Nos toca vivir (y convivir) con personas que no son exactamente como nosotros, y con quienes tenemos que llegar a acuerdos razonables. Cuanto más intensa sea la convivencia, más importante será tener bien claro (tanto a nivel individual como compartido) en qué somos compatibles y llegar a acuerdos en aquello en que nuestras preferencias sean diferentes.

Y este sencillo esquema puede ayudarte a tener esas conversaciones.

Pregunta «para qué»

Hace unos días teníamos una conversación con un grupo de conocidos. Hablábamos de distracciones, de cómo nos afectan y de cómo las gestionamos.

Una de las herramientas que alguien propuso era: «de vez en cuando me paro y me pregunto ‘para qué estoy haciendo esto’. Eso me ayuda a tomar consciencia y a dejar la distracción».

Desde aquel día, tengo esa pregunta («¿para qué?») metida en la cabeza.

Por qué vs para qué

Hace un tiempo hacía referencia a Simon Sinek y la importancia del why.

Ocurre que, desde el inglés, el «why» puede ser interpretado como «por qué».

Y el por qué mira al pasado. Mira a las causas. Y oye, no tengo nada en contra de eso. Preguntarse «por qué» ayuda a entender de dónde nacen nuestros comportamientos, y puede danos información útil sobre cómo intervenir en ellos.

Pero si cambiamos la preposición, y preguntamos «para qué» en vez de «por qué», el foco cambia. Ya no miramos a las causas, ya no buscamos explicaciones. Lo que hacemos es cuestionarnos la finalidad. Da igual «por qué» suceden las cosas, lo importante es «para qué» suceden… y si queremos (o no) que sucedan.

Por decirlo de alguna manera, el «por qué» nos explica la realidad como consecuencia del pasado. Nos pone en un lugar pasivo, en el que podemos explicar pero no actuar. Por el contrario, el «para qué» nos sitúa en el asiento del conductor. Sí, nuestro coche tiene una inercia, pero… ¿nos gusta a donde nos está llevando?

¿Vamos a dejar que las cosas sigan su curso?

¿O vamos a pegar un volantazo?

Pon un «para qué» en tu vida

Decía antes que esta inquietud nació en una conversación sobre distracciones. Y sí, el «para qué» funciona muy bien en ese contexto.

Pero no solo ahí.

Podemos aplicar el «para qué» a todo lo que hacemos en nuestro día a día. Ahora mismo yo… ¿para qué estoy escribiendo este artículo? ¿qué es lo que quiero conseguir? ¿cuál es el futuro deseado al que quiero llegar?

Escultura de el pensador, preguntándose "para qué"

Te propongo que hagas ese ejercicio. Que, a lo largo del día, te plantees «para qué» estás haciendo lo que estás haciendo.

Lo que yo he descubierto (con cierto horror) es la cantidad de cosas que hago cada día sin que haya un «para qué» claro.

La cantidad de cosas que hago por inercia, «porque tocan», por costumbre, por intereses de otros.

Hay una idea relacionada con al productividad, que dice que «no hay mayor falta de productividad que hacer de manera productiva cosas que no merece la pena hacer»; pues bien, el «para qué» nos ayuda a poner el foco en si lo que hacemos merece la pena o no.

Y si resulta que no… pues habrá que tomar decisiones.

¿Y si no tengo un para qué?

Hace muchos años decía que «ser productivo da vértigo«.

Y cuando uno se pregunta «para qué» puede experimentar por sí mismo ese vértigo. Porque es fácil que te lleve a darte cuenta de que no tienes claridad en el «para qué» estás haciendo las cosas. O que te des cuenta de que, para conseguir ese objetivo, lo que estás haciendo no es lo más importante (pero lo haces igual por inercia, porque es más fácil, porque no te lo has planteado…).

Lo lógico sería empezar la casa por los cimientos: preguntarnos qué futuro queremos construir (en cualquier ámbito de nuestra vida: profesional, personal, social…), y trabajar con esa finalidad en mente (como decía Covey). Hacer un análisis como el que propongo en la rueda de la vida te ayuda, precisamente, a empezar la casa por los cimientos.

