Tu cerebro necesita su tiempo de reposo

Una tarde me dio un arrebato.

Uno de esos momentos de ansiedad que se traducen en «quiero comer cualquier cosa con hidratos de carbono».

«Pero ten zanahorias para esos casos, que es más healthy»

PERO QUIERO HIDRATOS DE CARBONO.

La cosa es que no tenía nada por casa. Y lo de bajar a la calle me daba pereza.

Así que mi cerebro dijo: «pues haz un pan».

Tenía harina, tenía agua, tenía levadura… así que me busqué una receta por internet y «p’alante». Es verdad que todas las recetas hablaban de reposar la masa, de fermentar… pero yo no quería un pan para mañana, ni para pasado mañana. LO QUIERO YA.

Cuando mandé el resultado al grupo de whatsapp familiar, mi hermana (cocinera y «panarra») me preguntó: «¿cuánto ha fermentado la masa?». Mi respuesta (el emoji de la falsa sonrisa enseñando los dientes) provocó a su vez la suya: un gif de «facepalm».

¿Que si me comí el pan? Sí, porque un arrebato es un arrebato.

Pero «bueno», lo que se dice «bueno», no estaba.

Si tú lees o escuchas a cualquier especialista en hacer pan, te van a decir lo mismo: uno de los ingredientes principales es el tiempo (o la paciencia, dicen otros). Porque el proceso de elaboración del pan requiere su tiempo. No es tanto «tiempo activo» (que te tires diez horas amasando), sino los tiempos de reposo necesarios entre proceso y proceso.

Formas la masa… reposo. Amasas… reposo. Vuelves a amasar… reposo.

No es algo que puedas hacer en una tarde, pim, pam.

O sea, poder puedes, pero el resultado no es el mismo ni de lejos.

Pensaba en esto estos días en los que estoy preparando un curso sobre «Gestión del cambio».

Porque es algo que también requiere tiempo y paciencia.

Un día te pones y haces un primer esbozo de «temas que podría tratar». Y lo dejas reposar.

Otro día te pones y añades cuatro o cinco temas que se te han ocurrido entre medias. Y lo dejas reposar.

Otro día buscas inspiración en lecturas, en tu archivo, en cosas que miras por internet… otro día piensas en actividades que podrías incluir en el curso para hacerlo más participativo y más dinámico… otro día empiezas a añadir ejemplos, metáforas y citas que ilustren los conceptos…  otro día empiezas a darle forma al orden de los contenidos, a un primer nivel… otro día haces cambios en esa estructura… otro día empiezas a crear diapositivas… 

Y entre medias, reposo y reposo.

¿Podría hacer lo mismo todo de una tacada? Supongo que, por poder, podría. Igual que pude hacer el pan. Pero el resultado sería bastante mediocre.

El cerebro trabaja en dos modos: el modo focalizado, y el modo difuso (lo explicaba muy bien Barbara Oakley en su curso «Learning how to learn«). El aprendizaje (y la creatividad, y el trabajo cerebral en general) requiere que los dos se vayan alternando. No podemos estar en modo focalizado de manera constante, porque nuestro rendimiento disminuye.

Supongo que a ti también te ha pasado eso de estar un rato mirando un papel, o la pantalla, y pensando «llevo media hora para escribir una frase, no doy más de mí». O eso de no ver nada claro lo que tienes entre manos. Y te vas a casa, lo retomas el día siguiente, y lo ves con una claridad meridiana y lo resuelves en dos minutos.

Pues eso: que al cerebro, como a la masa, hay que dejarlo reposar para que el resultado sea óptimo.

Y que cuando planifiques tienes que tenerlo en cuenta… porque si no acabarás comiendo un pan mediocre en el mejor de los casos.

Yo tengo un mes por delante antes de la fecha prevista del curso. Eso no significa que vaya a trabajar a tiempo completo en él (menudo negocio estaría haciendo…). Pero sí me va a permitir darle el tiempo suficiente de reposo entre «sesión de trabajo» y «sesión de trabajo» como para que «fermente» bien… y el resultado sea delicioso.

