Pregunta «para qué»

Hace unos días teníamos una conversación con un grupo de conocidos. Hablábamos de distracciones, de cómo nos afectan y de cómo las gestionamos.

Una de las herramientas que alguien propuso era: «de vez en cuando me paro y me pregunto ‘para qué estoy haciendo esto’. Eso me ayuda a tomar consciencia y a dejar la distracción».

Desde aquel día, tengo esa pregunta («¿para qué?») metida en la cabeza.

Por qué vs para qué

Hace un tiempo hacía referencia a Simon Sinek y la importancia del why.

Ocurre que, desde el inglés, el «why» puede ser interpretado como «por qué».

Y el por qué mira al pasado. Mira a las causas. Y oye, no tengo nada en contra de eso. Preguntarse «por qué» ayuda a entender de dónde nacen nuestros comportamientos, y puede danos información útil sobre cómo intervenir en ellos.

Pero si cambiamos la preposición, y preguntamos «para qué» en vez de «por qué», el foco cambia. Ya no miramos a las causas, ya no buscamos explicaciones. Lo que hacemos es cuestionarnos la finalidad. Da igual «por qué» suceden las cosas, lo importante es «para qué» suceden… y si queremos (o no) que sucedan.

Por decirlo de alguna manera, el «por qué» nos explica la realidad como consecuencia del pasado. Nos pone en un lugar pasivo, en el que podemos explicar pero no actuar. Por el contrario, el «para qué» nos sitúa en el asiento del conductor. Sí, nuestro coche tiene una inercia, pero… ¿nos gusta a donde nos está llevando?

¿Vamos a dejar que las cosas sigan su curso?

¿O vamos a pegar un volantazo?

Pon un «para qué» en tu vida

Decía antes que esta inquietud nació en una conversación sobre distracciones. Y sí, el «para qué» funciona muy bien en ese contexto.

Pero no solo ahí.

Podemos aplicar el «para qué» a todo lo que hacemos en nuestro día a día. Ahora mismo yo… ¿para qué estoy escribiendo este artículo? ¿qué es lo que quiero conseguir? ¿cuál es el futuro deseado al que quiero llegar?

Escultura de el pensador, preguntándose "para qué"

Te propongo que hagas ese ejercicio. Que, a lo largo del día, te plantees «para qué» estás haciendo lo que estás haciendo.

Lo que yo he descubierto (con cierto horror) es la cantidad de cosas que hago cada día sin que haya un «para qué» claro.

La cantidad de cosas que hago por inercia, «porque tocan», por costumbre, por intereses de otros.

Hay una idea relacionada con al productividad, que dice que «no hay mayor falta de productividad que hacer de manera productiva cosas que no merece la pena hacer»; pues bien, el «para qué» nos ayuda a poner el foco en si lo que hacemos merece la pena o no.

Y si resulta que no… pues habrá que tomar decisiones.

¿Y si no tengo un para qué?

Hace muchos años decía que «ser productivo da vértigo«.

Y cuando uno se pregunta «para qué» puede experimentar por sí mismo ese vértigo. Porque es fácil que te lleve a darte cuenta de que no tienes claridad en el «para qué» estás haciendo las cosas. O que te des cuenta de que, para conseguir ese objetivo, lo que estás haciendo no es lo más importante (pero lo haces igual por inercia, porque es más fácil, porque no te lo has planteado…).

Lo lógico sería empezar la casa por los cimientos: preguntarnos qué futuro queremos construir (en cualquier ámbito de nuestra vida: profesional, personal, social…), y trabajar con esa finalidad en mente (como decía Covey). Hacer un análisis como el que propongo en la rueda de la vida te ayuda, precisamente, a empezar la casa por los cimientos.

Sin embargo muchas veces nos encontramos empezando la casa por el tejado, llenando nuestros días de actividad sin «para qué» claro y consciente.

Y aquí podríamos utilizar el «por qué» para explicar las razones por las que esto sucede: porque nos da miedo mirar al futuro, porque hay demasiada incertidumbre, porque no dedicamos tiempo a pensar en eso, porque…

Pero como veíamos más arriba esas razones no son tan importantes: lo importante es si estamos satisfechos con esa realidad, o si queremos cambiarla.

Varios niveles de «para qué»

Imaginemos que yo decido ponerme a dieta.

«¿Para qué te pones a dieta?»

Pues para perder peso.

«¿Y para qué quieres perder peso?»

Pues para estar más saludable.

«¿Y para qué quieres estar más saludable?»

¿Te das cuenta?

Un primer «para qué» te da una primera respuesta que es, en sí misma, interesante.

Pero puedes seguir profundizando en una cadena de sucesivos «para qué» que te ayuden a entender mejor cuáles son tus motivaciones últimas (y por lo tanto las realmente importantes), y quizás te abran la puerta a plantearte otras alternativas de actuación.

Dig Deeper - Conservation

Haz, si quieres, ese ejercicio en tu propio caso, o con alguien a quien conozcas. Verás que la primera respuesta suele venir con bastante rapidez. Pero si profundizas, notarás los engranajes del cerebro (el tuyo o el de la persona a la que estés preguntando) funcionar con mayor intensidad.

Seguramente para el tercer o cuarto nivel llegues a hacerte preguntas que no te has hecho nunca.

El riesgo del «para qué»

Seguiré el ejemplo que ponía antes.

«¿Y para qué quieres estar más saludable?»

Pues para vivir más años

«¿Y para qué quieres vivir más años?»

Llega un momento, si estiras mucho la cadena de «para qués», en el que te das de bruces con cuestiones verdaderamente profundas y filosóficas. Preguntas que, quizás, no tengan respuesta.