Sin embargo muchas veces nos encontramos empezando la casa por el tejado, llenando nuestros días de actividad sin «para qué» claro y consciente.

Y aquí podríamos utilizar el «por qué» para explicar las razones por las que esto sucede: porque nos da miedo mirar al futuro, porque hay demasiada incertidumbre, porque no dedicamos tiempo a pensar en eso, porque…

Pero como veíamos más arriba esas razones no son tan importantes: lo importante es si estamos satisfechos con esa realidad, o si queremos cambiarla.

Varios niveles de «para qué»

Imaginemos que yo decido ponerme a dieta.

«¿Para qué te pones a dieta?»

Pues para perder peso.

«¿Y para qué quieres perder peso?»

Pues para estar más saludable.

«¿Y para qué quieres estar más saludable?»

¿Te das cuenta?

Un primer «para qué» te da una primera respuesta que es, en sí misma, interesante.

Pero puedes seguir profundizando en una cadena de sucesivos «para qué» que te ayuden a entender mejor cuáles son tus motivaciones últimas (y por lo tanto las realmente importantes), y quizás te abran la puerta a plantearte otras alternativas de actuación.

Dig Deeper - Conservation

Haz, si quieres, ese ejercicio en tu propio caso, o con alguien a quien conozcas. Verás que la primera respuesta suele venir con bastante rapidez. Pero si profundizas, notarás los engranajes del cerebro (el tuyo o el de la persona a la que estés preguntando) funcionar con mayor intensidad.

Seguramente para el tercer o cuarto nivel llegues a hacerte preguntas que no te has hecho nunca.

El riesgo del «para qué»

Seguiré el ejemplo que ponía antes.

«¿Y para qué quieres estar más saludable?»

Pues para vivir más años

«¿Y para qué quieres vivir más años?»

Llega un momento, si estiras mucho la cadena de «para qués», en el que te das de bruces con cuestiones verdaderamente profundas y filosóficas. Preguntas que, quizás, no tengan respuesta.

Es un lugar potencialmente incómodo, que te lleva a cuestionarte el sentido de lo que hacemos, el sentido de la vida misma.

Quizás por eso no nos gusta preguntarnos demasiado el «para qué»…

Hacer cosas sin un «para qué»

Teniendo todo esto en cuenta, hay otra pregunta que podemos hacernos: «¿todo lo que hagamos tiene que tener un para qué?»

Creo, honestamente, que no.

Que está bien tener nuestros ratos de hacer cosas sin más, sin una finalidad concreta, sin meternos tanta presión.

Que está bien también abrirse a la casualidad, a descubrir caminos imprevistos, a explorar.

Incluso que está bien darse de bruces con el existencialismo y renunciar a buscar un «para qué» último que nos dé explicación a todo.

Supongo que, al estilo de Aristóteles, en el medio está la virtud: ni convertirnos en seres permanente obsesionados por la finalidad de lo que hacen (en una especie de ejecución de un «Plan de Dominación Mundial»), ni abandonarnos como hojas que se dejan arrastrar a donde el viento las lleve.

¿Cuáles son las velas de tu barco?

Imagínate que tienes un barco.

No te emociones, no estoy hablando de un yate de chorrocientos metros de eslora.

Pienso más en un barquito chiquitito (de esos que no podían navegar). Sencillo, provisto de un casco de madera y un par de velas.

Ahora imagina que el casco de tu barco tiene agujeros. El agua entra, primero de a poquitos y luego a borbotones. ¡Tienes que hacer algo! O arreglas las vías de agua, o te hundes…

Así que te pones manos a la obra.

No solo achicas el agua que entra, sino que procuras reparar el casco.

Vale, ya has conseguido parar las vías de agua.

Y ahora que lo has reparado… ¿qué?