Lebron James y los móviles

El otro día Lebron James hizo historia.

Recibió el balón cerca de la línea de personal, botó un par de veces de espaldas a su defensor, se elevó cayendo un poco hacia atrás… y pam, canasta. 

2 puntos.

Que sumados a los 38.386 que ya llevaba anotados en su vida daban un total de 38.388, record de todos los tiempos en la NBA superando al mítico (para los de nuestra generación) Kareem Abdul-Jabbar.

El momentazo, si lo quieres ver (incluyendo la incomparable habilidad de los estadounidenses para pararlo todo y hacer el show) está aquí

38.386 puntos es meter muchos puntos durante muchos años.

La cosa es que en estos días circulaba una imagen del momento en el que Lebron está en el aire, con el balón saliendo de sus manos. De fondo, el público puesto en pie… móvil en mano, captando el momento. ¿Todos? Todos no, hay un hombre en primera fila sin móvil que simplemente mira la escena.

Al hilo de esta foto leía un comentario en LinkedIn.

Hablaba de que el móvil nos ha robado la capacidad de vivir las experiencias, de disfrutar del momento. Todos ahí alienados con sus teléfonos, y el hombre de la primera fila sí que sabe vivir la vida.

Pues discrepo.

Verás, que utilices el móvil en sí mismo no quiere decir nada.

¿Quién te dice a ti que las personas que están usando su móvil para grabar la escena están menos atentas que tú, o que están disfrutando menos el momento que tú? No, están usando el móvil como herramienta para disfrutar la escena, y es tan legítimo como hacerlo sin él. De hecho, en ocasiones incluso enriquece la experiencia.

Y en última instancia, ¡es su vida!

A mí, por ejemplo, me gusta hacer fotos con el móvil cuando visito algún sitio chulo. ¿Significa eso que no estoy prestando atención al sitio? ¡Para nada! Las fotos me ayudan a disfrutarlo incluso más, buscando los detalles, apreciando las formas, los equilibrios de las composiciones, dándome una excusa para observar desde distintos puntos de vista. Encima, esas fotos me ayudan después a recordar lugares y momentos. Y por supuesto soy perfectamente capaz de hacer unas fotos y después guardarme el teléfono en el bolsillo y «disfrutar de la realidad».

Al final, como casi todo en la vida, depende; lo importante de las herramientas es cómo las utilizas.

Se trata de ponerle consciencia, de darte cuenta cuándo la herramienta te enriquece y cuándo te entorpece.

De cuándo la utilizas para «el bien», y cuándo para «el mal».

En su libro «Indistractable«, Nir Eyal habla de los conceptos de «tracción» (cuando lo que haces te acerca a tus objetivos y a la vida que quieres) y «distracción» (lo contrario). Cada momento, cada acción, cada herramienta… puede llevarnos por el buen camino, o por el malo.

Es cosa de cada uno.

El equilibrio no existe

Cuando yo era pequeño había un espectáculo que me llamaba mucho la atención: los equilibristas.

Yo no sé si es que ya no hay tantos espectáculos de equilibristas, o si seré yo que «solo veo series», pero desde luego hace mucho que no veo uno.

Fuese en un programa de circo para niños, o en uno de variedades, de repente salía un tipo que colocaba un rodillo en el suelo, y una tabla encima… y ahí se subía, a intentar no caerse.

Por supuesto, eso era nivel básico: la gracia era cuando empezaba a colocar unos vasitos, y encima otra tabla, y luego otro rodillo, y otra tabla, y otros vasos para poner otra tabla más…

Al final acababa subido a una altura considerable, encima de una estructura imposible… ¡y sin caerse! (¿puede que yo secretamente estuviera esperando a que se cayese? Ni confirmo ni desmiento ese extremo).

La cuestión es que el equilibrista nunca alcanzaba, paradójicamente, el equilibrio. Era raro verle completamente quieto. Al contrario, lo que veías era movimiento permanente, con los brazos extendidos, cambiando ligeramente (o a veces no tan ligeramente) el peso de su cuerpo de un lado a otro.