Es un lugar potencialmente incómodo, que te lleva a cuestionarte el sentido de lo que hacemos, el sentido de la vida misma.

Quizás por eso no nos gusta preguntarnos demasiado el «para qué»…

Hacer cosas sin un «para qué»

Teniendo todo esto en cuenta, hay otra pregunta que podemos hacernos: «¿todo lo que hagamos tiene que tener un para qué?»

Creo, honestamente, que no.

Que está bien tener nuestros ratos de hacer cosas sin más, sin una finalidad concreta, sin meternos tanta presión.

Que está bien también abrirse a la casualidad, a descubrir caminos imprevistos, a explorar.

Incluso que está bien darse de bruces con el existencialismo y renunciar a buscar un «para qué» último que nos dé explicación a todo.

Supongo que, al estilo de Aristóteles, en el medio está la virtud: ni convertirnos en seres permanente obsesionados por la finalidad de lo que hacen (en una especie de ejecución de un «Plan de Dominación Mundial»), ni abandonarnos como hojas que se dejan arrastrar a donde el viento las lleve.

Miedo: cómo gestionarlo para que no te limite

«El miedo a equivocarse: ¿cuánto nos bloquea o impulsa? ¿cómo lo gestionamos?». Esto era lo que decía la convocatoria a una tertulia en la que participe hace unos días. Allí, un grupo interesante y diverso de personas estuvimos compartiendo nuestras visiones y nuestras experiencias con el miedo.

Y fruto de ello es este artículo, en el que hablaré sobre el miedo, su función, cómo gestionarlo… y cómo ignorarlo.

El miedo es una emoción

Hace un tiempo escribía sobre emociones. Y contaba cómo éstas son inseparables del ser humano.

Sucede algo en nuestro entorno, nuestro cerebro lo interpreta y le da un sentido (de manera más o menos consciente; de eso hablamos más adelante), y en nuestro cuerpo se ponen en marcha mecanismos de reacción.

Pasa con la alegría, con la tristeza, con la ira… y también con el miedo.

Del revés': Nuevo clip protagonizado por Miedo

Seguro que has sentido esta sensación más de una vez.

El miedo hace que nuestro corazón se acelere, nuestra respiración se agite, nuestro estómago se cierre, nuestros músculos se pongan en tensión, nuestras pupilas se dilaten, se genere adrenalina, se nos seca la boca… en resumen, nuestro cuerpo se pone en «zafarrancho de combate» ante lo que interpreta como una amenaza.

Nos prepara para pelear o para huir.

El origen del miedo

El miedo instintivo

Esta reacción casi automática del cuerpo tiene un sentido, y una utilidad. A nuestros antepasados (y no hablo ni siquiera de los primeros homínidos; el miedo es un mecanismo presente en muchísimos seres vivos así que se remonta a muchos millones de años atrás) les vino muy bien, y por eso son nuestros antepasados: los que no tenían miedo tuvieron menos descendencia.

Common Fears and Phobias in Dogs and How to Help Treat Them

Imagínate un bicho, hace millones de años, que no tiene miedo. Eso hace que, por ejemplo, se acerque sin ningún temor a un precipicio. Al mismo tiempo, surge otro animalito que, por un extraño cruce de cables en su sistema nervioso, reacciona con miedo ante los precipicios y procura evitarlos.

El primero, sin miedo, asume muchos más riesgos de caerse por el precipicio… y morir sin descendencia.

El segundo, con miedo, evita más caídas, sobrevive, tiene hijos que heredan esa capacidad automática de prevención… y hasta aquí hemos llegado.

El miedo a las alturas, el miedo a lo desconocido, el miedo a la oscuridad… tienen un origen evolutivo. Incluso algunos miedos sociales (a no caer bien, a no ser parte del grupo) comparten ese mismo origen (sobrevivir en grupo siempre fue más fácil que sobrevivir en solitario).

Son, en definitiva, mecanismos automáticos que a lo largo de millones de años permitieron a una larga cadena de antepasados sobrevivir, reproducirse… y que nosotros lleguemos a existir. Es parte de nuestra herencia.

El miedo autogenerado

A estos miedos automáticos y casi inconscientes se le suma, además, otro tipo de miedo: el miedo generado por nuestra propia interpretación de la realidad.

R is for Rumination – The EDIT Blog

Hay una frase, de atribución dudosa, que viene a decir: «he sufrido por cosas terribles en mi vida, la mayoría de las cuales nunca sucedieron».

En muchas ocasiones, eso es lo que pasa. Se ponen de acuerdo la capacidad de nuestro cerebro para imaginar futuros posibles, y nuestro mecanismo ancestral del miedo… y acabamos sufriendo más de la cuenta, y a destiempo, por cosas que podrían (o no) pasar.

Y eso puede ser un problema.

Las dos caras del miedo

El miedo es, como hemos visto, una señal útil.

Un aviso que nos manda nuestro cuerpo de que «tengamos cuidado», de que ha reconocido algo a lo que debemos prestar atención.

Nos permite poner foco en un potencial problema, y nos da recursos extra para poder afrontarlo.

Pero también puede ser una barrera.

4 Strategies to Overcome Fear Paralysis | by Bridgett Hart | Medium

Si el miedo nos domina, si nos paraliza, si nos bloquea, si nos hace evitar determinadas situaciones… nos va a impedir lograr muchas cosas.