Bueno, ya no te hundes. Pero lo cierto es que tampoco te mueves. Por mucho que arregles el casco, que lo dejes inmaculado… el barquito no se va a desplazar de su sitio.

Para moverte necesitas desplegar las velas. 

Porque son las velas las que recogen el viento, las que te impulsan. 

Las que te hacen llegar lejos.

Sí, tienes que cuidar el casco. Reparar las vías de agua. Dedicarle la atención justa para no hundirte.

Pero una vez resuelto eso, tu atención tiene que centrarse en las velas.

Porque tu objetivo no es, simplemente, no hundirte. Tu objetivo es navegar.

Ahora bájate del barco, y piensa en ti.

En esta historia, el casco son tus debilidades. Aquellas cosas que, si no resuelves por lo menos hasta un cierto nivel, pueden hundirte. Pero que en ningún caso van a ser las que te lleven a ningún sitio.

Y las velas son tus fortalezas. Aquellas cosas que realmente son las que te hacen destacar, las que te dan impulso, las que te mueven, las que te hacen brillar. 

De acuerdo a esta metáfora del barco, deberías dedicar un poquito de tu energía (lo mínimo imprescindible) a asegurar que ninguna de tus debilidades te hunda… pero nada más. Si no se te da bien hablar en público, no pretendas convertirte en un conferenciante estrella: con que no te desmayes, no te quedes en blanco, no balbucees… ya sería suficiente.

El grueso de tu energía (y de tu tiempo, y de tus recursos) deberías dedicarlo a sacarte partido en aquello en que ya destacas. En aquello que te hace brillar. En aquello que te llevará lejos.

Cada uno es como es, y lo importante es saber sacarse partido.

Y tú… ¿alguna vez te has parado a pensar cuáles son tus fortalezas y tus debilidades, y dónde estás poniendo el foco? Esta podría ser una interesante conversación de coaching para profesionales

¡Feliz singladura!

Alubias de lata

Supongo que sabes quién es Chicote.

Es ese cocinero español que tiene un programa en la tele. 

Él va a un restaurante, y empieza a ver como funciona. Y empieza a «alucinar pepinillos», y a sacar suciedad de los rincones más insospechados, a tener arcadas cuando huele algunos tuppers, y a resoplar como una locomotora. Luego les da una charlita motivadora, unas ideas para mejorar, les reforma un poco el restaurante y hala, al siguiente.

Aunque todos los episodios sean muy parecidos, me gusta Chicote.

El caso es que, en uno de los episodios, iba a un restaurante de Asturias. Y en ese restaurante presumían de fabada. 

Así que llega un cliente, pide una fabada. Y en la cocina se van a una balda de la despensa, abren una lata de fabada envasada, la echan en un cazo… y hala, fabada para el caballero.

La cara de Chicote era un poema. «¿Ésta es vuestra famosa fabada?».

Lo que te decía, se pasa el día «alucinando pepinillos», el pobre.

Pero claro, es que «hacer una fabada de verdad lleva tiempo». Eso es lo que decía la dueña, como excusa. Así que nada, lata y a correr.

¿El problema? Que obviamente no es lo mismo una fabada de lata que una fabada bien hecha. Y eso que las fabadas de lata cada vez están más decentes. Pero no es lo mismo. 

Y si vives en un piso de estudiantes, o eres un soltero torpe y vago, pues mira: mejor lata que nada. Pero si eres un restaurante, lo de la lata no cuela. A ver, a algún turista despistado igual sí se la das. Pero es raro que un cliente se vaya contento con una fabada de lata calentada en un cazo. Es raro que pague a gusto.

Es raro que tenga ganas de volver. 

Y entonces te toca llamar a Chicote, «¿qué es lo que he hecho mal?».

Pues básicamente no dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para hacer una fabada en condiciones. Y francamente, tampoco te hacía falta Chicote para darte cuenta.

Pensaba en esto estos días. Y es que tenemos que facilitar una sesión de trabajo con un equipo directivo. Una sesión de dos horas, no te vayas a creer. Pues si te digo la cantidad de tiempo que le estamos dedicando a prepararla… que a veces piensas: «para dos horas, la que estamos liando».