En el libro «Lo único«, Gary Keller afirma tajantemente: «una vida equilibrada es una mentira».

Nada está nunca en perfecto equilibrio. Lo que sucede en realidad es una acción permanente «hacia el equilibrio», pero no se alcanza nunca. «Equilibrio» lo definimos como sustantivo, pero en realidad tenemos que pensar en él como un verbo.

Estamos constantemente re-equilibrándonos.

Porque lo natural es que estés en desequilibrio.

Que haya partes de tu vida que estén requiriendo más tiempo, atención, energía… que otras. Es normal, es lo esperable. De hecho, es hasta deseable: porque quien mucho abarca, poco aprieta… y a veces toca sacrificar unas cosas en favor de otras.

Y si ves que ese desequilibrio es excesivo… entonces tendrás que hacer como el tipo subido en el tablón: desplazar parte de ese tiempo, atención, energía… a aquello que habías desatendido.

Pero, por supuesto, con un coste: porque no hay supermanes ni superwomanes capaces de hacerlo todo a la vez durante todo el tiempo.

Lo que hay que aceptar (y es algo que también refleja Oliver Burkeman en sus «4000 horas«) es que tienes recursos finitos, y que no vas a poder llegar a todo. Siempre va a haber aspectos de tu vida que estén desatendidos. Si te centras en el trabajo posiblemente sufra tu familia, o tus hobbies, o tu descanso. Si quieres dedicar más tiempo a tu familia, sufrirá tu trabajo. Si te centras en un proyecto, otros languidecerán.

De lo que se trata es de que ese desequilibrio sea consciente.

Y de que, cuando sientas que te has escorado demasiado, sepas corregir el rumbo.

Un fracaso que me hace feliz

«Bueno, pues a ver qué tal funciona».

Respiré hondo, y le di a enviar. Ya no había vuelta atrás (es lo que tienen las newsletters, que no hay Ctrl+Z).

Esta escena se produjo hace algunas semanas, cuando mandé el mail en el que hablaba de «La rueda de la vida». Pero no hablaba solo en general, sino que ofrecía mis servicios para un «Programa de Acompañamiento»: unas sesiones 1 a 1 para hacer el ejercicio de evaluación vital con esa herramienta (hablo de este email).

Vamos, que estaba vendiendo (¡dios mío, ha dicho «vender»!).

Nunca he sido un flipado (al menos no en esto), y no esperaba de repente vender centenares de sesiones.

Pero sí quizás un puñado de ellas.

Al menos recibir un par de correos pidiendo más información.

¿Pero sabes cuántas peticiones me llegaron?

C-E-R-O.

La nada más absoluta.

Y te voy a contar una cosa: de alguna manera, eso me hace feliz.

«Pues Raúl, no es un resultado como para sacar pecho», dirás.

Ya, ya.

Pero déjame que me explique.

Verás, tenía la idea de sacar ese producto desde hace meses, más bien años. Pero siempre lo retrasaba, una y otra vez.

Me ponía mil excusas, pero la puñetera realidad es que sólo había una razón: el miedo.

El miedo a lanzar algo, y que no funcionara. El miedo a no despertar interés, a recibir un golpe de realidad, un mensaje de «lo que ofreces no lo quiere comprar nadie».

El miedo a que pasara justo lo que ha pasado.

Y estoy feliz por dos motivos: el primero es que, en primera instancia, conseguí (¡por fin!) vencer al miedo y lanzar ese email a pesar de tenerlo ahí taladrándome el cerebro.

No solo eso, sino que sucedió el peor de los escenarios que yo imaginaba… y eso me ha permitido comprobar que «no pasa nada». ¿Esto era todo lo que me detenía? ¡Menuda chorrada!