Contaba Woody Allen, en sus memorias, que su amor por la música (en concreto el jazz de Nueva Orleans) era muy grande, pero también lo era su miedo (provocado por la sensación de que era «malo» tocando). Eso le llevó, durante mucho tiempo, a cultivar esa afición en solitario, encerrado en su casa, tocando solo con el acompañamiento de sus discos. Solo más adelante se atrevió a tocar con otras personas, y durante décadas ha dado conciertos por todo el mundo. Sigue teniendo ese miedo y esa vergüenza, pero como él dice «si quería disfrutar de la música no me podía permitir la vergüenza».

Fíjate bien: Woody Allen tenía miedo, y dos opciones – dejarse dominar por él (y quedarse solo en su casa con el clarinete) o afrontarlo y salir al mundo a tocar… a pesar del miedo.

Cómo gestionar el miedo

Iba a titular esta sección «cómo vencer el miedo», pero me he arrepentido. Porque creo que el miedo se puede «gestionar», pero no estoy seguro de que se pueda «vencer».

No sé si sería posible… y ni siquiera sé si sería bueno.

En todo caso, aquí van una serie de ideas que nos pueden servir para afrontar el miedo cuando aparece:

Sentir tu miedo

Una de las técnicas más habituales para meditar es poner el foco en nuestras sensaciones corporales.

En ese sentido, en una situación de miedo, puede ser útil forzarnos a «observar» nuestro cuerpo. Sentir nuestro estómago cerrado, nuestro ritmo de respiración acelerado, nuestro corazón palpitando.

Body Scan Meditation | Mindfulness techniques, Meditation benefits,  Meditation techniques

Paradójicamente, al hacerlo, conseguimos que nuestra mente «se distraiga» y eso hace que su contribución al miedo (imaginando escenarios posibles, y todo lo malo que podría suceder) se reduzca.

Además de observar, podemos también intentar contrarrestar los efectos físicos del miedo: por ejemplo, controlando nuestra respiración para que sea más lenta y profunda. O bebiendo agua para hidratarnos. O cambiando nuestra postura corporal.

Y es que es verdad que las emociones provocan cambios físicos en nuestro cuerpo. Pero también es verdad que esa relación funciona en el otro sentido: si provocamos cambios físicos en nuestro cuerpo, podemos alterar nuestras emociones. Así que si le enviamos señales al cerebro de que «todo está bien», el cerebro se sincroniza con esa sensación.

Analizar tu miedo

Uno de los problemas que tiene nuestro cerebro es su capacidad de «rumiar», de tener pensamientos dando vueltas como si estuvieran en una centrifugadora. Si nos descuidamos, acabamos haciendo una montaña de un grano de arena, y provocando que el miedo tome el control e incluso se retroalimente.

Ante esa sensación de «alboroto mental» viene bien separarse un poco y analizar la situación de una manera más aséptica. A veces puede ser útil hablar con otra persona. O escribir. ¿Qué es lo que me está dando miedo? ¿Qué componentes tiene ese miedo? ¿Cuáles son las consecuencias posibles? ¿Hay otra forma de mirarlo?

Aquí, por ejemplo, tienes 20 preguntas que puedes hacerte cuando sientas miedo.

Recuerdo algo que me dijo uno de mis primeros jefes: ante una de mis primeras presentaciones en un proyecto, yo estaba francamente nervioso. Me dijo: «vamos a ver, Raúl… ¿qué es lo peor que podría pasar? ¿que salga mal la presentación? ¿que perdamos el proyecto? ¿que el cliente se enfade? ¿que el socio nos despida?». Y concluyó con un «¿y eso es tan malo?».

Plantearse el peor escenario posible, y mirarlo cara a cara, puede ayudarnos a reducir la carga del miedo.

Prepararte

Como decíamos más arriba, el miedo es una señal de alerta. Y no está de más hacerle caso; no para «evitar» la situación, sino para prepararse lo mejor posible para ella.

Esta preparación tiene dos componentes:

  • Hacer todo lo que está en mi mano para que la situación que me da miedo no se materialice (o que lo haga con la menor intensidad posible).
  • Tener planes de contingencia por si esa situación acaba produciéndose.

Recuerdo que, en una ocasión, me llamaron para ir a dar un curso de un día para otro. Era un curso que yo no había hecho nunca, y recuerdo el miedo: «va a salir fatal, voy a hacer el ridículo». Ese miedo me hizo pasarme casi 24 horas preparándome el material con mucha intensidad. De esta manera, cuando llegó el curso, el miedo paralizante se había transformado en un nerviosismo manejable.

Podemos estudiar, podemos hablar con gente que haya pasado por lo mismo, podemos practicar, podemos tener «planes B»…

Be Prepared, Not Scared - YouTube

En definitiva, es una cuestión de preparación. Y como dice la frase anglosajona: «if you fail to prepare, prepare to fail». O esta otra: «cada gota de sudor durante el entrenamiento evita una gota de sangre en el combate».

Cuanto más te prepares, más control tendrás sobre la situación, más herramientas para afrontarla… y más limitado estará el miedo.

Apoyarte en tus experiencias previas

Una de las cosas malas del miedo es que nos nubla la mente. Y a veces nos hace olvidarnos de los recursos que ya tenemos para enfrentarnos a una situación.

5 Podcasts to Eliminate Negative Self-Talk | Inc.com

Para contrarrestarlo, es útil hacer un ejercicio de mirar en nuestro pasado: ¿cuándo hemos vivido una situación parecida, y la hemos resuelto con éxito? Si lo hicimos una vez… ¿no es evidente que podemos hacerlo de nuevo? ¿qué recursos, de los que usamos en su momento, tenemos a nuestra disposición?

Y si vivimos una situación parecida que no salió bien… ¿qué pudimos aprender de ella? ¿qué haríamos ahora de forma diferente?