Pero esto es como la fabada. Si le dedicas tiempo, sale rica. El cliente queda contento. Y paga a gusto lo que le cobras, aunque sea un dinero. Y tiene ganas de volver. 

Y yo quiero que los clientes vuelvan. 

Y no quiero ver a Chicote nada más que en la tele.

PD.- Te dejo con una pregunta… ¿cuántas veces dedicas el tiempo necesario para una buena fabada, y cuántas veces sirves fabada de lata?

Test de valores

Los valores, tu brújula interior

¿Alguna vez te has parado a pensar cuáles son tus «valores»?

crossroads - Secure Halo™

Imagina que estás recorriendo un camino, y llegas a una bifurcación. ¿Por dónde vas a ir, por la derecha o por la izquierda? Quizás puedas hacer un ejercicio racional de «pros y contras», y elegir en consecuencia. Pero muchas veces, aparte de ese pensamiento racional, tienes una intuición. Algo que, desde dentro, te señala cuál es el camino que debes seguir.

O bien conoces a una persona, y notas que algo no cuadra. Que no sientes que estéis en la misma onda. Que hay algo, no sabes muy bien qué, que no te encaja.

De alguna manera, eso son los «valores». Tu «brújula interior», lo que te ayuda a tomar decisiones muchas veces de forma inconsciente. Lo que hace que en unas situaciones te sientas agusto y en otras notes que… algo chirría.

El test de valores

Lo que te presento es un test sencillo que te permitirá reflexionar sobre cuáles son tus valores. Presenta una lista de hasta 100 valores con los que te puedes identificar más o menos. Y, como resultado, te hace un perfil de qué es verdaderamente importante para ti.

La sensación que yo tuve, la primera vez que hice el test, fue que así como algunos me dejaban un poco frío… en otros tenía una fuerte sensación de sentirme identificado. «Sí, esto claramente sí». O «no, esto claramente no». Y eso es de lo que se trata, de encontrar aquellos que realmente sientes significativos para ti.

¿Para qué sirve el test de valores?

Lo primero, claro, es para conocerte. Para ver, de una forma sistemática, qué te hace vibrar. Para entender por qué reaccionas como reaccionas, o por qué sientes más o menos cercanía con otras personas

Puede ser una manera útil, también, de darte a conocer a los demás. De explicar qué es importante para ti, y qué cosas no toleras. De hacer un ejercicio de transparencia, para que la gente sepa qué puede esperar de ti.

Y finalmente puede ser una forma curiosa de valorar tu compatibilidad con otras personas. Tu pareja, tus amigos, tus compañeros de trabajo. ¿Qué valores compartís? ¿Cuáles os diferencian? ¿En cuáles estáis en lados opuestos? Eso puede ser muy útil a la hora de navegar la relación, y entender hasta qué punto encajáis…

Instrucciones para rellenar el test de valores

Cuando descargues el archivo, encontrarás una hoja de cálculo para Excel (en formato .xlsx)

Al abrirla, verás que tiene dos pestañas principales:

  • Rating_Evaluacion: aquí podrás elegir primero el idioma (español / inglés). A continuación tienes todos los valores, con una breve descripción, y tendrás que evaluar cada uno del 1 («no me importa nada») al 4 («muy importante»).
  • Report_Informe: cuando hayas terminado, en esta pestaña tendrás un informe en el que verás los valores que has puesto en cada una de las categorías. Ése será tu perfil de valores, que puedes imprimir para tenerlos como referencia.

Cómo usar la rueda de la vida

Usar la rueda de la vida: Curso nuevo, vida nueva

Empieza el curso. Quién más quien menos disfruta, durante el verano, de unos días de descanso o, en el peor de los casos, de cierta sensación de ritmo más relajado en el ambiente. Y a medida que se aproxima su fin empieza a notarse el “runrún” de la vuelta a la actividad, el tráfico en la ciudad, los anuncios de centros comerciales y fascículos…

A mí, en general, no me gustan demasiado las divisiones artificiales del tiempo. Ni cumpleaños, ni año nuevo, ni principios de curso… creo más en la continuidad, en que hoy simplemente es un día después de ayer, y que no es razonable esperar “grandes cambios” de un día para otro.