De este «fracaso» saco dos conclusiones:

  • Una: el planteamiento que hice no ha tenido éxito. Ahora puedo investigar por qué (por cierto, si tú tienes algún feedback al respecto… ¡soy todo oídos!), puedo darle una vuelta, puedo cambiar el enfoque… Pero lo importante es que si no lo hubiera lanzado todo seguiría en mi cabeza, sin contraste con la realidad. ¡Y ahí no me permite aprender nada!
  • Dos: el miedo que tanto tiempo me frenó no estaba justificado. Incluso produciéndose «la peor de las consecuencias», no es para tanto. Es algo que me voy a recordar una y otra vez en el futuro, para reírme un poco más de mis miedos y para dar más pasos hacia adelante. Porque la mayor parte de las veces, incluso si sale mal… estaré bien.

PD1.- Justo estos días estoy leyendo el libro «El método«, de Barry Mitchels y Phil Stutz donde, precisamente en el primer capítulo, se habla del miedo. Phil Stutz es, por cierto, el protagonista del documental «Stutz» que ha realizado el actor Jonah Hill (que por ahí gusta mucho, aunque a mí me ha resultado un poco meh).

PD2.- Otra cosa que me daba un poco de miedo: enviar este email. «¿Qué pensará la gente de mí?» «¿Qué imagen estaré dando al contar mi fracaso?». Pues mira, miedo, lo voy a enviar igualmente :).

PD3.- A lo mejor, con este enfoque, empiezo a hacer más cosas diferentes… también con la newsletter. Pero todavía le tengo que dar una vuelta.

No es mi circo, no son mis monos

Aranda de Duero, enero de 2023. Temperaturas rondando los 0º, viento gélido.

– «Pues yo no tengo frío. De hecho, me sobra el abrigo».

Me giro y la miro con incredulidad. Ahí va mi hija (casi 14 años) con su sudadera y su abrigo por encima, sin abrochar.

– «¡Pero cómo no vas a tener frío, si está casi helando!»

– «Pues no lo tengo».

Se encoge de hombros, y sigue caminando.

De verdad que parece un cliché eso del padre diciéndole a la niña que se ponga una rebequita.

Pero claro, uno es padre. Sabe lo que es bueno para ellos mejor que ellos mismos. Al fin y al cabo los has tenido en brazos, les has limpiado el culo, llevas aquí 30 años más que ellos… ¡por supuesto que sabes más!

El problema es que eso, que tiene sentido cuando tienen 3 meses, o 1 año, o… poco a poco va perdiendo vigencia. A media que tus hijos se transforman en seres independientes y autónomos son ellos quienes tienen que tomar sus decisiones… y apechugar con las consecuencias.

¿No te quieres poner el abrigo? Bueno, si pasas frío lo vas a pasar tú, no yo. Si te resfrías vas a sentirte mal tú, no yo. La próxima vez quizás aprendas… o quizás no. En todo caso, problema tuyo.

Puede que, de refilón, haya alguna consecuencia para ti. Quizás te toque, si se resfría, estar pendiente de su malestar. O incluso irte con ella al médico si la cosa se complica. Aparte, por supuesto, de la preocupación implícita que conlleva el ser padre. Pero si te pones a pensarlo bien, realmente las consecuencias para ti son muy secundarias (salvo lo de la preocupación; pero si no quieres que tus hijos te hagan preocuparte… no tengas hijos).

Lo que de verdad te jode es la sensación de que no haga lo que tú harías, lo que tú crees que está bien.

Somos tan egocéntricos…

Cuando hablamos de los hijos esta sensación aparece con mucha frecuencia (y más a medida que van creciendo). Pero también sucede con la pareja, con los amigos, con la gente con la que trabajamos, hasta con desconocidos. Vemos que toman decisiones, que hacen cosas… que «están mal». Que «se están equivocando». Y aunque a nosotros ni nos vaya ni nos venga nos cuesta reprimir el impulso de aconsejarles; a veces de manera bienintencionada, a veces desde la frustración… pero siempre desde la superioridad moral del «yo sé, tú no».

Y aquí es donde aparece este refrán, dicen que de orígen polaco (aunque bien podría haberlo dicho Einstein): «Not my circus, not my monkeys».