Reforzar la confianza en nuestra capacidad de afrontar una situación que nos da miedo hace que el miedo se suavice.

Exponerte progresivamente

Hace algunos años me propuse aprender a patinar. De las primeras cosas que me dijeron: «tírate». ¿Cómo?. «Sí, déjate caer así, de rodillas». ¡Pero qué locura, si precisamente caerme es lo que me da más miedo! ¿No será mejor enseñarme a patinar para que no me caiga?

Pero, obviamente, tenía su sentido.

Si tú enfrentas tu miedo en un entorno controlado, de bajo riesgo (como es dejarte caer de rodillas el primer día que patinas), te das cuenta de que «ah, pues no pasa nada; ah, pues no es para tanto». Empiezas a perder el miedo a caer, y eso hace que luego patines con mucha más libertad. Porque si vas patinando atenazado por el miedo a caerte… nunca patinarás.

Del mismo modo, en las artes marciales se practican las «ukemi»: las caídas. Primero caídas más suaves, luego progresivamente más fuertes.

Aprende con Iván JudoAtrvt : CAIDA DE ESPALDAS (USHIRO UKEMI)

El objetivo es doble: por un lado aprender la mejor forma de caer (con el menor riesgo de daño), y por otro acostumbrarse a la sensación de caer y perderle el miedo, para así poder hacer el resto de movimientos sin ese bloqueo.

Sea cual sea la situación que te de miedo, puedes buscar un «plan de entrenamiento» en el que ir afrontándolo poco a poco, acostumbrándote a él… y (valga la redundancia) perdiéndole el miedo. En este sentido, es interesante la charla de Jia Jiang sobre la «terapia de rechazo».

Enfocarte en lo que quieres conseguir

Dice Tony Robbins que «allí donde pones el foco, allí es donde fluye la energía».

En el ejemplo de Woody Allen que contaba más arriba, él tenía dos opciones: focalizarse en el miedo, o focalizarse en el disfrute.

Así sucede en cualquier situación que nos dé miedo: podemos centrarnos en él (en lo que puede salir mal, en las consecuencias negativas, en el sufrimiento), o podemos centrarnos en lo que queremos conseguir (en lo que puede salir bien, en las consecuencias positivas, en el disfrute).

Every single day you make a choice. It's up to you! 😉 | Flickr

Podemos hacer ejercicios de visualización, hacer listas de «por qué esto es importante para mi»… cuanto más tiempo pasemos pensando en lo positivo, más cerca estaremos de impedir que el miedo nos limite.

Se trata, en definitiva, de poner un contrapeso en la balanza que ayude a inclinarla hacia lo que queremos conseguir.

Afrontar la vida con mentalidad de crecimiento

Hace tiempo hice un vídeo sobre la mentalidad de crecimiento, en el que explicaba en qué consiste (y cómo contrasta con la «mentalidad fija»).

How to develop a growth mindset? | Strengthscope

¿Qué implica la mentalidad de crecimiento? Pues asumir que, en la vida, estamos siempre en proceso de aprendizaje. Que las cosas rara vez van a salir bien a la primera. Que el error, el fallo, es parte del camino. Que, si queremos conseguir algo, vamos a tener que tropezar, caernos… y volver a levantarnos. Que no hay otra manera de conseguir las cosas. Que no importa cuánto sepas… siempre hay nuevos retos por delante en los que vas a fallar antes de dominarlos.

Y que está bien que así sea.

En definitiva, se trata de aceptar el error (y la incomodidad, y el miedo) como elementos que van a estar ahí, y dejar de fantasear con un mundo perfecto donde podemos evitarlos.

Actuar a pesar del miedo

Me hablaron de un acrónimo de MIEDO como: Mi Imaginación Enfocada a Distraerme de mis Objetivos.

Y me gustó.

Si dejamos que el miedo nos domine, nos va a impedir conseguir muchas cosas que queremos conseguir.

Elizabeth Gilbert, en su libro «Libera tu magia: Una vida creativa más allá del miedo«, habla de la creatividad y de cómo vivir una vida creativa. Y del rol que juega el miedo en ella. De hecho, tiene escrita una «carta al miedo», que dice así:

“Querido miedo: la creatividad y yo vamos a hacer un viaje juntos.

Entiendo que tú también vienes, porque siempre lo haces. Reconozco que tu crees que tienes un trabajo que hacer en mi vida, y que te lo tomas muy en serio. Aparentemente, tu trabajo es generarme pánico cada vez que me planteo hacer algo interesante… y he de decir que lo haces fenomenal.

Así que perfecto, sigue haciendo tu trabajo si crees que es lo que debes hacer.

Pero yo también voy a hacer lo mío en este viaje, que es trabajar y mantener el foco. Y la creatividad hará el suyo, que es inspirar y estimular.

Hay mucho sitio en el coche para todos, así que ponte cómodo, pero ten clara una cosa: la creatividad y yo vamos a ser quienes tomen las decisiones aquí. Reconozco y respeto que tú eres parte de esta familia, y no te voy a excluir de nuestras actividades… pero no te vamos a hacer caso. Puedes venir, puedes opinar… pero tu voto no cuenta. No vas a tocar el GPS, no vas a sugerir desvíos… por no hacer, no vas ni a elegir la música.

Y desde luego, mi querido y familiar amigo… ni de coña vas a tocar el volante.»

Al final, me temo, de eso se trata. El miedo va a estar ahí. Podemos hacer muchas cosas para intentar que no se desmadre, pero nos equivocamos si creemos que podemos eliminarlo del todo. Siempre lo vamos a llevar de compañero.