Y sin embargo, es cierto que hay momentos en los que parece que el contexto sugiere hacer una especie de “alto en el camino”. En mi caso, más que el “año nuevo”, el principio de curso es el que más me sigue motivando. Y es que, aunque hace ya 20 años que hice mi último “principio de curso” en términos académicos, no he dejado de sentirme muy ligado a ese ciclo. Tiene que ver, supongo, con el reinicio de la actividad después del verano. Y en mi caso, además, tener hijos (con su “vuelta al cole”, su nuevo curso, nuevos libros, nuevos profesores…) me lo refuerza mucho más.

Así que… ¿por qué no aprovechar este “reinicio” para hacer un poco de reflexión?

¿Dónde estás? ¿A dónde vas?

Si quieres dar dirección a tu vida necesitas, primero, un destino. Un “hacia dónde voy”. Porque si no sabes dónde vas, da igual el camino que sigas. Y también saber dónde estás respecto a ese destino, claro. Solo así podrás saber cuáles son los pasos que debes ir dando para llegar a él. Y a partir de ahí, a caminar. Es el “empezar con un fin en mente” de Covey, los niveles de perspectiva del método GTD

Image result for path cheshire cat

La reflexión es obvia, casi da vergüenza escribirla. Y sin embargo… ¿cuántas veces, en nuestra vida, la perdemos de vista? Nos metemos en nuestra dinámica cotidiana, en atender nuestras responsabilidades a corto plazo, en levantarnos para ir al trabajo, volver cansados, apurar lo mejor posible los ratos de ocio… Sí, de vez en cuando nos viene un pequeño flash de que algo “no va como nosotros queremos”, pero enseguida se nos surge otro pensamiento y se nos olvida. Y pasa un día y luego otro, pasa una semana y luego otra, pasan los meses… y de repente nos damos cuenta de que llevamos media vida “en piloto automático”, dejándonos arrastrar por la corriente, sin ser conscientes de a dónde nos lleva nuestro día a día y sin tomar ninguna decisión para alterar el rumbo.

Hace unos días escuchaba la entrevista que le hacían Jeroen Sangers y Enrique Gonzalo a Matías Salom en el podcast de Kenso. Salieron muchos temas, ninguno de ellos “revolucionario”, pero sí de esos que merece la pena recordar de vez en cuando. Cuáles son tus objetivos, qué quieres de la vida, qué haces en tu día a día para avanzar hacia ellos, qué es lo que de verdad importa…

El caso es que, como bien decía Matías durante la entrevista, a veces parece que tengas que enfrentar una circunstancia traumática (en su vida fue un accidente de tráfico) para darte cuenta de que se te está yendo la vida y no estás haciendo lo que realmente quieres hacer. Y como dice él, “no deja de sorprenderme la cantidad de gente que nunca se sentó a pensar qué quiere realmente”.

La rueda de la vida

Así que es cosa de sentarse a pensar, de dedicar un tiempo a hacer repaso de las distintas áreas de tu vida y evaluar hasta qué punto estás satisfecho, hacia dónde quieres dirigirlas y qué tienes que cambiar para hacerlo.

Ya, ya sé. Es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando te pones a pensar en ello, y más si no tienes costumbre, no tardas en atorarte. Demasiadas cosas, demasiado abstractas, demasiadas conexiones… y muchas veces, ante lo difícil de la tarea… desistimos. “Ya lo haré”. Y luego resulta que no…

Existen herramientas que ayudan a guiar ese proceso. Hace poco hice un vídeo hablando de “la rueda de la vida”, un modelo que popularizó Zig Ziglar.