Imagina que alguien va a hacer algo que tú no harías, y que crees que tendrá consecuencias negativas para él o ella. Y notas cómo te sale el impulso del «salvador», esa urgencia por «llevarle por el buen camino». Pues antes de irte a darle tu opinión… recuerda, es su circo y son sus monos. Y si los monos se descontrolan, y se salen de su jaula, y se ponen a tirar excrementos a discreción… pues es su circo, y son sus monos. 

Te dará pena, te saldrá el «ya lo sabía yo»… pero es su circo, y son sus monos.

Y si te preocupan las consecuencias que esas decisiones puedan tener sobre ti, eres muy libre de expresar esa inquietud: «oye, me preocupa que si los monos se escapan la mierda me acabe salpicando». Y ten una conversación clara y asertiva sobre lo que sucederá en ese caso: «ten claro que yo no voy a ponerme a limpiar caca de mono, ¿estamos de acuerdo?».

Pero cuida de separar muy bien lo que es una inquietud legítima del puro impulso de «hacer cambiar a la otra persona de opinión para que haga lo que yo creo que es correcto».

Pd.- Un par de artículos por si quieres profundizar en esta idea: No critiques, no reproches y Cómo motivar a otra persona

He venido a hablar de mi libro: Efectividad KENSO

«Es que pasa el tiempo, se acaba el tiempo, entra la publicidad, entran unos vídeos absurdos que todos hemos visto ya, y no se habla de mi libro. Pues entonces, a qué he venido yo aquí».

He estado repasando la famosísima (al menos si estás en España, y si tienes ya una edad… porque esto fue hace ya 30 años, glups) escena que se produjo en un programa de entrevistas en las que el autor Francisco Umbral le reclamaba a la presentadora, Mercedes Milá, que cuándo se iba a hablar de su libro. La escena completa está aquí (es deliciosa).

Desde entonces «yo he venido aquí a hablar de mi libro» ha quedado en el lenguaje popular como sinónimo de «yo vengo aquí con el único interés de hablar de lo mío, y lo demás me da igual».

Bueno, pues hoy yo he venido a hablar de mi libro, aunque no es que todo lo demás me dé igual.

Pero es que si todo va bien, este próximo miércoles 25 de enero llega a las librerías (físicas y virtuales, en formato papel y en formato ebook) mi (nuestro; de Quique, Jeroen y mío) libro «Efectividad KENSO». 

La cuestión es que, aparte de hacértelo saber (porque igual te resulta interesante su lectura: la info del libro la tienes aquí), quería aprovechar para compartirte una reflexión sobre eso de escribir un libro.

Porque, la verdad, nunca pensé que yo lo haría.

Es verdad que he autopublicado un par de cosas: pero Skillopment es una recopilación de artículos cortos, y La Rueda de la Vida es más un cuaderno de trabajo. También he participado en libros colectivos, aportando un capítulo.

Pero escribir un libro «de verdad» es otra cosa.

En mi mente, un libro era un proyecto demasiado difícil. No me tengo por una persona constante. Y una cosa es escribir cosas para el blog, o la newsletter (escribes, publicas y hasta luego Mari Carmen), y otra es pensar en una estructura, irle dando forma a lo largo de las semanas, que todo tenga coherencia, no perder la motivación en el camino… 

Buf.

Pero mira, está claro que era una creencia limitante. Apoyado en el trabajo conjunto con Quique y Jeroen, y haciendo una buena labor de «trocear» el contenido para poder ir avanzando de a poquitos… llegamos al final.

Siempre se dice que la mejor manera de comerse un elefante es, precisamente, a trocitos… y en este caso así ha sido.

No quiere decir que todo haya sido coser y cantar, pero al final el león (o en este caso el elefante) no era tan fiero como lo pintaba.

También hay una frase que me gusta repetir: «Nadie construye una casa; lo que haces es poner un ladrillo, luego otro, luego otro… y al final, como resultado, obtienes la casa».

Nadie «escribe un libro». Lo que haces es que, con eso en mente, trabajas para transformar ese objetivo de llegada en tareas mucho más manejables y concretas. Las más cercanas las puedes definir ya, las más lejanas las irás viendo… pero todo es un camino de acciones concretas que puedes abordar.