Lo que no tenemos que hacer es dejar que tome las decisiones, ni que nos limite la capacidad de llevar la vida por donde nosotros queremos llevarla.

Actuar A PESAR del miedo.

Risky Business (1986) - Sobre tomar riesgos y vivir. | Reseña en Cinema  para Promedios

En última instancia hay que hacer lo que decía el personaje de Tom Cruise en «Risky Business»:

«Verá, señor. Hay una cosa que he aprendido con los años. Y es que de vez en cuando hay que saber decir ‘pero qué coño’, y tomar una decisión… pase lo que pase».

Territorios sin mapa

¿Sueles usar GPS cuando vas en coche? ¡Qué maravilla los GPS! Y lo que yo me resistí a usarlos… pero hay que reconocer que es una gozada tener una herramienta que te dice dónde estás, dónde está tu destino, y que te va guiando paso a paso para llegar allí.

Lo malo es que, tanto en la vida personal como profesional, nos enfrentamos a muchas situaciones para las que no hay un GPS disponible. Nada que nos diga si vamos bien o mal. Nada que nos diga si en la siguiente rotonda tenemos que tomar la primera, la segunda, o la tercera salida… o darnos la vuelta.

Es una gozada cuando tienes claro donde vas y cuál es el camino a seguir. Pero no siempre tienes disponible esa opción... y entonces toca explorar.



¿Y qué hacer cuando no hay un GPS disponible?

  • Hay quienes niegan la mayor, y siguen buscando un mapa. Consejos de expertos, bestpractices, benchmarking, recetas prefabricadas… con la esperanza de que «lo que les sirvió a otros me sirva a mí». Rara vez funciona, porque aunque las situaciones se parezcan… nunca son del todo iguales.
  • Hay quienes, ante la incertidumbre, se paralizan. Si no hay GPS, no me muevo. Pero no moverse ya es una decisión… que rara vez te llevará a donde querías ir.
  • Y hay quienes se ponen disfraz de explorador, asumen que están en terreno inexplorado… e inician la aventura aceptando que encontrarán obstáculos, caminos sin salida, que darán vueltas, que se perderán… pero que no queda otra.

De todo esto hablo en uno de los episodios de mi podcast: https://www.ivoox.com/090-territorios-sin-mapa-audios-mp3_rf_46452712_1.html

Si no lo has hecho ya, puedes suscribirte al podcast en ivooxitunesspotify… o tu plataforma de podcasts favorita 🙂

Cómo revisar mi año con YearCompass

No es la primera vez que hablo en el blog sobre la importancia de «pararse y pensar». Puedes aprovechar el final del año, o el final del curso… pero siempre es interesante hacer una retrospectiva de «cómo me ha ido el año» para así sacar conclusiones que, sobre todo, te sirvan para ganar autoconsciencia e implantar cambios para el futuro.

Si el año pasado usé «la rueda de la vida«, este año decidí apoyar mi reflexión con una herramienta llamada YearCompass. Se trata de una reflexión guiada (viene en formato .pdf con descarga gratuita, en varios idiomas) que te va llevando por distintos aspectos de tu año. Es una especie de cuaderno de «vacaciones Santillana» que te permite, si le dedicas un tiempito, hacerte preguntas interesantes (por cierto, gracias a Yeroen y Enrique, de Kenso, a quienes les oí la referencia por primera vez).

Los contenidos de Yearcompass

En lo relativo a la reflexión sobre el año que se cierra, Yearcompass pasa por distintos bloques:

  • Te pide que revises tu agenda del año anterior, y que anotes cualquier aspecto relevante (en cualquier área de tu vida) que te salte al ojo. Para eso, claro, conviene llevar algún tipo de registro a lo largo del año… porque si no difícilmente te vas a acordar.
  • Después te va llevando por distintas áreas de tu vida para que anotes lo más relevante (en positivo o negativo) que haya sucedido en ellas. Hablamos de aspecto familiar/personal, aspecto social, finanzas, salud, trabajo y carrera profesional, hobbies… es un ejercicio similar al de la rueda de la fortuna, aunque el objetivo no es tanto «ponerse nota» sino extraer lo más importante.
  • También te hace una serie de preguntas, algunas de las cuales tienen miga… ¿cuáles fueron tus decisiones más sensatas o de mayor impacto? ¿cuáles los riesgos que tomaste? ¿qué lecciones aprendiste? ¿quiénes fueron las personas que te influyeron, o a las que tú influiste? ¿qué cosas conseguiste? ¿por qué cosas estás agradecido? Muchas de estas preguntas no son sencillas de responder, y te ponen delante de un espejo en el que a lo mejor no ves una imagen muy satisfactoria…
  • A modo de «resumen visual», te pide que imagines (y reflejes lo mejor que sepas) los «mejores momentos» del año, y que trates de recrearlos con el mayor de los detalles: dónde estabas, qué hacías, quién te acompañaba, olores, sonidos… todo lo que ayude a que tu mente los «reviva».
  • Hay una parte, casi al final, que te lleva a hacer un ejercicio de perdón y de dejar ir. ¿A quién (incluido tú mismo) tienes que perdonar? ¿Qué cosas, proyectos, personas, sensaciones… quieres dejar atrás, para aliviar tu mochila antes de entrar en el año siguiente?
  • La síntesis de cierre te lleva a elegir tres palabras con las que definirías tu año, y un título para una hipotética biografía del mismo. Parece algo sencillo, pero realmente aquí te obliga a condensar toda tu reflexión en lo más esencial…

¿Qué es lo más interesante de Yearcompass?