Rueda de la vida

La gracia del modelo de “la rueda de la vida” es que te “obliga” a pasar revista de manera sistemática a las distintas áreas de tu vida, a evaluar tu grado de satisfacción con ellas… y a partir de ahí pensar en cómo avanzar. Además, la forma de rueda no es casual; la idea es que debe existir un cierto equilibrio entre las distintas áreas. De nada vale tener mucho éxito en el ámbito profesional si tu vida personal es un desastre, o tener una salud de hierro si financieramente no te consigues mantener… etc.

Hay otro ejercicio que puede ser muy potente, que es la “proyección autobiográfica”, que puedes aplicar a un área concreta de tu vida o al conjunto. Se trata de proyectarte 10-15 años en el futuro, imaginar que tienes “tu vida soñada”, y describir libremente (y con esto quiero decir sin cuestionarte si eso es posible o no, sin dejar que tu “mente crítica” te corte las alas) cómo es esa vida. Qué haces, qué sientes, qué tienes. Hacerlo de la forma más vívida y concreta posible, como quien está describiendo realmente su día a día, con pelos y señales. Y no solo eso, sino describir cómo has llegado hasta ahí, qué has hecho en esos 10-15 años, qué proyectos abordaste y cuáles rechazaste, qué hábitos pusiste en marcha y cuáles abandonaste, con quién te relacionaste y cómo, qué aprendiste. Todo eso te puede dar pistas de por dónde avanzar…

Y ya, si quieres redoblar el impacto, puedes hacer un segundo ejercicio de proyección… imaginando que no has cambiado nada. Proyéctate en el futuro, y describe cómo es tu vida si sigues haciendo lo que haces ahora. Qué haces, qué sientes, qué tienes. ¿Estás satisfecho con lo que ves? A lo mejor es hora de cambiar…

Las áreas relevantes de tu vida

¿Cuáles son esas áreas relevantes de tu vida? Ziglar plantea una categorización de 7 áreas: carrera profesional, finanzas, espiritualidad, físico, intelectual, familiar y social. Que sí, están bien… pero para mi gusto demasiado genéricas, y hacen difícil llevarlas al terreno de lo concreto. Y es en lo concreto donde vas a encontrar más elementos de reflexión.

Yo hace tiempo que definí un esquema parecido, pero creo que más concreto y sobre todo adaptado a mí (obviamente, tus circunstancias pueden ser distintas y tiene sentido adaptarlo a ellas; de hecho yo mismo he ido adaptándolo a lo largo del tiempo). A día de hoy, es éste:

  • Físico/Salud
    • Alimentación
    • Descanso
    • Actividad física
    • Dolencias concretas (si las hay)
  • Desarrollo personal
    • Autoconsciencia
    • Mejora de habilidades
    • Hábitos
    • Productividad
    • Simplificación
  • Administrativo/Financiero
    • Balance ingresos/gastos
    • Planificación financiera a futuro
    • Patrimonio
    • Cumplimiento
  • Familiar
    • Relación de pareja
    • Relación con los hijos
    • Relación con la familia (padres, hermana, familia extendida)
  • Social
    • Relaciones de amistad (cantidad/calidad) en los distintos ámbitos
    • Relaciones sociales
  • Profesional
    • Relaciones profesionales
    • Marca personal (definición/visibilidad)
    • Actividad comercial / generación de oportunidades
    • Desarrollo de habilidades profesionales
    • Equilibrio personal/profesional
  •  Estilo de vida
    • Hobbies
    • Distribución del tiempo
    • Distribución del espacio
    • Relación con la naturaleza
    • Viajes
    • Redes sociales
    • Lectura y audiovisual
    • Relación con la actualidad
  • Contribución
    • Relación con la sociedad (local/general)
    • Contribución a otros (desarrollo, ayuda)

¿Y cómo hago la evaluación?

Image result for assessment

Esa es otra pregunta importante. Ziglar plantea una escala de 0 a 10 para “ponernos nota” en cada una de las áreas, pero… ¿cómo llegamos a esa nota?