Pim, pam, pim, pam… hasta que llegas a donde querías.

Nadie «escribe un libro», pero si te lo montas bien acabas con un libro en las librerías.

Y yo, la verdad, me siento muy orgulloso del proceso.

Renacimiento

«Quiero poner fin al motín de mi mente y que mi alma vuelva a reinar».

Lo de que «quiero poner fin al motín de mi mente y que mi alma vuelva a reinar» no es mío.

Es de Kase.O, un rapero muy grande y muy maño.

Pero se ve que los raperos grandes y maños también pueden ser intensitos si se ponen.

Esta frase la incluye en su canción «Renacimiento», que últimamente escucho con fruicción.

Verás, de un tiempo a esta parte he sustituído lo de hacer «buenos propósitos de año nuevo» por algo más amplio: elegir una palabra, una idea, un concepto… que recoja el rumbo que le quiero dar a mi vida en los siguientes meses.

Lo bueno de este enfoque es que es un paraguas bajo el que puedes colgar muchas iniciativas a lo largo del año, en muchos ámbitos diferentes. Algunas que incluso ni siquiera puedes visualizar ahora. Es una «idea-fuerza», una especie de brújula que te señala el camino en cualquier situación. 

Y la idea de 2023 es, precisamente, «renacimiento».

Renacimiento es un periodo de luz y vitalidad después de una etapa oscura. Renacimiento es ilusión, es expansión, es ganas, es explorar, es descubrir, es probar. Es hacer las paces con el pasado, y dejarlo atrás. 

Es algo que quiero aplicar a mi vida personal, a mi vida profesional, a mi vida social, a mi vida intelectual, a mis hobbies, a mis relaciones sociales.

No será fácil, pero ahí es a donde quiero ir.

PD.- La canción de Kase.O es ésta
PD2.- Para acompañar esta idea de «renacimiento» estoy creando una playlist con canciones optimistas, vitalistas, energéticas… Si tienes alguna favorita que me quieras recomendar, ¡no te cortes!
PD3.- Estoy haciendo un cartel con la palabra «Renacimiento» para colgar en la pared que suelo tener enfrente y no perderla de vista. Cuando lo termine lo colgaré en Instagram (@rahego)

¿Año bueno? ¿Año malo?

La otra mañana estaba disfrutando de un estupendo café en una bonita cafetería de Valladolid. Era una de esas cafeterías acogedoras, llenas de detallitos de madera, de cuadros en las paredes y de música agradable. El dueño, al decirle «buenos días», contestaba «¡buenos días, y buen café!». 

Sí que estaba bueno.

La cosa es que estaba allí sentado, echando un ojo al móvil, cuando me crucé con una encuesta que lanzaba Fernando de Córdoba (aka Gamusino) en twitter. Preguntaba «¿Cómo ha sido tu año?» y daba cuatro opciones: muy malo, más o menos malo, más o menos bueno, muy bueno.

Y me hizo pensar… ¿cómo ha sido mi año?

Así que, como tenía tiempo (y un cuaderno y un lápiz), me puse a hacer el ejercicio de «el sol y las nubes» del que hablaba en este vídeo.

Lo que salió fue lo esperable: unas cuantas cosas en el lado de las nubes, unas cuantas cosas en el lado del sol.

Hace tiempo me topé con una interpretación del yin y el yang que me gustó mucho.

Me gustó tanto que es uno de los carteles que ilustran mi lugar de trabajo (de hecho, en el vídeo que enlazo más arriba se puede ver).

Viene a decir que lo blanco es lo bueno de la vida, y lo negro es lo malo… y ambos caminan juntos. De hecho, dentro de lo negro hay una parte blanca («lo bueno dentro de lo malo») y dentro de lo blanco hay una parte negra («lo malo dentro de lo bueno»).

Y eso es la vida: un conjunto de cosas buenas y malas que se combinan y que experimentamos sin solución de continuidad, y que muchas veces dependen más de cómo las enfoquemos que de su carácter intrínseco.