Si ya tienes costumbre de hacer este tipo de reflexiones de «fin de año», seguro que encuentras en Yearcompass cosas que te suenen. Incluso tendrás criterio para decir si alguna cosa te falta, o te sobra. Pero si no tienes tanta experiencia, éste puede ser un muy buen punto de partida ya que te va llevando de la mano y recorre muchos aspectos relevantes.

El pensar en cada área de tu vida por separado también me resulta un ejercicio muy útil. Gracias a eso puedes detectar desequilibrios, y poner foco en cosas que si no pasarían desadvertidas.

Para mí, algunas de las preguntas (que pueden parecer sencillas de responder al inicio) me ponen como decía antes delante de un espejo. Y no siempre la imagen que me devuelve es la que me gustaría ver. Ante eso puedes caer en la tentación de «pasar rápido», pero creo que la gracia está precisamente en lo contrario: en profundizar en eso que no te gusta, y ver qué puedes hacer para cambiarlo.

Finalmente, la síntesis final (las tres palabras sobre todo) me resulta un ejercicio muy interesante, porque acaba condensando toda la reflexión y le pone un «lacito» que te ayuda a quedarte con la idea principal, el «leit motif».

Si te ha llamado la atención esto que te cuento, te animo a que utilices la herramienta para acompañar tu reflexión del año. Quizás descubras cosas interesantes 🙂

Por qué la utopía es importante

Hace unos días, Elon Musk se subió a un escenario y dijo «Vamos a ir a Marte». Y planteó las líneas principales de su plan para conseguirlo.
Las reacciones no se hicieron esperar. «Un plan ambicioso… probablemente demasiado ambicioso«, decían unos. Directamente de absurdo lo calificaban otros. Muchos se pusieron a analizar las dificultades técnicas, económicas… «Habría que resolver esto, y esto otro… y eso en el tiempo que ha planteado no parece factible…»
Da igual. Elon Musk ya ha ganado. Ha puesto a la gente a debatir sobre retos técnicos, sobre plazos, sobre costes; pero ha creado el paradigma de que «iremos a Marte» no ya como un deseo abstracto, sino como un plan sobre el que ponerse a trabajar ya. Probablemente no sea tan pronto como él ha planteado, y habrá que resolver muchas cuestiones entre medias. Puede que incluso no se consiga. Pero lo que se discute ahora es el cómo, no el qué. «Es que no ha tenido en cuenta la radiación»; pues vale, veamos cómo resolvemos ese problema. «Es que ni de coña va a empezar en 2022»; bueno, pues si empieza en 2025, o en 2030… habrá empezado. Ha aplicado uno de los principios de la influencia, el «anchoring«. Con su planteamiento inicial ha puesto a todo el mundo en un marco de referencia en el que «colonizar Marte» es una posibilidad tangible. «Pero es muy difícil». Ya. Pero ya estamos hablando de los detalles.
Siempre he sido muy escéptico con los visionarios. Mi mentalidad está siempre muy «pegada al terreno». En los «thinking hats» de Edward de Bono lo que me sale natural es ser el del sombrero negro, el que le ve las pegas a todo, «esto probablemente no funcione por esta razón, y esta otra». Me cuesta ponerme en modo visionario, dibujar la utopía, porque no puedo desconectar mi mente «realista/pesimista».
Y sin embargo, con el tiempo he ido aprendiendo a valorar la importancia de ese perfil visionario. Es el que indica el camino. Que luego hay que andarlo, sí. Que hay baches y obstáculos, también. Pero tenemos un marco de referencia en el que movernos, una dirección, un objetivo. El que nos pone a andar.

Primero crear, después editar

Cuando hace unas semanas estuve leyendo un poco sobre «narrar historias», me encontré con que una de las recomendaciones fundamentales que se les da a los escritores es dividir su trabajo en dos fases claramente diferenciadas. Una primera de pura creación, dejando que las ideas fluyan a borbotones, desactivando en la medida de lo posible cualquier tipo de filtro que nuestra mente quiera imponer. Y después, una segunda fase de edición, mucho más analítica en la que se trata de ir refinando lo que has escrito. Son dos fases en las que entran en juego habilidades y focos radicalmente distintos. Y si no se les da a cada una su espacio, la mentalidad «editora» (analítica, detallista, práctica, consciente, censora) puede ahogar facilmente a la mentalidad «creadora».
En realidad, es el mismo esquema que se suele plantear en ejercicios de creatividad como el brainstorming: la primera fase es de «lanzar ideas sin espacio para el análisis o la crítica», y solo después de haber agotado ese primer impulso creativo se pasa a agrupar ideas, a analizarlas, a valorar su viabilidad, etc.
Hace poco leía un artículo que hablaba sobre «life design» y cómo, para tener un año extraordinario (o una vida, en realidad) había que aplicar un proceso similar al que mencionábamos antes. Es decir, que en un primer momento hay que plantearse «objetivos sin filtro», sin pensar en si es más o menos factible o realista. Hay que soñar. Luego ya vendrá «el hombre del mazo» aplicando la realidad, ya afinaremos los detalles.
Las metas imposibles te exigen ser creativo, mirar más allá de tus nociones preconcebidas y de tus miedos. Te ponen en el terreno de «lo que de verdad me gustaría conseguir» y «lo que de verdad me gustaría ser». Conectan con lo más íntimo de tus deseos, y ponen en tus ojos el brillo de la ilusión.
Si empiezas considerando tus restricciones (o, para ser más exactos, «lo que tú crees que son tus restricciones»; del tipo «para eso soy demasiado mayor», «para eso yo no tengo talento», «para eso hace falta dinero que no tengo», «eso está bien para alguien sin familia, pero yo…», «mucha gente lo ha intentado y no lo ha conseguido» y otro montón de pensamientos autolimitantes) lo único que vas a hacer es plantearte objetivos rutinarios, fruto de la inercia y carentes de todo poder motivador. Tus restricciones apriorísticas se convierten en muros que delimitan lo que te planteas hacer.
Pero si empiezas considerando lo deseable te estás marcando un camino. Las restricciones aparecen después pero no ya como «muro infranqueable», sino como «obstáculos a superar». Ya no son el límite de lo que puedes o no puedes hacer, sino lo que te separa de lo que quieres hacer. Ahora tienes una motivación, un deseo de alcanzar algo que está al otro lado. Puede que lo consigas o puede que no, pero al menos te planteas pelear por ello.