  • El propio Ziglar plantea una especie de “test” que ayuda a ir haciendo la reflexión, pero de nuevo peca (en mi opinión) de genérico. Los detalles de mi vida no tienen que ser iguales que los de la tuya, ni la importancia relativa que le damos a cada una. Por lo tanto, pretender automatizar eso en una herramienta que nos genere unos resultados satisfactorios es muy difícil. Pero puede ser un buen punto de partida.
  • A mí una técnica que me resulta muy útil es la de “escritura libre”. Tomar un folio en blanco, poner el título del área en la parte de arriba… y empezar a escribir sin preocuparse demasiado de si lo que vas poniendo tiene sentido o esta perfectamente redactado. De lo que se trata es de ir hilando ideas, de trasladar tus sensaciones al papel, de poner lo que es importante para ti, lo que te está funcionando bien y lo que no, de lo que te sientes satisfecho y lo que echas en falta… es un papel para ti, nadie lo va a leer, así que tienes la oportunidad de ser absolutamente sincero contigo mismo sin temor a las críticas.
  • También puedes ir guiando tu reflexión al estilo de las retrospectivas ágiles, con preguntas como: ¿qué está funcionando bien? ¿qué me gustaría hacer más? ¿qué me gustaría hacer menos? ¿qué me gustaría hacer de forma diferente? ¿qué sería para mí el éxito en este área?
  • Si quieres ir un paso más allá, y eres valiente, puedes hacer un ejercicio de imagen pública. Porque claro, tú puedes tener una visión de ti mismo… y los demás tener otra muy distinta. Es curioso cómo en ocasiones somos tremendamente condescendientes con nosotros mismos, y cómo en otras somos excesivamente duros. Por eso viene bien mirarse con otros ojos que te ayuden a ajustar tu percepción y, quizás, te ayuden a descubrir cosas de ti mismo que ni siquiera tú sabías. Obviamente éste es un ejercicio más exigente, ya que supone salir del secreto de nuestro escritorio y exponerse a los demás. Pero si consigues dar el paso, puedes obtener un gran retorno.

Y después, a actuar

Image result for action

La reflexión sirve de poco si no lleva a la acción. Las cosas sólo suceden en el mundo real, no en el mundo de las ideas. Hay que superar ese efecto retiro espiritual, y llevar las buenas intenciones al terreno de lo concreto. ¿Qué vas a hacer en los próximos días, semanas, meses… para mejorar en cada una de las áreas y acercarte más a tu ideal? ¿Qué vas a hacer de forma diferente? ¿Qué acciones/proyectos vas a poner en marcha? ¿Qué hábitos vas a adoptar, y cuáles vas a abandonar? Trasladar tu visión a una serie de “objetivos” y “planes de acción” es el primer paso para que se hagan realidad , y no se queden en el terreno de los buenos propósitos.

Y entonces llega la verdadera dificultad. Hay que alejarse del escritorio, y ponerse manos a la obraRemangarse, pringarse de barro. Enfrentarse a la cruda realidad, a los inconvenientes, a la incomodidad, al desánimo… y además hacerlo no un día, ni dos, sino de forma persistente y consistente a lo largo del tiempo.

Las reflexiones, los objetivos, los planes… no pueden lanzarse una vez y luego quedarse en un cajón durante meses. Hay que incorporar la rutina de reflexión a nuestro día a día, hacer microevaluaciones y correcciones continuas. Verificar si estamos haciendo lo que dijimos que íbamos a hacer, si está funcionando, si tenemos que cambiar algo… y vuelta a empezar. De hecho, si sólo te planteas este ejercicio una vez al año… mala señal. Porque es la reflexión permanente la que da estructura a nuestra acción.

Solo así el curso que viene, cuando llegue el momento de una nueva evaluación, podrás tener una mejora. Si no, probablemente te mirarás al espejo y estarás en el mismo sitio… solo que con un año menos de tiempo para alcanzar lo que quieres.