Así ha sido este año.

Y así será el siguiente.

PD.- ¡Feliz Navidad!

El sufrimiento (y la satisfacción) de aprender algo nuevo

Hace un año quedé a comer con mis amigos en Salamanca.

Después de un rico arroz, y un par de copas de sobremesa, pasamos por delante de un conocido local. En la puerta, una relaciones públicas trataba de captar clientes. «Chicos» (dijo con extrema generosidad para con ese grupo de cuarentones), «ahora empieza un concierto, ¿os animáis?».

Y para allá que fuimos. Bueno, técnicamente fui yo muy emocionado, y mis amigos entraron a regañadientes.

La cosa es que disfruté mucho del concierto.

A lo largo de estos meses he ido varias veces a escuchar de nuevo a esta banda. ¡Hasta un día me dejaron cantar una canción!

El caso es que investigando un poco sobre ellos, a través de su Instagram y del de sus componentes, vi que el guitarrista daba clases. Y yo lo de tocar la guitarra lo tengo ahí como espinita clavada. Así que me puse en contacto con él y hace un par de semanas empezamos a dar clases.

En estas dos semanas he vuelto a recordar lo que es enfrentarse a un reto de aprendizaje. Esa sensación de que «todo es difícil» (y es verdad, todo es difícil hasta que se vuelve fácil… pero hay que trabajar). Esa frustración cuando las cosas no te salen, incluso cuando vas muy despacio. Ese ser consciente de todo lo que no estás haciendo bien a la vez. Esas molestias derivadas de corregir la postura de la mano (porque nunca te habías fijado, o nunca te habían dicho, que la ponías mal).

Y también esa sensación tan gratificante cuando las cosas van saliendo. Esos momentos «eureka» cuando descubres la lógica interna de lo que estás haciendo. Ese subidón cuando te das cuenta de que ahora haces con cierta soltura lo que dos semanas antes veías casi imposible.

Hay una viñeta que me encanta, en la que un tipo le dice a otro que está tocando el piano: «Tienes que dejarlo, no eres bueno».

A lo que el otro responde: «Si lo dejo, nunca seré bueno».

En esas estamos.

PD.- En mi libro «Skillopment» tienes una colección de reflexiones sobre el aprendizaje que quizás te interesen.

Agilidad emocional de Susan David – resumen

Hace unos días estuve viendo esta entrevista a Susan David sobre el concepto de Agilidad Emocional (que también es el título de su libro), y me pareció muy recomendable.

He hecho este breve resúmen sobre algunas de las ideas de las que habla en la entrevista:

  • Contexto:
    • Sudafricana blanca en tiempos del apartheid… le hace pensar en los procesos mentales de la gente que valida una situación tan evidentemente injusta e intolerable.
    • Muerte del padre por cáncer con 15 años. Dificultad para procesar esas emociones (vs. la expectativa de emociones siempre positivas, de no tener conflictos…)
  • Definiciones:
    • Agilidad emocional: mantener una relación sana con nuestras emociones («convivir con nuestros pensamientos, emociones y recuerdos») para poder sacar lo mejor de nosotros mismos («siendo coherentes con nuestros valores») para ser «la persona que queremos ser»
    • «Rigidez emocional» (por contraste); quedarse atascado en pensamientos, emociones o recuerdos… actuar con patrones de actuación en piloto automático… y no poder actuar/avanzar conforme a nuestros valores.
    • Agilidad emocional vs. inteligencia emocional:
      • la inteligencia emocional como «tipo de inteligencia» (conocer emociones propias y ajenas) vs. agilidad emocional con un carácter moral, «acercarnos a unos valores»
  • Ejemplos de mala gestión emocional:
    • Embotellar: «no debería tener estas emociones», se intentan apartar… genera depresión, ansiedad, capacidad de gestionar racionalmente los problemas, afecta a relaciones (carencia de vulnerabilidad e intimidad).
    • Incubar: rumiar al exceso las emociones, rebozarse en ellas, buscar causas, tratarlas como hechos, actuar en automático (muchas cosas que has aprendido de niños), victimismo… te centras en ti mismo, en el victimismo, la inacción…
    • El punto correcto es el medio: no ignorar, pero tampoco dejarse llevar
  • Prácticas centrales de la agilidad emocional:
    • Exteriorizar / Aceptar / Validar:
      • entender que los humanos tenemos emociones, que son útiles («el sistema de señalización que nos ayuda a sobrevivir»).
      • Ser compasivos con nosotros mismos: «Hay que soltar la cuerda», ser compasivos con nosotros mismos, «está bien sentirse mal», «hacemos todo lo que podemos contando con quienes somos, la educación que hemos recibido, las circunstancias vitales a las que nos enfrentamos y los recursos con los que contamos».
      • Entender que no estamos en combate con una versión ideal con nosotros… abrirnos a la experiencia real.
      • Aceptar que no podemos estar felices todo el tiempo (aunque la sociedad parece que es lo que nos intenta trasladar), que una vida con sentido implica también aceptar el malestar. No podemos forzar la felicidad, porque entonces no desarrollamos las habilidades necesarias para enfrentarnos a una vida que por naturaleza va a generarnos malestar y dificultades. No podemos elegir vivir solamente buenas experiencias. «Tienes los objetivos de una persona muerta» (los muertos son los únicos que no sufren decepciones, no se estresan, no se les parte el corazón). No puedes tener una carrera significativa, o una familia, sin malestar. «El malestar es el precio a pagar por una vida plena».
    • Distanciar: ver las emociones como lo que son, entender que no son hechos sino pensamientos, emociones y recuerdos… y que podemos tratarlos como tal.
      • Expresarlas: p.j. usar diario para escribir emociones (o terapia, o amigos)… «exteriorizar el dolor», «correspondencia secreta conmigo misma». Ejemplos de trabajadores que se quedan sin empleo… a los que les piden que escriben sobre el tema muestran mejor adaptación, más acción, y más sensación de felicidad y menos de depresión, ansiedad… Se activa el «potencial de disposición del cerebro» (te orienta a la acción).
      • Observar cómo fluyen: os pensamientos, las emociones, las sensaciones… vienen y se van.
      • Etiquetarlas
      • También investigar matices (ejemplo del consultor que usaba «rabioso» para todo… pero cuando empezaron a investigar matices empezaron a salir conversaciones diferentes, distintos significados para una misma etiqueta…).
      • Investigar qué hay detrás de ellas. Las emociones son señales de lo que nos importa, no nos emocionamos por cosas que no nos importan. Cada emoción difícil lleva asociado un valor (¿una necesidad?) que es importante para nosotros, y sobre los que debemos construir. «¿Qué me está diciendo esta emoción que es importante para mí?»
    • Preguntarte tus por qués: ¿cuáles son tus valores? ¿quién quiero ser en esta situación? Identificar qué es importante para ti, y a partir de ahí plantearse la acción.
    • Elegir acción, avanzar:
      • «¿cuál es la manera más eficaz de sacar partido a esta situación?».
      • Un pequeño arreglo, un micromomento de cambio (ese momento, ese día… e incorpora más momentos de esos en tu día a día). Los pequeños cambios funcionan mejor que los grandes cambios.
  • Situación de las emociones en el mundo actual:
    • Niveles crecientes de depresión, ansiedad, suicidios… también en población juvenil
    • Nuestros niños están creciendo en un mundo en el que las dificultades ya eran grandes, y quizás lo vayan siendo más… y sin embargo no les damos herramientas (cuando tiene un impacto muy grande en nuestra capacidad de lograr objetivos, )
    • Cómo ayudar a niños: no solucionar problemas, no enseñarles a «obviar» las emociones malas… darles espacio para que expresen, reconozcan, vean que son pasajeras

Resumen

La autora define su concepto de «agilidad emocional» como la capacidad de convivir sanamente con pensamientos, emociones y recuerdos… y actuar de la mejor manera posible sin obviarlos ni dejarse arrastrar por ellos.