You see, when you set possible goals you get focused on logistics. You ask yourself what do I need to do to achieve this? But impossible goals ask you to do more than that. They require you to see beyond your normal methods and get creative. They ask you to consider the kind of person you’re going to have to become in order to create extraordinary results […] The goals they came up with were scary big, but the goals they set actually didn’t matter. What mattered was the look I saw in their eyes when they talked about these impossible goals. They each had a look of wonder and excitement, the kind of look you normally only see with little kids on Christmas morning.

Si los hombres han llegado hasta la luna

Así como el haber llegado a la luna no significa que la mayor parte de la población haya estado en ella, suponer que la evolución del management ha impactado en la mayoría de nuestras organizaciones es, todavía, una presunción alegre que poco tiene que ver con la realidad

Esta frase, que leí en un post de cumClavis, me pareció francamente reseñable porque presenta una analogía realmente poderosa.
Cuando uno tiene cierta curiosidad intelectual, es fácil (y más en nuestro mundo hiperconectado) estar abierto a experiencias ajenas. Lees libros, escuchas conferencias, reseñas y artículos en revistas, posts y demás fuentes de contenidos. En ellos, claro, lo que te llama la atención suele ser lo que llaman el «state of the art», lo mejor de lo mejor, las mejores prácticas, lo más innovador, lo más cool, lo más rompedor; en definitiva, «lo más de lo más».
Y entonces, claro, miras a tu alrededor. A tu organización, a las personas que te rodean, a ti mismo. Y piensas en lo lejos que estás de todo eso que se cuenta en los libros y en «el internet». Es fácil caer en el fatalismo, en creer que tú no tienes nada que hacer, que nunca llegarás allí.
Y seguramente sea cierto. Por mucho que un puñado de seres humanos hayan llegado a la luna, el 99,99999% de nosotros no lo haremos nunca. Por mucho que en no sé qué organización hayan puesto en práctica cualquier innovación, muy probablemente nosotros no lo vayamos a hacer nunca. Y mucho menos seremos capaces de poner en práctica todas las que leemos (desarrolladas en distintos lugares, por distintas personas, en distintos contextos). Pero eso no quiere decir que en nuestra realidad (imperfecta, como todas) no podamos hacer cosas que nos acerquen a esas «utopías» que vemos ahí afuera. Una vez que se acepta el carácter inalcanzable de todo lo que vemos, una vez que asumimos todo lo que no vamos a poder hacer… llega el momento de fijarnos en todo lo que sí está en nuestra mano.

Cosas que te hacen sentir improductivo

Extraídas de este artículo sobre «nuestras obsesiones con la productividad«:

  • Que te interrumpan cuando estás intentando centrarte en algo
  • Que tengas que dejar a medias una tarea que estás a punto de terminar, aunque sólo sea un momento
  • Que algo te impida actuar de la forma más eficiente posible
  • Perder tu trabajo, por poco que sea, por un cuelgue del ordenador
  • Tener la sensación de que otras personas alrededor son más productivas que tú mismo
  • Tener varias tareas sin terminar a la vez
  • Sentir que mis acciones deberían estar dando algún tipo de fruto
  • No tener claro en qué se supone que debería estar trabajando
  • No saber cuál es el propósito de mi trabajo
  • Dejar de sentirme inspirado por cosas que antes sí lo hacían
  • Saber que la tarea que tienes entre manos no tiene ningún impacto relevante

Es curioso. La lista, según la lees, tiene un carácter de «profundidad creciente». Las primeras tienen que ver con lo que yo llamo «productividad de bajura», esa que tiene que ver con los atajos de teclado, el aprovechamiento de cada bloque de cinco segundos para «hacer cosas», la obsesión por la microeficiencia, el conseguir outputs con la mínima cantidad de recursos. Que por supuesto es productividad, claro, y si alguien está con ese chip resulta muy molesto que te distraigan.
Pero la lista, a medida que va descendiendo, pasa a la «productividad de altura». La que tiene que ver con los «para qués», con hacer lo que debe hacerse, lo que es importante, lo que tiene un impacto. La que, al menos a mí, más me duele. Y más me hace pensar.
Como suele decirse…

Nada hay más improductivo que hacer de forma eficiente lo que no merece la pena ser hecho

¿Tienes un plan? A ver, enséñamelo

«Me encanta que los planes salgan bien», que decía «Hannibal» Smith en El Equipo A
A todos nos encanta que los planes salgan bien. La cuestión es… ¿de verdad tenemos un plan?. Tomemos cualquier objetivo/intención que tengamos en mente. Encontrar trabajo, perder peso, aprender a tocar la guitarra, mejorar nuestra situación financiera, prepararse un maratón, establecernos por nuestra cuenta… lo que sea. Elige tú, mientras lees esto, cualquiera de tus objetivos. Y ahora, justo ahora, localiza el sitio donde tienes escrito tu plan: los objetivos, las acciones, los plazos, los indicadores que te sirven para controlar la evolución, los hitos, los informes de seguimiento periódico, las medidas correctoras que hayas ido tomando…
Apuesto a que una gran mayoría no tiene nada de eso. A mí, desde luego, me pasa. Cada X tiempo me da un punto reflexivo, pienso en distintas cosas que quiero conseguir, «venga, coño, que no se diga». Puede que más o menos, en mi cabeza, formule algunas «vías de acción» nunca demasiado concretas. Incluso puede que durante algunos días, fruto del entusiasmo, vaya haciendo algo. Luego, llega el día a día y se te cruza en tu camino. Sí, en tu cabeza sigues teniendo esa sensación de «jo, yo quería hacer…», pero se pasan los días, las semanas, los meses… y te das cuenta de que has avanzado poco o nada en tus propósitos. Entonces vuelves a empezar, «venga, ahora sí, que no se diga». Un nuevo «subidón» que no tarda en desinflarse de nuevo.
Es curioso. Porque la «receta» para hacer las cosas mejor suele ser bastante sencilla. Hay una serie de métodos y herramientas, con base científica / estadística que te ayudarán; simplemente es cuestión de seguirlas. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos? Yo no creo que sea «falta de motivación» (eso que dicen de «si de verdad quieres, puedes»). Probablemente sea una mezcla de exceso de confianza (nos fiamos demasiado de nuestra voluntad/motivación/intuición) y cierto «miedo a formalizar». Parece que esas cosas de «planificar», de «aplicar un método», de «definir objetivos, acciones, indicadores», establecer una rutina de «revisión, ajuste»… suena todo demasiado rígido, demasiado formal, demasiado… ajeno. Qué somos, ¿robots? Total, si no es tan difícil, para que me voy a andar liando, ya voy yo haciendo.
Pero la realidad es tozuda, y se empeña en demostrarnos que sin plan, nos perdemos. Cada vez que nos planteémos un propósito, si de verdad queremos verlo transformado en realidad, deberíamos acompañarlo con un plan que nos sirva de guía de actuación. No tiene por qué ser un complicadísimo diagrama de Gantt; cada proyecto, cada propósito, tiene sus características y debemos adaptar las herramientas de planificación a ellas. No tiene por qué ser complicado, no tiene por qué robarnos tiempo, no tiene por qué ser incómodo.
Cada día tengo más la certeza de que necesitamos planes, métodos, herramientas, rutinas. Ceñirnos a ellos, con todos sus elementos. Con todas sus servidumbres, llegado el caso, también. Porque nuestra naturaleza humana (desde luego la mía) es limitada y poco fiable, tiene tendencia a la dispersión, y a dejar que los buenos propósitos se queden en eso, en un mero propósito, en un «desideratum» que no llega nunca a concretarse.
Si queremos que «los planes salgan bien», más nos vale tenerlos.

Aprendiendo a construir catedrales

Supongo que, a estas alturas, quien más y quien menos ha oído hablar alguna vez de la historia de los hombres que trabajaban picando piedra para la construcción de una catedral. Y de cómo, mientras uno de ellos centraba su discurso su tarea más inmediata y su dureza, su compañero (exactamente con la misma tarea, igual de dura) hablaba desde una perspectiva distinta; él no picaba piedra, él construía una catedral.
El hecho es que últimamente le he dado algunas vueltas a esta historia. Estando como estoy involucrado hasta las orejas en un proyecto (que creo que hace tiempo que dejó de ser «un proyecto» para poder considerarse «una etapa profesional»), hay épocas en las que pienso demasiado en lo duro que es «picar piedra», en lo cansado que es, en lo que te duele el cuerpo, en lo pequeño que eres tú respecto a lo que estás queriendo hacer, en la de energía que gastas y en lo poco que avanzas. El problema es que si te fijas demasiado en eso, todo se vuelve aún más difícil, más penoso. Cuando pierdes de vista el cuadro global, el gran objetivo… pierde sentido tu tarea. Y eso es lo peor que te puede pasar… así que, ¿qué se puede hacer al respecto?

  • Asegurarse de que existe un proyecto de Catedral: cuando uno se centra demasiado en el día a día, no está de más pararse y preguntarse… ¿hay un objetivo final que le dé sentido a todo lo que estoy haciendo? ¿O estoy haciendo el esfuerzo para nada, como pollo sin cabeza, nada más que por inercia?
  • Asegurarse de que realmente quieres ver construída la Catedral: porque el gran objetivo puede existir, pero de nada vale si no nos sentimos vinculados (y de una forma más emocional que racional) a él. ¿Nos lo creemos? ¿Lo deseamos?
  • No perder de vista la Catedral: si existe el objetivo, y si nos sentimos vinculados a él… entonces hagamos el esfuerzo consciente para tenerlo presente. Porque nuestra tendencia natural es a perderlo de vista, a centrarnos únicamente en lo inmediato, en lo más cercano, en las dificultades del día a día. No pasa nada, siempre que seamos capaces de levantar la mirada de vez en cuando, y recordar por qué estamos haciendo lo que estamos haciendo.
  • No dejar de picar piedra: porque en última instancia se trata de avanzar hacia el objetivo final. Pero ese objetivo final sólo se va a alcanzar si vamos completando los pequeños pasos que tenemos más cerca, superando las dificultades que nos encontremos.

Al final, como cuenta la historia, todos picamos piedra. Las catedrales no se construyen solas. Pero podemos elegir cómo afrontar nuestra tarea. Podemos elegir si simplemente picamos piedra o si en realidad construimos catedrales.